El hombre y la mujer. Encuentros y desencuentros
Al pensar el tema sobre el hombre y la mujer, se me impuso la pregunta de por qué Freud, en un momento donde las circunstancias para hablar sobre la sexualidad no eran la más propicias, se atrevió a hacerlo. En la época Victoriana el sexo era innombrable, pero con una tenacidad temeraria insiste en sus planteamientos, extendiéndolos hasta afirmar que también la sexualidad estaba presente en los niños, algo inconcebible en el momento. Sabemos que no fue catalogado de la mejor manera, situación que, aunque lo afectaba, lo confesaba en sus cartas a sus amigos, nunca lo hizo retroceder. Reflexionaba diciendo que el investigador encontró más de lo que deseaba encontrar. Y ante el alejamiento de los que más lo habían apoyado, decía que prefería ser amigo de la verdad que amigo del amigo.
Freud no era un filósofo, era un médico neurólogo en el que se despertó un gran interés por los dolores del alma, que lo llevó a plantear una concepción donde el ser humano no sólo está atravesada por la razón, en esto cartesiano, sino que introduce el cuerpo, lo gozante del cuerpo como determinante en su destino. En la pulsión, esa fuerza límite entre lo psíquico y lo somático en la que opera la represión, encontrará los argumentos para pensar la repetición y los efectos en los síntomas que lo llevarán a concebir y conceptualizar lo inconsciente.
Una tenacidad para hacer evidentes sus descubrimientos, que se puede entender debido a su experiencia donde pudo escuchar lo cotidiano del dolor de la existencia, manifiesta especialmente en la incapacidad para lograr la satisfacción. Una insatisfacción presente, no sólo en la enfermedad física que fue por donde comenzó su averiguación, sino también en todos los aspectos que, como seres deseantes, se quedan en la impotencia. Y uno de los más subrayados, tenemos a la mano muchos de sus escritos, involucra el amor. Digamos que en él, como en Galileo, se evidencia que cuando el investigador encuentra una verdad, no hay nada que lo haga retroceder.
El amor y la sexualidad un tema importante para la vida. Y cómo no insistir en él si es de allí que se nace, que se construye la familia, que se conforma la cultura. Hoy lo tenemos muy claro, siempre se está repitiendo que si la familia no funciona la sociedad sufre. Y no hay que ir muy lejos para comprobarlo, sólo hay que abrir el periódico o ver los noticieros que nos asaltan a diario reflejando ese desorden pulsional manifiesto en las agresiones, el odio, la violencia, las violaciones y abusos sexuales, presentes fuera y dentro del núcleo familiar.
Esta introducción es para darle toda su importancia al tema en cuestión. Hablar del hombre y la mujer es hablar de sexualidad, también de amor y de lo que allí se deriva en la construcción de la propia vida y de las que se pueden generar en la procreación. Y es que para el ser humano, la posibilidad de dar vida está en relación al placer, algo que siempre se ha sabido y por lo cual la cultura genera, según las épocas, mecanismos para controlarlo, espirituales, legales y científicos. Desde el concepto de pecado, el tabú de la virginidad, el matrimonio, hasta el método del ritmo y los anticonceptivos en todas sus variantes. Una relación con el placer que produce vida y a la que cantautor argentino Facundo Cabral se refiere con la profundidad que esconde la agudeza, dice: Un minuto de silencio, un segundo de descuido: un hijo.
El hombre y la mujer implican todo un universo, pero un universo dividido, porque casi todo en ellos está en relación a las diferencias. Y es así porque es por ellas que será posible el encuentro. Hacemos parte del cosmos, y al parecer, cumplimos muchas de sus leyes, en este caso la de que los polos opuestos se atraen y, no hay dos polos más opuestos que lo femenino y lo masculino.
Freud escribió un artículo que tituló Consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas, en él aborda cómo se construye en el psiquismo eso de ser hombre y ser mujer. Partiendo del complejo de Edipo, que consiste en que el ser humano cuando nace, a diferencia de otros seres vivos de la naturaleza, necesita para sobrevivir y para construirse a través del lenguaje un tiempo mucho más largo. Un tiempo donde el apego a la madre será su salvación para subsistir, en el cual, debe llegar un momento, también para subsistir, en que pueda desprenderse y reconocerse, no sólo como sujeto sino como ser sexuado. Siguiendo a García Márquez, porque el arte, los poetas y los escritores nos ayudan, en una de sus tantas frases dijo: Uno en la vida está obligado a parirse varias veces. Seguramente refiriéndose a esos momentos en que hay que dar todo de sí para avanzar o sostenerse. Digamos entonces que, después de la primera separación en el parto, vendrá otro momento significante, un parirse psíquicamente que Freud nombró como castración.
Y allí quedarán establecidas las diferencias, citando a Jacques Lacan, habrá los que tendrán en cuenta que hay mujeres para el muchacho y las que tendrán en cuenta que hay hombres para la muchacha y donde cada uno dará signos de que lo es. Un lugar de arribo que parte del tener, del tener en el cuerpo del hombre, y del no tener en el cuerpo de la mujer que, en los momentos infantiles tendrá todo su valor para construirse allí la posición viril y la femineidad, que tomarán caminos diversos.
Por lo anterior es claro que son las diferencias las que marcarán esos rumbos y por las cuales es posible el encuentro, pero es también por esas diferencias que se generaran los malentendidos. El principal, abogar por la igualdad, un discurso además muy actual, en la falacia de que sólo allí es posible el entendimiento y, como esto es de lo imposible resulta el remedio toda una enfermedad.
Y es que puede causar sorpresa que algo que es tan evidente a los ojos de cualquiera, como son las diferencias entre hombre y mujer, y no sólo porque sus cuerpos sean distintos sino porque psíquicamente no hay nada que los haga iguales, sea algo tan difícil, para algunos, de aceptar, pero principalmente para todos, en el encuentro, de soportar. Y tendrá que ver como en las épocas infantiles, que hay uno que tiene y otro que no, haciendo posible el deseo. Una forma de decirlo de Lacan es que para el hombre todo estará en relación al falo y, en la mujer, no-todo estará en esa relación, lo que podemos ver traducido del lado de la virilidad como un lugar de límite, de contención, evidente en la relación sexual. En la femineidad un no- todo en relación al Falo que le permitirá un goce más allá. O sea, que de entrada, hasta en la forma de gozar estarán presentes las diferencias.
Dos formas particulares de relacionarse con el mundo en la que Freud decía que la mujer no tiene límites, además, no necesitamos que el psicoanálisis nos lo cuente, lo dicen los chistes y las ocurrencias cotidianas. También la observación de sus maneras, el sin límite en ella del llanto, de la risa, de los movimientos. En él la contención. Hombre y mujer que cada uno desde su lugar, aportarán lo que tienen para poder gozar y que llevó a Lacan a decir, teniendo en cuenta tales diferencias, que no hay relación sexual, pues aunque juntos y a través del otro, cada uno buscará y encontrará el goce a su manera.
Hasta aquí un esbozo de lo que atañe a cada cual, pero nuestro interés nos puede llevar más allá, así como lo hizo Freud cuando a partir de esas consecuencias psíquicas dejará en claro que llegar a la posición viril y a la femineidad, tiene sus avatares. Uno de ellos es la histeria, que podríamos definir como la insistencia del deseo insatisfecho, en palabras sencillas, un sujeto que sabe que en el mundo existe la insatisfacción, para repetirla. Otra forma es la neurosis obsesiva, que se entiende como aquel para el cual su deseo es imposible y lo logra, siempre posponiéndolo. Es la razón por la cual la unión de la histeria con el obsesivo es la pareja perfecta: él siempre la querrá complacer, a destiempo, y ella, nunca estará satisfecha a tiempo, encontrando entre ambos el cumplimiento de su deseo.
Lo anterior permite concluir que entre el hombre y la mujer eso no anda, razón dice Lacan, de que apareciera el psicoanálisis. Que además hoy tiene mucho que decir porque si en la época Victoriana, Freud recibía a las señoras vienesas que se enfermaban, se quejaban y le enseñaron de la histeria y demás, ahora las cosas han cambiado. Las señoras se separan, lo que podría verse como una emancipación, del marido, pero no de la insatisfacción. Ahora se queda sola, lo que se llama madre cabeza de hogar, además, de lo menos amable para el hijo, porque se queda al mando de una sola cabeza y, todos sabemos que dos cabezas piensan más que una, que al faltar, puede ocurrir, y voy aquí a citar a Lacan cuando dice:
El deseo de la madre es absolutamente capital porque no es algo que uno pueda soportar así nomás, en definitiva, y que eso les sea indiferente: entraña siempre estragos. Un gran cocodrilo en cuya boca ustedes están, es eso la madre. No se sabe si de repente se le puede ocurrir cerrar el pico: eso es el deseo de la madre.
Lo anterior se puede escuchar fuerte, pero al parecer es más duro lo que sucede a diario y el discurso que lo sostiene. Un creer que ya no es necesario el otro, ni siquiera para procrear pues ya la ciencia nos auxilia con sus suplementos. Caída del Nombre del Padre, es decir, que los valores de antes no son los de ahora y en un desequilibrio, seguramente para volverse a equilibrar de otra manera, la cultura se mueve. Y allí sirve de alivio una lectura que esté más cerca de lo real, algo de lo que Lacan nos habla en su frase al parecer brutal. Y no es que lo sea tanto, si entendemos que el deseo de la madre es así, debido a la fuerza que implica que aquel llamado a hacer que otro viva, en un primer momento exige que se tenga que entregar de tal manera que el resto de lo que puede atraerlo se borre. Un deseo que deberá amainar en la medida en que eso en ella, todo madre, pueda dar curso nuevamente a la mujer que la habita, para que el hijo pueda respirar y también pueda ver el resto del mundo.
Hay otra frase de escritor, nuevamente García Márquez, quien en una ocasión, para un periódico se le ocurrió decir: “Cuando el hijo nace se acaba el matrimonio”, tal vez una exageración o, de pronto no tanto, porque nos sirve para entender cómo son de difíciles esas relaciones que, aunque la vida nos lo muestre a cada paso, nuestra tendencia es a olvidarlo. Y por ese olvido, nos acogemos a imaginarios que nos permiten vivir, haciendo uso de aditamentos que la cultura provee en la búsqueda de la satisfacción. Pero lo que no hay que olvidar, es que también hay otras salidas que no están en relación a respuestas generales que otro nos pueda dar, sino una pregunta particular que lleve a aquel que no sabe por qué sufre, a una pista para encontrar la raíz de su sufrimiento.
Un sufrimiento que el psicoanálisis encuentra en lo relacionado al deseo. Y es que el ser humano no sufre tanto por lo que carece sino por lo que le puede ser dado pero que el mismo recusa. Y es así porque somos seres de la pulsión. Esto quiere decir que por ser habitados por el lenguaje, lo que deseamos está entramado en las palabras, en los significantes que darán cuenta, no sólo para los otros, sino también para nosotros mismos de una dificultad para reconocerlo. Como en el niño que a media noche pide un vaso de agua y no deja de pedirlo, una demanda que insiste, que por serlo, deja ver que lo que quiere es otra cosa: compañía, sosiego, o amor. Como dice la famosa frase: toda demanda es demanda de amor. Lo anterior permite entender que los caminos del deseo no son tan expeditos.
Y si ese camino no es expedito, la satisfacción, que sólo se consigue con su cumplimiento no es algo que esté ahí al alcance y no porque el objeto no sea posible, sino porque al ser sujetos del lenguaje, lo que decimos no es siempre lo que creemos decir, por lo que, en ocasiones, queriendo que el otro se quede, lo alejamos, o entre más lo queremos ver lejos más cerca lo encontramos.
Lo anterior indica que recibimos del otro nuestro propio mensaje invertido, mensaje de un deseo antiguo que por ser inconsciente lo desconocemos. Sin embargo está en nuestros significantes entramados en nuestra propia historia ya olvidada, en la relación con la madre, con el padre y con todo el universo que nos recibió cuando aparecimos producto de un placer surgido en los que nos dieron vida, lo que en psicoanálisis se nombra como la Escena Primaria.
Somos seres de lo simbólico, lo que se evidencia en que cada momento histórico, el amor y la sexualidad se escenifican de diferente manera, pero siempre tendrán que ver con lo real de la falta, del tener y no tener y con lo imaginario. Un imaginario tan presente en nuestra época dónde todo pasa por la imagen y donde el tener es la fantasía de la completud. Tener un cuerpo espectacular, una cara sin arrugas, un carro, una profesión, una comunicación instantánea. Mundo que a diferencia del de Freud, donde la tendencia era por la permanencia, hoy es por la inmediatez y lo desechable, lo que no hace diferente el dolor, sólo una forma distinta de maquillar la angustia, de maquillar la falta, lugar del deseo, ahí donde el amor puede anidar.
Para terminar nuevamente acudo a Lacan, que aunque nos suene enigmático, algo entendemos. Acerca del amor dice que tiene que ver con la contingencia, con lo impredecible, con lo que se empieza a escribir en una historia distinto a lo que antes se había escrito, dice:
No hay allí más que encuentro, encuentro en la pareja, de los síntomas, de los afectos, de todo en cuanto en cada quien marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual.
Trabajo presentado por IPM en la Universidad del Norte en el marco de la Segunda Jornada de actualización en psicología. Octubre 15 de 2010