jueves, 30 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Qué nos despierta la Navidad?

Seguramente recuerdos nostálgicos, sobre todo la añoranza de la inocencia cuando creíamos ciegamente en El niño Dios o Papá Noel. Una añoranza adornada de colores, guirnaldas, villancicos y luces que nos devuelven a la única época donde fuimos totalmente felices porque todavía no sabíamos nada de la vida, cuando no podíamos dudar de lo que nuestros padres o los más grandes dijeran y el mundo era seguro, y no porque lo fuera, sino porque todavía no nos habíamos enterado que vivíamos engañados.

La navidad es en algún momento la caída de la ilusión, una ilusión que debe caer, por eso aunque algunos por sus creencias no la hayan vivido, de alguna manera para el niño, siempre llegará un instante en que el mundo se le parte en dos. Situación dolorosa pero afortunada porque se nos muestra la realidad, algo que no quisiéramos que sucediera pero que, sabemos, sería peor si no fuera así. Podríamos decir que es la segunda salida del cascarón, el nacimiento es la primera pero allí no se está comprometido, en esta sí, es el comienzo del uso de razón y la razón también de que, en la mayoría de los casos, se recuerde muy bien el descubrimiento de esa verdad, como lo relataba jocosamente alguien el día en que Papá Noel llegó a su casa cargado de regalos. Esa noche su emoción no podía ser más grande, también su desilusión porque Papá Noel se demoró y cuando él regresó de quemar toda la pólvora que en ese tiempo era posible, y él era capaz encender a los seis años, encontró a Noel bebiendo, se le había caído la barba y era Toño el vecino del frente.

En navidad se exige la alegría, razón por la cual para aquel que está triste son innegables las pérdidas, los duelos y la soledad. Aún quien no quiere saber nada de ella es tocado, así sea para criticar a aquellos que la saben disfrutar y para los cuales hay pocos lugares para esconderse porque en casi todo el mundo se celebra. Una fiesta que nos recuerda el fin de año y, aunque no quisiéramos, terminamos haciendo un balance de lo logrado, de lo que no siempre salimos airosos. También el tiempo de los encuentros que evidencian los desencuentros. Los padres separados tienen que hacer acuerdos previos para compartir a los hijos, y si los abuelos también son separados ya no alcanzan los días porque todos no pueden estar juntos. Si la suegra y la nuera no se gustan, se ven obligadas a sonreírse por necesidad, si el yerno le ha hecho el quite a la familia de ella toda el año, en esos días no encuentra excusa. Y aún en las familias más armoniosas, las discusiones por la cena y el lugar de reunión, a veces se vuelven motivo de resentimientos. Además, si en algún momento fuimos engañados, es cuando menos quisiéramos que nos lo hubieran aclarado porque es cuando más que nunca se necesita ese papá Noel para sufragar todos los gastos: adornos navideños, atuendos, pasajes, compromisos, cenas, regalos.

El fin de año y la navidad son celebraciones que afortunadamente existen, son los ritos que tenemos para demarcar y celebrar el paso del tiempo que, aunque  estén  influenciados por el comercio y la publicidad, guardan algo muy especial y humano. A través de ella revivimos la ingenuidad y alegría de cuando éramos chicos a través de los niños, nos entusiasmamos. Otros, a veces no queriendo, se sienten obligados a compartir con los demás y a responder, algo necesario para la vida. Y aunque para algunos se haga evidente la soledad del que no tiene pareja, del que no tiene hijos, del que no tiene plata, de los que sufren por un desastre natural, es un no tener que hace parte de la existencia que nos lleva a querer buscar y solucionar. Esa posibilidad que nos demuestra que estamos vivos, y de lo cual nos quedan los recuerdos que hacen parte de todo lo que, como humanos, creamos y creemos para hacer la vida más agradable mientras nos morimos.  

Escrito de IPM publicado en elperiódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Diciembre 23 de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Cuál es el poder de las palabras?

En una ocasión a alguien le preguntaron que si se viera obligado a vivir en una época anterior y le fuese permitido llevarse algo de los tantos adelantos actuales, qué llevaría. Su respuesta fue: las medicinas. Seguramente es la mejor elección pues sólo hay que pensar cómo era el mundo cuando no existían los antibióticos, sin los cuales, la muerte por cualquier enfermedad infecciosa era inminente. Sin los analgésicos que alivian dolores que antes estábamos condenados a soportar sin remedio. Sin los anestésicos que aún despiertos, permiten la intervención de alguno de nuestros órganos que, al no sentir el dolor, nos parece ajeno. Una respuesta acertada porque sabemos que los adelantos en la ciencia médica, nos dan la posibilidad de vivir más años y con mejor calidad de vida.

Hoy tenemos la posibilidad de vivir con un corazón con el que no nacimos, con un riñón, un pulmón, en fin, con lo que sea utilizable de otro que por fallecimiento o, aún estando vivo, nos puede donar. Y cómo no estar agradecido con esas pastillas milagrosas que permiten que la epilepsia ya no haga estragos, no sólo neurológicos sino sociales, en el que ahora la padece. También el gran alivio en un paciente psicótico que puede tener una vida, sino normal, un poco más atemperada cuando le sobrevienen esos estados que a los familiares y a los que lo rodean les causan tanta angustia y en esos momentos no saben qué hacer. Y aquel que en una depresión aguda necesita algo que, por un tiempo, le ayude a sobrellevar la pena, o en el que en un estado de angustia desbordada encuentra sosiego en un calmante. Allí el medicamento es como un milagro, una gran posibilidad de vida, una respuesta a una necesidad que sólo con eso se puede calmar.

Sin embargo sucede que debido a su efectividad, a veces olvidamos que no somos solamente biológicos, que también nos duele el alma y para eso no hay pastilla que valga. Y no vale porque también somos seres de sucesos aparentemente olvidados, productos de una historia vivida que sigue insistiendo en el momento presente, que determina muchas de nuestras acciones, motiva nuestras alegrías y también los desasosiegos que nos hacen sufrir. No somos sólo biología, por eso en ocasiones, ni las pastillas ahuyentan el insomnio, el efecto que calma la ansiedad dura poco y, en el niño hiperactivo apaciguado con píldoras, no sabremos si lo que le ocasiona su ansiedad fue resuelto, aunque sí lo haya sido para los otros que, con su aparente calma, pueden quedar tranquilos.

La medicina tiene la virtud, además, que obra por sí sola, nos alivia sólo con tomarla, pero desafortunadamente no todos nuestros malestares son tan fácilmente curables, en muchos hay que poner de nuestra parte y allí es donde la palabra opera. Hay una frase que dice que la palabra mata, y lo entendemos, las hay que pueden hacer mucho daño, por eso también es creíble que la palabra cure. En una cura dónde lo que fue dicho en algún momento ya olvidado de nuestra historia,  se pueda volver a traer para, como decía Freud: “En un rodeo restaurar las palabras para devolverles, al menos en parte, su antiguo poder mágico”.

Un poder mágico que operará sobre lo que se escuchó, seguramente en momentos traumáticos que en edades tempranas son muchos, porque poco se entiende del mundo y donde lo sucedido queda grabado a la manera del niño, y sigue insistiendo en el adulto que padece miedos nocturnos y no puede dormir, que no puede comer, o come demasiado, en el que una adicción es su razón de vivir. Aquel para el cual el amor es un drama, la sexualidad un tormento, la amistad un imposible o el trabajo un enemigo, porque enlazado a unas palabras y a unos afectos reprimidos, que ninguna pastilla eliminará, le queda  afortunadamente el camino de poner algo de su parte y empezar a decir lo que le duele y no puede cambiar.   

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 20 de 2010

lunes, 20 de diciembre de 2010

Retazos freudianos

Del caso Juanito y el tratamiento

El padre pregunta demasiado, e investiga siguiendo los propósitos suyos, en vez de dejar explayarse al pequeño. Todo ello quita transparencia y seguridad al análisis…A aquellos lectores que no hayan llevado a cabo por sí mismos un análisis, he de aconsejarles que no pretendan comprenderlo todo en el acto, y vayan acogiendo con una cierta atención imparcial todo lo que surja, en espera de su definitiva aclaración.

A lo que tendemos en primer término no es a obtener un resultado terapéutico, sino a colocar al paciente en situación de aprehender conscientemente sus impulsos optativos inconscientes. Para ello, basándonos en sus manifestaciones y con ayuda de nuestro arte de interpretación, situamos ante su conciencia, expresado en nuestra forma verbal, el complejo inconsciente. La analogía entre lo que así oye el paciente y aquello que busca y que a pesar de todas las resistencias pugna por abrirse paso hacia la conciencia, le hace posible hallar lo inconsciente. El analista le precede un cierto trecho en la comprensión de sus problemas, pero el paciente llega a ella por caminos propios, reuniéndose con él en la meta fijada. Los principiantes en psicoanálisis suelen incurrir aquí en error. Suponen que el momento en que descubren un complejo inconsciente es el mismo en que el enfermo lo aprehende, y esperan demasiado al pretender curar al sujeto con la comunicación de aquel descubrimiento, pues en realidad tal comunicación no puede servirle más que para ayudarle a encontrar el complejo inconsciente en aquel lugar de su inconsciente en el que se halle anclado.

Tomado de Análisis de la fobia de un niño de cinco años. 1909

domingo, 19 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Qué aspectos nuevos afectan la comunicación de hoy?

Toda demanda es demanda de amor, dice una frase, y es creíble porque las relaciones se mueven en medio de pedidos que cuando el otro los responde, suponemos que nos quiere: que me ayude, que me dé, que me desee y, actualmente, sobre todo, que me llame o me conteste en uno de los tantos medios que nos ofrece la tecnología. Una demanda de amor que, muy en el fondo, es un deseo de reconocimiento. Los seres humanos somos seres gregarios, incapaces de vivir en soledad, y es así porque a través del otro nos reconocemos, es el otro quien con su presencia autentifica la nuestra. Es también por lo mismo que el odio hace estragos, una forma también de reconocimiento que explica porqué algunas relaciones o comportamientos se sostienen, porque para algunos un maltrato, se puede convertir en una forma de ser reconocido.

Hoy la tecnología lo hace más evidente y la palabra “conectado” refleja el mundo en que vivimos. Un conectarse que para algunos es la posibilidad de encontrar información, de hacer amigos, de saber del otro, y para muchos puede ser literal, una realidad, porque viven realmente conectados, como si hubieran vuelto a anudar el cordón umbilical y no pudieran desprenderse. Lo anterior no tendría ningún problema si no generara angustia, lo que podríamos llamar la angustia de la época.

Vivimos en la inmediatez de la comunicación que causa  dificultades al  permitir que los síntomas, que antes eran coartados porque no era tan eficiente, ahora aparezcan como una especie de acoso donde la falta de consideración por el tiempo del otro y de su intimidad, puede no tener límites. Es así que una madre desbordada hará la vida imposible a los hijos con sus llamados sin control, un celoso creerá poder manejar lo que es incontrolable, el suspicaz siempre dará interpretaciones maliciosas a una devolución no inmediata a su llamado. Un pedido de atención que por estructura siempre ha estado y estará, que hoy, con los vehículos que contamos para esperar la respuesta que está a la mano, o más bien en la mano, podríamos creer que habíamos encontrado la forma de calmarla pero, paradójicamente, es lo que más la exacerba. Una calma que no llega porque no está en el medio que transmite, más bien él nos muestra, si sabemos verlo, cuál es nuestra posición con relación a las demandas que hacemos al otro. Nos puede mostrar la incapacidad para esperar, para confiar, y qué tan dependientes somos cuando transformamos cualquier anomalía, no sólo cibernética sino humana, en todo un drama.

A veces también nos confundimos creyendo que si la tecnología logra que el mensaje llegue al oído buscado, tenemos mejor comunicación, algo que puede ser un engaño pues ella puede estar ayudándonos a tapar lo que de frente no soportamos. Y es que somos seres del deseo que se vehiculiza en el cuerpo, que se anuncia, se denuncia o nos traiciona en la mirada, la voz, el gesto, las palabras, que ya dichas, no pueden ser borradas. El cuerpo es lo que el otro ve de nosotros y a través del cual expresamos nuestras demandas y se muestran nuestros goces. Algo que si lo pensamos, no es cómodo, es la razón por la cual la timidez o la inseguridad pueden acosar en el encuentro con el otro que suscita en nosotros emociones desconocidas. Lo cómodo es esconder el brillo en la mirada, la posible equivocación, la presencia real a través de un texto o una imagen que nos permita sustraernos y ponernos a salvo. Tal vez la razón de que sea preferible hablar con el que está lejos y ocultarnos del que cerca, con su presencia, pide nuestra mirada.

Los medios con que hoy contamos son lo más maravilloso que nos puede haber pasado, pero entrañan el peligro, para algunos, del desborde de la angustia en aquel que enterado de su inmediatez, no puede esperar, como si de la respuesta del otro dependiera su existencia. Para otros, una forma de ausentar el cuerpo en una aparente y continua comunicación que les permite hacerse más ensimismados. 

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 18 de 2010 

sábado, 18 de diciembre de 2010

lecturas recomendadas


Seguía soñando con esa matemática que fue ritual, orden de actuación, que fue religión, que fue altar, cubo que se quiso duplicar, círculo que se quiso volver cuadrado, que implicó el amor y el respeto a la divinidad. La matemática que fue religión, “número” y  “todo”. La de la armonía de las esferas, la de los problemas milenarios, la ciencia de las grandes pasiones que se convirtió y se conservó en epitafios para mostrar una vida entera sumergida en el paraíso de los problemas históricos. La matemática del horror al infinito que produjo la amistad y la hermandad entre el “héroe de los pies ligeros” y la lenta tortuga. La que alternó entre el número y el segmento, entre  aritmética y geometría, la de lo real y lo insondable, la de lo concreto y lo impensable. La matemática de la pirámide, de la conservación de los muertos faraónicos. La matemática del calendario que fue agricultura y riqueza de sus poseedores, los agricultores, los primeros opulentos y dueños de la ciencia y, con ella, del planeta. La de los sacerdotes que trajeron las estrellas y las relacionaron con la vida de los hombres y cada uno perteneció a una de las doce constelaciones ligando el destino humano con el horóscopo que aún hoy se lee. La matemática que fue gematria y, con ella, escritura bíblica. La que fue rey desconfiado, engañado, burlado y sabio corriendo por las calles desnudo gritando ¡Eureka, Eureka, Eureka! Con una corona y una respuesta que luego sería fórmula, ciencia, fluir de realidad y verdad, de justificación, confirmación, testimonio. La matemática sin camino para reyes, la de los axiomas, las definiciones y las proposiciones con las cuales Euclides fundó su ciencia, espejo de todas las sabidurías posibles. La matemática del torneo, del reto, del desafío a la capacidad. La del pedazo ínfimo de papel para copiar la maravillosa demostración que ocupó a todos los matemáticos por trescientos cincuenta años para probarla. La matemática competencia y reto, la de los insomnios, la creadora del espacio y del tiempo, porque el espacio es y se genera de la forma como se mide. La matemática del niño Gauss de nueve años frente a la pizarra y el tiempo para hacer centenares de sumas que resolvió de un solo trazo con una fórmula que, como todo lo suyo y lo de Ramanujan, parecería mágica. La del niño, la del adolescente Galois, que nunca pudo entrar al Politécnico, que siempre le perdieron sus aportes y que en una noche, antes del duelo honorífico y el balazo de horror en sus entrañas, dejara una ciencia nueva, un álgebra, unos grupos. La matemática de las geometrías no euclídeas, la de los fractales y el caos.

Hablar de matemáticas es decir tiempo y espacio, es hablar de épocas heróicas, de edades de oro, de la oscuridad. Es hablar de Pitágoras y los números; de Tales y los principios; de Platón y los sólidos; de Zenón y las paradojas; de Euclides y la geometría; de Apolonio y las cónicas; de Erastóstenes y sus mediciones; de Alkawarizmi y el álgebra; de Fibonacci y su serie; de Stévin y el sistema decimal; de los tenderos alemanes y su +, para el exceso y su – para la deficiencia; de Oresme  y sus gráficas de espacio y tiempo; de Napier y los logarítmos; de Fermát y el último teorema; de Descartes y la geometría analítica; de Leibniz y sus símbolos; de Newton y sus fluxiones, de Euler el "cíclope geometra"; de Gauss y su timidez mezcla de perfeccionismo y arrogancia; de Hamilton y el origen de otras álgebras; de Boole el iniciador del álgebra abstracta; de Russel y la lógica…

La matemática ciencia de pasión y locura, de persecución a las escuelas. ¿Qué pasó con los pitagóricos? ¿Con Pitágoras? ¿Con Hipatya? ¿Con Galois?

Tomado del libro ¿Cómo piensan los matemáticos? De Omar Ciro Restrepo. Ediciones Fibonacci. Bogota 2007. De venta en las librería Nacional de Colombia.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Cuál es la importancia de las palabras de la madre y la presencia de un padre?

Esta es una pregunta que cobra todo su valor si tenemos en cuenta que las familias de hoy son diferentes, ahora las separaciones son cada vez más frecuentes y los hijos sufren sus consecuencias. Antes las parejas que no eran felices seguían sosteniendo la situación en aras del bienestar de ellos y, también, porque las limitaciones tanto de pensamiento como económicas, especialmente de la mujer, no le permitían asumir una posición distinta a quedar sometida a un destino en el que se encontraba insatisfecha.

Actualmente es fácil ver cómo se disuelven los vínculos, a veces de acuerdo, otras en desacuerdo, pero siempre con dolor para todos. Una realidad que vivimos por lo cual se hace necesario pensar la mejor manera de que los hijos, producto de ese encuentro que no pudo perdurar, sufran el menor daño posible, algo que tiene mucho que ver con el padre, pero sobre todo con las palabras de la madre.

Sabemos que por naturaleza el hijo está más ligado a la madre, razón por la cual en derecho, es a ella a quien le es asignada su potestad. También sucede, aunque es menos evidente, que ese hijo tendrá relación con el padre dependiendo de cómo esa madre vea a ese hombre, que, en ocasiones, que no son la minoría, la madre los confunde, y si el hombre la hizo sufrir como mujer, trasladará todo el malestar que siente con él, vertiéndolo en una versión de padre para el hijo. Algo así como una incapacidad para reconocer, cuando sucede, que un hombre puede ser muy mal marido pero lograr ser un buen padre. Y es que es difícil separar estos límites difusos, por lo cual el hijo termina cargando con los dolores de la madre, alejándose del padre y perdiendo, por algo en lo que no tuvo nada que ver, las posibilidades de una relación de la que puede obtener muchos beneficios.

Es una de las razones de que en algunas separaciones, padre e hijos se alejen, como si el rompimiento hubiera sido de todos, no sólo de la pareja y, porque algunas mujeres no están advertidas de que de ellas, especialmente, depende que su hijo siga teniendo un padre, porque de sus palabras y la propiciación de los encuentros, debido a las circunstancias, ellos necesitarán de su fuerza y generosidad para acercarlos. Pero sucede que la generosidad no fluye cuando se está herido, y es ahí donde se evidencia hoy el mayor malestar de nuestra cultura, porque aquellos que encuentran una forma de vivir mejor, sustituyendo a alguien por otro con quien se encuentran más a gusto, no alcanzan a advertir que de paso, el hijo se puede quedar sin aquel que no es sustituible.

Una situación muy visible en los hijos de padres separados que no deja de existir también en los que permanecen unidos, porque la relación del padre y su hijo pasará siempre por las palabras de la madre que, como muchas, en su generosidad, saben distinguir entre sus reclamos de mujer y lo que le corresponde al hijo, evitándole ocupar el lugar de defensor de lo que ella, como adulto, esta en capacidad de resolver. Cuando esto no sucede, el hijo queda colocado en una encrucijada y lo único que le queda es la angustia.

El padre para un hijo es una presencia importante, le da seguridad y alternativas distintas que le permiten ver el mundo de una manera diferente, que interviene con un gesto o una palabra necesarios para aliviar una relación que, por estructura, es demasiado intensa. Es la razón por la cual para una madre no sea fácil criar sola a un hijo y, menos para un hijo, ser criado sólo por la madre, es necesario el padre que, paradójicamente, cuando se logra, estando lejos puede tener mucha presencia. Esto dependerá seguramente de que ella lo propicie y que él responda, obligaciones que como padres, deben permanecer para que esa función no sea parte del inventario de lo que se pierde en la separación de la pareja.

Escrito publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 56 de 2010

jueves, 2 de diciembre de 2010

Lecturas recomendadas

Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser.
Este carrusel de los tiempos sigue una lógica perfecta. El pretérito indefinido: la historia muerta puede ser olvidada, puede ser recuerdo; ya no tendrá lugar. El perfecto sería algo más adecuado, si no implicara la muerte: la perfección de lo que habrá sido supone la detención del tiempo en el tiempo presente de “lo que yo soy”. Queda el auténtico tiempo del psicoanálisis, el único válido: el futuro anterior. Yo habré sido esto –el niño mudo, el niño colérico, el niño con la fantasía del lobo, el hijo perdido, la hija abandonada- hasta el tiempo que se precisaba para decirlo. Pero, una vez dicha la cosa, ya voy siendo otra cosa. Habré sido esto, pero ya está terminado: no es imperfecto, ni perfecto, ni pasado, sino recuerdo bien situado, alineado, ahora inofensivo. Trabajo sobre la gramática: se sitúa entre la retórica y la invención.

¿Es más o menos que "el retorno a Freud" que Lacan enarboló tanto tiempo como bandera? Todo está en Freud sin la menor duda: la verdad más "construida" a posteriori que recuperada, la ordenación de la memoria como objetivo terapéutico, y el buen olvido que cierra el análisis, cuando todo está concluido así: así que yo habré sido este niño. ¿pero cuál? Se olvida con mucha rapidez que el recuerdo ya engendra un nuevo día.

Pero en realidad nada está allí. Pues es precisamente Lacan quien, jugando con los tiempos, encuentra en la gramática el recurso de una forma que, por función en la lengua, va del futuro al pasado, y del pasado al futuro, indisociablemente: este futuro que se llama anterior, como la vida poética que imaginaba Baudelaire. Un tiempo, el único, verdaderamente dialéctico: una lanzadera lógica. No se piensa mucho en ello; pero la verdad es que la fórmula "yo habré sido" supone, en su extraña torsión, unos márgenes de futuro que se encuentran retroactivamente. Una memoria fisgona sobre su propio futuro. Una memoria dotada para la ciencia ficción que no se contenta con repetir su canción muerta: erase una vez…Dígase habrá sido una vez, y todo cambia. El hada gana de antemano, haya sido buena o mala; la historia ya estaba trazada, pero cambia en el momento en que se dice. Como quien no quiere la cosa, el futuro anterior modifica la historia: es el tiempo del milagro. El de la curación. Ya ven que nada ni siquiera la gramática, escapa al psicoanálisis.

Tomado del libroVidas y leyendas de Jacques Lacan de la filósofa y novelista Catherine Clément. Editorial Anagrama. Barcelona. 1981
La cita que encabeza son palabras de Lacan en Función y Campo de la palabra y del lenguaje. Escritos 1

lunes, 29 de noviembre de 2010

El diván virtual


¿Qué es lo más difícil de ser madre?

Tener un hijo, para la mayoría de las mujeres, es el regalo más grande que le puede dar la vida, un don que a diferencia de otros, recibirlo no es fácil, y es así porque es uno de los encuentros más lleno de emociones, dudas, expectativas y responsabilidades. Afortunadamente en la mayoría de los casos, el amor hace su parte y da la fuerza y voluntad para realizar lo que toda aquella que ha tenido la experiencia, sabe que entraña. Los desvelos de las primeras noches, no sólo para amamantar, sino de una vigilancia tan activa que, aún en el más profundo sueño, un mínimo sonido que provenga del recién nacido la harán despertar. Una comunicación desconocida que a la misma madre sorprende y que está provista de las alertas necesarias para proteger y hacer que el recién llegado al mundo viva.

La anterior descripción puede tener sus variantes, pero en general, ese momento en que una mujer se convierte en madre y además lo asume, está lleno de alegrías, recompensas, también de vicisitudes que se reflejan en la necesidad de adivinación de las expresiones que permiten calmar al recién nacido y generarle bienestar. Un primer tiempo en el que se establece un vínculo tan intenso que parecen hacer uno y que permite disfrutar a ese pequeño a quien ella puede vestir como quiera, colocarlo donde decida, y él en sus gestos busca imitar los suyos. Un momento idílico que, afortunadamente para él no dura mucho, y para ella implicará un desasosiego cuando empieza a dar muestras de cierta libertad. Una lógica que empezará a variar, ella habituada a su obediencia natural y él acostumbrado a ser servido, como lo expresaba con humor una madre ante los pedidos de su hijo de tres años: “Él está convencido que yo soy su esclava”.

Es que cuando esa cosita que ha estado a su merced, como una pequeña estatua que se ha esculpido empieza a hablar, son los momentos más felices para una madre y también serán los más difíciles, porque no siempre dirá lo que ella quiere oír. Ahí, muy temprano, comenzarán los encuentros y desencuentros que pueden perdurar por años. Malentendidos que se reflejan en el decir de algunas madres refiriéndose a su hijo: “Estaba peleando con fulano”, como si no estuviera claro que cuando se pelea con alguien es porque se está en igualdad de condiciones. O, en la tan repetida frase: “yo soy la mejor amiga de mi hijo”, que en una ocasión, una atinada hija contestó: “Yo puedo tener muchos amigos, mamá sólo te tengo a ti”. Y es que es una relación que se construye sin libreto, lo que llevó a Freud a responderle a una madre que se le acercó para preguntarle -creyendo que él lo podía resolver- cómo hacía para criar a su hijo para que fuera normal: “No se preocupe señora que igual, todo no lo va a hacer bien”.

El hijo vive por el deseo de una madre, por eso muchos pueden ser adoptados, y en aquel supuestamente no deseado, si logró nacer y vivir es porque en ella habitaba algo más de lo que pudo haber sentido o expresado en otro tiempo. El deseo de la madre es fuerte, de ahí la dificultad para soltarlo, para confiar en que puede hacer sus cosas aunque ella no esté, esto es lo más difícil de ser madre, poder renunciar a creer que ella todo lo sabe de él y que sólo con ella encontrará satisfacción. Una declinación de una posición que en muchas ocasiones no sucede, impidiendo que el hijo pueda encontrar su propio camino, y la razón de que algunos, ya no de tres años, siguen creyendo que ella es su esclava y ella, sigue esperando su obediencia natural.

Es también la razón de que sea tan difícil percatarse de que ha crecido, como en la señora que llevó a su hija al pediatra y ante su sorpresa, ella fue la más sorprendida, al darse cuenta que su hija ya era una mujer. Por eso siempre será necesario el otro, en este caso el padre que como mediador, pueda permitir mirar lo que a la madre, por ser madre, no le es tan fácil ver.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Octubre 30 de 2010

viernes, 26 de noviembre de 2010

Seminario. Clase ocho.


Lo inconsciente. La vida y sus malentendidos

En la invitación al presente seminario que está llegando a su fin, no porque los temas se hayan agotado, sino porque el tiempo propuesto, límite necesario para recomenzar, llegó a su término, se partió de que pudiera darse un pensamiento en movimiento, donde cada cual debe buscar su propia respuesta y donde el maestro aparece cuando se está a punto de encontrarla.

Lo anterior es una forma coherente de acercarse a una teoría que trata de no rehusar la complejidad de lo que significa la vida. Algo que sabemos, precisamente por vivirla, que en ella prima el malentendido, y que además: “No soporta que se la mire muy de cerca”, como dice Joseph Conrad. De acuerdo a esto, cada cual podrá mirar lo que pueda ver, así también en la teoría sólo se accederá a aquello posible para el que escucha. Una forma del discurso del analista puesto en acto para un dispositivo: El Seminario, donde se propone un tema que llama a algunos, pero en el cual, la asimilación, para cada uno, tomará diversos caminos.

Es la razón de que estar en él estará determinado por un querer saber, en la posibilidad de soportarse en el no saber. Y no siendo un Discurso Universitario dónde lo propuesto está dividido en unidades medibles y cuantificables, en una forma dogmática que impiden la angustia porque todo está planeado de antemano, en el seminario, al tener que poner de su parte, evidenciará una libertad que, supuestamente tan buscada, siempre es rehusada. Y lo es porque por constitución estamos ligados al Discurso del Amo, en el que en posición de esclavo, sabiendo cuál es su goce, entregamos lo que pide, en una repetición necesaria para sobrevivir pero que llevada a extremos, sólo queda la muerte, la muerte del deseo.

Un deseo que titila en una pregunta que, cuando se puede formular, es porque ya se sabe algo de la respuesta, y es entendible, porque cómo se podría preguntar por algo de lo nunca hemos sido anoticiados. Una pregunta dirigida al amo, una pregunta esclava formulada en forma de queja, el Discurso Histérico, el que subraya la falta, el que denuncia al amo, pero que al no distinguir su posición de sujeto, en su misma denuncia, lo sigue erigiendo. También, cuando se puede trascender, puede dar lugar a un acto, un acto de creación, de construcción, no de revolución, sí de subversión, allí donde algo nuevo se puede aportar, como en la ciencia.

El seminario es un dispositivo donde todos los discursos se juegan, donde los síntomas, o sea cada cual a su estilo, en su discurso, aportará lo necesario, no sólo para los otros, especialmente para él mismo.

En este que ya termina, tratamos de discernir lo que para el psicoanálisis es un acting out, un pasaje al acto, un síntoma y de lo que cada cual se pudo apropiar, lo que quedó, sólo el interesado podrá dar cuenta. Así mismo, nos adentramos en la teorización del fantasma y su relación con estas formas de responder a la angustia que, como sabemos, tienen que ver con lo real. También con cómo Lacan nos hace abordar la teoría para matematizarla, y encontrar allí un límite, haciendo que busquemos conocimientos, para algunos, olvidados, y que otros pueden aportar en la dilucidación enigmática que proponen.

Comenzamos con una pregunta sobre la película Madame Boutterfly, que aborda un hecho sucedido en la vida real, cuyo tema nos hizo pensar que podría ayudarnos a encuadrar los conceptos propuestos. En ella, como ya se ha dicho, Golimara, el protagonista, sostiene un romance, dónde para él el amor es lo que lo conduce a una serie de acciones que le enredan la vida, llevándolo al rompimiento de su matrimonio y, sobre todo, a verse involucrado en un delito de espionaje del cual él nunca estuvo al tanto, a pesar de que sus actos lo configuraron. Una ceguera que no sólo es referida a eso, sino especialmente a que la persona a quien amaba, Son Liling, por la cual hace todo lo que lo ha entrampado, resulta ser un hombre, algo que no sospechaba y que se devela en el juicio cuando es acusado de espionaje.

Era un espía quien lo había enamorado, una realidad negada en su totalidad por el protagonista, que al terminar el engaño, no puede olvidar el semblante que lo había enamorado, aunque el que lo representaba lo hubiera dejado caer frente a sus ojos. Unos ojos que quieren seguir viendo lo que ya no existe y por lo cual, en un último acto lo escenificará para matarlo, sólo que lo puede hacer muriendo él mismo en un acto dramático y sacrificial.

Podríamos decir que Golimara, vivió la relación en acciones que nos permiten decir que eran un acting out, pues a todas luces sus pedidos amorosos eran reconocidos y, al mismo tiempo respondidos, acudiendo a una supuesta ignorancia de su parte y por lo cual debía entender unas limitaciones a las que no recusa ni indaga. Una posición de total sometimiento al Otro, que no deja lugar a la pregunta y donde el deseo que se muestra, a todas luces, es el de ser engañado. Y podríamos decir que ante la caída del engaño, lo único que le queda es el pasaje al acto, caída del sujeto de la escena, dónde deja de ser Golimara para representar en una identificación completa la muerte de Son Liling. Digamos que su pérdida, que no pudo simbolizar, la escenifica en lo real, porque no pudo caer en su fantasía.
 
Clase del 23 de noviembre de 2010

lunes, 22 de noviembre de 2010

El diván virtual

¿Qué relación hay entre las palabras y el deseo?

Nuestra condición humana tiene características muy particulares, a veces es bueno pensar en ellas porque nos ayudan a entendernos más, y por ello, a ser más pacientes con nosotros mismos. Una de tantas es que somos sujetos de la palabra, algo que se oye complicado pero que lo podemos entender como la posibilidad de que, teniendo sólo veintiocho sonidos, que en la escritura nombramos como letras, podemos construir un sinnúmero de palabras, que tampoco son tantas para designar todo lo que es este universo. Un universo no sólo de objetos sino también de lo que sentimos, que exige un esfuerzo para encontrarlas y usarlas para hacernos entender. Y es así porque una palabra, según se use, su gramática o puntuación dirá algo diferente en cada momento.

Es la razón de que sea tan difícil la comunicación porque nos movemos en la eventualidad del equívoco, como nos lo muestra la siguiente historia: una secretaria, no muy afecta a su jefe y a quien no le aprobaba sus procedimientos, al final de una carta que él había terminado con: “Y esto es cuanto afirmo”, ella se quedó sin trabajo porque escribió: “Y esto es cuento, afirmo”. Es que el movimiento de letras, puntuaciones o palabras, puede causar risa como pasa en el chiste, y también efectos desconocidos para el sujeto que las emite, evidente en la frecuencia de que lo que creímos decir no fue lo que el otro dijo escuchar, que lleva a la reiterada frase: “Pero es que yo no quise decir eso”. Podríamos decir que en las palabras viaja el deseo, que buscará de alguna manera obtener su satisfacción, una satisfacción inconsciente que para el que habla, es desconocida.

Somos seres del deseo, pero no de aquel que reconocemos normalmente cifrado en palabras como: Quiero ser exitoso, quiero casarme, quiero tener hijos, quiero esta profesión. Somos más de un deseo inconsciente donde lo pulsional desconocido hace efecto. Es por ello que al obtener el éxito no se pueda gozar la satisfacción esperada, después del matrimonio, pueda aparecer la desilusión, apenas nacido el niño, algunos no sabrán qué hacer con él o, terminada la carrera, se llega a descubrir que no quiere ejercerla. Somos seres cambiantes y el conocimiento de nosotros mismos, como nos lo aconsejaba Sócrates, al parecer no es tan fácil. Y no lo es, porque la satisfacción que es lo que nos lleva a sentir felicidad o alegría de vivir, al moverse por los caminos del lenguaje, en palabras, a veces condensadas o desplazadas, que dicen más de lo que creemos decir, lo que creemos buscar, a veces, no es aquello que queremos encontrar.

Tal vez es la razón que llevó a Montaigne a decir que: "El hombre es cosa vana, variable y ondeante". Es que el poeta, que está tan cerca de las palabras, pareciera conocer secretos que al resto de los mortales nos son esquivos, lo que no quiere decir que lo tenga resuelto, sólo que lo puede decir. Escucharlo y asumirlo nos acerca a la realidad, desconocerlo lleva a la desolación de algunos, que no son felices porque no son felices. Como si la felicidad o la satisfacción fuera un camino sin faltas, como si no fuera producto, además, de un rodeo. Podríamos citar aquí a Platón que en uno de sus tantos aciertos, decía: “No te asustes del rodeo, porque es un rodeo necesario”.

Lo que si amerita una reflexión es la repetición, esa condición que nos lleva al sufrimiento, causada por lo que no podemos hacer, o no podemos dejar de hacer. Condición que nos puede llevar a una pregunta que, en un destello, encontremos, y además no retrocedamos, ante la evidencia de reconocer que hay situaciones que se repiten en nuestra vida causándonos insatisfacción. Eventos signados por el “siempre me pasa” o “nunca puedo”, palabras que en aquel que las dice, le sirven para expresar su queja pero también dejan ver una sin salida, porque atrapado en el siempre, no podrá cambiar. Y en él nunca, jamás le sucederá. Somos seres del lenguaje, de vez en cuando es bueno escucharnos, o de pronto, contar con la suerte que alguien nos escuche.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla. Octubre 23 de 2010

Retazos lacanianos


El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada. Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla. Esta enseñanza es un rechazo de todo sistema. Descubre un pensamiento en movimiento: que, sin embargo, se presta al sistema, ya que necesariamente presenta una faz dogmática. El pensamiento de Freud está abierto a revisión. Reducirlo a palabras gastadas es un error. Cada noción posee en él vida propia. Esto precisamente es lo que se llama dialéctica.
Los escritos técnicos de Freud. Apertura. 1953

Llevar al lector a una consecuencia en la que le sea preciso poner de su parte…no debe dejar al lector otra salida que la de su entrada, la cual yo prefiero difícil.
Escritos 1. La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El diván virtual.


¿Por qué es importante preguntarse por el amor y la sexualidad?

La sexualidad y el amor son temas que van de la mano, aunque no siempre la sexualidad vaya acompañada del amor y no siempre el amor tenga que ver con el sexo. Lo que sí es innegable es que la procreación tiene que ver con él, esa eventualidad de dar vida, que en nosotros los humanos está relacionada a la satisfacción, al cumplimiento de un goce que se siente en el cuerpo y por lo cual viene alguien nuevo al mundo. Como lo dice en pocas palabras el cantautor argentino Facundo Cabral: “Un minuto de silencio, un segundo de descuido. Un hijo”.

Un tema que tiene toda su importancia, Freud lo subrayó desde sus inicios porque encontró allí respuestas al dolor de la existencia. Es que el amor y el sexo, aún con toda la libertad que hoy se tiene para hablar de ello, implicarán siempre una incógnita. Un enigma porque está en relación al encuentro con el otro, al desconocimiento de ese otro y, a un pedido muy particular y es que ese otro preste su cuerpo, su atención y sus afectos para gozar con él. Y lo que es más difícil es que en ese pedido están implícitas las diferencias, por lo cual, el encuentro puede estar lleno de malentendidos.

Lo masculino y lo femenino, dos posiciones distintas frente al deseo que precisamente por eso se atraerán, pero también esas posiciones diversas, harán las dificultades. Una situación que se refleja en el decir perenne de ellos: ¿Quién entiende a las mujeres? Y en ellas: Todos los hombres son iguales. Una dificultad que cuando se puede abordar desde la aceptación, se reflejará en que se pueda reír de ello y disfrutarlo, a diferencia de aquellos que penan y hacen de la abolición de las diferencias una consigna, creyendo que es por la igualdad que será posible el encuentro.

No podemos negar que soportar las diferencias que el otro sexo trae consigo no es sencillo, y es ahí donde el amor hará posible lo imposible. Lo imposible de la relación, por un lado de un sexo determinado por tener un órgano, cuyas experiencias con su propio cuerpo y con el placer serán distintas a las de aquellas que, no teniéndolo, gozarán de otra manera. En él, marcado por la presencia y finitud de un deseo que su propio órgano delata, y en ella, la discreción de sus sensaciones, tan íntimas que a veces le pueden permitir mascaradas donde no hay qué la evidencie. Diferencias sexuales anatómicas que se reflejarán, no sólo en el momento del encuentro sexual, sino en la vida. En ella, en el sin límite del llanto, las palabras, la risa, los movimientos. En él, en la contención.

Unas diferencias que son motivo de quejas pidiendo lo imposible. Ella, esperando una sensibilidad que cree que no se le da por mezquindad y él, creyendo que ella puede poner límite a lo que no le está dado por estructura. Pero lo cierto es que gozar, aunque esté en relación con el otro, sólo lo logrará el que tenga en sí la posibilidad de disfrutar, una suerte que si no está, nadie podrá proporcionarla, así como no se nos ocurriría culpar a la música por no saber bailar. Es aquí donde se evidencian los síntomas de la histeria que se caracteriza porque siempre está insatisfecha, y la forma de lograrlo es encontrar precisamente aquello que, inconscientemente sabe que no le dará la satisfacción. Y del obsesivo, cuyo cumplimiento del deseo es imposible, y lo logra, siempre posponiendo. Es la razón por la cual se dice que es la pareja perfecta: ella siempre insatisfecha con lo que él le da por lo cual a él nunca se le cumple el deseo de verla satisfecha.

Uniones que se dan en el malestar y donde en ese minuto de silencio y segundo de descuido aparecerán los hijos, que serán criados oyendo las recriminaciones y quejas de cada uno. Reclamos que, en ocasiones, tendrán toda su pertinencia, pero también muchos obedecerán a la impotencia, dónde ambos limitados para poder gozar se les pasará la vida, sin lograr en algún momento hacerse una pregunta dónde no se culpe al otro, y algo pueda avanzar.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, octubre 16 de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

Seminario. Clase siete.


Lo inconsciente. La vida y sus malentendidos.

Toda la retórica de Lacan es un esfuerzo descomunal por lograr lo imposible, y no porque lo logre, sino porque deja ver la dificultad para poder decir de lo que se trata lo inconsciente. En una de sus tantas formas, lo plantea diciendo que está estructurado como un lenguaje, una frase que como todas se vuelve estribillo y, ella misma, por lo mismo, tapona lo que se quiere decir.

Una dificultad siempre presente, pues es con el mismo lenguaje que en su estructura de ficción, las palabras que se usan no alcanzan para nombrar eso que afecta reflejado en lo que se dice, en ese decir que no se sabe. Y si esa dificultad está para todo, más lo estará para dar cuenta de lo inconsciente.

El pasaje al acto y acting out son dos formas que lo revelan, de ellos se dice que son formas de maquillar la angustia. Si es un maquillaje algo tapa pero, ¿si sabemos que el movimiento del lenguaje en la metáfora y la metonimia implican que algo para ser dicho siempre lo será a través de otra cosa o, mejor de otra palabra, que siempre será algo velado, entonces, en estos dos actos, porqué aparece esa angustia que hay que maquillar o, porqué allí alcanzan menos las palabras?

Si son actos directamente relacionados con el fantasma, primero veamos lo que el fantasma nos enseña en su fórmula del $ en la articulación con el a. Si volvemos a Freud, y pensamos en su teorización sobre lo pulsional, en ella nos dice que hay algo en la pulsión que está del lado de lo que llamó la representación, o sea lo relacionado a la palabra, que es lo que va quedar reprimido. Del otro lado, el afecto será lo que sigue insistiendo pero totalmente divorciado de lo que lo produjo y que aparecerá con toda su fuerza, aparentemente sin razón, pero que la tendrá toda en relación al suceso olvidado. Digamos con Lacan, a eso que de la simbolización sigue estando pero enlazado a otro significante.

Ahora, si entendemos que un sujeto es lo que representa un significante para otro significante, es con toda razón el sujeto del inconsciente que, por efectos del lenguaje, en su estructura el hombre como sujeto tiene que constituirse y ocupar un lugar como aquél que porta la palabra, pero que no podría portarla sino en una estructura que, por verídica que se proponga, es estructura de ficción.

En el fantasma, del lado del $, del sujeto, hay relación con la palabra, con lo simbólico. Del lado del a, lugar del goce, hay ese afecto que simbolizado en una letra representa lo oral, lo anal, la mirada, la voz. ¿Qué es entonces lo que significa que el objeto a en el acting out se muestre? Y que en el pasaje al acto, el sujeto identificado a ese objeto a ¿caiga? ¿Caiga de la escena?

Primero nos ayudará lo que tiene que ver con el semblante y por ende, con el discurso. Es por el discurso que se sostiene un semblante, semblante de ser, semblante de ser lo que ese discurso propone que: sólo se resuelve, a fin de cuentas, en su fracaso, en no poderse sostener en el abordaje a lo real.

¿Podríamos decir que en esa dificultad, en eso que para el hombre portador de palabra, de la que se espera diga todo, es poco lo que ella puede decir de lo que habita en un sujeto marcado por una historia que se desliza en los significantes que lo sostienen, que a su vez desconoce, y que en el momento menos esperado, es asaltado por un encuentro con lo real que lo embaraza, lo inhibe, principalmente lo angustia? Que sólo se resuelve a fin de cuentas en su fracaso pues ¿cómo sostenerse en ese abordaje a lo real?

Seguramente una forma es el acting out, la puesta en escena del a, objeto causa del deseo, por eso lo que se muestra es otra cosa, otra cosa de la que es; qué es nadie lo sabe, pero de qué es otra cosa nadie duda. Seguramente la razón de la insistencia de Lacan que con el caso Dora trata de evidenciar esos actos, en los cuales supuestamente ella no está interesada pero que a cualquier mirada desprevenida, sugieren que ella si quiere eso de lo que se queja y que luego en un pasaje al acto, rechaza.

Recordemos cómo ella acepta los cortejos del señor K, recibe sus regalos y aparentemente se muestra agradada, también parece buscar los momentos propicios para el encuentro, cuando paseando los hijos de la pareja del susodicho señor con su esposa la señora K, le permiten a él asumir que ella algo desea de él. El final de la historia se desencadena por una frase que para cualquier mujer que realmente estuviera involucrada, esperaría escuchar, pero el resultado no es el esperado, sino un violento rechazo que nada tiene que ver con lo mostrado.

¿Son esos actos la mostración de un deseo, pero de un deseo acéfalo? ¿Un deseo desconectado del ahí y el ahora que ella vive? ¿Un deseo inconsciente que actúa sin estar anoticiada, y un goce que, como se sabe, siempre es de lo desconocido? Un desconocimiento que tanto Freud como Lacan apuntarán a la pregunta por su femineidad que, como sucede en la histeria, su deseo está en relación al deseo del otro, a cómo goza el otro. Seguramente la razón de que el señor K en su momento fue puesto en su lugar, pues él no estaba advertido de que se trataba de otra cosa, y seguramente ella tampoco, cuando cae del discurso que sostenía el semblante al escucharle decir: “Mi mujer no es nada para mí”.

Caída de la escena, caer del discurso que se sostiene en Dora, pasaje al acto, una bofetada que muestra que no puede seguir sosteniendo el lugar en que como semblante se propone. Un semblante armado de acting out, de un deseo perdido, como en un actor que representa la escena de un libreto escrito por otro y en la que no se está comprometido. Por eso ante el pedido de ponerse ahí para recibir lo que supuestamente está pidiendo, aparece el pasaje al acto, salida de la escena, algo así como: “ese libreto no es conmigo”. Ahí donde el sujeto tambalea en un discurso que ya no lo sostiene, en un sentido que se ha perdido, o más bien, que nunca asumió.

Ahora, ¿qué diferencia hay entre el pasaje al acto, el acting out y el síntoma? Veamos el siguiente caso: una joven lleva varios años de relación con un hombre al que dice querer, llega a consulta porque él le fue infiel. Luego de algunas consultas revela que a pesar de que desde el inicio sostienen relaciones sexuales, ella nunca ha sentido nada, y nada tampoco le ha dicho al interesado. Su queja no es por su falta de sentir, es porque teme su abandono. Aquí podemos decir que nos encontramos con un síntoma porque no llama a interpretación, es silencioso, callado y sobre todo aparece como síntoma cuando es nombrado y reconocido en la transferencia, que en un momento la lleva a expresar: “es que yo he estado como anestesiada”.

Pasaje al acto, acting out, síntoma, formas como el inconsciente se nos revela y que en la clínica tienen todo su valor para avanzar en una pregunta que lleve al sujeto en la búsqueda de su verdad. Verdad que siempre se escabulle y que la posibilidad de cercarla tendrá que ver con otro acto, el acto analítico para hacer que eso mudo empiece a hablar, como lo dice Lacan en el seminario La Angustia:

Ahora volvamos al acting-out. A diferencia del síntoma, el acting-out es el amago de la transferencia. Es la transferencia salvaje. No hay necesidad de análisis —ustedes lo dudan— para que haya transferencia, pero la transferencia sin análisis, es el acting-out, y el acting-out sin análisis, es la transferencia. De esto resulta que una de las maneras de plantear la cuestión, en lo relativo a la organización de la transferencia — la organización, la Handlung de la transferencia— es preguntarse cómo domesticar la transferencia salvaje, cómo hacer entrar al elefante salvaje en el cercado, cómo poner a dar vueltas al caballo en el picadero.

Las cursivas corresponden a expresiones de Lacan en los seminario La Angustia y Aún
Clase del 2 de noviembre del 2010

lunes, 8 de noviembre de 2010

El diván virtual


¿Cuándo pasamos de víctimas a cómplices?

Ser víctima significa que se padece una situación donde el otro tiene todo el poder, de alguien que se encuentra totalmente indefenso, incapaz de tomar alguna acción y las salidas están vedadas. Ser víctima es estar en un lugar de conmiseración dónde la mirada de los demás es de lástima y, obliga a que otros tomen las decisiones porque el comprometido es impotente. Un lugar de total indefensión cuyo prototipo por excelencia es el niño.

El paso de víctima a cómplice es una línea muy fina, casi imperceptible, una trampa que precisamente nos entrampa porque no sabemos de ella. Esto es evidente en el abuso infantil donde el niño por ignorancia y miedo termina encubriendo al victimario, una complicidad entendible porque él todavía no sabe y, cuando lo entiende, aparece la culpa y su temor se acrecienta acallándolo más.

Pero a veces sucede que esa línea imperceptible, esa trampa, no se encuentra ya en el niño sino en el adulto, del cual, por su constitución se espera pueda reaccionar y defenderse. Una situación que vemos a diario donde alguien acepta y excusa los abusos de otro, y por el apego o el miedo termina beneficiando al victimario. En una posición en la que las razones del otro siempre serán más importantes y válidas que las propias, de ese que se comporta siempre en el “Después de usted”, en otras palabras: “Primero tú”.

Un “Primero tú” que luego será cobrado con creces, con quejas, con recriminaciones, con lamentos. Por eso es fácil creer una frase difícil de escuchar pero, al parecer muy cierta: “Dime de lo que te quejas y te diré donde gozas”. Pareciera, - y puede ser así porque es del inconsciente- que esa queja repetida, esa auto conmiseración y la no resolución de lo que se padece, fuera más un estilo de vida, una forma de vivir penando. Y sucede porque se confunde ser bueno con ser indolente, ser compasivo con dejarse abusar, ser generoso con no esperar nada para sí. Es llegar a confundirse tanto con el otro que no se diferencia el amor del daño y, en ocasiones, se está tan fundido con el otro que se quiere tapar lo que ese otro le ha hecho a uno con tal de mantenerle una imagen ideal. Como si la imagen del otro no fuera la de él sino la propia.

Hay una historia muy particular de alguien totalmente victimizado, en un momento en el cual todas las salidas estaban cerradas y quien hubiera podido acomodarse en que las leyes se lo exigían, sin embargo fue capaz de tener un gesto de libertad. Rosa Parks, esa mujer negra de Alabama que estaba obligada a levantarse del asiento para darlo a un blanco, sabemos que no cedió su lugar, y sin violencia ni quejas empezó a decir basta. Una posición que nos deja ver que lo que cada cual asume en la vida, no está en relación a lo que el otro impone ni al género al cual se pertenece, sino a lo que uno se cree que debe aceptar.

Seguramente no todos seremos Rosa Parks quien con su acción colaboró a que cambiaran las leyes, lo que si podemos es ser sujetos de nuestra propia vida, lo que pasa es que para serlo es necesario hacerse responsable, algo que al parecer cuesta. Y cuesta reconocerlo porque en la mayoría de los casos, como dice una famosa frase: “Toda víctima si no es cómplice, por lo menos es autor intelectual del crimen”. Frase que se puede traducir como: cuando me quejo, debo preguntarme qué tan autor soy de lo que me quejo. Y es así porque pensándolo bien, lo justo es no permitir que el otro me haga daño porque al no permitirlo, me evito un dolor y al otro la culpa por lo infringido. Pero somos humanos y tenemos formas bastante particulares para encarar el sufrimiento que tiene tantas caras, tantas, que en nosotros mismos las desconocemos.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia, octubre 9 de 2010

miércoles, 27 de octubre de 2010

El diván virtual


¿Cuáles son los sufrimientos de hoy?

¡Cómo ha cambiado el mundo! Una frase que en todas las épocas se repite. Las generaciones mayores son las que más dan cuenta de esas diferencias y evidencian, en la medida en que envejecen, la dificultad para adaptarse. Pero cada uno a su medida se asombra, lo padece y lo disfruta hasta que la muerte sobreviene, de pronto en cierta forma aliviando la posibilidad de seguir viviendo en un mundo que cada vez es más ajeno y, en el que ya no es fácil comprender los adelantos y menos las formas de relacionarse. En eso parece que la naturaleza es sabia.

Entre tantos cambios podemos decir que nuestra época se caracteriza porque todo se hace evidente, dicho, mostrado y, lo que era tabú, es de lo que más se habla. Antes, a los enfermos se les ocultaba el mal que padecían, desnudar el cuerpo en la intimidad era intimidante, en público era impensable y, las preferencias sexuales eran calladas. Los niños creían que a los bebes los traía la cigüeña y éstos se podían fotografiar y saber de su sexo sólo cuando salían del vientre materno. Los términos referentes a las partes sexuales que se nombraban con eufemismos, hoy son dichas aún por los niños que se familiarizan con ellas en sus clases de educación sexual y, que antes por no nombrarlas, parecían inexistentes, como en los muñecos y en las barbies.

Los realitys son los que más nos dejan ver la tendencia a que todo puede ser dicho, allí se desnudan las intimidades y, a veces los cuerpos. En los medios de comunicación como facebook y demás, en ocasiones, aquel que no pensaba dejar ver lo propio, termina asaltado por su propia imagen, puesta al descubierto por otro en quien se había confiado. Un mundo de la verdad descarnada, aparentemente. Esto no es una crítica, es más una descripción, porque sabemos que criticar y querer cambiar el mundo y sus movimientos, es una tarea impensable pues cada momento histórico trae sus dificultades y, también sus beneficios. La idea de exponerlo es más para introducir una pregunta: ¿Acaso porque este mundo que vivimos es tan diferente, los síntomas que siempre nos han aquejado han variado?

Freud planteó que el ser humano siempre se verá enfrentado a tres grandes dificultades: a la naturaleza, a sus propias pulsiones y a la relación con el otro. Esto sigue siendo igual porque aunque existan grandes adelantos, la naturaleza nos sigue avasallando, nos seguimos debatiendo con nosostros mismos por querer ser mejor de lo que somos con poco éxito y, la relación con el semejante, aún, y además, con todos los inventos, parece menos manejable. Entonces, habría que creerle a alguien que desde un siglo anterior ya hablaba de la anorexia, la bulimia, la depresión, la manía, la eyaculación precoz, la anorgasmia, la histeria, la neurosis obsesiva, la fobia, la psicosis, el narcisimo, las perversiones, el suicidio, la agresividad y la violencia. En fin, que hablaba del dolor de la existencia en síntomas que hoy siguen estando, que pareciera que lo que ha variado es la forma de nombrarlos.

Padecimientos que se siguen sufriendo, aunque ahora se cuente con los anticonceptivos que eliminan la angustia de la concepción y con el Viagra y demás aditamentos para gozar más. Con todos los aparatos para diagnosticar y curar el cuerpo, hacerlo adelgazar, cambiarle el sexo, trasplantarle un órgano, o practicarle una inseminación artificial. También la posibilidad de maquillar, y no con pinturas, el envejecimiento. Dolores que siguen estando que hoy algunos se alivian con pastillas para la depresión, para la ansiedad, para dejar de comer, para dormir, pero a veces, lo que parece estar dormido es la pregunta de dónde está la raíz de ese dolor. En una actualidad llena de inventos maravillosos que nos hacen más posible lo que deseamos, es importante reflexionar porque al mismo tiempo nos vende una gran fantasía: el creer que por esa inmediatez donde todo supuestamente está a la mano, se nos resolverá la vida y, al no lograrlo, aumenta el síntoma que Freud ya denunciaba como un gran causante de sufrimiento: la insatisfacción.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Octubre 2 de 2010

lunes, 25 de octubre de 2010

Lecturas recomendadas

De cómo Freud debió asesinar para que lo lean.

Por Jorge Baños Orellana

Con más afición por el rincón de la producción, en la última entrega se vio cómo los epígrafes suelen oficiar de “novela familiar”, ligando al autor a una saga de autores destacados o, al menos, de lectores avisados. Es el primer paso acostumbrado para generar la impresión de que uno es idóneo para exponer el tema. Desde luego, hacer relucir un epígrafe es como mostrar una joya de la familia: sorprende, pero no alcanza. Faltan más certificados para probar que no se es un arribista. Por lo general, exhibir predilección por un autor respetado o un párrafo selecto, alcanza como contraseña para que el lector nos admita entre sus iguales, no todavía para que nos incluya entre aquellos a quienes elige prestar atención. Es insuficiente para ganarnos el sí de su dilema preliminar: el tema me interesa, pero ¿quién es este tipo para que me tome el trabajo de leerlo? La primera página debe sumar, entonces, otros indicios prometedores de que merecemos lectura. Es el momento de máxima agitación narcisista del texto, es una caminata sobre un borde flanqueado por los abismos del ridículo y la pedantería. El que escribe queda instalado en la soledad del ejercicio del poder.

Al respecto, los pasos iniciales de Freud son aleccionadores. El destino del psicoanálisis vivió tiempos difíciles debido a que La interpretación de los sueños comenzaba marchando muy inclinada al costado de la pedantería; si bien luego se enderezaba, es imposible dar una segunda primera impresión. Freud necesitó del fracaso para recapacitar que había algo desorientado en ciertas soluciones alentadas por Fliess, y para sospechar que debía hacer otras cosas si pretendía ver freudianos...
Los tres pilares de la primera página (Novena Entrega)

Desencadenamiento de las psicosis
Desencadenamiento: la anticipación como estrategia

Por Gabriel Belucci

He ahí el meollo del concepto de suplencia, con su enorme potencia para pensar la clínica, en especial en el campo de las psicosis. Y nada impide suponer que, suplencias, puede haberlas ya sea que el desencadenamiento haya tenido lugar o no. En otras palabras, suplencia es, en las psicosis, todo aquello que contrarresta las consecuencias de la ausencia de la Ley paterna. Dicho esto, hay que destacar que las hay más o menos eficaces, y que en última instancia toda suplencia es en acto, esto es, no cuenta con otra garantía que su eficacia, que las circunstancias pueden poner en jaque. Todo esto delimita para nosotros dos preguntas, que son nuestra brújula en los tratamientos: “¿Qué opera para un sujeto psicótico cómo suplencia?” y “¿Qué la pone en jaque?”...
http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1378

Problemas y controversias.
La intromisión del prójimo.

Por Juan Bautista Ritvo

¿Cómo diferenciar el objeto a del prójimo si los términos que inicialmente los definen –centralidad, extimidad, proximidad lejana o lejanía próxima, como se prefiera– son casi los mismos? Y si agregamos das Ding a la comparación, las cosas se complican mucho más, especialmente si nos remitimos al seminario La ética del psicoanálisis donde el término das Ding oscila entre el vaciamiento heideggeriano y la radical exterioridad de la Cosa freudiana. Sin embargo de este último seminario puede brotar alguna luz.
En su capítulo XV, “El goce de la transgresión”2, comenta la expresión “… como a tí mismo” del evangelio: ¿qué es même? Algo “que ya no sé si es mío o de alguien”, dice Lacan. “… el prójimo, sin duda, tiene toda esa maldad de la que habla Freud, pero… no es otra cosa sino aquella ante la que retrocedo en mí mismo”...
http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1386

Las anteriores sugerencias se encuentran en la revista Imago Agenda.
http://www.imagoagenda.com/homeimago.asp

viernes, 22 de octubre de 2010

ARTÍCULOS Y PONENCIAS


El hombre y la mujer. Encuentros y desencuentros

Al pensar el tema sobre el hombre y la mujer, se me impuso la pregunta de por qué Freud, en un momento donde las circunstancias para hablar sobre la sexualidad no eran la más propicias, se atrevió a hacerlo. En la época Victoriana el sexo era innombrable, pero con una tenacidad temeraria insiste en sus planteamientos, extendiéndolos hasta afirmar que también la sexualidad estaba presente en los niños, algo inconcebible en el momento. Sabemos que no fue catalogado de la mejor manera, situación que, aunque lo afectaba, lo confesaba en sus cartas a sus amigos, nunca lo hizo retroceder. Reflexionaba diciendo que el investigador encontró más de lo que deseaba encontrar. Y ante el alejamiento de los que más lo habían apoyado, decía que prefería ser amigo de la verdad que amigo del amigo.

Freud no era un filósofo, era un médico neurólogo en el que se despertó un gran interés por los dolores del alma, que lo llevó a plantear una concepción donde el ser humano no sólo está atravesada por la razón, en esto cartesiano, sino que introduce el cuerpo, lo gozante del cuerpo como determinante en su destino. En la pulsión, esa fuerza límite entre lo psíquico y lo somático en la que opera la represión, encontrará los argumentos para pensar la repetición y los efectos en los síntomas que lo llevarán a concebir y conceptualizar lo inconsciente.

Una tenacidad para hacer evidentes sus descubrimientos, que se puede entender debido a su experiencia donde pudo escuchar lo cotidiano del dolor de la existencia, manifiesta especialmente en la incapacidad para lograr la satisfacción. Una insatisfacción presente, no sólo en la enfermedad física que fue por donde comenzó su averiguación, sino también en todos los aspectos que, como seres deseantes, se quedan en la impotencia. Y uno de los más subrayados, tenemos a la mano muchos de sus escritos, involucra el amor. Digamos que en él, como en Galileo, se evidencia que cuando el investigador encuentra una verdad, no hay nada que lo haga retroceder.

El amor y la sexualidad un tema importante para la vida. Y cómo no insistir en él si es de allí que se nace, que se construye la familia, que se conforma la cultura. Hoy lo tenemos muy claro, siempre se está repitiendo que si la familia no funciona la sociedad sufre. Y no hay que ir muy lejos para comprobarlo, sólo hay que abrir el periódico o ver los noticieros que nos asaltan a diario reflejando ese desorden pulsional manifiesto en las agresiones, el odio, la violencia, las violaciones y abusos sexuales, presentes fuera y dentro del núcleo familiar.

Esta introducción es para darle toda su importancia al tema en cuestión. Hablar del hombre y la mujer es hablar de sexualidad, también de amor y de lo que allí se deriva en la construcción de la propia vida y de las que se pueden generar en la procreación. Y es que para el ser humano, la posibilidad de dar vida está en relación al placer, algo que siempre se ha sabido y por lo cual la cultura genera, según las épocas, mecanismos para controlarlo, espirituales, legales y científicos. Desde el concepto de pecado, el tabú de la virginidad, el matrimonio, hasta el método del ritmo y los anticonceptivos en todas sus variantes. Una relación con el placer que produce vida y a la que cantautor argentino Facundo Cabral se refiere con la profundidad que esconde la agudeza, dice: Un minuto de silencio, un segundo de descuido: un hijo.

El hombre y la mujer implican todo un universo, pero un universo dividido, porque casi todo en ellos está en relación a las diferencias. Y es así porque es por ellas que será posible el encuentro. Hacemos parte del cosmos, y al parecer, cumplimos muchas de sus leyes, en este caso la de que los polos opuestos se atraen y, no hay dos polos más opuestos que lo femenino y lo masculino.

Freud escribió un artículo que tituló Consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas, en él aborda cómo se construye en el psiquismo eso de ser hombre y ser mujer. Partiendo del complejo de Edipo, que consiste en que el ser humano cuando nace, a diferencia de otros seres vivos de la naturaleza, necesita para sobrevivir y para construirse a través del lenguaje un tiempo mucho más largo. Un tiempo donde el apego a la madre será su salvación para subsistir, en el cual, debe llegar un momento, también para subsistir, en que pueda desprenderse y reconocerse, no sólo como sujeto sino como ser sexuado. Siguiendo a García Márquez, porque el arte, los poetas y los escritores nos ayudan, en una de sus tantas frases dijo: Uno en la vida está obligado a parirse varias veces. Seguramente refiriéndose a esos momentos en que hay que dar todo de sí para avanzar o sostenerse. Digamos entonces que, después de la primera separación en el parto, vendrá otro momento significante, un parirse psíquicamente que Freud nombró como castración.

Y allí quedarán establecidas las diferencias, citando a Jacques Lacan, habrá los que tendrán en cuenta que hay mujeres para el muchacho y las que tendrán en cuenta que hay hombres para la muchacha y donde cada uno dará signos de que lo es. Un lugar de arribo que parte del tener, del tener en el cuerpo del hombre, y del no tener en el cuerpo de la mujer que, en los momentos infantiles tendrá todo su valor para construirse allí la posición viril y la femineidad, que tomarán caminos diversos.

Por lo anterior es claro que son las diferencias las que marcarán esos rumbos y por las cuales es posible el encuentro, pero es también por esas diferencias que se generaran los malentendidos. El principal, abogar por la igualdad, un discurso además muy actual, en la falacia de que sólo allí es posible el entendimiento y, como esto es de lo imposible resulta el remedio toda una enfermedad.

Y es que puede causar sorpresa que algo que es tan evidente a los ojos de cualquiera, como son las diferencias entre hombre y mujer, y no sólo porque sus cuerpos sean distintos sino porque psíquicamente no hay nada que los haga iguales, sea algo tan difícil, para algunos, de aceptar, pero principalmente para todos, en el encuentro, de soportar. Y tendrá que ver como en las épocas infantiles, que hay uno que tiene y otro que no, haciendo posible el deseo. Una forma de decirlo de Lacan es que para el hombre todo estará en relación al falo y, en la mujer, no-todo estará en esa relación, lo que podemos ver traducido del lado de la virilidad como un lugar de límite, de contención, evidente en la relación sexual. En la femineidad un no- todo en relación al Falo que le permitirá un goce más allá. O sea, que de entrada, hasta en la forma de gozar estarán presentes las diferencias.

Dos formas particulares de relacionarse con el mundo en la que Freud decía que la mujer no tiene límites, además, no necesitamos que el psicoanálisis nos lo cuente, lo dicen los chistes y las ocurrencias cotidianas. También la observación de sus maneras, el sin límite en ella del llanto, de la risa, de los movimientos. En él la contención. Hombre y mujer que cada uno desde su lugar, aportarán lo que tienen para poder gozar y que llevó a Lacan a decir, teniendo en cuenta tales diferencias, que no hay relación sexual, pues aunque juntos y a través del otro, cada uno buscará y encontrará el goce a su manera.

Hasta aquí un esbozo de lo que atañe a cada cual, pero nuestro interés nos puede llevar más allá, así como lo hizo Freud cuando a partir de esas consecuencias psíquicas dejará en claro que llegar a la posición viril y a la femineidad, tiene sus avatares. Uno de ellos es la histeria, que podríamos definir como la insistencia del deseo insatisfecho, en palabras sencillas, un sujeto que sabe que en el mundo existe la insatisfacción, para repetirla. Otra forma es la neurosis obsesiva, que se entiende como aquel para el cual su deseo es imposible y lo logra, siempre posponiéndolo. Es la razón por la cual la unión de la histeria con el obsesivo es la pareja perfecta: él siempre la querrá complacer, a destiempo, y ella, nunca estará satisfecha a tiempo, encontrando entre ambos el cumplimiento de su deseo.

Lo anterior permite concluir que entre el hombre y la mujer eso no anda, razón dice Lacan, de que apareciera el psicoanálisis. Que además hoy tiene mucho que decir porque si en la época Victoriana, Freud recibía a las señoras vienesas que se enfermaban, se quejaban y le enseñaron de la histeria y demás, ahora las cosas han cambiado. Las señoras se separan, lo que podría verse como una emancipación, del marido, pero no de la insatisfacción. Ahora se queda sola, lo que se llama madre cabeza de hogar, además, de lo menos amable para el hijo, porque se queda al mando de una sola cabeza y, todos sabemos que dos cabezas piensan más que una, que al faltar, puede ocurrir, y voy aquí a citar a Lacan cuando dice:

El deseo de la madre es absolutamente capital porque no es algo que uno pueda soportar así nomás, en definitiva, y que eso les sea indiferente: entraña siempre estragos. Un gran cocodrilo en cuya boca ustedes están, es eso la madre. No se sabe si de repente se le puede ocurrir cerrar el pico: eso es el deseo de la madre.

Lo anterior se puede escuchar fuerte, pero al parecer es más duro lo que sucede a diario y el discurso que lo sostiene. Un creer que ya no es necesario el otro, ni siquiera para procrear pues ya la ciencia nos auxilia con sus suplementos. Caída del Nombre del Padre, es decir, que los valores de antes no son los de ahora y en un desequilibrio, seguramente para volverse a equilibrar de otra manera, la cultura se mueve. Y allí sirve de alivio una lectura que esté más cerca de lo real, algo de lo que Lacan nos habla en su frase al parecer brutal. Y no es que lo sea tanto, si entendemos que el deseo de la madre es así, debido a la fuerza que implica que aquel llamado a hacer que otro viva, en un primer momento exige que se tenga que entregar de tal manera que el resto de lo que puede atraerlo se borre. Un deseo que deberá amainar en la medida en que eso en ella, todo madre, pueda dar curso nuevamente a la mujer que la habita, para que el hijo pueda respirar y también pueda ver el resto del mundo.

Hay otra frase de escritor, nuevamente García Márquez, quien en una ocasión, para un periódico se le ocurrió decir: “Cuando el hijo nace se acaba el matrimonio”, tal vez una exageración o, de pronto no tanto, porque nos sirve para entender cómo son de difíciles esas relaciones que, aunque la vida nos lo muestre a cada paso, nuestra tendencia es a olvidarlo. Y por ese olvido, nos acogemos a imaginarios que nos permiten vivir, haciendo uso de aditamentos que la cultura provee en la búsqueda de la satisfacción. Pero lo que no hay que olvidar, es que también hay otras salidas que no están en relación a respuestas generales que otro nos pueda dar, sino una pregunta particular que lleve a aquel que no sabe por qué sufre, a una pista para encontrar la raíz de su sufrimiento.

Un sufrimiento que el psicoanálisis encuentra en lo relacionado al deseo. Y es que el ser humano no sufre tanto por lo que carece sino por lo que le puede ser dado pero que el mismo recusa. Y es así porque somos seres de la pulsión. Esto quiere decir que por ser habitados por el lenguaje, lo que deseamos está entramado en las palabras, en los significantes que darán cuenta, no sólo para los otros, sino también para nosotros mismos de una dificultad para reconocerlo. Como en el niño que a media noche pide un vaso de agua y no deja de pedirlo, una demanda que insiste, que por serlo, deja ver que lo que quiere es otra cosa: compañía, sosiego, o amor. Como dice la famosa frase: toda demanda es demanda de amor. Lo anterior permite entender que los caminos del deseo no son tan expeditos.

Y si ese camino no es expedito, la satisfacción, que sólo se consigue con su cumplimiento no es algo que esté ahí al alcance y no porque el objeto no sea posible, sino porque al ser sujetos del lenguaje, lo que decimos no es siempre lo que creemos decir, por lo que, en ocasiones, queriendo que el otro se quede, lo alejamos, o entre más lo queremos ver lejos más cerca lo encontramos.

Lo anterior indica que recibimos del otro nuestro propio mensaje invertido, mensaje de un deseo antiguo que por ser inconsciente lo desconocemos. Sin embargo está en nuestros significantes entramados en nuestra propia historia ya olvidada, en la relación con la madre, con el padre y con todo el universo que nos recibió cuando aparecimos producto de un placer surgido en los que nos dieron vida, lo que en psicoanálisis se nombra como la Escena Primaria.

Somos seres de lo simbólico, lo que se evidencia en que cada momento histórico, el amor y la sexualidad se escenifican de diferente manera, pero siempre tendrán que ver con lo real de la falta, del tener y no tener y con lo imaginario. Un imaginario tan presente en nuestra época dónde todo pasa por la imagen y donde el tener es la fantasía de la completud. Tener un cuerpo espectacular, una cara sin arrugas, un carro, una profesión, una comunicación instantánea. Mundo que a diferencia del de Freud, donde la tendencia era por la permanencia, hoy es por la inmediatez y lo desechable, lo que no hace diferente el dolor, sólo una forma distinta de maquillar la angustia, de maquillar la falta, lugar del deseo, ahí donde el amor puede anidar.

Para terminar nuevamente acudo a Lacan, que aunque nos suene enigmático, algo entendemos. Acerca del amor dice que tiene que ver con la contingencia, con lo impredecible, con lo que se empieza a escribir en una historia distinto a lo que antes se había escrito, dice:

No hay allí más que encuentro, encuentro en la pareja, de los síntomas, de los afectos, de todo en cuanto en cada quien marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual.

Trabajo presentado por IPM en la Universidad del Norte en el marco de la Segunda Jornada de actualización en psicología. Octubre 15 de 2010