martes, 31 de enero de 2012

Entrevistas



Entrevista a Lacan por Paolo Carusso.


Conversaciones con Levi Strauss, Foucault y Lacan. Editorial Anagrana, Barcelona, 1968

Con su «retorno a Freud», usted pone en guardia implícitamente contra autores, libros, teorías que, según usted, corrompen el sentido originario del freudismo.
Podría poner muchos ejemplos.

Cíteme algunos.
Como se sabe, la mayor parte de lanzas las he roto contra los círculos dirigentes de la Sociedad Psicoanalítica Internacional, que después de la guerra me han colocado en una situación muy especial. Mi oposición es categórica, agresiva, y se acentúa ante una teoría y una práctica totalmente centradas en las doctrinas llamadas «del Ego autónomo», que dan a la función del Ego el carácter de una «esfera sin conflictos», como se le llama. Este Ego, en substancia viene a ser el Ego de siempre, el Ego de la psicología general, y en consecuencia, nada de lo que pueda discutirse o resolverse sobre él es freudiano. Simplemente, es una manera subrepticia y autoritaria, no de incluir el psicoanálisis en la psicología general como pretenden, sino de llevar la psicología general al terreno del psicoanálisis, y en definitiva de hacer perder a éste toda su especifidad. Aquí me veo obligado a hacer un resumen poco preciso. No puedo insistir sobre lo que representa el grupo de Nueva York, constituido por personajes que provienen directamente del ambiente alemán –Heinz Hartmann, Loewenstein, Ernest Kris (que ha muerto)– los cuales, por así decirlo, se han aprovechado de la gran diáspora nazi para imponer en América, con toda la autoridad que derivaba del hecho de proceder de aquel lugar benemérito, una cosa absolutamente adecuada a una sociedad que, en este aspecto, estaba esperando que los Magos la intimidaran. Para sus teorizaciones encontraron incluso excesivas facilidades, surcos demasiado trazados por una tradición, para no extraer beneficios extraordinarios de carácter personal. En una palabra, se trata de una traición muy clara a lo que continúan siendo los descubrimientos peculiares de Freud.

En sus Écrits figura un importante ensayo dedicado al «tiempo lógico»; y en general, el problema del tiempo es un tema clave de sus investigaciones. ¿Podría usted resumir los términos del planteamiento?
Todavía estoy muy lejos de poder abordarlo con toda la amplitud de implicationes con que podré hacerlo en el futuro. El tema del tiempo me toca muy de cerca, en primer lugar, porque como todo el mundo sabe, yo hago un uso muy variable de la referencia temporal. Por ejemplo, yo no me someto al standard temporal que suele utilizarse de una manera estereotipada en la práctica psicoanalítica.

¿En qué sentido?
En el sentido cronológico y terapéutico. Quiero decir que los psicoanalistas suelen hacer durar las sesiones unos 45 minutos, y después se paran. El hecho de que la mayor parte de los analistas sigan este criterio, como una referencia básica sobre la que se debe trabajar, sin que exista posibilidad alguna de discutirla, es un fenómeno muy curioso. Yo creo que el analista, por el contrario, ha de conservar su libertad, entre otras cosas, para utilizar una sesión breve o prolongada según le convenga.

Es decir, de cinco minutos a tres horas.
Sí. Es él quien debe decidir el por qué. Aun cuando se han aducido muchos argumentos sobre esta cuestión, resulta increíble, exorbitante, que sea preciso ofrecer pruebas concluyentes. En todo caso, deberían ser los que creen, Dios sabe por qué, que el standard ha de ser de 45 minutos, invariable y obligatorio, los que deberían justificar esta invariabilidad. Y en cambio, no se han podido dar explicaciones distintas del «todos lo hacen así». Esta costumbre fue copiada, transcrita de Freud quien, no obstante, cuando la transmitió tuvo mucho cuidado en señalar sus reservas diciendo, poco más o menos: «yo lo hago así porque me resulta cómodo y si otro quiere seguir un criterio más cómodo para él, puede hacerlo tranquilamente». Desde luego, ésta no es la manera de debatir la cuestión, porque decir «lo hago así porque me resulta cómodo» no es ningún argumento. Freud dejó el problema sin solución. Sobre la «dosificación» del tiempo está todo por decir.

Pero evidentemente, cuando usted me formulaba su pregunta no pensaba en este «tiempo». Sólo he querido referirme a este punto porque para mí es muy grave y no veo la razón de evitarlo. Y con mayor razón porque nadie lo afronta, como si tuvieran miedo de quedarse sin un terreno sólido en el que apoyarse en la práctica. Me sabe mal dejarlo porque podría explicar muchas cosas. Pero tampoco puedo evitar de insistir sobre ello porque en muchas ocasiones, cuando no se me ha podido atacar respecto a la doctrina, me han atacado en este terreno. En realidad, da lo mismo que lo haga así o de otra manera; como en cualquier caso los demás también lo harán a su manera, ¿qué puede importarles que yo utilice esta práctica? Es tan cierto esto que algunas personas que yo he formado según este criterio han sido recibidas con los brazos abiertos en la Sociedad Psicoanalítica Internacional, con la única condición de que votaran contra mí en determinada circunstancia. Esto ha bastado como autorización total.

Volviendo a la pregunta de antes…
Es cierto que existe un tiempo que no es el de la inercia psicológica, o de la transmisión nerviosa, sino el tiempo de la transmisión intelectual; ahora, mientras hablo, usted emplea cierto tiempo para darse cuenta de lo que le digo, aunque es difícil medirlo. Pero no es éste tampoco el tiempo que le interesa…

Al contrario, me interesa muchísimo.
Sí, es muy interesante, pero tampoco es el tiempo «analítico». Mejor dicho, es analítico en el sentido de que, cuando levanto un vaso, por ejemplo, noto su peso: en este sentido todo lo es. En cambio, basándose en las funciones del inconsciente el tiempo específicamente estructural está constituido por el elemento de «repetición». Justamente ahora se comienza a explorar si se trata de una temporalidad ligada esencialmente a la constitución como tal, a la llamada «cadena significante». Estamos en el plano del ritmo, de la cadencia, de la interpunción, de los grupos temporales en los que se pueden hacer distinciones propiamente topológicas –de grupos abiertos y grupos cerrados, por ejemplo. Lo que una frase es en sí, lo que comporta la unidad esencial de la frase por el hecho de ser un ciclo cerrado y como consecuencia, un cumplimiento posterior con efectos de carácter retroactivo, todos éstos son temas que apunto continuamente en la dialéctica que desarrollo, pero que aún no he aislado como problemas autónomos en un capítulo dedicado al problema de la temporalidad; ni he creído que la mejor manera de exponerlos fuera «seriándolos» con base en categorías intuitivas, según los modos de la estética trascendentalista. He introducido una nueva dimensión en el tiempo lógico, la de la «precipitación identificadora», como cosa que en el fondo se autodetermina y que solamente puede actuarse en cierto modo que llamo del a-tiempo lógico. Mi contribución es muy original y entre los especialistas de lógica hubiera podido provocar un gran interés si éstos no trabajaran a un nivel «no saturado» como el que trabajan, dedicándose únicamente a la constitución de sistemas formales. Pero cuando se reintroduzca la noción de sujeto en cuanto implica la dimensión del sujeto freudiano en su reduplicación profunda y originaria, la división inaugurante que es la del sujeto como tal, solamente podrá ser establecida por la relación entre un significante y otro significante que es consecuencia retroactiva del primero; de hecho, el sujeto propiamente es lo que un significante representa para otro significante. Aquí radica, se inaugura el fundamento propio de la subjetividad, en la medida en que se puede deducir la necesidad de un inconsciente no transponible en cuanto a tal, de un inconsciente que no puede ser vivido de ninguna manera en el plano de la conciencia. Cuando estas cosas hayan sido teorizadas adecuadamente, es decir, cuando se haya puesto en evidencia la «estructura topológica», podremos establecer con mayor libertad las bases de una lógica pre-subjetiva, o sea de una lógica que surja en la frontera de la constitución del sujeto.

En términos sencillos, esta estructura, ¿es una verdad más acá del tiempo?
No. No creo que pueda ser interpretado así. Yo también creo que la verdad siempre está encarnada. El ámbito de la verdad y el del saber sólo comienzan a distinguirse cuando en verdad el verbo «se hace carne». La verdad es lo que resiste al saber.

Por lo tanto, para usted la verdad no es una cosa que se sitúe en el tiempo.
No. Sólo puedo concebir un ámbito de la verdad en donde hay una cadena significante. Si falta un lugar en donde pueda manifestarse lo simbólico, nada se puede proponer como verdad. Es lo real, con toda su opacidad y con su carácter de imposible esencial, y sólo cuando entramos en el ámbito de lo simbólico puede abrirse una dimensión de cualquier clase. La verdad difícilmente puede ser calificada de dimensión porque en el fondo, todo lo que decimos es verdad en cuanto lo decimos como verdad; incluso en el caso de que haya cierto matiz de falsedad, no se trata propiamente de falsedad precisamente porque lo decimos como verdad; la verdad no tiene ninguna clase de especifidad.

Según usted, ¿cuáles habrían de ser las principales consecuencias de una aplicación radical del psicoanálisis a la moral objetiva, a la moral social?
No he dicho nunca que se tratara de una moral social.

La llamo así para distinguirla de la moral de intenciones, del sentido de culpa, etc.
No creo que el psicoanálisis llegue a eliminar el sentido de culpa.

No, es cierto, pero no se trata de eso.
Pero quiero precisarlo, porque hay mucha gente que cree que el psicoanálisis va a liberar a la humanidad de la culpabilidad. La culpabilidad, querido amigo, es la principal protección contra la angustia. Y como para esto va muy bien, sería un verdadero error renunciar a ella.

El diván virtual


La vida es de valientes

Empezamos un nuevo año, con los deseos de que lo que no fue amable en el anterior, lo sea en éste. Y si aceptamos que algo de esa amabilidad dependerá de lo que hagamos, se hace necesario empezar a revisar cuáles son las acciones que debemos, primero reconocer y después eliminar del inventario de nuestra vida. Claro que no hay nada más difícil que emprender esta tarea, porque hay mucho que desconocemos de nosotros y lo poco que sabemos, al parecer, lo amamos más que a nosotros mismos, evidente en que aunque nos cause daño lo seguimos repitiendo.
Convengamos entonces que buscar conocernos es un camino lleno de engaños, por la tendencia a protegernos y porque eso de amar lo que nos hace sufrir, no es un chiste. Y ¡ay! de aquel que se atreva a poner, no el dedo, sino la palabra donde más nos duele, inmediatamente será sacado del círculo de nuestros afectos porque ahí se hace cierto lo que dicen: “Yo hablo mal de mí pero no me gusta que me ayuden”. Para evitar la ayuda nos alejamos de los que son sospechosos de no acordar con nosotros y nos acercamos a los que nos dicen lo que queremos oir.

Y lo hacemos porque desconocemos que no hay nada que haga más estragos que ese sentimiento que incluye cierta lástima. Tener consideración con el semejante y con nosotros mismos, nos hace generosos, pero cuando toma otro cariz y en lo que sucede no se incluye al que se queja, porque se lo exonera de toda responsabilidad, la única salida que le queda es la autocompasión y la repetición, pues al no tener nada que ver en el asunto nunca encontrará salidas al problema.

Creemos que a nadie le gusta que le tengan lástima, por eso cuando nos vemos enfrentados a situaciones que nos llevan a sentirla, desviamos la mirada. Sin embargo no son escasas esas situaciones que algunos las convierten en una forma de vida, una reflexión que hay que encarar, tema espinoso porque roza cierta forma de pensar en la que se cree que sentir pesar lo hace a uno bondadoso, desconociendo que verdaderamente lo somos cuando podemos reconocer en el otro la dignidad que merece.

Auto compadecernos y compadecer es lo primero que debería salir de nuestro repertorio, si entendemos que la vida consiste en estar expuesto a lo que ella entrega, en la cual habrá momentos para reír y otros para llorar, y si un llanto o un malestar se ha vuelto eterno, está mostrando algo propio, y al que le adjudicamos toda la culpa es solo un comodín en el que reflejamos lo que no hemos podido reconocer de nosotros. Iniciarse en el camino de averiguarlo es de valientes, vivir también.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Enero 7 de 2012

viernes, 13 de enero de 2012

Lecturas recomendadas


INSTITUTO DEL CAMPO FREUDIANO EN ESPAÑA.
RED DE FORMACIÓN CONTINUADA EN CLÍNICA PSICOANALÍTICA.

Preguntas a Anna Aromí

¿Qué nuevo estatuto adquiere la demanda o cómo entender la nueva demanda que aparece una vez que el sujeto ha podido concluir que no hay un Otro que le vaya a completar?

Hablar es pedir. Hablar es pedir ser escuchado, así se instituye el lugar del Otro. El psicoanálisis es una experiencia extrema de esto porque va a llevarlo al límite. Todo analizante pide, incluido en el ser aliviado, ser escuchado. Esta estructura es anterior a toda interpretación, mejor dicho, es la interpretación básica que sostiene el trabajo analítico: hable, lo escucho (no importa lo que diga, será maravilloso, añadía Lacan). Así se comienza un análisis: la demanda instituyendo el sujeto supuesto al saber del inconsciente.

Ahora bien, una cura conlleva la destitución de este Otro. Y cuando este Otro cae, ¿cae con él toda demanda?, ¿el sujeto no se interesará más por ser escuchado? No es seguro. Si acaso, el analizante ha descubierto que detrás de esa demanda, sosteniéndola, está la pulsión, el goce. El gran Otro sostenido por el pequeño a. Entonces sí es cuando el sostén neurótico de la demanda puede caer, la aspiración a ser completado y a completar al Otro.

Es así como entiendo que Lacan dice, en un momento muy especial de su vida, que habla sin esperanza, sobre todo sin esperanza de ser escuchado. Que las palabras sean recogidas es una pura contingencia. Una contingencia de amor.

Preguntas a Antoni Vicens

¿Cuáles son las transformaciones que puede obtener un analizante como resultado de su análisis?

Las transformaciones pueden ser: andar menos extraviado; perder menos el tiempo; dejar de esperar consistencia; temer menos a la locura; ejercer la responsabilidad política; etc. En mi caso, las transformaciones obtenidas sobre el amor, la lectura, la escritura o el dinero, prosiguen.

¿De qué no se cura?

Ni de la idiotez ni de la locura.

¿Cuál es ese límite, ese imposible?

El límite que tiene nombre no es un límite.
 
Si la salida final para un analista lacaniano es la vía del "sinthome" relacionado con un resto sintomático, goce pulsional que no puede ser anulado: ¿Cómo hacer de ese resto incurable, de ese hueso final, algo fecundo?

Amando y trabajando, no sin política (ésta excluye el odio y el sacrificio).

¿Existe una diferencia entre la posición masculina y femenina al final de análisis?

Diría que los síntomas en ambos sexos contienen una huida de la feminidad. Así que, al final, el sujeto se encuentra mejor en el lado femenino.


Pregunta a Carmen Cuñat

¡Sin tiket de salida! ¿Cómo se articularía la dimensión del inconsciente saber, el trabajo de producción de saber en el análisis con ese lugar de S(A/), en el que se inscribiría la conclusión de la experiencia?

No hay tiket de salida, eso se ve muy bien en los testimonios de los AE. Ha habido todo un trabajo de elaboración y de reducción que les lleva a plantearse la salida. Pero en último término la salida depende de una decisión ética, del coraje de pegar el salto, de enfrentar "el hiato del S(A tachado) y su abismo". Es el "Il faut yaller" del que nos hablaba Anne Lysy recientemente. La salida no es el resultado de una deducción lógica. De la misma manera, Lacan señala que "el sentido cientificista" de Freud no le permitió reconocer que su inferencia del inconsciente era fruto de una decisión ética. El coraje de Freud está antes que la inferencia.

Está el saber que se obtiene en un análisis por la vía de la repetición, pero en el momento de concluir ese saber se torna vano. El que no termina es quizás porque aun le da mucho valor a ese saber. Si el inconsciente al final deviene real es porque es pura brecha. Pero el que termina no se va de vacío; es porque ha conseguido tener una idea de su modo de gozar singular y ha consentido a ello. Al escuchar a los AE, parece que es esto lo que promueve el coraje.

Preguntas a Enric Berenguer

Lacan dice que todos los psicoanalistas tienen que haber experimentado el proceso de la cura desde el principio al fin, el fin del análisis es también el pasaje desde la condición de analizante a la de analista. “La verdadera terminación de un análisis”, por lo tanto, no es ni más ni menos que lo que, “los prepara para convertirse en analistas”. Una vez que se ha llegado a esta etapa y se ha pasado por el procedimiento del pase ¿Crees que puede existir un verdadero fin, o bien, el análisis de un analista nunca termina?

Un Un análisis termina. Y puede ser un verdadero fin. La vida sigue, y otros encuentros con lo real quizás pongan al inconsciente de nuevo a la obra, de ahí la posibilidad de nuevos síntomas, de un nuevo recorrido. Por supuesto, eso nuevo tiene que ver con lo antiguo, pero si hubo verdadero análisis, ya no es lo mismo. Puede haber más de un análisis y más de un fin verdadero. Lo cual no tiene que ver necesariamente con que se siga sosteniendo donde se debe, más allá del análisis, la posición de analizante. Esto no debiera terminar nunca.

Lacan nos dice que el fin del análisis no es la desaparición del síntoma, ni la cura de una enfermedad subyacente, puesto que el análisis no es esencialmente un proceso terapéutico sino una búsqueda de la verdad, y la verdad no es siempre benéfica Según tu experiencia clínica, ¿Cuál es el mejor camino para ayudar al sujeto cuando la verdad no es benéfica?

Demostrar que, al fin y al cabo, el hecho de que no sea benéfica no la hace maléfica (para ello haría falta un Otro que de verdad existiera). Que a uno lo disguste no la hace toda, sino tan media como la de cualquiera. Como oculta molesta bastante, no hay más remedio que hacerla salir del pozo. Aunque esto se puede hacer con tacto, y dejando ver en todo momento que se trata también de un semblante. Habrá que creer en ella tan solo lo justo.

Preguntas a Mercedes de Francisco

¿Se puede hablar de “obstáculos” encontrados en la práctica, tanto por parte del analista como por parte del analizante, para la finalización del análisis? ¿Hay un momento adecuado para terminar un análisis y si la ocasión pasa produce efectos?

Es desde mi experiencia como analizante que voy a contestar esta cuestión. En un momento dado a raíz de un sueño, comencé a atisbar la posibilidad de un final, cosa que hasta ese momento no había estado presente para mí. A partir de ahí y sin apresuramiento por mi parte continué, hasta que supe que el final ya estaba ahí, y en ese mismo momento una dificultad se hizo presente esperar un signo por parte del analista que evidentemente no llegaba. No fue por una elaboración, ni por un pasar de las sesiones que pude tomar la decisión, esta llegó de la mano de lo que era una de mis nominaciones, la angustia, cuando en una escena cotidiana y trivial apareció anudada a este pensamiento “si no realizo este acto, todo se repetirá de la misma manera” (en sí mismo algo imposible), aunque no se trataba de un sueño, tenía la fuerza de la pesadilla; tomada la decisión la angustia cesó y mis dos siguientes sesiones fueron las últimas. La soledad que implica este acto no lo torna fácil para el analizante, y del lado del analista queda la responsabilidad de no obstaculizarlo.

En el apólogo de los tres prisioneros, Jacques Lacan, nos muestra como en el tiempo de comprender se trata de una elaboración necesaria antesala del acto. Sin embargo, el momento de concluir sancionado con un acto está separado de la elaboración que hicimos para llegar a él, tanto, como de la demostración posterior para dar cuenta de él.

El diván virtual


                                                               Las trampas del narcisismo

“Si siempre me pasa a mí, es porque soy yo”, concluía alguien sabiamente en medio de su jerigonza. Una reflexión al parecer evidente pero huidiza, porque la máxima que el recordado Sócrates nos dejó: “Conócete a ti mismo”, no es fácilmente aplicable. Conocerse a uno mismo está lleno de engaños, muchos, relacionadas con el narcisismo.

La historia de Narciso es bien conocida, ese bello joven griego castigado por Némesis, la diosa de la venganza, quien lo condena por haber rechazado a Eco, una jovencita perdidamente enamorada del mancebo y quien había sufrido también la furia de otra diosa, que la había sentenciado a que de su voz sólo podía oírse la repetición de la última palabra que se dijera. Dos condenados y un famoso relato que ha trascendido a través de los tiempos, origen de un concepto psicoanalítico para dar luces, de por qué es tan difícil cumplir lo que dice el filósofo.

Narciso, dice la mitología, al mirarse en las aguas de un manantial queda tan prendado de su belleza, que arrobado y en su propia búsqueda, se ahoga en las aguas tratando de abrazarse. Una leyenda que explica el nombre de una flor y también la disposición que tenemos los humanos de sucumbir a nuestra propia imagen.

Porque: ¿Cómo reconocer algo diferente en lo que siempre hemos visto igual? No nos damos cuenta, pero es una situación que presenta un alto grado de dificultad, sólo basta recordar el dolor que nos causa que alguien en quien hemos puesto nuestro afecto, nos muestre una faceta desconocida y poco atractiva. Si esto sucede con el semejante, a quien seguramente amamos menos que a nosotros mismos, podemos entender que mucho más grande será el sufrimiento de aceptar lo propio, por lo cual, lo más común, es no querer saber nada de eso.

Un no querer saber lleno de argucias, que también desconocemos, la más importante, suponer que el narcisismo sólo se presenta cuando creemos lo mejor, como el protagonista de la historia. Pero no es así, también lo encontramos en esa forma peyorativa y lacerante de inculparnos, porque lo que importa en él, es que ese constante “yo”, no desprenda la mirada de sí mismo. Una versión de Narciso inconforme, que mirándose al espejo no se gusta, pero igual, allí rendido por un yo ideal que quisiera ser, no puede aceptar la realidad de lo que es.

Es innegable que este es uno de nuestros mayores malestares, esa distancia entre lo que vemos y lo que realmente somos, una división que se da por estructura, porque el ser humano es aquel que existe y además lo sabe, probablemente la razón que llevó a Sócrates a su famosa frase para conminarnos a esa búsqueda.

Una averiguación entrampada también por el poder de la palabra, porque como Eco, repetimos palabras escuchadas con las que se conformó nuestra imagen, para no gustarnos o gustarnos demasiado. Narcisismo en los dos casos, que hace que se viva en una situación de exclusión, en el primero, por una posición de esclavo, que hace sentir que no hay merecimientos para ser aceptado. En el segundo, en una posición de amo, por suponer que los demás nunca estarán a su altura.

“Si siempre me pasa a mí, es porque soy yo”, una frase de alguien que ha empezado a vislumbrar que lo que le sucede lo incluye. Un “mi” y un “yo”, esos términos con los que nos nombramos, en este caso para iniciar una averiguación que le permita alejarse del espejo donde siempre se ha mirado y dejar de ahogarse en las palabras que invariablemente se repite, para poder entender qué tiene que ver su yo, en lo que siempre le pasa.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de barranquilla, colombia. Diciembre 10 de 2011