viernes, 13 de enero de 2012

El diván virtual


                                                               Las trampas del narcisismo

“Si siempre me pasa a mí, es porque soy yo”, concluía alguien sabiamente en medio de su jerigonza. Una reflexión al parecer evidente pero huidiza, porque la máxima que el recordado Sócrates nos dejó: “Conócete a ti mismo”, no es fácilmente aplicable. Conocerse a uno mismo está lleno de engaños, muchos, relacionadas con el narcisismo.

La historia de Narciso es bien conocida, ese bello joven griego castigado por Némesis, la diosa de la venganza, quien lo condena por haber rechazado a Eco, una jovencita perdidamente enamorada del mancebo y quien había sufrido también la furia de otra diosa, que la había sentenciado a que de su voz sólo podía oírse la repetición de la última palabra que se dijera. Dos condenados y un famoso relato que ha trascendido a través de los tiempos, origen de un concepto psicoanalítico para dar luces, de por qué es tan difícil cumplir lo que dice el filósofo.

Narciso, dice la mitología, al mirarse en las aguas de un manantial queda tan prendado de su belleza, que arrobado y en su propia búsqueda, se ahoga en las aguas tratando de abrazarse. Una leyenda que explica el nombre de una flor y también la disposición que tenemos los humanos de sucumbir a nuestra propia imagen.

Porque: ¿Cómo reconocer algo diferente en lo que siempre hemos visto igual? No nos damos cuenta, pero es una situación que presenta un alto grado de dificultad, sólo basta recordar el dolor que nos causa que alguien en quien hemos puesto nuestro afecto, nos muestre una faceta desconocida y poco atractiva. Si esto sucede con el semejante, a quien seguramente amamos menos que a nosotros mismos, podemos entender que mucho más grande será el sufrimiento de aceptar lo propio, por lo cual, lo más común, es no querer saber nada de eso.

Un no querer saber lleno de argucias, que también desconocemos, la más importante, suponer que el narcisismo sólo se presenta cuando creemos lo mejor, como el protagonista de la historia. Pero no es así, también lo encontramos en esa forma peyorativa y lacerante de inculparnos, porque lo que importa en él, es que ese constante “yo”, no desprenda la mirada de sí mismo. Una versión de Narciso inconforme, que mirándose al espejo no se gusta, pero igual, allí rendido por un yo ideal que quisiera ser, no puede aceptar la realidad de lo que es.

Es innegable que este es uno de nuestros mayores malestares, esa distancia entre lo que vemos y lo que realmente somos, una división que se da por estructura, porque el ser humano es aquel que existe y además lo sabe, probablemente la razón que llevó a Sócrates a su famosa frase para conminarnos a esa búsqueda.

Una averiguación entrampada también por el poder de la palabra, porque como Eco, repetimos palabras escuchadas con las que se conformó nuestra imagen, para no gustarnos o gustarnos demasiado. Narcisismo en los dos casos, que hace que se viva en una situación de exclusión, en el primero, por una posición de esclavo, que hace sentir que no hay merecimientos para ser aceptado. En el segundo, en una posición de amo, por suponer que los demás nunca estarán a su altura.

“Si siempre me pasa a mí, es porque soy yo”, una frase de alguien que ha empezado a vislumbrar que lo que le sucede lo incluye. Un “mi” y un “yo”, esos términos con los que nos nombramos, en este caso para iniciar una averiguación que le permita alejarse del espejo donde siempre se ha mirado y dejar de ahogarse en las palabras que invariablemente se repite, para poder entender qué tiene que ver su yo, en lo que siempre le pasa.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de barranquilla, colombia. Diciembre 10 de 2011

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