martes, 31 de enero de 2012

El diván virtual


La vida es de valientes

Empezamos un nuevo año, con los deseos de que lo que no fue amable en el anterior, lo sea en éste. Y si aceptamos que algo de esa amabilidad dependerá de lo que hagamos, se hace necesario empezar a revisar cuáles son las acciones que debemos, primero reconocer y después eliminar del inventario de nuestra vida. Claro que no hay nada más difícil que emprender esta tarea, porque hay mucho que desconocemos de nosotros y lo poco que sabemos, al parecer, lo amamos más que a nosotros mismos, evidente en que aunque nos cause daño lo seguimos repitiendo.
Convengamos entonces que buscar conocernos es un camino lleno de engaños, por la tendencia a protegernos y porque eso de amar lo que nos hace sufrir, no es un chiste. Y ¡ay! de aquel que se atreva a poner, no el dedo, sino la palabra donde más nos duele, inmediatamente será sacado del círculo de nuestros afectos porque ahí se hace cierto lo que dicen: “Yo hablo mal de mí pero no me gusta que me ayuden”. Para evitar la ayuda nos alejamos de los que son sospechosos de no acordar con nosotros y nos acercamos a los que nos dicen lo que queremos oir.

Y lo hacemos porque desconocemos que no hay nada que haga más estragos que ese sentimiento que incluye cierta lástima. Tener consideración con el semejante y con nosotros mismos, nos hace generosos, pero cuando toma otro cariz y en lo que sucede no se incluye al que se queja, porque se lo exonera de toda responsabilidad, la única salida que le queda es la autocompasión y la repetición, pues al no tener nada que ver en el asunto nunca encontrará salidas al problema.

Creemos que a nadie le gusta que le tengan lástima, por eso cuando nos vemos enfrentados a situaciones que nos llevan a sentirla, desviamos la mirada. Sin embargo no son escasas esas situaciones que algunos las convierten en una forma de vida, una reflexión que hay que encarar, tema espinoso porque roza cierta forma de pensar en la que se cree que sentir pesar lo hace a uno bondadoso, desconociendo que verdaderamente lo somos cuando podemos reconocer en el otro la dignidad que merece.

Auto compadecernos y compadecer es lo primero que debería salir de nuestro repertorio, si entendemos que la vida consiste en estar expuesto a lo que ella entrega, en la cual habrá momentos para reír y otros para llorar, y si un llanto o un malestar se ha vuelto eterno, está mostrando algo propio, y al que le adjudicamos toda la culpa es solo un comodín en el que reflejamos lo que no hemos podido reconocer de nosotros. Iniciarse en el camino de averiguarlo es de valientes, vivir también.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Enero 7 de 2012

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