lunes, 29 de noviembre de 2010

El diván virtual


¿Qué es lo más difícil de ser madre?

Tener un hijo, para la mayoría de las mujeres, es el regalo más grande que le puede dar la vida, un don que a diferencia de otros, recibirlo no es fácil, y es así porque es uno de los encuentros más lleno de emociones, dudas, expectativas y responsabilidades. Afortunadamente en la mayoría de los casos, el amor hace su parte y da la fuerza y voluntad para realizar lo que toda aquella que ha tenido la experiencia, sabe que entraña. Los desvelos de las primeras noches, no sólo para amamantar, sino de una vigilancia tan activa que, aún en el más profundo sueño, un mínimo sonido que provenga del recién nacido la harán despertar. Una comunicación desconocida que a la misma madre sorprende y que está provista de las alertas necesarias para proteger y hacer que el recién llegado al mundo viva.

La anterior descripción puede tener sus variantes, pero en general, ese momento en que una mujer se convierte en madre y además lo asume, está lleno de alegrías, recompensas, también de vicisitudes que se reflejan en la necesidad de adivinación de las expresiones que permiten calmar al recién nacido y generarle bienestar. Un primer tiempo en el que se establece un vínculo tan intenso que parecen hacer uno y que permite disfrutar a ese pequeño a quien ella puede vestir como quiera, colocarlo donde decida, y él en sus gestos busca imitar los suyos. Un momento idílico que, afortunadamente para él no dura mucho, y para ella implicará un desasosiego cuando empieza a dar muestras de cierta libertad. Una lógica que empezará a variar, ella habituada a su obediencia natural y él acostumbrado a ser servido, como lo expresaba con humor una madre ante los pedidos de su hijo de tres años: “Él está convencido que yo soy su esclava”.

Es que cuando esa cosita que ha estado a su merced, como una pequeña estatua que se ha esculpido empieza a hablar, son los momentos más felices para una madre y también serán los más difíciles, porque no siempre dirá lo que ella quiere oír. Ahí, muy temprano, comenzarán los encuentros y desencuentros que pueden perdurar por años. Malentendidos que se reflejan en el decir de algunas madres refiriéndose a su hijo: “Estaba peleando con fulano”, como si no estuviera claro que cuando se pelea con alguien es porque se está en igualdad de condiciones. O, en la tan repetida frase: “yo soy la mejor amiga de mi hijo”, que en una ocasión, una atinada hija contestó: “Yo puedo tener muchos amigos, mamá sólo te tengo a ti”. Y es que es una relación que se construye sin libreto, lo que llevó a Freud a responderle a una madre que se le acercó para preguntarle -creyendo que él lo podía resolver- cómo hacía para criar a su hijo para que fuera normal: “No se preocupe señora que igual, todo no lo va a hacer bien”.

El hijo vive por el deseo de una madre, por eso muchos pueden ser adoptados, y en aquel supuestamente no deseado, si logró nacer y vivir es porque en ella habitaba algo más de lo que pudo haber sentido o expresado en otro tiempo. El deseo de la madre es fuerte, de ahí la dificultad para soltarlo, para confiar en que puede hacer sus cosas aunque ella no esté, esto es lo más difícil de ser madre, poder renunciar a creer que ella todo lo sabe de él y que sólo con ella encontrará satisfacción. Una declinación de una posición que en muchas ocasiones no sucede, impidiendo que el hijo pueda encontrar su propio camino, y la razón de que algunos, ya no de tres años, siguen creyendo que ella es su esclava y ella, sigue esperando su obediencia natural.

Es también la razón de que sea tan difícil percatarse de que ha crecido, como en la señora que llevó a su hija al pediatra y ante su sorpresa, ella fue la más sorprendida, al darse cuenta que su hija ya era una mujer. Por eso siempre será necesario el otro, en este caso el padre que como mediador, pueda permitir mirar lo que a la madre, por ser madre, no le es tan fácil ver.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Octubre 30 de 2010

viernes, 26 de noviembre de 2010

Seminario. Clase ocho.


Lo inconsciente. La vida y sus malentendidos

En la invitación al presente seminario que está llegando a su fin, no porque los temas se hayan agotado, sino porque el tiempo propuesto, límite necesario para recomenzar, llegó a su término, se partió de que pudiera darse un pensamiento en movimiento, donde cada cual debe buscar su propia respuesta y donde el maestro aparece cuando se está a punto de encontrarla.

Lo anterior es una forma coherente de acercarse a una teoría que trata de no rehusar la complejidad de lo que significa la vida. Algo que sabemos, precisamente por vivirla, que en ella prima el malentendido, y que además: “No soporta que se la mire muy de cerca”, como dice Joseph Conrad. De acuerdo a esto, cada cual podrá mirar lo que pueda ver, así también en la teoría sólo se accederá a aquello posible para el que escucha. Una forma del discurso del analista puesto en acto para un dispositivo: El Seminario, donde se propone un tema que llama a algunos, pero en el cual, la asimilación, para cada uno, tomará diversos caminos.

Es la razón de que estar en él estará determinado por un querer saber, en la posibilidad de soportarse en el no saber. Y no siendo un Discurso Universitario dónde lo propuesto está dividido en unidades medibles y cuantificables, en una forma dogmática que impiden la angustia porque todo está planeado de antemano, en el seminario, al tener que poner de su parte, evidenciará una libertad que, supuestamente tan buscada, siempre es rehusada. Y lo es porque por constitución estamos ligados al Discurso del Amo, en el que en posición de esclavo, sabiendo cuál es su goce, entregamos lo que pide, en una repetición necesaria para sobrevivir pero que llevada a extremos, sólo queda la muerte, la muerte del deseo.

Un deseo que titila en una pregunta que, cuando se puede formular, es porque ya se sabe algo de la respuesta, y es entendible, porque cómo se podría preguntar por algo de lo nunca hemos sido anoticiados. Una pregunta dirigida al amo, una pregunta esclava formulada en forma de queja, el Discurso Histérico, el que subraya la falta, el que denuncia al amo, pero que al no distinguir su posición de sujeto, en su misma denuncia, lo sigue erigiendo. También, cuando se puede trascender, puede dar lugar a un acto, un acto de creación, de construcción, no de revolución, sí de subversión, allí donde algo nuevo se puede aportar, como en la ciencia.

El seminario es un dispositivo donde todos los discursos se juegan, donde los síntomas, o sea cada cual a su estilo, en su discurso, aportará lo necesario, no sólo para los otros, especialmente para él mismo.

En este que ya termina, tratamos de discernir lo que para el psicoanálisis es un acting out, un pasaje al acto, un síntoma y de lo que cada cual se pudo apropiar, lo que quedó, sólo el interesado podrá dar cuenta. Así mismo, nos adentramos en la teorización del fantasma y su relación con estas formas de responder a la angustia que, como sabemos, tienen que ver con lo real. También con cómo Lacan nos hace abordar la teoría para matematizarla, y encontrar allí un límite, haciendo que busquemos conocimientos, para algunos, olvidados, y que otros pueden aportar en la dilucidación enigmática que proponen.

Comenzamos con una pregunta sobre la película Madame Boutterfly, que aborda un hecho sucedido en la vida real, cuyo tema nos hizo pensar que podría ayudarnos a encuadrar los conceptos propuestos. En ella, como ya se ha dicho, Golimara, el protagonista, sostiene un romance, dónde para él el amor es lo que lo conduce a una serie de acciones que le enredan la vida, llevándolo al rompimiento de su matrimonio y, sobre todo, a verse involucrado en un delito de espionaje del cual él nunca estuvo al tanto, a pesar de que sus actos lo configuraron. Una ceguera que no sólo es referida a eso, sino especialmente a que la persona a quien amaba, Son Liling, por la cual hace todo lo que lo ha entrampado, resulta ser un hombre, algo que no sospechaba y que se devela en el juicio cuando es acusado de espionaje.

Era un espía quien lo había enamorado, una realidad negada en su totalidad por el protagonista, que al terminar el engaño, no puede olvidar el semblante que lo había enamorado, aunque el que lo representaba lo hubiera dejado caer frente a sus ojos. Unos ojos que quieren seguir viendo lo que ya no existe y por lo cual, en un último acto lo escenificará para matarlo, sólo que lo puede hacer muriendo él mismo en un acto dramático y sacrificial.

Podríamos decir que Golimara, vivió la relación en acciones que nos permiten decir que eran un acting out, pues a todas luces sus pedidos amorosos eran reconocidos y, al mismo tiempo respondidos, acudiendo a una supuesta ignorancia de su parte y por lo cual debía entender unas limitaciones a las que no recusa ni indaga. Una posición de total sometimiento al Otro, que no deja lugar a la pregunta y donde el deseo que se muestra, a todas luces, es el de ser engañado. Y podríamos decir que ante la caída del engaño, lo único que le queda es el pasaje al acto, caída del sujeto de la escena, dónde deja de ser Golimara para representar en una identificación completa la muerte de Son Liling. Digamos que su pérdida, que no pudo simbolizar, la escenifica en lo real, porque no pudo caer en su fantasía.
 
Clase del 23 de noviembre de 2010

lunes, 22 de noviembre de 2010

El diván virtual

¿Qué relación hay entre las palabras y el deseo?

Nuestra condición humana tiene características muy particulares, a veces es bueno pensar en ellas porque nos ayudan a entendernos más, y por ello, a ser más pacientes con nosotros mismos. Una de tantas es que somos sujetos de la palabra, algo que se oye complicado pero que lo podemos entender como la posibilidad de que, teniendo sólo veintiocho sonidos, que en la escritura nombramos como letras, podemos construir un sinnúmero de palabras, que tampoco son tantas para designar todo lo que es este universo. Un universo no sólo de objetos sino también de lo que sentimos, que exige un esfuerzo para encontrarlas y usarlas para hacernos entender. Y es así porque una palabra, según se use, su gramática o puntuación dirá algo diferente en cada momento.

Es la razón de que sea tan difícil la comunicación porque nos movemos en la eventualidad del equívoco, como nos lo muestra la siguiente historia: una secretaria, no muy afecta a su jefe y a quien no le aprobaba sus procedimientos, al final de una carta que él había terminado con: “Y esto es cuanto afirmo”, ella se quedó sin trabajo porque escribió: “Y esto es cuento, afirmo”. Es que el movimiento de letras, puntuaciones o palabras, puede causar risa como pasa en el chiste, y también efectos desconocidos para el sujeto que las emite, evidente en la frecuencia de que lo que creímos decir no fue lo que el otro dijo escuchar, que lleva a la reiterada frase: “Pero es que yo no quise decir eso”. Podríamos decir que en las palabras viaja el deseo, que buscará de alguna manera obtener su satisfacción, una satisfacción inconsciente que para el que habla, es desconocida.

Somos seres del deseo, pero no de aquel que reconocemos normalmente cifrado en palabras como: Quiero ser exitoso, quiero casarme, quiero tener hijos, quiero esta profesión. Somos más de un deseo inconsciente donde lo pulsional desconocido hace efecto. Es por ello que al obtener el éxito no se pueda gozar la satisfacción esperada, después del matrimonio, pueda aparecer la desilusión, apenas nacido el niño, algunos no sabrán qué hacer con él o, terminada la carrera, se llega a descubrir que no quiere ejercerla. Somos seres cambiantes y el conocimiento de nosotros mismos, como nos lo aconsejaba Sócrates, al parecer no es tan fácil. Y no lo es, porque la satisfacción que es lo que nos lleva a sentir felicidad o alegría de vivir, al moverse por los caminos del lenguaje, en palabras, a veces condensadas o desplazadas, que dicen más de lo que creemos decir, lo que creemos buscar, a veces, no es aquello que queremos encontrar.

Tal vez es la razón que llevó a Montaigne a decir que: "El hombre es cosa vana, variable y ondeante". Es que el poeta, que está tan cerca de las palabras, pareciera conocer secretos que al resto de los mortales nos son esquivos, lo que no quiere decir que lo tenga resuelto, sólo que lo puede decir. Escucharlo y asumirlo nos acerca a la realidad, desconocerlo lleva a la desolación de algunos, que no son felices porque no son felices. Como si la felicidad o la satisfacción fuera un camino sin faltas, como si no fuera producto, además, de un rodeo. Podríamos citar aquí a Platón que en uno de sus tantos aciertos, decía: “No te asustes del rodeo, porque es un rodeo necesario”.

Lo que si amerita una reflexión es la repetición, esa condición que nos lleva al sufrimiento, causada por lo que no podemos hacer, o no podemos dejar de hacer. Condición que nos puede llevar a una pregunta que, en un destello, encontremos, y además no retrocedamos, ante la evidencia de reconocer que hay situaciones que se repiten en nuestra vida causándonos insatisfacción. Eventos signados por el “siempre me pasa” o “nunca puedo”, palabras que en aquel que las dice, le sirven para expresar su queja pero también dejan ver una sin salida, porque atrapado en el siempre, no podrá cambiar. Y en él nunca, jamás le sucederá. Somos seres del lenguaje, de vez en cuando es bueno escucharnos, o de pronto, contar con la suerte que alguien nos escuche.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla. Octubre 23 de 2010

Retazos lacanianos


El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada. Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla. Esta enseñanza es un rechazo de todo sistema. Descubre un pensamiento en movimiento: que, sin embargo, se presta al sistema, ya que necesariamente presenta una faz dogmática. El pensamiento de Freud está abierto a revisión. Reducirlo a palabras gastadas es un error. Cada noción posee en él vida propia. Esto precisamente es lo que se llama dialéctica.
Los escritos técnicos de Freud. Apertura. 1953

Llevar al lector a una consecuencia en la que le sea preciso poner de su parte…no debe dejar al lector otra salida que la de su entrada, la cual yo prefiero difícil.
Escritos 1. La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El diván virtual.


¿Por qué es importante preguntarse por el amor y la sexualidad?

La sexualidad y el amor son temas que van de la mano, aunque no siempre la sexualidad vaya acompañada del amor y no siempre el amor tenga que ver con el sexo. Lo que sí es innegable es que la procreación tiene que ver con él, esa eventualidad de dar vida, que en nosotros los humanos está relacionada a la satisfacción, al cumplimiento de un goce que se siente en el cuerpo y por lo cual viene alguien nuevo al mundo. Como lo dice en pocas palabras el cantautor argentino Facundo Cabral: “Un minuto de silencio, un segundo de descuido. Un hijo”.

Un tema que tiene toda su importancia, Freud lo subrayó desde sus inicios porque encontró allí respuestas al dolor de la existencia. Es que el amor y el sexo, aún con toda la libertad que hoy se tiene para hablar de ello, implicarán siempre una incógnita. Un enigma porque está en relación al encuentro con el otro, al desconocimiento de ese otro y, a un pedido muy particular y es que ese otro preste su cuerpo, su atención y sus afectos para gozar con él. Y lo que es más difícil es que en ese pedido están implícitas las diferencias, por lo cual, el encuentro puede estar lleno de malentendidos.

Lo masculino y lo femenino, dos posiciones distintas frente al deseo que precisamente por eso se atraerán, pero también esas posiciones diversas, harán las dificultades. Una situación que se refleja en el decir perenne de ellos: ¿Quién entiende a las mujeres? Y en ellas: Todos los hombres son iguales. Una dificultad que cuando se puede abordar desde la aceptación, se reflejará en que se pueda reír de ello y disfrutarlo, a diferencia de aquellos que penan y hacen de la abolición de las diferencias una consigna, creyendo que es por la igualdad que será posible el encuentro.

No podemos negar que soportar las diferencias que el otro sexo trae consigo no es sencillo, y es ahí donde el amor hará posible lo imposible. Lo imposible de la relación, por un lado de un sexo determinado por tener un órgano, cuyas experiencias con su propio cuerpo y con el placer serán distintas a las de aquellas que, no teniéndolo, gozarán de otra manera. En él, marcado por la presencia y finitud de un deseo que su propio órgano delata, y en ella, la discreción de sus sensaciones, tan íntimas que a veces le pueden permitir mascaradas donde no hay qué la evidencie. Diferencias sexuales anatómicas que se reflejarán, no sólo en el momento del encuentro sexual, sino en la vida. En ella, en el sin límite del llanto, las palabras, la risa, los movimientos. En él, en la contención.

Unas diferencias que son motivo de quejas pidiendo lo imposible. Ella, esperando una sensibilidad que cree que no se le da por mezquindad y él, creyendo que ella puede poner límite a lo que no le está dado por estructura. Pero lo cierto es que gozar, aunque esté en relación con el otro, sólo lo logrará el que tenga en sí la posibilidad de disfrutar, una suerte que si no está, nadie podrá proporcionarla, así como no se nos ocurriría culpar a la música por no saber bailar. Es aquí donde se evidencian los síntomas de la histeria que se caracteriza porque siempre está insatisfecha, y la forma de lograrlo es encontrar precisamente aquello que, inconscientemente sabe que no le dará la satisfacción. Y del obsesivo, cuyo cumplimiento del deseo es imposible, y lo logra, siempre posponiendo. Es la razón por la cual se dice que es la pareja perfecta: ella siempre insatisfecha con lo que él le da por lo cual a él nunca se le cumple el deseo de verla satisfecha.

Uniones que se dan en el malestar y donde en ese minuto de silencio y segundo de descuido aparecerán los hijos, que serán criados oyendo las recriminaciones y quejas de cada uno. Reclamos que, en ocasiones, tendrán toda su pertinencia, pero también muchos obedecerán a la impotencia, dónde ambos limitados para poder gozar se les pasará la vida, sin lograr en algún momento hacerse una pregunta dónde no se culpe al otro, y algo pueda avanzar.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, octubre 16 de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

Seminario. Clase siete.


Lo inconsciente. La vida y sus malentendidos.

Toda la retórica de Lacan es un esfuerzo descomunal por lograr lo imposible, y no porque lo logre, sino porque deja ver la dificultad para poder decir de lo que se trata lo inconsciente. En una de sus tantas formas, lo plantea diciendo que está estructurado como un lenguaje, una frase que como todas se vuelve estribillo y, ella misma, por lo mismo, tapona lo que se quiere decir.

Una dificultad siempre presente, pues es con el mismo lenguaje que en su estructura de ficción, las palabras que se usan no alcanzan para nombrar eso que afecta reflejado en lo que se dice, en ese decir que no se sabe. Y si esa dificultad está para todo, más lo estará para dar cuenta de lo inconsciente.

El pasaje al acto y acting out son dos formas que lo revelan, de ellos se dice que son formas de maquillar la angustia. Si es un maquillaje algo tapa pero, ¿si sabemos que el movimiento del lenguaje en la metáfora y la metonimia implican que algo para ser dicho siempre lo será a través de otra cosa o, mejor de otra palabra, que siempre será algo velado, entonces, en estos dos actos, porqué aparece esa angustia que hay que maquillar o, porqué allí alcanzan menos las palabras?

Si son actos directamente relacionados con el fantasma, primero veamos lo que el fantasma nos enseña en su fórmula del $ en la articulación con el a. Si volvemos a Freud, y pensamos en su teorización sobre lo pulsional, en ella nos dice que hay algo en la pulsión que está del lado de lo que llamó la representación, o sea lo relacionado a la palabra, que es lo que va quedar reprimido. Del otro lado, el afecto será lo que sigue insistiendo pero totalmente divorciado de lo que lo produjo y que aparecerá con toda su fuerza, aparentemente sin razón, pero que la tendrá toda en relación al suceso olvidado. Digamos con Lacan, a eso que de la simbolización sigue estando pero enlazado a otro significante.

Ahora, si entendemos que un sujeto es lo que representa un significante para otro significante, es con toda razón el sujeto del inconsciente que, por efectos del lenguaje, en su estructura el hombre como sujeto tiene que constituirse y ocupar un lugar como aquél que porta la palabra, pero que no podría portarla sino en una estructura que, por verídica que se proponga, es estructura de ficción.

En el fantasma, del lado del $, del sujeto, hay relación con la palabra, con lo simbólico. Del lado del a, lugar del goce, hay ese afecto que simbolizado en una letra representa lo oral, lo anal, la mirada, la voz. ¿Qué es entonces lo que significa que el objeto a en el acting out se muestre? Y que en el pasaje al acto, el sujeto identificado a ese objeto a ¿caiga? ¿Caiga de la escena?

Primero nos ayudará lo que tiene que ver con el semblante y por ende, con el discurso. Es por el discurso que se sostiene un semblante, semblante de ser, semblante de ser lo que ese discurso propone que: sólo se resuelve, a fin de cuentas, en su fracaso, en no poderse sostener en el abordaje a lo real.

¿Podríamos decir que en esa dificultad, en eso que para el hombre portador de palabra, de la que se espera diga todo, es poco lo que ella puede decir de lo que habita en un sujeto marcado por una historia que se desliza en los significantes que lo sostienen, que a su vez desconoce, y que en el momento menos esperado, es asaltado por un encuentro con lo real que lo embaraza, lo inhibe, principalmente lo angustia? Que sólo se resuelve a fin de cuentas en su fracaso pues ¿cómo sostenerse en ese abordaje a lo real?

Seguramente una forma es el acting out, la puesta en escena del a, objeto causa del deseo, por eso lo que se muestra es otra cosa, otra cosa de la que es; qué es nadie lo sabe, pero de qué es otra cosa nadie duda. Seguramente la razón de la insistencia de Lacan que con el caso Dora trata de evidenciar esos actos, en los cuales supuestamente ella no está interesada pero que a cualquier mirada desprevenida, sugieren que ella si quiere eso de lo que se queja y que luego en un pasaje al acto, rechaza.

Recordemos cómo ella acepta los cortejos del señor K, recibe sus regalos y aparentemente se muestra agradada, también parece buscar los momentos propicios para el encuentro, cuando paseando los hijos de la pareja del susodicho señor con su esposa la señora K, le permiten a él asumir que ella algo desea de él. El final de la historia se desencadena por una frase que para cualquier mujer que realmente estuviera involucrada, esperaría escuchar, pero el resultado no es el esperado, sino un violento rechazo que nada tiene que ver con lo mostrado.

¿Son esos actos la mostración de un deseo, pero de un deseo acéfalo? ¿Un deseo desconectado del ahí y el ahora que ella vive? ¿Un deseo inconsciente que actúa sin estar anoticiada, y un goce que, como se sabe, siempre es de lo desconocido? Un desconocimiento que tanto Freud como Lacan apuntarán a la pregunta por su femineidad que, como sucede en la histeria, su deseo está en relación al deseo del otro, a cómo goza el otro. Seguramente la razón de que el señor K en su momento fue puesto en su lugar, pues él no estaba advertido de que se trataba de otra cosa, y seguramente ella tampoco, cuando cae del discurso que sostenía el semblante al escucharle decir: “Mi mujer no es nada para mí”.

Caída de la escena, caer del discurso que se sostiene en Dora, pasaje al acto, una bofetada que muestra que no puede seguir sosteniendo el lugar en que como semblante se propone. Un semblante armado de acting out, de un deseo perdido, como en un actor que representa la escena de un libreto escrito por otro y en la que no se está comprometido. Por eso ante el pedido de ponerse ahí para recibir lo que supuestamente está pidiendo, aparece el pasaje al acto, salida de la escena, algo así como: “ese libreto no es conmigo”. Ahí donde el sujeto tambalea en un discurso que ya no lo sostiene, en un sentido que se ha perdido, o más bien, que nunca asumió.

Ahora, ¿qué diferencia hay entre el pasaje al acto, el acting out y el síntoma? Veamos el siguiente caso: una joven lleva varios años de relación con un hombre al que dice querer, llega a consulta porque él le fue infiel. Luego de algunas consultas revela que a pesar de que desde el inicio sostienen relaciones sexuales, ella nunca ha sentido nada, y nada tampoco le ha dicho al interesado. Su queja no es por su falta de sentir, es porque teme su abandono. Aquí podemos decir que nos encontramos con un síntoma porque no llama a interpretación, es silencioso, callado y sobre todo aparece como síntoma cuando es nombrado y reconocido en la transferencia, que en un momento la lleva a expresar: “es que yo he estado como anestesiada”.

Pasaje al acto, acting out, síntoma, formas como el inconsciente se nos revela y que en la clínica tienen todo su valor para avanzar en una pregunta que lleve al sujeto en la búsqueda de su verdad. Verdad que siempre se escabulle y que la posibilidad de cercarla tendrá que ver con otro acto, el acto analítico para hacer que eso mudo empiece a hablar, como lo dice Lacan en el seminario La Angustia:

Ahora volvamos al acting-out. A diferencia del síntoma, el acting-out es el amago de la transferencia. Es la transferencia salvaje. No hay necesidad de análisis —ustedes lo dudan— para que haya transferencia, pero la transferencia sin análisis, es el acting-out, y el acting-out sin análisis, es la transferencia. De esto resulta que una de las maneras de plantear la cuestión, en lo relativo a la organización de la transferencia — la organización, la Handlung de la transferencia— es preguntarse cómo domesticar la transferencia salvaje, cómo hacer entrar al elefante salvaje en el cercado, cómo poner a dar vueltas al caballo en el picadero.

Las cursivas corresponden a expresiones de Lacan en los seminario La Angustia y Aún
Clase del 2 de noviembre del 2010

lunes, 8 de noviembre de 2010

El diván virtual


¿Cuándo pasamos de víctimas a cómplices?

Ser víctima significa que se padece una situación donde el otro tiene todo el poder, de alguien que se encuentra totalmente indefenso, incapaz de tomar alguna acción y las salidas están vedadas. Ser víctima es estar en un lugar de conmiseración dónde la mirada de los demás es de lástima y, obliga a que otros tomen las decisiones porque el comprometido es impotente. Un lugar de total indefensión cuyo prototipo por excelencia es el niño.

El paso de víctima a cómplice es una línea muy fina, casi imperceptible, una trampa que precisamente nos entrampa porque no sabemos de ella. Esto es evidente en el abuso infantil donde el niño por ignorancia y miedo termina encubriendo al victimario, una complicidad entendible porque él todavía no sabe y, cuando lo entiende, aparece la culpa y su temor se acrecienta acallándolo más.

Pero a veces sucede que esa línea imperceptible, esa trampa, no se encuentra ya en el niño sino en el adulto, del cual, por su constitución se espera pueda reaccionar y defenderse. Una situación que vemos a diario donde alguien acepta y excusa los abusos de otro, y por el apego o el miedo termina beneficiando al victimario. En una posición en la que las razones del otro siempre serán más importantes y válidas que las propias, de ese que se comporta siempre en el “Después de usted”, en otras palabras: “Primero tú”.

Un “Primero tú” que luego será cobrado con creces, con quejas, con recriminaciones, con lamentos. Por eso es fácil creer una frase difícil de escuchar pero, al parecer muy cierta: “Dime de lo que te quejas y te diré donde gozas”. Pareciera, - y puede ser así porque es del inconsciente- que esa queja repetida, esa auto conmiseración y la no resolución de lo que se padece, fuera más un estilo de vida, una forma de vivir penando. Y sucede porque se confunde ser bueno con ser indolente, ser compasivo con dejarse abusar, ser generoso con no esperar nada para sí. Es llegar a confundirse tanto con el otro que no se diferencia el amor del daño y, en ocasiones, se está tan fundido con el otro que se quiere tapar lo que ese otro le ha hecho a uno con tal de mantenerle una imagen ideal. Como si la imagen del otro no fuera la de él sino la propia.

Hay una historia muy particular de alguien totalmente victimizado, en un momento en el cual todas las salidas estaban cerradas y quien hubiera podido acomodarse en que las leyes se lo exigían, sin embargo fue capaz de tener un gesto de libertad. Rosa Parks, esa mujer negra de Alabama que estaba obligada a levantarse del asiento para darlo a un blanco, sabemos que no cedió su lugar, y sin violencia ni quejas empezó a decir basta. Una posición que nos deja ver que lo que cada cual asume en la vida, no está en relación a lo que el otro impone ni al género al cual se pertenece, sino a lo que uno se cree que debe aceptar.

Seguramente no todos seremos Rosa Parks quien con su acción colaboró a que cambiaran las leyes, lo que si podemos es ser sujetos de nuestra propia vida, lo que pasa es que para serlo es necesario hacerse responsable, algo que al parecer cuesta. Y cuesta reconocerlo porque en la mayoría de los casos, como dice una famosa frase: “Toda víctima si no es cómplice, por lo menos es autor intelectual del crimen”. Frase que se puede traducir como: cuando me quejo, debo preguntarme qué tan autor soy de lo que me quejo. Y es así porque pensándolo bien, lo justo es no permitir que el otro me haga daño porque al no permitirlo, me evito un dolor y al otro la culpa por lo infringido. Pero somos humanos y tenemos formas bastante particulares para encarar el sufrimiento que tiene tantas caras, tantas, que en nosotros mismos las desconocemos.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia, octubre 9 de 2010