viernes, 18 de noviembre de 2011

Lecturas recomendadas


MATEMÁTICA DE LOS GRAFOS
Los grafos del deseo en Subversión del sujeto y el Seminario
por Carlos Faig
                                                                       
II CLASE. TRANSITIVISMO Y CONCURRENCIA
Habíamos llegado hasta el abordaje que hace Lacan del piso inferior del grafo y nos detuvimos en la retoma que se produce allí de la Fenomenología de Hegel.

Hoy voy a ocuparme nuevamente del piso inferior pero en otro sentido. La clase anterior había mencionado que la importancia de este piso en la clínica lleva al tema de la sugestión. En lo esencial, la sugestión se reduce al sentido. Incluso podríamos arriesgar que la sugestión es paralela al efecto de sentido. En la clínica psicoanalítica la sugestión aparece, de modo correlativo a aquel efecto y cuando la interpretación se encamina en esa vía. Es el caso más común que la práctica analítica alimente al síntoma; generalmente promueve nuevos sentidos a los síntomas del sujeto, un lugar desde el cual nombrarse o nombrar su enfermedad. La sugestión es verdaderamente una nave. Al viaje propio y, en ese sentido, ineliminable del análisis, llamésmole: la nave del análisis. Pero el psicoanálisis no es una ciencia de la significación, como se creyó en cierta época, sosteniendo la idea en ciertos textos de Lacan, su filiación pretendidamente estructuralista, su vinculación y su amistad con Jakobson y Lévi-Strauss. Si el psicoanálisis no resuelve el terreno de la significación en general, del sentido (sin hacer mayor diferencia en este caso), si no lo reduce, no puede distinguírselo de la psicoterapia.

Voy a tomar algunos ejemplos que mencioné en un artículo de hace unos años. Un paciente en análisis freudiano comenzó a soñar repetidamente con la comida totémica. De más está decir que tanto el paciente como el analista estaban muy satisfechos con esos sueños. En otro análisis, conducido por una analista kleiniana, los sueños presentaban una muy abundante cantidad de símbolos. Aparecían símbolos de genitales femeninos, del pecho, así como también túneles y objetos muy próximos a algunas descripciones de Melanie Klein: heces explosivas y cosas de ese estilo. Por último, un paciente en análisis lacaniano soñaba con imágenes del cuerpo fragmentado, con ectopias corporales al estilo del Bosco, como hubiera agradado a Lacan.

El poder de sugestión en el análisis penetra hasta el nivel onírico. Los sueños, esos sueños, reciben sobre sí el mensaje invertido del analista en juego en cada uno de ellos. No porque el paciente quiera agradar a su analista, dimensión que sin duda está también presente, sino por la estructura de la significación: el sueño vale en razón del punto a partir del cual recibe su significación. Esta es, precisamente, la nave del análisis.

Releyendo un texto de Roger Callois encontré otro ejemplo sobre la sugestión en los sueños. Callois escribe: “Una mujer fue a ver al rabí Eliezer y le dijo: “He visto en sueños que el granero de mi casa se abría por una rajadura”. Él le contestó: “Concebirás un hijo”. Ella partió y eso fue lo que sucedió. De nuevo soñó ese mismo sueño y lo contó al rabí Eliezer quien le dio la misma interpretación, y eso fue lo que sucedió. Ella soñó el mismo sueño por tercera vez y buscó al rabí Eliezer. Al no encontrarlo, dijo a sus discípulos: “He visto en sueños que el granero de mi casa se abría por una rajadura”. Ellos le contestaron: “Enterrarás a tu marido”. Y eso fue lo que sucedió. El rabí Eliezer, sorprendido por los llantos, se informó de lo que andaba mal. Sus discípulos le contaron lo que había pasado. Exclamó: “¡Desdichados! ¡Han matado a ese hombre! Acaso no está escrito: Como nos lo explicó, así fue”. El sueño −como dice Callois en ese mismo texto− sigue a la boca que lo interpreta.

Lacan desdobla la forma primera del grafo para salir del terreno de la sugestión. El piso superior, entre S◊D y S(A), entre la pulsión y el significante de la falta del Otro, es una suerte de significación gráfica que recalca la superposición de las líneas por segunda vez, simbolizando que el deseo se produce en el más allá de la demanda. El ché vuoi? de Cazotte, que constituye el tercer grafo, permite pasar al último estado de la construcción al plantear el problema del sujeto en dependencia de su querer. La pregunta de Cazotte es también una sigla del sujeto, una S que se ubica sobre el lugar del Otro, como si éste fuera el punto del signo interrogación. En el piso inferior el deseo del sujeto, su querer, no podría tener solución: es tanto su “deseo” como el “deseo” del Otro. Nada le garantiza allí que lo que pide sea verdaderamente pedido por él. Mientras se mantenga la significación de la demanda el transitivismo no desaparece. La significación se desliza sin poder detenerse en el sujeto o en el Otro. El problema es entonces cómo se sale de la significación o, lo que es lo mismo, ¿cómo la interpretación puede tener alcance sobre el deseo? ¿Cómo producir el deseo más allá de la sugestión?

Veamos el problema desde otro ángulo. Si el niño depende en primer lugar de la significación materna, aprenderá, como dice Melanie Klein, que la madre contiene el falo, es decir, será remitido a la instancia paterna (cf. la crítica de Lacan a la adhesión de Jones al kleinismo, en Écrits, p.e., p. 688). Pero nada nos dice que no sea el padre quien, en segunda instancia, signifique al hijo. Y no es lo importante aquí que se trate de ese tipo de padre materno, o de una pareja combinada incluso. Lo importante es que en tal caso no saldríamos, en modo alguno, de la estructura de la significación. Pasaríamos, simplemente, de un Otro a otro Otro, si se quiere más potente o, aun, más eficaz, lo que es todavía peor. Es en este lugar y respecto de este
problema que en la complicada mitología freudiana toma su estatuto el mito del Padre Muerto. Por esto, y como Jones lo ha consignado en su biografía −aunque obviamente no por esta razón−, Freud consideraba a Tótem y tabú su obra principal.

Es necesario que aquel que está destinado, por cualquier razón que sea, a ocupar ese lugar lo haga al precio de su desaparición6. Lo esencial del complejo de Edipo, en cierta forma, se halla en esa cuestión: en la caída de la dimensión del Otro (desde otra perspectiva: el destino de resto que toma el héroe en la tragedia). De ahí que el mito de Edipo aparezca como normativo respecto del deseo. Pero en otro sentido, como decía Lacan, el Edipo no es más que el cuadro con el que los analistas reglan el juego.

Edipo pone en juego el destino del héroe en la tragedia, el resto, el resultado de la operación analítica bajo la especie del (a). Se ve así que el Edipo no hace más que recubrir la castración, la caída del Otro en el objeto (a). En Subversión, por ejemplo, leemos: “Pero lo que no es un mito, y que Freud ha formulado sin embargo tan pronto como el Edipo, es el complejo de castración” (E, p. 820). Hay otras observaciones de Lacan, en este mismo texto, en la misma línea: “Se haría mal en creer que el mito freudiano del Edipo termine con la teología. Pues no basta agitar el guiñol de la rivalidad sexual. Convendría más bien leer lo que en sus coordenadas Freud impone a nuestra reflexión: pues vuelven a la cuestión de dónde él mismo ha partido: ¿qué es un padre? (E, p. 812). Y, más adelante, para terminar con esta serie de citas (a las que se podrían agregar aun otras referidas a la castración, al Padre Muerto, etc.): “Ya es mucho que tengamos que ubicar aquí, en el mito freudiano, al Padre Muerto. Pero un mito no se basta sin soportarse por algún rito, y el psicoanálisis no es el rito de Edipo, observación a desarrollar más tarde” (E, p. 818). Para decirlo con otros términos, hay un éxito de descubrimiento en la empresa freudiana. Este éxito gira en torno al descubrimiento del complejo de castración. Digo “éxito de descubrimiento” en el sentido en que se habla de él en la fonología (me refiero a los resultados que se obtienen después de Saussure: el fonema como objeto formal separado de la fonética), o incluso en el sentido de la tablas de Mendeleev que permiten, una vez producidas, deducir la existencia de elementos desconocidos empíricamente. El éxito, en el campo del psicoanálisis, consiste en descubrir el complejo de castración, y su relación con la subjetividad.

Este desarrollo sobre el Edipo y los fragmentos que cité no tienen más función que la de procurar un apólogo al piso superior del grafo. Me permití tomar el complejo de Edipo como apólogo −ya que tiene relación con la danza de faltas en que se constituye el deseo− de la falta del Otro. El grafo, pues, en su forma desarrollada, introduce la falta del Otro, y esa falta no es a entender únicamente, como se cree erróneamente, como la falta del Otro −al Otro le faltaría, por ejemplo, el significante que lo designe para sí mismo; o bien, el Otro se constituye en razón de un significante faltante−, se trata también, y es lo esencial, de la falta del Otro, de que no hay Otro, en el sentido del genitivo por donde es el Otro mismo quien desaparece. Solo esta operación permite que se halle una salida al problema que introducía la significación, permite la articulación del deseo (aun cuando queda por explicar todavía que la condición de articulación del deseo es que sea inarticulable dado que está articulado en un nivel que no le es propio, la demanda, cf. E, p. 804).
Lacan sostiene explícitamente en el texto que el Otro falta. No es una fórmula extraña a Lacan, pero es raro encontrarla tempranamente. No sorprende hallarla en el seminario XIV; puede sorprender encontrarla en Subversión. Respecto de esto voy a citar dos párrafos: “(El goce) la experiencia prueba que me está ordinariamente prohibido, y esto no únicamente, como lo creerían los imbéciles, por un mal arreglo de la sociedad, sino diría yo por la falta (faute) del Otro si existiera: al no existir el Otro, no me queda más que tomar la falta sobre Je, es decir creer en aquello a lo que la experiencia nos conduce a todos, y a Freud en primer lugar: al pecado original” (E, p. 820, el subrayado es mío). Y hacia el final del escrito: “(...) por qué razón sacrificaría su diferencia (todo pero no eso) al goce de un Otro que, no lo olvidemos, no existe” (E, p. 826, el subrayado es mío).

Ver todo el texto en el blog el psicoanalista lector de Pablo Peusner  

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El diván virtual


                                                          ¿Qué nos enseña Steve Jobs?

Por un discurso muy conocido sabemos algunos aspectos de su vida, uno de ellos, que fue regalado por su madre a sus padres adoptivos con una condición, que fuera a la universidad. Algo que no sucedió, aparentemente en ese tiempo por razones económicas, que él interpretó más tarde como la forma de seguir su propio camino.

Enseña así que en la condición humana no hay nada escrito y que si bien es cierto que lo sucedido en el pasado determina nuestro presente, es falso creer que hay fórmulas que permiten la generalización, según las cuales, un suceso que afecta a uno de determinada manera, es igual para todos. Una creencia que determina diagnósticos y tratamientos errados, también saberes que se sostienen, que si no estuvieran, no se sufriría por eso.

Hizo evidente que ser o no un hijo deseado está relacionado con lo que puede ser de alguien en el futuro, pero no a la manera que lo entendemos, evidente en la pregunta que figura en las historias clínicas donde se consignan los datos del que llega a consulta psicológica por algún síntoma. ¿Fue un hijo deseado? A lo que siempre se da una respuesta, vaya a saber qué tan cierta, que algunos responden negativamente cifrando allí el dolor de su existencia. Así como antes se sufría por ser hijo natural, ahora en los anaqueles del olvido, que en su momento alguien resolvió con un chiste diciendo: menos mal no soy artificial.

Entendible, si somos menos románticos y más realistas, porque viendo cómo se mueve el mundo, la proliferación de sus habitantes y los dramas del amor y la sexualidad, ¿no es más lógico pensar que los deseados, aún no sean regalados o abandonados, son más bien pocos?

Steve Jobs nos enseñó que vivir implica perder, que es parte del desvío de los caminos que recorremos, virajes que las situaciones nos imponen, crisis a las que cuando se responde con entereza y no con autocompasión, mucho se puede alcanzar. Al parecer no era sólo un genio de las computadoras, también de la vida, para lograr entender que en ella creemos saber para donde vamos, una ficción que a cada paso se nos desbarata, además, porque no tenemos brújula.

Sabía que podía inventar muchas cosas pero no ese cuadrante, lo que sí tenía claro era que lo único que nos puede guiar es la certeza de la muerte, la única brújula que nos puede acompañar para aprovechar ese momento que es la vida, porque independiente del deseo de quien nos la dio, ya es un regalo.

También por él podemos concluir que no se enseña con cátedras, consejos o peroratas, que se hace con la propia vida y no precisamente porque quisiera dar ejemplo, seguramente algo lejos de su pensamiento cuyo interés era crear y trabajar. Así mostró que seguir el propio deseo, reconociendo que hay cierta dificultad no sólo para encontrarlo sino también para realizarlo, es una excelente manera de darle sentido a lo que hacemos y entregar a los demás lo mejor que se tiene.

Un personaje que no se puede olvidar, no sólo porque tuvo la posibilidad de ver el mundo más allá de los límites impuestos a todos sino porque logró una revolución, y no aquellas que dejan muertos sino las que oxigenan la vida, que subvierten lo que antes había sido visto de una sola manera y nos recuerdan que el tiempo y el espacio, están atravesados por una concepción humana por lo cual tampoco allí, hay fórmulas inamovibles. Pero especialmente nos enseñó que el deseo es enigmático y no viaja por carriles conocidos por nosotros. ¿Acaso no terminó en la universidad sin haber estado en ella, y además premiado?

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barraqnuilla, Colombia. Octubre 15 de 2011

jueves, 3 de noviembre de 2011

Interesante.


David Cronenberg, director de “Un método peligroso
Escrito por José Arce

La sola mención del nombre de David Cronenberg llena nuestra mente de imágenes turbadoras que surgen de la incomparable filmografía de un realizador clave en el cine de las últimas tres décadas. Ahora presenta “Un método peligroso”, centrada en la complejísima relación a tres bandas entre Sigmund Freud (Viggo Mortensen), Carl Gustav Jung (Michael Fassbender) y Sabina Spielrein (Keira Knightley).

Y la verdad es que sorprende encontrarse a una persona sencillamente encantadora, amable y atenta, alejada de la imagen inquietante que puede derivarse de su trabajo tras las cámaras. Charlamos con él durante unos minutos que pasan volando; su agenda manda, evidentemente, y tenemos que dejar para otra ocasión una conversación más distendida que se antoja forzosamente fascinante.

Tu carrera sigue llena de personajes turbadores.
Sí. Los personajes de esta historia fueron muy perturbadores en su momento histórico y el momento en el que vivían. En general, no tengo reglas cuando escojo un proyecto, me dejo llevar por mi instinto; de hecho, cuando leí la obra de Christopher Hampton no estaba buscando una película, pero según fui descubriéndola me pareció tremendamente interesante poder explorar cinematográficamente la vida de Sigmund Freud, todo un icono de la vida intelectual del siglo XX.

Y en un momento histórico fascinante.
Exacto, justo antes de la Gran Guerra. Fueron un montón de piezas que ensamblaron solas.

Vuelves a acertar con el casting con el trío principal.
La elección de un reparto es como un arte negro. Es algo muy, muy importante, pero no hay reglas, no hay nada escrito que te ayude a elegir. Puedes matar una película si te equivocas de actor. También me dejo llevar por mi intuición en ese sentido; algo que hago también mucho es ver en Internet las entrevistas que hacen a los actores, porque muchas veces no tienes la posibilidad de conocer a un intérprete de antemano, y así puedo ver cómo reacciona, cómo es en persona. En el caso de “Un método peligroso”, al tratarse de personajes históricos, había que tener mucho cuidado. Con treinta años, Viggo Mortensen podría haber interpretado a Jung, pero con cincuenta no puede hacerlo.

Tercera colaboración con Mortensen, además. ¿Te sigue sorprendiendo como actor?
En realidad creo que soy yo el que en esta ocasión le ha sorprendido a él ofreciéndole este papel, porque él creía que no iba a poder hacerlo. Es increíble cómo ha cambiado su rostro con una prótesis en la nariz y unas lentillas. Eso me recuerda que en el cartel español los ojos de Viggo no son del mismo color que en la película, es un error curioso; de hecho, él estaba un poco molesto por ello. En otros países en el cartel tiene los ojos oscuros. Además, ganó doce kilos para la película, se ha entregado mucho, es fantástico. Confiamos mucho el uno en el otro.

Por otro lado, hay muy buena química entre Michael Fassbender y Keira Knightley.
Me di cuenta en cuanto les vi juntos en el set. Pero bueno, es parte del problema al que me refería antes, los castings son muy complicados. Michael y Keira no se conocían, nunca se habían visto ni habían hablado nunca. He tenido que actuar un poco como un casamentero, porque tenía que hacer que estuvieran bien juntos, que funcionaran juntos. Hay que confiar en que las cosas vayan a salir bien, y así ha pasado.

Más aún cuando tienen que compartir escenas de sexo masoquista…
Desde luego. Además, en esas escenas no da la impresión de que Jung esté disfrutando, es complicado; parece hacerlo más por seguir el consejo de Otto Gross, Vincent Cassel en la película, que le dice que debe darle a ella lo que quiere. Lo hace por ella, principalmente. Los actores suelen sentirse vulnerables al rodar secuencias sexuales, más aún si son de este tipo.

Freud unía el sexo a buena parte de los trastornos mentales.
La verdad es que Freud fue cambiando sus ideas sobre la sexualidad. Vivió una época de mucha represión sexual, y muchos de los pacientes que iban a verle eran víctimas de esa represión; así, es lógico que sexo y problema estuvieran unidos. Puede parecer en la película que Freud es un tipo muy dogmático, pero en realidad no es así; de hecho, escribió un libro titulado “Más allá del principio del placer” en el que trataba la relación entre muerte y sexualidad, a raíz de una conversación que tuvo con Sabina Spielrein.

Es curioso lo cíclicas que se vuelven las críticas hacia el psicoanálisis.
Estas cosas son así, es cíclico, ciertamente. Hace poco leí en el New York Times que el análisis freudiano se está volviendo muy popular en China porque están saliendo a la luz los problemas que tiene su ingente clase media y están volviendo a mirar sus postulados. Freud tuvo una carrera muy longeva, escribió muchos libros y desarrolló muchas teorías que tienen mucho potencial para ayudar a la gente, desde luego. Creo que su vigencia aún será muy larga.

“Un método peligroso” une la exquisitez formal de tus últimos trabajos con temas recurrentes de tu carrera, como una carga intelectual y sexual muy potente. ¿Marca un retorno a los inicios de tu filmografía?
Cuando me embarco en un proyecto no pienso en lo que he hecho hasta ahora, acepto las cosas tal y como vienen. Dicho esto, es cierto que lo primero que rodé en mi vida fue un corto de siete minutos, “Transferencia”, sobre un médico y su paciente. Visto así es como un círculo que se cierra; pero si hiciese mil películas, podrían ser todas distintas. Sexo, muerte, locura, familia… son temas recurrentes, importantes e interesantes, los mismos griegos los trataban con asiduidad. No soy una persona obsesiva, no estoy obsesionado con ningún tema en concreto.

Tu obra ha sido muy influyente para muchos cineastas.
Atom Egoyan me lo dijo, por ejemplo, o Darren Aronofsky, que me comentó que “La mosca” había sido unas de sus principales inspiraciones para “Cisne negro”; es tremendamente halagador, y me encanta haber servido de ayuda. Pero bueno, en lo que sí creo que puedo haber contribuido es en haber sido uno de los primeros directores canadienses que se quedó a vivir en Canadá, sin salir a Estados Unidos o Inglaterra para tener una carrera.
 
http://noticias.labutaca.net/david-cronenberg-director-de-un-metodo-peligroso-no-soy-una-persona-obsesiva/