jueves, 29 de abril de 2010

Artículos y ponencias.


Es una suerte para mí presentar hoy a Bertha Ramos, también un placer porque su presencia nos permite congregarnos alrededor de un tema que, seguramente, a todos los  presentes nos convoca: la palabra. Y digo que es una suerte porque no siempre se tiene la posibilidad de compartir con alguien que soporta y disfruta el rigor de la escritura. 

Sabemos que escribir no le es dado a muchos, a menos, despojarse del pudor para exponer lo escrito. Conocemos por los comentarios de los buenos escritores que es un arte que nada tiene de fácil. Esa página que pide ser llenada, que acucia a aquel que tiene el don pues lo siente como un mandato. Atreverse a poner allí palabras para luego encontrase con ellas, como si no fueran propias. Después, el trabajo de precisión de un relojero. Comunión con el texto, sílaba que no suena o suena demasiado. Fonética que comanda y rigor de la gramática que impone sus límites, del que sólo sale airoso aquel que respetándolos, puede transgredirlos. Arte de jugar con las palabras logrando verter una lectura inconsciente que, diciendo una cosa, hace posible tocar aquello que no se dijo, quedando dicho.
 
Es lo que logra Bertha, una muestra es La Torre de Pompeya, algo de lo que vamos a escuchar hoy, una serie de  relatos cortos, historias que contando la vida común afuera muestran lo que se juega adentro. Dramas que cuando encuentran la pluma de una buena escritura suenan a comedia, un paseo por la Torre donde los dragones disfrazados no nos atemorizan, pero sí nos dejan algo, a muchos una pregunta.

Un lugar habitado por diversos personajes, donde podemos sorprendernos ante la respuesta de la especial mujer del Cara Larga, uno de sus protagonistas, quien al hablar desprevenidamente de Galileo, ella le contesta: “gire la tierra o gire el sol, la mamá de Galileo era decente”. Y cómo no ver la cara y sonreír ante la descripción del Cara Larga: “extendida porque se le van quedando pedacitos de sucesos”. Y seguirse sorprendiendo cuando adentrándose en un tema, el punto final lo pone el sonido inocente de una gotera, sin  nada que ver en el asunto.

Un estilo que va del cuento corto, al más corto. Los primeros no alcanzan las tres páginas, los últimos son sólo párrafos. Destreza para condensar, economía de las palabras pero no del sentido, porque cuando ha caído la gotera ya se ha entendido en toda su dimensión, el drama que allí se juega. Como en los que tituló Una madre y Sexo por saxo. Los dos, en sólo seis líneas nos entregan, el primero: el encuentro de la madre y el hijo y, el segundo, el desencuentro entre el hombre y la mujer. Una especie de cuadros pincelados a través de la agudeza, citando a Octavio Paz, zig-zag del pensamiento que desgarra la sombra para iluminar brevemente una realidad anímica…una instantánea de la realidad total.

Personajes ficticios que de tan ficticios se vuelven reales. Afectos desmesurados que nos muestran los nuestros. Ironía que se desliza, a veces suavemente, en otras, nos toma  desprevenidos y nos despierta una risa cómplice. Humor que atravesando un tamiz, por eso no es negro.

Para un escritor ningún suceso es pueril. Es siempre un lector de lo que acontece, sin darse cuenta caza lo que los otros no ven. Una forma de exceso que lo desborda y cuyo límite es la escritura para deshacerse de ello, para dejar caer lo recogido a través de una vuelta, un rodeo en palabras que lo angustia pero también lo alivia. Alivio también para el que lee. Es por eso que gustan las buenas obras. Trascienden, permanecen. Hay algo allí que todos quisiéramos haber dicho y que al leerlo, también cae, ya alguien lo dijo.

El amor, la sexualidad, la muerte, grandes temas de la literatura para los cuales se necesita no tenerle miedo a las palabras. Podemos volver a Octavio Paz quien alguna vez dijo: las cosas tienen un nombre y cuando ese nombre se vuelve indecible es que la infección de la vida ha alcanzado también a las palabras.

Infección que no caracteriza los cuentos de Bertha. Cómo entender ese uso certero de la palabra precisa. Seguramente ella tampoco lo sabe, tampoco sabrá explicar cómo no retrocede ante aquella que se le impone. Sin pudores mezquinos ni romanticismos encubridores, su palabra aparece no para escandalizar, sólo resplandece para iluminar el texto. 

La escritura como las artes en general, es de lo inútil. Así es si lo comparamos con la necesidad. Esto es también a destacar. Cómo sobrevivir a la pregunta constante que acusa al escritor ante ese sometimiento comandado por nadie, de dedicar cada día un tiempo a un trabajo que no se sabe quien ha pedido: ¿Y esto para qué sirve? Pregunta que puede dejar a muchos en el camino. Respuesta posible que vislumbramos cada vez que tenemos la fortuna de acercarnos a un buen texto. Es necesario el tejido de aquel que escribe, que arma tramas, que cuenta historias, y sin ser esta su intención, pues cuando escribe parece ser más de la necesidad, entrega un espejo en el que nos podemos ver. Necesario por la fragilidad de lo humano, de saber que existimos.

También un empezar a existir de una forma de escribir que le permitió a Bertha ganarse el premio de cuento de la Universidad Metropolitana de Barranquilla en el 2001. Seguramente un paliativo a esa pregunta en la soledad de un oficio que no se elige y que ella no recusa. También fue propicia la publicación de algunos de sus cuentos en la revista Tropel de Luces en Venezuela a pedido de sus amigos que, como se sabe, son los primeros en reconocer lo que todavía el que escribe desconoce. Después, el reconocimiento en dos menciones de honor en el año 2004 y luego en el 2007 en el Concurso Interamericano de Cuentos en Buenos Aires, Argentina. Cuentos enviados, destacados en un concurso de escritura para mujeres. Razón no por la que los envió, ya que cuando escribe no es su interés si es Bertha o Bertho, esto parece no haber estado nunca en el horizonte de sus preguntas.

Y es que ella no escribe desde una condición, escribe sobre cualquiera, por eso también aunque en el relato a veces se sienta el sabor del Caribe y ella sea puramente barranquillera, es tan universal, que será todo un misterio para el lector reconocer si es hombre o mujer y a qué lugar geográfico pertenece.

Entonces, intuyendo las dificultades y los logros de un camino que implica la soledad porque allí no hay quien responda, sólo lo propio que es a la vez desconocido, lo que queda es agradecer a Bertha Ramos que, venciendo imposibilidades, haya avanzado en esas preguntas sin respuesta para que hoy estemos aquí y podamos disfrutar eso que ella da sin mezquindad: su palabra.

Palabras de presentación de I. P. M. a la escritora Bertha Ramos en la lectura de los cuentos de la serie La Torre de Pompeya, que espera pronta edición. Otros de sus cuentos pueden ser leídos en su blog: Palabras Pesadas. Hogar de paso de la literatura. En Cuentos breves y muy breves.http://palabraspesadas-bcr.blogspot.com/

De escritores…


Una mañana de agosto en Saint-Tropez, en el café Sennequier, que acaba de abrir las puertas. Hace rato que ha salido el sol, yo aún no me he acostado. A esta hora y en esta época, aparte de dos criadas soñolientas que manejan distraídamente sus escobas, no hay absolutamente nadie en el puerto dormido, donde se alinean, a lo largo de las terrazas, centenares de sillas vacías. Salvo, dos mesas más allá, las que ocupan Picasso y Jacqueline. Yo soy cronista. Todos los días tengo que alimentar con informaciones una página entera de un diario: Picasso, gran oportunidad. Llega de pronto otro tipo, barbudo, sexagenario y mugriento, cuyos andares inseguros, de no ser por la cartera de dibujo que aprieta debajo de un brazo, anuncian al vagabundo que acaba de levantarse de una curda al aire libre.
Se encamina derechamente hacia Picasso y blandiendo su mano derecha le agita el carboncillo ante la cara.
-¿Me permite?
Sonrisa de Picasso; yo daría cualquier cosa por adivinar si el artista ambulante ha reconocido a su ilustre modelo. ¿Cómo saberlo?
Imperturbable, empieza a dibujar en un bloc, mientras Picasso y Jacqueline charlan tomando sus cafés.
Diez minutos después el retrato está terminado.
-A ver- Dice Picasso.
Se apodera de la obra. Yo paso por detrás y miro a hurtadillas: es infame.
Picasso lo examina con la misma concentración y seriedad que si se tratara de un incunable.
-Excelente-dice- ¿Cuánto te debo?
El otro dice:
-Para usted, Maestro, es gratis-
¡O sea, que le había reconocido!
Además acaba de tener una frase de gran señor.
Con un movimiento de la barbilla Picasso le señala el bloc y el lápiz.
-Dame-
En unos pocos trazos mágicos, suntuosos de seguridad y de sencillez, ejecuta el dibujo de una
cabra, lo fecha, lo firma y lo tiende a su oscuro colega: gesto de príncipe.

Pierre Rey. Una Temporada con Lacan. Seix Barral. 1990

lunes, 26 de abril de 2010

El diván virtual



¿Por qué terminamos haciendo lo que otro quiere, y  no lo que queremos?

Podríamos empezar diciendo que ser obediente no es sinónimo de bondad, sino de no saber realmente lo que se quiere, porque cuando se sabe lo que se quiere, no hay poder humano que obligue a obedecer. Lo dicho puede ser cierto, pero también lo es, que saber lo que uno quiere no es tan fácil. Esto nos recuerda a Hipias, un personaje de un diálogo de Platón que, en medio de la duda de si se queda con la mujer que ha amado o la otra, que ahora se ha ganado sus afectos, le hace la pregunta al sabio. Sócrates como un oráculo, le responde: “hagas lo que hagas, te arrepentirás”.

Lo anterior viene a cuento, porque aunque no nos guste, es real. Sin ir muy lejos, sólo hay que pensar en una elección cualquiera, que para muchos no es nada fácil. Viéndolo del lado femenino, es probable que no exista una, que alguna vez al llegar a la casa con los zapatos rojos que acaba de comprar, se le ocurra pensar que mejor hubiera elegido los negros. Y el mejor ejemplo: ¿Qué me pongo?

Los seres humanos somos bastante complejos, lo que creemos simple siempre está atravesado de muchas preguntas, indecisiones y vacilaciones. Es tal vez la razón por la que al final, terminemos dejando que sea el otro quien decida. Además, porque nos permite la comodidad de no tener allí responsabilidad, y si algo sale mal, nos eximimos de la culpa. El famoso: tú me dijiste.

Y es que llegar a la mayoría de edad, que en pocas palabras significa hacerse cargo de lo que  uno dice y hace, no es sencillo. Desde el inicio de la vida estamos destinados a obedecer, además, si no lo hacemos, no sobrevivimos. Es la función de la madre y el padre y todo lo que la cultura, a través de ellos, nos transmite. Razón por la cual, sin darnos cuenta, ya siendo adultos, al tomar una decisión nuestra mirada se dirige al otro, como el niño que en su indefensión todavía espera la palabra y el gesto que aprueba.

Algo que está muy marcado para algunos, que esperan además, que el otro asuma esa posición, como aquella madre que supone que el hijo se descarrió porque los amigos lo incitaron, o la mujer que culpa a los amigos de las travesuras del marido. O, para no dejarlo sólo del lado de ellas, el hombre que piensa que su mujer cambió por influencia de la vecina. Es que no es fácil hacer responsable al otro de su acción, porque implica la contraria, que uno también es responsable de la suya. Lo que parece, no queremos agitarlo demasiado.

Lo más dramático es que a veces ni siquiera sabemos cuán apegados estamos a lo que el otro desea. Solo sabemos que sufrimos, que lo que hacemos no nos da placer, que quisiéramos cambiar de vida y, las culpas las ponemos en el otro, quien lo único que ha atinado a hacer, es colocarse en ese lugar donde uno mismo lo ha puesto, el de un amo que resuelve, piensa, decide y, además, se equivoca. Un amo que tampoco sabe las consecuencias de serlo, aunque goce las mieles de creer que es el que manda, es un lugar que se paga caro pues termina  con las cargas del otro, además de las propias.

La dificultad de saber lo que se quiere es la razón de la pregunta de Hipias; y Sócrates, que seguramente por eso era sabio, no se coloca en el lugar del amo, en su respuesta  deja ver que si lo que se elige no está en relación al propio deseo: hagas lo que hagas, te arrepentirás.

 Publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Sábado 24 de abril de 2010  

viernes, 23 de abril de 2010

Seminario.Clase séptima


¿Dónde está el sujeto? Una  pregunta que surge desde el inicio de la lectura de lo que le sucede a Gregorio Samsa en la Metamorfosis.  El personaje al despertar, después de un sueño intranquilo, se encuentra convertido en un monstruoso insecto, de allí en adelante se desprende toda la trama. Y lo que sorprende, es su propia falta de sorpresa, aunque se inquiete al alzar un poco la cabeza y ver la enorme protuberancia de un estómago, del que penden innumerables patas en movimiento. Y es que la pregunta de lo que le pasa no se refiere a él y a su dramática transformación, sino a las consecuencias que esto le trae para seguir su vida rutinaria.

Es una historia fantástica, como lo puede ser un mal sueño que sigue insistiendo para ser leído, como si en la cultura, un relato no pudiera ser olvidado. Como esos sueños que, aunque pasen los años, siempre estarán presentes para ser recordados.

Una primera lectura haría pensar en una familia armoniosa a la que, por azares del destino,  cae la desgracia en ese hijo amado y ejemplar. Otra podría ser que, debido a la falta de consideración de los familiares, que piensan sólo en su bienestar, les ha llegado un castigo del que son merecedores. También, que se trataría de una enseñanza moralizante para la vida, cosa que seguramente estaría lejos de la mente del autor, que en sus obras, evidencia la posibilidad que tiene para, por medio del relato de lo absurdo, lograr mostrar en un punto de quiebre, una verdad que resplandece. 

Es a ese punto de quiebre al que habría que referirse. ¿Qué es lo que en ese relato se juega? Ya en las primeras páginas, Gregorio nos da una pista, él dice con orgullo, pues sabe que se debe a él lo que expresa: “¡Qué vida tan plácida lleva mi familia!”, y en seguida, con dolor: “Qué tal que toda esta paz, todo este bienestar, toda esta satisfacción, se convirtieran en horror?”. Pregunta ante la cual, nos dice el narrador: “prefirió ponerse en movimiento y arrastrarse por la habitación”. Podemos pensar que en estas tres frases está el contenido de la obra, y no sólo de Samsa, también de lo que estamos tratando de seguir en las clases propuestas en relación al fantasma.

En el seminario dieciocho, De un discurso que no sea de la apariencia, Lacan dice: el discurso del inconsciente es una emergencia: es la emergencia de una cierta función del significante. Y, ¿qué más significante que el monstruoso insecto en que se ha convertido Gregorio y su pregunta por qué pasaría, si toda esa satisfacción se convirtiera en horror? En el discurso de la apariencia, él se pregunta por algo que puede ocurrir, en el discurso que no es de la apariencia, que habla a medias, el horror ya es un hecho y, con toda su apariencia de insecto, que obviamente siendo del inconsciente, el personaje no lo lee. Y allí  donde aparece un amago de pregunta, donde se vislumbra algo de la verdad de un goce: “Prefirió ponerse en movimiento y arrastrarse por la habitación”.

Un arrastrase en su discurso, en que Samsa se muestra como el hijo que quiere seguir satisfaciendo a su familia, especialmente a su padre, pagando una deuda que supuestamente este no está en capacidad de hacerlo, a una madre que no puede respirar y, a una hermana por la que debe responder, que encuentra el impedimento en un suceso en el cual, él no tiene nada que ver. Es lo que expresa el narrador: “lo mejor sería conservar la calma y tener mucha paciencia y consideración con la familia, para hacerle más soportables las molestias que inevitablemente les causaba con su actual estado”.

Encontramos en el protagonista un gran interés por el bienestar del otro, a tal punto que nada de lo que a él le suceda, tiene alguna relevancia. Para averiguar si puede bajar de esa cama donde se encuentra cautivo, duda, no por el peligro para él: “Lo que sí lo hacía vacilar era el estrépito que ocasionaría y que provocaría, detrás de ambas puertas, si no un susto, por lo menos preocupación”. También lo ocupa: “muy pronto debería decidirse definitivamente, porque ya faltaban cinco minutos para las siete y cuarto”. Y, ante lo temido por no haber acudido a la hora, al darse cuenta que el gerente ha venido en persona a saber el por qué de su ausencia, piensa: “¿Es que no había entre ellos (los empleados) un solo ser leal y abnegado, el cual, por no haber dedicado algunas horas de la mañana al almacén, se enloqueciera a causa del remordimiento de conciencia y no estuviera en condiciones de abandonar una cama?

¿Podríamos pensar que Kafka exagera? ¿Será que existe un personaje como Gregorio, capaz de tales remordimientos, quien para poder expresar algo de su deseo o poner un límite al Otro, sólo tiene como opción convertirse en algo indeseable y así encadenar a aquellos que antes eran sus carceleros? ¿Tal vez por una lógica que sólo le es posible porque es lo que en sus significantes se juega? Y que aún, ya habiendo logrado toda la atención de la hermana, en su incapacidad para expresar algo de su deseo, piensa: “Si no lo hacía por su propia iniciativa, prefería entonces morirse de hambre antes que hacérselo notar, a pesar de que le urgía salir de debajo del sofá, lanzarse a sus pies e implorar que le trajera algo de comida.

¿Será que el escritor exagera? O, ¿acaso no es lo que se evidencia a cada paso en la clínica, la clínica que da cuenta del fantasma? Una historia donde la servidumbre y su búsqueda, están muy bien retratadas en un personaje aparentemente normal. Normalmente otrificado, si seguimos a Lacan en el seminario La Angustia:

Entre el sujeto, que aquí se encuentra, por así decir, "otrificado" en su estructura de ficción, y el Otro, nunca autentificable por completo, lo que surge es el resto, a, la libra de carne; esto quiere decir —y saben qué estoy citando— que es posible tomar todos los préstamos que se quiera para tapar los agujeros del deseo y de la melancolía; vemos allí al judío que algo sabe del balance de cuentas y al final demanda; la libra de carne.

Clase de martes 13 de 2010

martes, 20 de abril de 2010

Artículos y ponencias


LO INCONSCIENTE, UN IMPOSIBLE DE DESCIFRAR, TAMBIÉN DE CONCEPTUALIZAR.

Lo que vieron mis ojos fue simultáneo,
 lo que transmitiré sucesivo.
Porque el lenguaje lo es.
Borges

Un título para dar cuenta de que lo inconsciente no es tarea fácil, y no lo es porque está en relación a lo Real. Lo real es de lo imposible, aquello a lo que nos vemos abocados frente a la naturaleza, a nosotros mismos y a la muerte. Sin embargo algo hacemos, a la naturaleza la domeñamos, aunque al final siempre nos gane la partida, frente a nosotros nos preguntamos y respondemos a medias. Y en relación a la muerte, la ciencia y sus beneficios nos permiten maquillar la angustia. Una forma de hacerle un orificio a lo que no sabemos, preguntas que en sus respuestas, algunas nos permiten asomarnos al espacio para atisbar una pisca, de un universo inconmensurable.

Y dentro de esos grandes interrogantes, lo inconsciente es la respuesta que encuentra Freud para dar razón del dolor de la existencia. Mundo pulsional y simbólico, lugar de desconocimiento, donde el ser humano es movido por fuerzas que van más allá de la razón.

En uno de sus primeros textos, en el Proyecto de una Psicología para Neurólogos de 1895 nos habla del símbolo, demostrando cómo a partir de las sustituciones y desplazamientos el mundo en que nos movemos se construye. Razón por la  que un trapo multicolor y un palo es una bandera y el soldado que se sacrifica por ella no es considerado loco. También y para su tiempo, nos dice que al caballero que se bate por el guante de la dama, esto no le impide, y lo dice con cierta picardía, prestarle otra clase de servicios a la dama, pues tiene claro, por el simbolismo, que el guante le debe a ella su significado.

Siguiendo en esta lógica, Jacques Lacan va a decir que La verdad tiene estructura de ficción, esa ficción de la que nos habla Freud, que no es por esencia que sea engañosa, sino esa forma en que el símbolo se mueve en una estructura donde entramos a partir del lenguaje.  Hacerlo es lo que nos permite no estar locos, estar en cultura y hacer lazo social. La locura iría más del lado de no poder entrar en ella, ver sólo un palo y un trapo donde hay una bandera, o quedarse con el guante en lugar de la dama, como lo haría cualquier fetichista. Es que lo “loco” sería la incapacidad para discurrir entre la metonimia y la metáfora, forma en que las palabras se mueven para decir con lo mismo, algo diferente. Es por lo que Freud agrega:

El símbolo histérico, empero, se comporta de otro modo. El histérico que llora a raíz de A no sabe nada de que lo hace a causa de la asociación A-B ni que B desempeña un papel en su vida psíquica. Aquí, el símbolo ha sustituido por completo a la cosa del mundo.

Es de lo que trata lo inconsciente. El ser parlante, y por eso lo es, está en capacidad de jugar con lo simbólico, de jugar con las palabras, su mejor ejemplo es el humor, una forma de sentirse cómodo en el momento imprevisto en que cambia la lógica de lo que se expresa, y es que en el chiste se ríe porque se entendió el movimiento. Pero si en esa estructura de ficción que ya de por sí se evidencia complicada, el símbolo ha sustituido por completo a la cosa, la risa o el llanto se desbordan porque no se sabe de dónde proceden, porque el sujeto nada sabe de esa asociación A-B, no sabe nada de B. En este caso podríamos decir que en esa letra, o que esa letra es fantasma.

De la fantasía nos habló Freud, en el fantasma insistió Lacan. Y aquí entramos en conceptos indemostrables que tienen la posibilidad de serlo cuando el interesado se somete a un análisis. Una crítica recurrente pues pareciera una logia, donde sólo los iniciados pueden dar cuenta de eso. Y tiene razón, pero es la manera en que el inconsciente se deja atrapar, dejando que el discurso avance, dejándolo transcurrir, como una forma de engaño en la asociación libre a la que arribó Freud cuando dejó la hipnosis. Permitir que el sujeto se quede sólo con su discurso, por eso el diván, una soledad con sus palabras, con sus recuerdos, con sus embustes, para que la verdad del símbolo que ha sustituido por completo a la cosa, pueda tomar su lugar.

Una verdad que sólo puede ser dicha a medias y que aparecerá en el desliz de las palabras, allí en un blanco donde falta, o en una equivocación donde dice lo que no es, por tanto hay ahí algo amordazado, censurado en ese mecanismo que escribe especialmente en el cuerpo donde se guardan los archivos de la infancia, que son dichos en palabras, en su forma particular de abordarlas, en la apropiación de lo que nos ofrece la cultura, y en sus falsificaciones, y que aún así, hablan. Efecto del lenguaje que, como dice Borges, aquello que se vio, podríamos decir también se sintió, sólo puede ser dicho sucesivo. Y allí aparecerán blancos, embustes, fantasías.

Una verdad que se escabulle en el olvido, en el chiste, en el lapsus, en el sueño, en el acto que por simple se deja pasar, un disfraz inocente pero que carga toda la fuerza del deseo. Leerlo es la apuesta del psicoanálisis. Una escucha a esa trama inconsciente que desde el consciente se hace imposible leer, pues sólo se presenta como un jeroglífico, más evidente en los sueños donde lo Real se presentifica en imágenes que son palabras, que dan cuenta de un deseo desconocido para el que sueña, que si lo puede leer, porque además para eso está entredicho, algo de ese texto ignorado, cederá. Y sucede y cede porque si hay la posibilidad, emergerá la palabra amordazada, el significante que arma el nudo, es la razón por la cual el análisis no tiene nada que ver con la persuasión, las recetas o los saberes. Está más ligado con el no saber de aquel que habla y, especialmente del que escucha. 


Por eso no es sencillo teorizar lo inconsciente, que pareciera acercarse a lo mágico, a emparentarse más con el arte que con la ciencia, aun teniendo en su formalización los elementos y la rigurosidad para hacer parte de ella. Un tropiezo que al psicoanálisis le es inherente ya que su objeto de estudio pretende, dentro de la lógica científica de la razón, explicar lo que va más allá de ella.

Entonces, ¿cómo demostrar lo inconsciente si cuando pasa al consciente ya no lo es? Una gran dificultad pues es imposible medirlo con las herramientas que se poseen. Las estadísticas no pueden dar cuenta de ello o, siguiendo a Freud, del ello. El inconsciente se escabulle, no es contable, pero por no serlo no es menos real, como no lo es la sonorización de una mirada que en el momento de la transferencia habla. Y su triunfo en la enfermedad, allí donde la medicina fracasa, porque ese cuerpo simbolizado en la ensambladura de las palabras, cargadas ellas de significación fálica, obedece a una lógica fantasmática.

Fractura llama Lacan a la psique, un tributo que pagamos por ser seres hablantes, incómoda situación de esa división que yace en cada ser, que cuando piensa no sólo lo hace sobre lo que ve, sino también sobre el mismo. Que viéndose como otro, se recrimina, se examina, se flagela, se congratula, como si en él hubiera dos, el que es y el que se mira. También lo que permite la literatura, que se desborda en otro para crear historias que no parecen propias, como si no supiera quién las escribió. En la pintura en instantes de magia donde la concepción de los objetos pueden tener otra dimensión. Y la música, sonidos que llegan y se organizan en una lógica donde el mismo creador desconoce su procedencia.

El hombre, ser de la palabra que se constituye en el principio de placer y de realidad, un placer que desde los inicios de la vida es escamoteado por esa realidad que se impone, de que el seno no llegará siempre en el momento oportuno. Forma del hombre de empezarse a construir en la falta y que poco a poco lo irá aprehendiendo en lo que Freud llamó la castración. Un principio de realidad que conmina a la vida, a avanzar más allá del placer, que por reconocerlo puede saber de su falta.

Y habrá allí algo que se repite, de esa relación donde el símbolo sustituyó por completo a la cosa en el mundo, lo que se ha teorizado como fantasma, un trazo destinado a satisfacer un deseo no sabido, incestuosos, que como tal, no se puede realizar, por lo cual será fantaseado y recreado en lo posible, cumpliendo en forma parcial en la actualidad, lo que en el inconsciente es real. Como el fetichista con su guante, porque ha olvidado a la dama.

De lo  que no pasó por la castración, que insiste empañando la vida del sujeto en sus anhelos más irrisorios. Una forma de vivir penando, cuando la realidad le puede ofrecer aquello de lo que carece pero que en la insistencia de ese objeto perdido, idealizado e imposible, él mismo se cierra las puertas sin saberlo. Y sus argucias son infinitas, buscando donde no hay, cediendo donde debe exigir, esperando cuando se espera su acción, exigiendo sometimientos o sometiéndose.

Una equivocación en la que insiste porque no sabe que se está ahí apresado, pero lo inconsciente se muestra y lo hace a todas luces cuando se desborda en el acting out o en el pasaje al acto, acciones irrefrenables que le pueden complicar la vida al sujeto más allá de una simple advertencia. En actos locos donde se pierden las coordenadas, donde no puede reconocerse. Una falta de reconocimiento de ese que allí actuó que, en ocasiones, no alcanza a eso, pues el acto puede ser el suicidio.

Escuchar eso que habla sin saber qué dice, es la apuesta del psicoanálisis. Una partida efectiva pero indemostrable, pues cuando por efecto del encuentro con lo real, lo inconsciente pasa a ser consciente, ninguno de los dos, tanto el que habla como el que escucha, podrá dar cuenta de ello. Sólo que algo pasó, algo cayó y como tal ya está perdido. Como en la agudeza, sólo salió, sólo se dijo, el otro rió o se apesadumbró. Veloz como un rayo aparece y desaparece, como cuando olvidamos en un instante y por completo, el sueño que acabamos de soñar.

El inconsciente siempre ha estado, nombrarlo, teorizarlo, permitió hacer algo con eso. Y si ese fue el mérito de Freud, el de Lacan fue formalizar el goce que en él habita, inconmensurable, desconocido, residuo de la castración, seno, heces, voz, mirada, afectos que todavía afectan y que no pueden nombrarse. El objeto a, objeto del deseo y también de la pulsión, que lleva a una búsqueda donde lo que encuentra no es lo que supuestamente desea. Cita fallida, repetición incansable que puede llevar a una pregunta y al encuentro con su propio decir y sus propios goces. Es lo que se realiza en un análisis. Una travesía imposible de calcular, de predecir, de demostrar, de lo que sólo queda, por efecto del lenguaje, hablar de ello, o siguiendo a Freud, del ello. Es lo que podemos hacer, por eso este escrito.

Cuando Freud dijo que analizar era un imposible no hablaba en vano, lo que no significa que no se intente, es además como el mundo se mueve, lleno de imposibles realizados porque no se está en la impotencia. Asimismo podría haber dicho que teorizar el inconsciente también lo es, por las dificultades para circunscribirlo, por las grietas de una transmisión que se muestra esquiva, por las imposibilidades de los mismos autores que lo proponen y de aquel que la recibe, porque si algo ha escuchado también se debate en encontrar por dónde agarrar semejante apuesta. Una búsqueda que tendrá, por las mismas razones, todo que ver con el fantasma y los goces que al interesado en ella, lo acompañan.

Pero es por un beneficio que adolece de tal dificultad, y es que es una teoría siempre en construcción, en procura de no ceder a la tentación de verdades absolutas ni dogmas universales. Su lugar es la pregunta, para avanzar paso a paso en la imposibilidad y hacer lectura de lo que sucede en el uno por uno, y también en la cultura. Una lectura, a la zaga del acontecimiento porque se sabe que antes no se puede saber,  forma de ese a- posteriori, ya introducido por Freud, que además la vida nos lo muestra a cada paso y es que siempre sabemos después, sólo cuando pasa, como la muerte. Aceptarlo es efecto de la castración, es a lo que el psicoanálisis apunta y lo que siempre queremos esquivar porque duele, el análisis es un acompañamiento para hacer el tránsito a ese dolor y encontrar algo del propio deseo, una forma de dar un alivio a esa incómoda situación de ser hombre.

Ponencia de I. P M. para Debates Contemporáneos. Actualidad del Incosnciente Freudiano. Universidad del Norte. Barranquilla, Colombia. Abril 16 de 2010
Las currsivas son frases de Jacques Lacan

miércoles, 14 de abril de 2010

Seminario. Sexta clase


El planteamiento del goce, del objeto a en Lacan nos lleva a lo pulsional en Freud. Una pregunta que de inmediato aparece, pues el interés teórico no deja pasar esa búsqueda de articular los conceptos. Y tiene además toda la pertinencia, como la tiene también el rastreo  histórico que lleva a Descartes para entender ese momento del surgimiento del sujeto, a nivel del sentido, como lo nombra Lacan, que permitirá más tarde dar cuenta del sujeto del inconsciente.

En la misma medida una reflexión sobre cómo Freud logra que lo que hubiera quedado dividido con Descartes, como  res extensa y res cogitans encuentre un punto de encuentro: la sexualidad. Y es en lo pulsional, en esas pulsiones parciales, que en su texto intrincado va a dar cuenta de esa fuerza en circuito que lo que busca como meta es el cumplimiento del mismo. También de la fuente, a la que Lacan le adjudicará además el nombre de borde, lugar del cuerpo erogeneizado, fuente de salida pero también de llegada de la perentoriedad del circuito y su satisfacción.

Y del objeto, que dice Freud, puede ser cualquiera. Allí donde Lacan se  explica con relación al objeto a, que no es el origen de la pulsión porque no se presenta como el alimento primigenio, sino precisamente porque no hay alimento alguno que satisfaga nunca la pulsión, ya que sólo lo logra, contorneando el objeto siempre faltante. Es donde se comprende por qué Lacan usa la topología para tratar de dar cuenta de lo inconsciente, pues la manifestación de la pulsión se comporta como un sujeto acéfalo que se articula en términos de tensión en relación al significante o, en palabras de Freud, a la representación. Un término que al parecer le hacía obstáculo como definición y que Lacan optará como el representante de la representación: significante binario del apareamiento significante que, en relación al unario, que surge en el campo del Otro, constituirán el sujeto.

Cabe aquí una reflexión: Cuando Lacan propone que ese significante binario es la afanisis, desaparición del sujeto, ¿se refiere con esto a la represión? ¿A eso que lo representa pero no sabe? Como si en esa relación de un significante para otro significante que es el sujeto, hubiera una certeza. Tal como lo plantea de Descartes, de quien dice que su error es decir que algo sabe sobre esta certeza y no hacer del yo pienso un simple punto de desvanecimiento.

De una insistencia en el saber, como el que sabe el punto exacto del azúcar para endulzar su leche, lo que no sabe es que es el punto exacto, porque ese es el punto que el Otro le señaló como punto. Un objeto, un punto que seguirá buscando pues no hay alimento que satisfaga nunca la pulsión, y como el perro se tratará de morder la cola para no caer de la fantasía de que lo encontrará. Y mientras se debate en esa búsqueda, perdiendo la vida, lo que le espera es la muerte.

Es aquí donde se evidencia  la complejidad de ser humano, que por efecto de la palabra, su relación con el mundo y consigo mismo no responderá como el perro de Pavlov, aunque a veces parezca. Y es que a veces lo parece por efecto de la repetición, por la búsqueda insistente de un goce que no sirve para nada. Salivando a la espera de una satisfacción que Otro ha designado, prisionero de una lógica de la que no puede sustraerse y sujeto a demandas donde su deseo está perdido. No es raro entonces que algunas teorías lo hayan confundido, pretendiendo curarlo a partir de más demandas y de estímulos que esperan respuestas, siempre en la satisfacción de Otro.

Seguiremos no con un perro, ahora con un monstruoso insecto o un repugnante bicho, como se encuentra traducido en lo que se transforma Gregorio Samsa, lo que demuestra las diferencias en las traducciones, pero como ya sabemos, no encontraremos la perfecta. Aunque sí la que más nos guste, hay una de Borges, y muchos otros puntos.

Clase martes 6 de abril de 2009

martes, 13 de abril de 2010

El diván virtual

¿POR QUÉ SABIENDO QUE ALGO NOS DAÑA LO SEGUIMOS REPITIENDO?

Los seres humanos gozamos de la razón, sabemos cómo nos llamamos, dónde vivimos, quienes son nuestros padres, en la mayoría de los casos. Sabemos también que algo nos gusta o nos disgusta, hacemos proyectos y, en ocasiones, los cumplimos. También planeamos cómo nos comportaremos, o por lo menos cómo quisiéramos hacerlo, y es aquí donde muchas veces aparece la contradicción. Una contradicción que ya no tiene que ver con la razón, sino con aquello de nosotros mismos que desconocemos, lo que ya hace mucho tiempo se conoce en la cultura como El Inconsciente. Algo bien difícil de definir, pero muy fácil de encontrar en cada paso que damos.

Y es ahí donde podemos encontrar una respuesta a la pregunta formulada, ¿por qué sabiendo que algo nos daña lo seguimos repitiendo? Un algo que todos los demás reconocen, que además se empeñan en hacerlo reconocer al interesado pero que éste pareciera  no escuchar, o  no estuviera en capacidad para hacerlo. Ahí donde el consejo fracasa, la persuasión pierde su efecto  y  las teorías no encuentran respuesta. Aún más, cuando es la misma persona quien quiere cambiar pero no puede hacerlo, como si algo más fuerte la llevara a la acción. Lo más mostrativo son las adicciones, pero hay otras que por ser menos evidentes, no dejan ver qué tan presente e ilógica es la repetición.

Se supone que si algo nos daña, por efectos del aprendizaje debería ser eliminado, nada más lógico. Pero sólo basta prender el televisor y ver, no sólo las noticias, para darnos cuenta de que aunque en esto hay algo de razón, no es lo que realmente gobierna al ser humano, pues es evidente que ni los castigos ni las consecuencias negativas, entre ellas la muerte,  lo detienen. Pensemos en aquellos que se inmolan o en el suicidio, los más definitivos. Y los más mostrativos, como la anorexia donde no puede comer, o la bulimia donde no puede dejar de hacerlo.

Y los más comunes: no poder dejar a alguien sabiendo que no nos quiere o nos hace daño, no poder dejar de ser celoso aunque no haya razones, aún sabiendo que eso dañará la relación. Confiar demasiado y siempre salir engañado o no poder confiar y quedarse solo, en fin, la lista es innumerable y lo sabemos, algunas acciones por padecerlas, otras por verlas padecer. Actos donde la razón parece no tener cabida y sólo queda preguntarnos: ¿por qué?

El ser humano es muy complejo, capaz de crear grandes maravillas, pero también como dijo alguien, es el único animal que sabe muy bien donde metió la pata la última vez, para volverla a meter. Somos seres de la repetición, nos levantamos todos los días y realizamos las mismas  acciones que nos permiten la supervivencia, pero también hay otras, en las que son posibles muchas  alternativas y se termina escogiendo la misma, aunque nos dañe.

Es cuando surge una pregunta como la que motiva este escrito, que puede aparecer la posibilidad de que algo pueda cambiar, sobre todo cuando se pasa de la interrogación ¿por qué será que siempre me pasa esto? a: ¿qué tan involucrado estoy en esto que me pasa? Un paso que a veces no pasa, porque por efectos del inconsciente hay algo ahí que se goza y, para seguirlo gozando, las razones, todas, las ponemos en el otro.

Un otro que no me entiende, que me hace daño, que debería ponerse en mis zapatos, frase muy acogida, como si eso fuera posible. Un destino adverso, la mala suerte, un maleficio, tantas formas que utilizamos para  no hacernos cargo de que en eso que nos ocurre, tenemos algo de responsabilidad.

lunes, 12 de abril de 2010

De escritores…



Carlos Fuentes.

El objeto de los objetos no es servir, sino consumirse frenéticamente.

El deseo es tan universal como la necesidad que lo engendra. Los personajes de El Angel Exterminador no pueden desear porque jamás han necesitado. 

El sueño de la razón produce monstruos.



El arte es producto de la insatisfacción, del agotamiento de la racionalidad.

La novedad es monstruosa a los ojos de la razón conservadora.

La libertad es la acción del deseo {…} el deseo es todopoderoso y, sin embargo impotente.

Por el sueño, el hombre gana la maravillosa libertad de lo que nunca será.

El deseo como la libertad se incendia, resplandece y se extingue en el acto de desear. Pero como la libertad, el deseo es un Ave Fénix.

Negación que se levanta para desafiar, es también afirmación que se abre para indicar.

Buñuel, es un liberador impotente {…} nos conduce a esos finales abiertos en los que la pérdida de las ilusiones significa el nacimiento de las esperanzas. No ofrece soluciones fáciles.

La primera posibilidad de cada hombre es acercarse a otro hombre.

El pesimismo es un optimismo informado.

En el prólogo a El Ojo de Buñuel de Fernando Cesarman, Psicoanálisis desde una butaca. Anagrama. Barcelona. 1976

viernes, 9 de abril de 2010

Seminario. Quinta clase


Si el mérito de Freud fue su encuentro con el inconsciente, el de Lacan es la formalización del goce. Esa forma de vínculo entre los hombres, para oponerse o para encontrarse. Algo de lo que si no se está al tanto, no sólo en la clínica, pero especialmente en ella, puede causar estragos.

Es lo que creo nos trata de decir con el ejemplo de Bergler, expuesto no tanto para la articulación de un fantasma, sino por la imposibilidad del que supuestamente estaba ahí para escuchar, que no alcanza a oír las resonancias de lo que se juega.

Y cómo hacerlo si hasta el momento no había sido considerado como Lacan lo trata de explicitar, de esa relación al Otro, ese Otro que es el cuerpo, lugar donde se escribe la marca de una repetición desconocida, de un contrato. Saberlo permite la posibilidad de una escucha diferente, no de comprensión,  más de espera a que los significantes en juego hagan su juego para que la verdad pueda cazar al error por el cuello en la equivocación.. Una espera posible por la caída de un saber coleccionista, no de injusticias, sino de los porqué del que supuestamente, en esa posición, debería ceder.

Un paso adelante, que más allá de las dificultades para circunscribirlo, de las grietas de una  transmisión que se muestra esquiva, de las imposibilidades del mismo autor que las ofrece, alcanzan a ser  entregadas y aquel que las recibe, también se debate en encontrar por dónde agarrar semejante apuesta. Una búsqueda que tendrá, por las mismas razones todo que ver con el fantasma y los goces que al interesado en ella, lo acompañarán. Travesía que se sabe minada, en cualquier momento algo podrá explotar, y sólo será después que se sabrá, forma de ese “a- posteriori”, ya introducido por Freud.

El goce, esa forma en que los hombres se vinculan, para oponerse  o para encontrarse, que se evidencia en el cuerpo,  que habla más allá de lo que el sujeto pretende decir. Una mirada lastimera o furtiva, una risa o sonrisa que no viene a cuento, un amago de enfado, un movimiento del entrecejo, un arrebato, un tic, un toque y acercamiento o un alejamiento excesivo, un llanto. Movimientos, mímicas, señas que aquel que las emite está lejos de reconocer, pero que el Otro, el inconsciente, muy bien lee. Son significantes. También sonorizados en una frase repetida, una muletilla, un dejo, un sonido particular, tantos ejemplos que se pueden nombrar, y hasta decírselos a aquel que los emite y que no reconocerá, y no precisamente por ser despistado, sino porque su pista hace rato la perdió, aunque los encarne en un cuerpo que siendo suyo, desconoce.

Para acercarnos un poco más a lo que se trata, es bueno acudir a la literatura. Sabemos que hay obras, las llamadas clásicas, ellas permanecen, hay algo ahí que resuena, como si al autor le hubiera sido posible encontrar la forma de plasmar en una historia, una verdad más allá  que toca al lector y que, independiente del momento histórico, sigue siendo actual. La Metamorfosis de Franz Kafka es una de ellas. Veremos cómo nos puede ayudar.

Frase en cursiva: del seminario de J Lacan Los escritos Ténicos de Freud 
Imágenes: La primera del blog de Enseñanza, Zoe Brigley. La segunda: obra de Lucian Freud. 

El diván virtual

¿Cuántas veces perdonar la infidelidad lo hace a uno indigno? 

Habría que pensar en este caso, si se trata de una valoración numérica, y si perdonar es indigno. Indigno sería hacer que se perdona y esto es de lo más común, algo así como pasé el hecho, pero siempre te lo estoy recordando, una forma un tanto cómica y además dolorosa de perdonar. Aquí cabría la frase tan repetida y aceptada: “perdono pero no olvido”. Y si es posible, podríamos jugar un poco con ella para ponerla a consideración dándole una vuelta. ¿Cómo sería: ¿“no perdono pero olvido”? Porque hay acciones que realmente son imperdonables y cuando se perdonan, es probable que vuelvan a suceder.

Todos los humanos estamos sujetos al error, a la equivocación, pretender vivir con otro sin que  se equivoque, implica candidez o más bien, ignorancia. Y ya sabemos que no hay nada peor que la ignorancia, sobre todo de la vida. Entonces, no perdonar algo no implica no perdonar a alguien, no perdono su acción, pero se puede avanzar, condeno su acción y siempre la condenaré, pero puedo dar otra oportunidad, y en ese sentido tal vez pueda olvidar.

En esta lógica volvamos a la frase: “perdono pero no olvido”, si lo pensamos un poco, allí el  que cometió la falta sale ganando, se queda con el perdón y el ofendido pierde, porque se queda con el recuerdo, para rumiarlo.

Pero, la pregunta es sobre lo indigno, y ya nos preguntamos si es indigno perdonar, lo que sí puede pasar es que un suceso en la pareja como la infidelidad, en un momento dado de la relación puede ser un encuentro con lo que no se podía ver, que a los que pueden escuchar, que no son muchos, les ayudará, para otros será el motivo de una queja perenne, muletilla y el calvario de toda la vida.

Cuando amamos esperamos que el cuerpo y el afecto del otro sean para nosotros, esa es la condición del amor, ingenua o no, eso es lo que pide, de ahí que la infidelidad sea tan dolorosa, afecta el cuerpo y el alma del ofendido y resquebraja la confianza. Entonces, más allá de la dignidad, que estaría del lado del orgullo, de lo que ahí debería tratarse es de otra cosa, de amor. Y el amor exige fidelidad y la fidelidad se pide con amor, lo difícil es que siendo humanos, eso ideal se cumpla.
             
Publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, sábado 27 de marzo.

jueves, 8 de abril de 2010

Entrevistas


Los siguientes son apartes de entrevistas realizadas en diferentes años a algunos de los psicoanalistas que hoy, con su voz, hacen eco de las enseñanzas del psicoanálisis, sus posiciones personales y reflexiones. Entre ellos Juan David Nasio, Charles Melman, Jean Allouch, Jorge Baños Orellana, Colette Soler, Eric Laurent entre otros. Argumentos que vale ser leídos y recordados para estar al tanto del psicoanálisis hoy.

A Charles Melman por Tania Roelens
[melman-solo+tapa.bmp]Usted dice que se requiere mucho valor para hablar de psicoanálisis porque su objeto siempre se escabulle y que, en 1916,  Freud se proponía “convencer a un público amplio de la existencia de otra escena inconsciente en tanto recurso del sujeto para decir “¡no!” e identificar su deseo”. ¿Piensa usted que introducir al psicoanálisis actualmente representa un reto comparable? ¿Se puede todavía hablar de inconsciente freudiano? ¿Cómo caracterizar el gran paso dado desde los mitos freudianos hacia las escrituras lacanianas?
En 1916, Freud escribía su introducción en una época en que las mentes y los corazones estaban mucho más ocupados por la guerra y por los destinos colectivos que por los designios individuales. Se sabe además de qué manera las neurosis, enfermedades de la singularidad, tienden a dejarse olvidar durante aquellas grandes catástrofes colectivas. Hoy en día estamos viviendo bajo una forma totalmente distinta, algo que es también una catástrofe colectiva y que es la ideología propia de la economía neoliberal, es decir la de una solución al problema de la insatisfacción propia de la especie humana, solución aportada por los excesos, la profusión, la diversidad, la calidad del consumo. Y vemos por igual cómo las singularidades, especialmente las del deseo, se olvidan, se pierden, detrás de aquel afán de satisfacer lo que es a su vez un ideal colectivo: el de ser un cabal consumidor, destacado por la propiedad de objetos de lujo, que lo convierte en un príncipe de los consumidores. Por lo tanto, parece que llegó a buena hora el momento de intentar atraer, seducir, impresionar a un posible lector, recordando las condiciones que son de lo humano{…}me parece que escribir hoy en día una introducción al psicoanálisis es un reto que ameritaría ser la tarea propia de los diversos grupos de analistas que existen por el mundo, pues el balance y la evaluación de la época presente permitiría tener en seguida un panorama preciso de la evolución de estos grupos, a partir de Freud y, al lado, con Lacan.. 2009
Por Emilia  Cueto
A Eric Laurent 
-¿En qué momento de su vida y a partir de qué tomó contacto con el psicoanálisis?
-Fue hace mucho tiempo. Mi contacto con el psicoanálisis se produjo en dos tiempos, primero el contacto con Freud, su obra, la lectura en un momento de crisis en la adolescencia en el cual tuve la experiencia de abrir La interpretación de los sueños y encontrar allí algo que respondía a una inquietud y que no estaba dentro de lo que se enseñaba en la currícula de los estudios de la época. Eso fue un descubrimiento. Después hubo otro encuentro cuando me gradué, no sabía bien a dónde dirigirme y que hacer exactamente. Tuve la urgencia subjetiva de entrar en análisis, fue allí cuando encontré a Lacan, esto era en 1967, un año antes de lo que tuvo lugar en el ’68 en París. Era un momento movido de la cultura en general, participaba de esta efervescencia -si se puede decir-. Necesité entrar en esta experiencia que me permitió orientarme en lo que eran esas transformaciones profundas en la sensibilidad de la época. Decidí en medio de ese largo análisis con Lacan dedicarme al psicoanálisis de orientación lacaniana. Así hice mi formación de manera tal que pudiera dedicarme a esto. 11-12-2006 http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=11271
A Juan David Nasio
Yo soy muy estudioso, me gusta estudiar, me gusta leer, me gusta agarrar un libro y romperlo, romperlo con cada frase hasta entenderlo, hacerlo mío.
...Y el 15 de mayo de 1970, no me voy a olvidar nunca, fui y di la conferencia. Entre otras cosas, yo decía en ese texto “il faut marcher sur les signifiants”. Marcher quiere decir “caminar” y en lugar de decir “caminar sobre los sinificantes” como yo no conocía bien el francés, dije “il faut pisser sur les signifiants” para decir “hay que pisar sobre los significantes”. Pero pisser en francés quiere decir orinar. Y me acuerdo que en la conferencia dije “pisser sur les signifiants”. Del argentino que no conoce bien el francés. Ninguno de los franceses se rió. No sé si lo habrán tomado como una interpretación lacaniana del orinar sobre los significantes pero ninguno de los franceses reaccionó, estuvieron muy sobrios. 
Los únicos que me dijeron: “ché, dijiste pisser” fueron dos argentinos que estaban ahí, a lo cual les digo: ¿y qué pasa? -¡Pisser quiere decir orinar! Yo me agarraba la cabeza. Pensaba en Leclaire, que se podía ofender, cosa que no sucedió, sino que después me llamó a mi casa y me dijo que quería que la conferencia saliera en un libro suyo. 15-10-2001  http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=1410 

A Jean Allouch por Johnny Orejuela
¿Qué opina usted de la relación del psicoanálisis y la universidad? 
J.A.  No hay ninguna posibilidad del psicoanálisis en la universidad. No le encuentro ningún sentido a que haya una clase sobre Lacan, a que haya una clase sobre algún contenido de psicoanálisis. El profesor se plantea en un lugar que siempre tendría que decir algo alrededor de alguna cosa que se le preguntara. Difícilmente un profesor llega a la posición de decir que él no sabe sobre algo, y esa no es una posición que le convenga mucho al psicoanálisis. El “discurso universitario” restrinja así la posibilidad del desarrollo del psicoanálisis.
Cuando se da un curso se tiene que proponer un saber, un saber construido, pero no se puede citar una frase de Lacan y decir: “eso es lo que dice Lacan”, la cosa no es así. No se puede dictar un curso de Lacan porque no hay la manera de plantear la construcción de una teoría como un edificio totalmente construido, bien definido, sino que todo lo contrario es un edificio siempre en construcción.
Ahora, los conceptos son fundamentales, pero no hay un “concepto fundamental”; los conceptos están en una relación siempre dinámica, quizás en una relación de anudamiento, pero no quiere decir que hay uno más importante que el otro. 2009
A Colette Soler.  Por Emilia  Cueto
Su relación con Jacques-Alain Miller data de muchos años. Compartieron diversos espacios que implicaron un arduo trabajo en pos del desarrollo del psicoanálisis, pero también, y en base a los testimonios que aparecen en el libro El Psicoanálisis frente al pensamiento único, atravesaron muchos años de contienda y desacuerdo a pesar de lo cual usted permanecía en la A.M.P. ¿Por qué decidió quedarse?

-Voy a precisar lo que introduce la pregunta acerca de la antigüedad del vínculo. Yo llegué a la Escuela Freudiana de París, la escuela de Lacan y seguí los seminarios, pero entré como miembro de la escuela en 1976. En ese momento no conocía a Miller. Sabía que había hecho el índex de los escritos, que era miembro de la escuela, pero en verdad puedo decir que cuando llegué, para mí, Miller no existía. Incluso no asistí, en el comienzo, a la sección clínica en París a la cual él se dedicaba. Entonces, conocí a Miller al final de la Escuela Freudiana, no puedo precisar si en 1977, o en 1978. Bien, después, efectivamente trabajé, al momento de la disolución, en la creación de la Escuela de la Causa Freudiana. Trabajé mucho tiempo en este conjunto y en el Campo Freudiano, también, que desarrolló todos los seminarios fuera de Francia. Eso para ubicar el principio de la historia. ¿Y por qué no me marché enseguida cuando vi que algo no funcionaba? Por una razón que para mí es absolutamente esencial: el problema era una dificultad del conjunto, y no de carácter individual. Había un problema individual con las acusaciones de Miller, pero de todos modos, era una contrariedad de toda la comunidad, entonces, no se me ocurrió salir sola. Y me quedé hasta que pude comprobar que había un montón de psicoanalistas que tenían la misma idea. Veía que pensaban, empezaban a concluir que no era posible continuar así. Entonces, en ese momento sí pude tomar la decisión de marcharme, pero no sola; con la idea de crear otra comunidad con gente que conocía, formada, seria, y que no tenía la intención de montar problemas y de hacer lo mismo que antes. 07-08-2004 
http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=5468

A  Jorge Baños Orellana  Por Emilia  Cueto 
¿Cuáles han sido las características fundamentales delescritorio de Lacan y cuáles sus diferencias con el escritorio de Freud? 
Soy incapaz de dar una respuesta concisa. En lugar de oponer el juego de diferencias de las características fundamentales de sus escritorios, permítame el chiste de simplemente oponer susfundamentals, como diría un analista bursátil... En este sentido, el de Freud es el escritorio de un inquilino esforzado por llegar a fin de mes que practica una escritura insobornable y a la vez empeñada en entrar en sociedad. El de Lacan, en cambio, es el escritorio de un propietario bien asentado que practica una escritura disruptiva para los lugares sociales que ostenta.

Sigmund Freud es el niño prometedor de una familia arruinada y marginal, toma la pluma con la preocupación de ser mal recibido y con la esperanza de formular un hallazgo que lo saque del anonimato. Él concibe que ese hallazgo será del orden del descubrimiento: descifrará enigmas, recuperará lo olvidado y lo enterrado. Sus modelos son Champollion en Egipto y Schliemann en Troya; sus talismanes, las piezas arqueológicas que le compra al anticuario Robert Lustig. En cambio, Jacques Lacan es el niño mimado de una familia acomodada (¡no por casualidad sintonizó, mejor que Freud, las ínfulas de Dora y de la joven homosexual!). Como supone que los demás saben que vale la pena tenerle paciencia, él no concentra esfuerzos en hacerse entender, sino en dar cuenta de la realidad concentrada de las cosas. Siendo propietario, tiene metas menos urgentes y esperanzas más imprecisas, de manera que le cuesta menos percatarse de que el deseo no sabe bien lo que quiere. Sin embargo, a Jacques no le alcanza con ser un dandy; quiere ser alguien o, mejor dicho, sabe que es alguien. El obstáculo está en que no concibe alcanzar sus hallazgos por la vía del descubrimiento: los supone, en cambio, surgidos de la invención. Para el niño rico, los objetos inalcanzables no están del otro lado de una vidriera; si no los alcanza es porque no están todavía en ningún lado. Ni será Champollion deduciendo códigos preexistentes, ni Schliemann cepillando piedras; él se compara explícitamente con Galileo, concibiendo el punto material inerte, o con Lavoisier, despejando los supuestos imaginarios del flogisto. Por eso, sus talismanes son piezas de arte que rompen algún límite: detrás de la invención lacaniana se vislumbra a Picasso acomodando las varillas del Monumento a Apollinaire, esa “estatua hecha de nada”. 23-06-2008
http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=11730