jueves, 30 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Qué nos despierta la Navidad?

Seguramente recuerdos nostálgicos, sobre todo la añoranza de la inocencia cuando creíamos ciegamente en El niño Dios o Papá Noel. Una añoranza adornada de colores, guirnaldas, villancicos y luces que nos devuelven a la única época donde fuimos totalmente felices porque todavía no sabíamos nada de la vida, cuando no podíamos dudar de lo que nuestros padres o los más grandes dijeran y el mundo era seguro, y no porque lo fuera, sino porque todavía no nos habíamos enterado que vivíamos engañados.

La navidad es en algún momento la caída de la ilusión, una ilusión que debe caer, por eso aunque algunos por sus creencias no la hayan vivido, de alguna manera para el niño, siempre llegará un instante en que el mundo se le parte en dos. Situación dolorosa pero afortunada porque se nos muestra la realidad, algo que no quisiéramos que sucediera pero que, sabemos, sería peor si no fuera así. Podríamos decir que es la segunda salida del cascarón, el nacimiento es la primera pero allí no se está comprometido, en esta sí, es el comienzo del uso de razón y la razón también de que, en la mayoría de los casos, se recuerde muy bien el descubrimiento de esa verdad, como lo relataba jocosamente alguien el día en que Papá Noel llegó a su casa cargado de regalos. Esa noche su emoción no podía ser más grande, también su desilusión porque Papá Noel se demoró y cuando él regresó de quemar toda la pólvora que en ese tiempo era posible, y él era capaz encender a los seis años, encontró a Noel bebiendo, se le había caído la barba y era Toño el vecino del frente.

En navidad se exige la alegría, razón por la cual para aquel que está triste son innegables las pérdidas, los duelos y la soledad. Aún quien no quiere saber nada de ella es tocado, así sea para criticar a aquellos que la saben disfrutar y para los cuales hay pocos lugares para esconderse porque en casi todo el mundo se celebra. Una fiesta que nos recuerda el fin de año y, aunque no quisiéramos, terminamos haciendo un balance de lo logrado, de lo que no siempre salimos airosos. También el tiempo de los encuentros que evidencian los desencuentros. Los padres separados tienen que hacer acuerdos previos para compartir a los hijos, y si los abuelos también son separados ya no alcanzan los días porque todos no pueden estar juntos. Si la suegra y la nuera no se gustan, se ven obligadas a sonreírse por necesidad, si el yerno le ha hecho el quite a la familia de ella toda el año, en esos días no encuentra excusa. Y aún en las familias más armoniosas, las discusiones por la cena y el lugar de reunión, a veces se vuelven motivo de resentimientos. Además, si en algún momento fuimos engañados, es cuando menos quisiéramos que nos lo hubieran aclarado porque es cuando más que nunca se necesita ese papá Noel para sufragar todos los gastos: adornos navideños, atuendos, pasajes, compromisos, cenas, regalos.

El fin de año y la navidad son celebraciones que afortunadamente existen, son los ritos que tenemos para demarcar y celebrar el paso del tiempo que, aunque  estén  influenciados por el comercio y la publicidad, guardan algo muy especial y humano. A través de ella revivimos la ingenuidad y alegría de cuando éramos chicos a través de los niños, nos entusiasmamos. Otros, a veces no queriendo, se sienten obligados a compartir con los demás y a responder, algo necesario para la vida. Y aunque para algunos se haga evidente la soledad del que no tiene pareja, del que no tiene hijos, del que no tiene plata, de los que sufren por un desastre natural, es un no tener que hace parte de la existencia que nos lleva a querer buscar y solucionar. Esa posibilidad que nos demuestra que estamos vivos, y de lo cual nos quedan los recuerdos que hacen parte de todo lo que, como humanos, creamos y creemos para hacer la vida más agradable mientras nos morimos.  

Escrito de IPM publicado en elperiódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Diciembre 23 de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Cuál es el poder de las palabras?

En una ocasión a alguien le preguntaron que si se viera obligado a vivir en una época anterior y le fuese permitido llevarse algo de los tantos adelantos actuales, qué llevaría. Su respuesta fue: las medicinas. Seguramente es la mejor elección pues sólo hay que pensar cómo era el mundo cuando no existían los antibióticos, sin los cuales, la muerte por cualquier enfermedad infecciosa era inminente. Sin los analgésicos que alivian dolores que antes estábamos condenados a soportar sin remedio. Sin los anestésicos que aún despiertos, permiten la intervención de alguno de nuestros órganos que, al no sentir el dolor, nos parece ajeno. Una respuesta acertada porque sabemos que los adelantos en la ciencia médica, nos dan la posibilidad de vivir más años y con mejor calidad de vida.

Hoy tenemos la posibilidad de vivir con un corazón con el que no nacimos, con un riñón, un pulmón, en fin, con lo que sea utilizable de otro que por fallecimiento o, aún estando vivo, nos puede donar. Y cómo no estar agradecido con esas pastillas milagrosas que permiten que la epilepsia ya no haga estragos, no sólo neurológicos sino sociales, en el que ahora la padece. También el gran alivio en un paciente psicótico que puede tener una vida, sino normal, un poco más atemperada cuando le sobrevienen esos estados que a los familiares y a los que lo rodean les causan tanta angustia y en esos momentos no saben qué hacer. Y aquel que en una depresión aguda necesita algo que, por un tiempo, le ayude a sobrellevar la pena, o en el que en un estado de angustia desbordada encuentra sosiego en un calmante. Allí el medicamento es como un milagro, una gran posibilidad de vida, una respuesta a una necesidad que sólo con eso se puede calmar.

Sin embargo sucede que debido a su efectividad, a veces olvidamos que no somos solamente biológicos, que también nos duele el alma y para eso no hay pastilla que valga. Y no vale porque también somos seres de sucesos aparentemente olvidados, productos de una historia vivida que sigue insistiendo en el momento presente, que determina muchas de nuestras acciones, motiva nuestras alegrías y también los desasosiegos que nos hacen sufrir. No somos sólo biología, por eso en ocasiones, ni las pastillas ahuyentan el insomnio, el efecto que calma la ansiedad dura poco y, en el niño hiperactivo apaciguado con píldoras, no sabremos si lo que le ocasiona su ansiedad fue resuelto, aunque sí lo haya sido para los otros que, con su aparente calma, pueden quedar tranquilos.

La medicina tiene la virtud, además, que obra por sí sola, nos alivia sólo con tomarla, pero desafortunadamente no todos nuestros malestares son tan fácilmente curables, en muchos hay que poner de nuestra parte y allí es donde la palabra opera. Hay una frase que dice que la palabra mata, y lo entendemos, las hay que pueden hacer mucho daño, por eso también es creíble que la palabra cure. En una cura dónde lo que fue dicho en algún momento ya olvidado de nuestra historia,  se pueda volver a traer para, como decía Freud: “En un rodeo restaurar las palabras para devolverles, al menos en parte, su antiguo poder mágico”.

Un poder mágico que operará sobre lo que se escuchó, seguramente en momentos traumáticos que en edades tempranas son muchos, porque poco se entiende del mundo y donde lo sucedido queda grabado a la manera del niño, y sigue insistiendo en el adulto que padece miedos nocturnos y no puede dormir, que no puede comer, o come demasiado, en el que una adicción es su razón de vivir. Aquel para el cual el amor es un drama, la sexualidad un tormento, la amistad un imposible o el trabajo un enemigo, porque enlazado a unas palabras y a unos afectos reprimidos, que ninguna pastilla eliminará, le queda  afortunadamente el camino de poner algo de su parte y empezar a decir lo que le duele y no puede cambiar.   

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 20 de 2010

lunes, 20 de diciembre de 2010

Retazos freudianos

Del caso Juanito y el tratamiento

El padre pregunta demasiado, e investiga siguiendo los propósitos suyos, en vez de dejar explayarse al pequeño. Todo ello quita transparencia y seguridad al análisis…A aquellos lectores que no hayan llevado a cabo por sí mismos un análisis, he de aconsejarles que no pretendan comprenderlo todo en el acto, y vayan acogiendo con una cierta atención imparcial todo lo que surja, en espera de su definitiva aclaración.

A lo que tendemos en primer término no es a obtener un resultado terapéutico, sino a colocar al paciente en situación de aprehender conscientemente sus impulsos optativos inconscientes. Para ello, basándonos en sus manifestaciones y con ayuda de nuestro arte de interpretación, situamos ante su conciencia, expresado en nuestra forma verbal, el complejo inconsciente. La analogía entre lo que así oye el paciente y aquello que busca y que a pesar de todas las resistencias pugna por abrirse paso hacia la conciencia, le hace posible hallar lo inconsciente. El analista le precede un cierto trecho en la comprensión de sus problemas, pero el paciente llega a ella por caminos propios, reuniéndose con él en la meta fijada. Los principiantes en psicoanálisis suelen incurrir aquí en error. Suponen que el momento en que descubren un complejo inconsciente es el mismo en que el enfermo lo aprehende, y esperan demasiado al pretender curar al sujeto con la comunicación de aquel descubrimiento, pues en realidad tal comunicación no puede servirle más que para ayudarle a encontrar el complejo inconsciente en aquel lugar de su inconsciente en el que se halle anclado.

Tomado de Análisis de la fobia de un niño de cinco años. 1909

domingo, 19 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Qué aspectos nuevos afectan la comunicación de hoy?

Toda demanda es demanda de amor, dice una frase, y es creíble porque las relaciones se mueven en medio de pedidos que cuando el otro los responde, suponemos que nos quiere: que me ayude, que me dé, que me desee y, actualmente, sobre todo, que me llame o me conteste en uno de los tantos medios que nos ofrece la tecnología. Una demanda de amor que, muy en el fondo, es un deseo de reconocimiento. Los seres humanos somos seres gregarios, incapaces de vivir en soledad, y es así porque a través del otro nos reconocemos, es el otro quien con su presencia autentifica la nuestra. Es también por lo mismo que el odio hace estragos, una forma también de reconocimiento que explica porqué algunas relaciones o comportamientos se sostienen, porque para algunos un maltrato, se puede convertir en una forma de ser reconocido.

Hoy la tecnología lo hace más evidente y la palabra “conectado” refleja el mundo en que vivimos. Un conectarse que para algunos es la posibilidad de encontrar información, de hacer amigos, de saber del otro, y para muchos puede ser literal, una realidad, porque viven realmente conectados, como si hubieran vuelto a anudar el cordón umbilical y no pudieran desprenderse. Lo anterior no tendría ningún problema si no generara angustia, lo que podríamos llamar la angustia de la época.

Vivimos en la inmediatez de la comunicación que causa  dificultades al  permitir que los síntomas, que antes eran coartados porque no era tan eficiente, ahora aparezcan como una especie de acoso donde la falta de consideración por el tiempo del otro y de su intimidad, puede no tener límites. Es así que una madre desbordada hará la vida imposible a los hijos con sus llamados sin control, un celoso creerá poder manejar lo que es incontrolable, el suspicaz siempre dará interpretaciones maliciosas a una devolución no inmediata a su llamado. Un pedido de atención que por estructura siempre ha estado y estará, que hoy, con los vehículos que contamos para esperar la respuesta que está a la mano, o más bien en la mano, podríamos creer que habíamos encontrado la forma de calmarla pero, paradójicamente, es lo que más la exacerba. Una calma que no llega porque no está en el medio que transmite, más bien él nos muestra, si sabemos verlo, cuál es nuestra posición con relación a las demandas que hacemos al otro. Nos puede mostrar la incapacidad para esperar, para confiar, y qué tan dependientes somos cuando transformamos cualquier anomalía, no sólo cibernética sino humana, en todo un drama.

A veces también nos confundimos creyendo que si la tecnología logra que el mensaje llegue al oído buscado, tenemos mejor comunicación, algo que puede ser un engaño pues ella puede estar ayudándonos a tapar lo que de frente no soportamos. Y es que somos seres del deseo que se vehiculiza en el cuerpo, que se anuncia, se denuncia o nos traiciona en la mirada, la voz, el gesto, las palabras, que ya dichas, no pueden ser borradas. El cuerpo es lo que el otro ve de nosotros y a través del cual expresamos nuestras demandas y se muestran nuestros goces. Algo que si lo pensamos, no es cómodo, es la razón por la cual la timidez o la inseguridad pueden acosar en el encuentro con el otro que suscita en nosotros emociones desconocidas. Lo cómodo es esconder el brillo en la mirada, la posible equivocación, la presencia real a través de un texto o una imagen que nos permita sustraernos y ponernos a salvo. Tal vez la razón de que sea preferible hablar con el que está lejos y ocultarnos del que cerca, con su presencia, pide nuestra mirada.

Los medios con que hoy contamos son lo más maravilloso que nos puede haber pasado, pero entrañan el peligro, para algunos, del desborde de la angustia en aquel que enterado de su inmediatez, no puede esperar, como si de la respuesta del otro dependiera su existencia. Para otros, una forma de ausentar el cuerpo en una aparente y continua comunicación que les permite hacerse más ensimismados. 

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 18 de 2010 

sábado, 18 de diciembre de 2010

lecturas recomendadas


Seguía soñando con esa matemática que fue ritual, orden de actuación, que fue religión, que fue altar, cubo que se quiso duplicar, círculo que se quiso volver cuadrado, que implicó el amor y el respeto a la divinidad. La matemática que fue religión, “número” y  “todo”. La de la armonía de las esferas, la de los problemas milenarios, la ciencia de las grandes pasiones que se convirtió y se conservó en epitafios para mostrar una vida entera sumergida en el paraíso de los problemas históricos. La matemática del horror al infinito que produjo la amistad y la hermandad entre el “héroe de los pies ligeros” y la lenta tortuga. La que alternó entre el número y el segmento, entre  aritmética y geometría, la de lo real y lo insondable, la de lo concreto y lo impensable. La matemática de la pirámide, de la conservación de los muertos faraónicos. La matemática del calendario que fue agricultura y riqueza de sus poseedores, los agricultores, los primeros opulentos y dueños de la ciencia y, con ella, del planeta. La de los sacerdotes que trajeron las estrellas y las relacionaron con la vida de los hombres y cada uno perteneció a una de las doce constelaciones ligando el destino humano con el horóscopo que aún hoy se lee. La matemática que fue gematria y, con ella, escritura bíblica. La que fue rey desconfiado, engañado, burlado y sabio corriendo por las calles desnudo gritando ¡Eureka, Eureka, Eureka! Con una corona y una respuesta que luego sería fórmula, ciencia, fluir de realidad y verdad, de justificación, confirmación, testimonio. La matemática sin camino para reyes, la de los axiomas, las definiciones y las proposiciones con las cuales Euclides fundó su ciencia, espejo de todas las sabidurías posibles. La matemática del torneo, del reto, del desafío a la capacidad. La del pedazo ínfimo de papel para copiar la maravillosa demostración que ocupó a todos los matemáticos por trescientos cincuenta años para probarla. La matemática competencia y reto, la de los insomnios, la creadora del espacio y del tiempo, porque el espacio es y se genera de la forma como se mide. La matemática del niño Gauss de nueve años frente a la pizarra y el tiempo para hacer centenares de sumas que resolvió de un solo trazo con una fórmula que, como todo lo suyo y lo de Ramanujan, parecería mágica. La del niño, la del adolescente Galois, que nunca pudo entrar al Politécnico, que siempre le perdieron sus aportes y que en una noche, antes del duelo honorífico y el balazo de horror en sus entrañas, dejara una ciencia nueva, un álgebra, unos grupos. La matemática de las geometrías no euclídeas, la de los fractales y el caos.

Hablar de matemáticas es decir tiempo y espacio, es hablar de épocas heróicas, de edades de oro, de la oscuridad. Es hablar de Pitágoras y los números; de Tales y los principios; de Platón y los sólidos; de Zenón y las paradojas; de Euclides y la geometría; de Apolonio y las cónicas; de Erastóstenes y sus mediciones; de Alkawarizmi y el álgebra; de Fibonacci y su serie; de Stévin y el sistema decimal; de los tenderos alemanes y su +, para el exceso y su – para la deficiencia; de Oresme  y sus gráficas de espacio y tiempo; de Napier y los logarítmos; de Fermát y el último teorema; de Descartes y la geometría analítica; de Leibniz y sus símbolos; de Newton y sus fluxiones, de Euler el "cíclope geometra"; de Gauss y su timidez mezcla de perfeccionismo y arrogancia; de Hamilton y el origen de otras álgebras; de Boole el iniciador del álgebra abstracta; de Russel y la lógica…

La matemática ciencia de pasión y locura, de persecución a las escuelas. ¿Qué pasó con los pitagóricos? ¿Con Pitágoras? ¿Con Hipatya? ¿Con Galois?

Tomado del libro ¿Cómo piensan los matemáticos? De Omar Ciro Restrepo. Ediciones Fibonacci. Bogota 2007. De venta en las librería Nacional de Colombia.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El diván virtual


¿Cuál es la importancia de las palabras de la madre y la presencia de un padre?

Esta es una pregunta que cobra todo su valor si tenemos en cuenta que las familias de hoy son diferentes, ahora las separaciones son cada vez más frecuentes y los hijos sufren sus consecuencias. Antes las parejas que no eran felices seguían sosteniendo la situación en aras del bienestar de ellos y, también, porque las limitaciones tanto de pensamiento como económicas, especialmente de la mujer, no le permitían asumir una posición distinta a quedar sometida a un destino en el que se encontraba insatisfecha.

Actualmente es fácil ver cómo se disuelven los vínculos, a veces de acuerdo, otras en desacuerdo, pero siempre con dolor para todos. Una realidad que vivimos por lo cual se hace necesario pensar la mejor manera de que los hijos, producto de ese encuentro que no pudo perdurar, sufran el menor daño posible, algo que tiene mucho que ver con el padre, pero sobre todo con las palabras de la madre.

Sabemos que por naturaleza el hijo está más ligado a la madre, razón por la cual en derecho, es a ella a quien le es asignada su potestad. También sucede, aunque es menos evidente, que ese hijo tendrá relación con el padre dependiendo de cómo esa madre vea a ese hombre, que, en ocasiones, que no son la minoría, la madre los confunde, y si el hombre la hizo sufrir como mujer, trasladará todo el malestar que siente con él, vertiéndolo en una versión de padre para el hijo. Algo así como una incapacidad para reconocer, cuando sucede, que un hombre puede ser muy mal marido pero lograr ser un buen padre. Y es que es difícil separar estos límites difusos, por lo cual el hijo termina cargando con los dolores de la madre, alejándose del padre y perdiendo, por algo en lo que no tuvo nada que ver, las posibilidades de una relación de la que puede obtener muchos beneficios.

Es una de las razones de que en algunas separaciones, padre e hijos se alejen, como si el rompimiento hubiera sido de todos, no sólo de la pareja y, porque algunas mujeres no están advertidas de que de ellas, especialmente, depende que su hijo siga teniendo un padre, porque de sus palabras y la propiciación de los encuentros, debido a las circunstancias, ellos necesitarán de su fuerza y generosidad para acercarlos. Pero sucede que la generosidad no fluye cuando se está herido, y es ahí donde se evidencia hoy el mayor malestar de nuestra cultura, porque aquellos que encuentran una forma de vivir mejor, sustituyendo a alguien por otro con quien se encuentran más a gusto, no alcanzan a advertir que de paso, el hijo se puede quedar sin aquel que no es sustituible.

Una situación muy visible en los hijos de padres separados que no deja de existir también en los que permanecen unidos, porque la relación del padre y su hijo pasará siempre por las palabras de la madre que, como muchas, en su generosidad, saben distinguir entre sus reclamos de mujer y lo que le corresponde al hijo, evitándole ocupar el lugar de defensor de lo que ella, como adulto, esta en capacidad de resolver. Cuando esto no sucede, el hijo queda colocado en una encrucijada y lo único que le queda es la angustia.

El padre para un hijo es una presencia importante, le da seguridad y alternativas distintas que le permiten ver el mundo de una manera diferente, que interviene con un gesto o una palabra necesarios para aliviar una relación que, por estructura, es demasiado intensa. Es la razón por la cual para una madre no sea fácil criar sola a un hijo y, menos para un hijo, ser criado sólo por la madre, es necesario el padre que, paradójicamente, cuando se logra, estando lejos puede tener mucha presencia. Esto dependerá seguramente de que ella lo propicie y que él responda, obligaciones que como padres, deben permanecer para que esa función no sea parte del inventario de lo que se pierde en la separación de la pareja.

Escrito publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 56 de 2010

jueves, 2 de diciembre de 2010

Lecturas recomendadas

Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser.
Este carrusel de los tiempos sigue una lógica perfecta. El pretérito indefinido: la historia muerta puede ser olvidada, puede ser recuerdo; ya no tendrá lugar. El perfecto sería algo más adecuado, si no implicara la muerte: la perfección de lo que habrá sido supone la detención del tiempo en el tiempo presente de “lo que yo soy”. Queda el auténtico tiempo del psicoanálisis, el único válido: el futuro anterior. Yo habré sido esto –el niño mudo, el niño colérico, el niño con la fantasía del lobo, el hijo perdido, la hija abandonada- hasta el tiempo que se precisaba para decirlo. Pero, una vez dicha la cosa, ya voy siendo otra cosa. Habré sido esto, pero ya está terminado: no es imperfecto, ni perfecto, ni pasado, sino recuerdo bien situado, alineado, ahora inofensivo. Trabajo sobre la gramática: se sitúa entre la retórica y la invención.

¿Es más o menos que "el retorno a Freud" que Lacan enarboló tanto tiempo como bandera? Todo está en Freud sin la menor duda: la verdad más "construida" a posteriori que recuperada, la ordenación de la memoria como objetivo terapéutico, y el buen olvido que cierra el análisis, cuando todo está concluido así: así que yo habré sido este niño. ¿pero cuál? Se olvida con mucha rapidez que el recuerdo ya engendra un nuevo día.

Pero en realidad nada está allí. Pues es precisamente Lacan quien, jugando con los tiempos, encuentra en la gramática el recurso de una forma que, por función en la lengua, va del futuro al pasado, y del pasado al futuro, indisociablemente: este futuro que se llama anterior, como la vida poética que imaginaba Baudelaire. Un tiempo, el único, verdaderamente dialéctico: una lanzadera lógica. No se piensa mucho en ello; pero la verdad es que la fórmula "yo habré sido" supone, en su extraña torsión, unos márgenes de futuro que se encuentran retroactivamente. Una memoria fisgona sobre su propio futuro. Una memoria dotada para la ciencia ficción que no se contenta con repetir su canción muerta: erase una vez…Dígase habrá sido una vez, y todo cambia. El hada gana de antemano, haya sido buena o mala; la historia ya estaba trazada, pero cambia en el momento en que se dice. Como quien no quiere la cosa, el futuro anterior modifica la historia: es el tiempo del milagro. El de la curación. Ya ven que nada ni siquiera la gramática, escapa al psicoanálisis.

Tomado del libroVidas y leyendas de Jacques Lacan de la filósofa y novelista Catherine Clément. Editorial Anagrama. Barcelona. 1981
La cita que encabeza son palabras de Lacan en Función y Campo de la palabra y del lenguaje. Escritos 1