Seguía soñando con esa matemática que fue ritual, orden de actuación, que fue religión, que fue altar, cubo que se quiso duplicar, círculo que se quiso volver cuadrado, que implicó el amor y el respeto a la divinidad. La matemática que fue religión, “número” y “todo”. La de la armonía de las esferas, la de los problemas milenarios, la ciencia de las grandes pasiones que se convirtió y se conservó en epitafios para mostrar una vida entera sumergida en el paraíso de los problemas históricos. La matemática del horror al infinito que produjo la amistad y la hermandad entre el “héroe de los pies ligeros” y la lenta tortuga. La que alternó entre el número y el segmento, entre aritmética y geometría, la de lo real y lo insondable, la de lo concreto y lo impensable. La matemática de la pirámide, de la conservación de los muertos faraónicos. La matemática del calendario que fue agricultura y riqueza de sus poseedores, los agricultores, los primeros opulentos y dueños de la ciencia y, con ella, del planeta. La de los sacerdotes que trajeron las estrellas y las relacionaron con la vida de los hombres y cada uno perteneció a una de las doce constelaciones ligando el destino humano con el horóscopo que aún hoy se lee. La matemática que fue gematria y, con ella, escritura bíblica. La que fue rey desconfiado, engañado, burlado y sabio corriendo por las calles desnudo gritando ¡Eureka, Eureka, Eureka! Con una corona y una respuesta que luego sería fórmula, ciencia, fluir de realidad y verdad, de justificación, confirmación, testimonio. La matemática sin camino para reyes, la de los axiomas, las definiciones y las proposiciones con las cuales Euclides fundó su ciencia, espejo de todas las sabidurías posibles. La matemática del torneo, del reto, del desafío a la capacidad. La del pedazo ínfimo de papel para copiar la maravillosa demostración que ocupó a todos los matemáticos por trescientos cincuenta años para probarla. La matemática competencia y reto, la de los insomnios, la creadora del espacio y del tiempo, porque el espacio es y se genera de la forma como se mide. La matemática del niño Gauss de nueve años frente a la pizarra y el tiempo para hacer centenares de sumas que resolvió de un solo trazo con una fórmula que, como todo lo suyo y lo de Ramanujan, parecería mágica. La del niño, la del adolescente Galois, que nunca pudo entrar al Politécnico, que siempre le perdieron sus aportes y que en una noche, antes del duelo honorífico y el balazo de horror en sus entrañas, dejara una ciencia nueva, un álgebra, unos grupos. La matemática de las geometrías no euclídeas, la de los fractales y el caos.
Hablar de matemáticas es decir tiempo y espacio, es hablar de épocas heróicas, de edades de oro, de la oscuridad. Es hablar de Pitágoras y los números; de Tales y los principios; de Platón y los sólidos; de Zenón y las paradojas; de Euclides y la geometría; de Apolonio y las cónicas; de Erastóstenes y sus mediciones; de Alkawarizmi y el álgebra; de Fibonacci y su serie; de Stévin y el sistema decimal; de los tenderos alemanes y su +, para el exceso y su – para la deficiencia; de Oresme y sus gráficas de espacio y tiempo; de Napier y los logarítmos; de Fermát y el último teorema; de Descartes y la geometría analítica; de Leibniz y sus símbolos; de Newton y sus fluxiones, de Euler el "cíclope geometra"; de Gauss y su timidez mezcla de perfeccionismo y arrogancia; de Hamilton y el origen de otras álgebras; de Boole el iniciador del álgebra abstracta; de Russel y la lógica…
La matemática ciencia de pasión y locura, de persecución a las escuelas. ¿Qué pasó con los pitagóricos? ¿Con Pitágoras? ¿Con Hipatya? ¿Con Galois?
Tomado del libro ¿Cómo piensan los matemáticos? De Omar Ciro Restrepo. Ediciones Fibonacci. Bogota 2007. De venta en las librería Nacional de Colombia.
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