martes, 20 de abril de 2010

Artículos y ponencias


LO INCONSCIENTE, UN IMPOSIBLE DE DESCIFRAR, TAMBIÉN DE CONCEPTUALIZAR.

Lo que vieron mis ojos fue simultáneo,
 lo que transmitiré sucesivo.
Porque el lenguaje lo es.
Borges

Un título para dar cuenta de que lo inconsciente no es tarea fácil, y no lo es porque está en relación a lo Real. Lo real es de lo imposible, aquello a lo que nos vemos abocados frente a la naturaleza, a nosotros mismos y a la muerte. Sin embargo algo hacemos, a la naturaleza la domeñamos, aunque al final siempre nos gane la partida, frente a nosotros nos preguntamos y respondemos a medias. Y en relación a la muerte, la ciencia y sus beneficios nos permiten maquillar la angustia. Una forma de hacerle un orificio a lo que no sabemos, preguntas que en sus respuestas, algunas nos permiten asomarnos al espacio para atisbar una pisca, de un universo inconmensurable.

Y dentro de esos grandes interrogantes, lo inconsciente es la respuesta que encuentra Freud para dar razón del dolor de la existencia. Mundo pulsional y simbólico, lugar de desconocimiento, donde el ser humano es movido por fuerzas que van más allá de la razón.

En uno de sus primeros textos, en el Proyecto de una Psicología para Neurólogos de 1895 nos habla del símbolo, demostrando cómo a partir de las sustituciones y desplazamientos el mundo en que nos movemos se construye. Razón por la  que un trapo multicolor y un palo es una bandera y el soldado que se sacrifica por ella no es considerado loco. También y para su tiempo, nos dice que al caballero que se bate por el guante de la dama, esto no le impide, y lo dice con cierta picardía, prestarle otra clase de servicios a la dama, pues tiene claro, por el simbolismo, que el guante le debe a ella su significado.

Siguiendo en esta lógica, Jacques Lacan va a decir que La verdad tiene estructura de ficción, esa ficción de la que nos habla Freud, que no es por esencia que sea engañosa, sino esa forma en que el símbolo se mueve en una estructura donde entramos a partir del lenguaje.  Hacerlo es lo que nos permite no estar locos, estar en cultura y hacer lazo social. La locura iría más del lado de no poder entrar en ella, ver sólo un palo y un trapo donde hay una bandera, o quedarse con el guante en lugar de la dama, como lo haría cualquier fetichista. Es que lo “loco” sería la incapacidad para discurrir entre la metonimia y la metáfora, forma en que las palabras se mueven para decir con lo mismo, algo diferente. Es por lo que Freud agrega:

El símbolo histérico, empero, se comporta de otro modo. El histérico que llora a raíz de A no sabe nada de que lo hace a causa de la asociación A-B ni que B desempeña un papel en su vida psíquica. Aquí, el símbolo ha sustituido por completo a la cosa del mundo.

Es de lo que trata lo inconsciente. El ser parlante, y por eso lo es, está en capacidad de jugar con lo simbólico, de jugar con las palabras, su mejor ejemplo es el humor, una forma de sentirse cómodo en el momento imprevisto en que cambia la lógica de lo que se expresa, y es que en el chiste se ríe porque se entendió el movimiento. Pero si en esa estructura de ficción que ya de por sí se evidencia complicada, el símbolo ha sustituido por completo a la cosa, la risa o el llanto se desbordan porque no se sabe de dónde proceden, porque el sujeto nada sabe de esa asociación A-B, no sabe nada de B. En este caso podríamos decir que en esa letra, o que esa letra es fantasma.

De la fantasía nos habló Freud, en el fantasma insistió Lacan. Y aquí entramos en conceptos indemostrables que tienen la posibilidad de serlo cuando el interesado se somete a un análisis. Una crítica recurrente pues pareciera una logia, donde sólo los iniciados pueden dar cuenta de eso. Y tiene razón, pero es la manera en que el inconsciente se deja atrapar, dejando que el discurso avance, dejándolo transcurrir, como una forma de engaño en la asociación libre a la que arribó Freud cuando dejó la hipnosis. Permitir que el sujeto se quede sólo con su discurso, por eso el diván, una soledad con sus palabras, con sus recuerdos, con sus embustes, para que la verdad del símbolo que ha sustituido por completo a la cosa, pueda tomar su lugar.

Una verdad que sólo puede ser dicha a medias y que aparecerá en el desliz de las palabras, allí en un blanco donde falta, o en una equivocación donde dice lo que no es, por tanto hay ahí algo amordazado, censurado en ese mecanismo que escribe especialmente en el cuerpo donde se guardan los archivos de la infancia, que son dichos en palabras, en su forma particular de abordarlas, en la apropiación de lo que nos ofrece la cultura, y en sus falsificaciones, y que aún así, hablan. Efecto del lenguaje que, como dice Borges, aquello que se vio, podríamos decir también se sintió, sólo puede ser dicho sucesivo. Y allí aparecerán blancos, embustes, fantasías.

Una verdad que se escabulle en el olvido, en el chiste, en el lapsus, en el sueño, en el acto que por simple se deja pasar, un disfraz inocente pero que carga toda la fuerza del deseo. Leerlo es la apuesta del psicoanálisis. Una escucha a esa trama inconsciente que desde el consciente se hace imposible leer, pues sólo se presenta como un jeroglífico, más evidente en los sueños donde lo Real se presentifica en imágenes que son palabras, que dan cuenta de un deseo desconocido para el que sueña, que si lo puede leer, porque además para eso está entredicho, algo de ese texto ignorado, cederá. Y sucede y cede porque si hay la posibilidad, emergerá la palabra amordazada, el significante que arma el nudo, es la razón por la cual el análisis no tiene nada que ver con la persuasión, las recetas o los saberes. Está más ligado con el no saber de aquel que habla y, especialmente del que escucha. 


Por eso no es sencillo teorizar lo inconsciente, que pareciera acercarse a lo mágico, a emparentarse más con el arte que con la ciencia, aun teniendo en su formalización los elementos y la rigurosidad para hacer parte de ella. Un tropiezo que al psicoanálisis le es inherente ya que su objeto de estudio pretende, dentro de la lógica científica de la razón, explicar lo que va más allá de ella.

Entonces, ¿cómo demostrar lo inconsciente si cuando pasa al consciente ya no lo es? Una gran dificultad pues es imposible medirlo con las herramientas que se poseen. Las estadísticas no pueden dar cuenta de ello o, siguiendo a Freud, del ello. El inconsciente se escabulle, no es contable, pero por no serlo no es menos real, como no lo es la sonorización de una mirada que en el momento de la transferencia habla. Y su triunfo en la enfermedad, allí donde la medicina fracasa, porque ese cuerpo simbolizado en la ensambladura de las palabras, cargadas ellas de significación fálica, obedece a una lógica fantasmática.

Fractura llama Lacan a la psique, un tributo que pagamos por ser seres hablantes, incómoda situación de esa división que yace en cada ser, que cuando piensa no sólo lo hace sobre lo que ve, sino también sobre el mismo. Que viéndose como otro, se recrimina, se examina, se flagela, se congratula, como si en él hubiera dos, el que es y el que se mira. También lo que permite la literatura, que se desborda en otro para crear historias que no parecen propias, como si no supiera quién las escribió. En la pintura en instantes de magia donde la concepción de los objetos pueden tener otra dimensión. Y la música, sonidos que llegan y se organizan en una lógica donde el mismo creador desconoce su procedencia.

El hombre, ser de la palabra que se constituye en el principio de placer y de realidad, un placer que desde los inicios de la vida es escamoteado por esa realidad que se impone, de que el seno no llegará siempre en el momento oportuno. Forma del hombre de empezarse a construir en la falta y que poco a poco lo irá aprehendiendo en lo que Freud llamó la castración. Un principio de realidad que conmina a la vida, a avanzar más allá del placer, que por reconocerlo puede saber de su falta.

Y habrá allí algo que se repite, de esa relación donde el símbolo sustituyó por completo a la cosa en el mundo, lo que se ha teorizado como fantasma, un trazo destinado a satisfacer un deseo no sabido, incestuosos, que como tal, no se puede realizar, por lo cual será fantaseado y recreado en lo posible, cumpliendo en forma parcial en la actualidad, lo que en el inconsciente es real. Como el fetichista con su guante, porque ha olvidado a la dama.

De lo  que no pasó por la castración, que insiste empañando la vida del sujeto en sus anhelos más irrisorios. Una forma de vivir penando, cuando la realidad le puede ofrecer aquello de lo que carece pero que en la insistencia de ese objeto perdido, idealizado e imposible, él mismo se cierra las puertas sin saberlo. Y sus argucias son infinitas, buscando donde no hay, cediendo donde debe exigir, esperando cuando se espera su acción, exigiendo sometimientos o sometiéndose.

Una equivocación en la que insiste porque no sabe que se está ahí apresado, pero lo inconsciente se muestra y lo hace a todas luces cuando se desborda en el acting out o en el pasaje al acto, acciones irrefrenables que le pueden complicar la vida al sujeto más allá de una simple advertencia. En actos locos donde se pierden las coordenadas, donde no puede reconocerse. Una falta de reconocimiento de ese que allí actuó que, en ocasiones, no alcanza a eso, pues el acto puede ser el suicidio.

Escuchar eso que habla sin saber qué dice, es la apuesta del psicoanálisis. Una partida efectiva pero indemostrable, pues cuando por efecto del encuentro con lo real, lo inconsciente pasa a ser consciente, ninguno de los dos, tanto el que habla como el que escucha, podrá dar cuenta de ello. Sólo que algo pasó, algo cayó y como tal ya está perdido. Como en la agudeza, sólo salió, sólo se dijo, el otro rió o se apesadumbró. Veloz como un rayo aparece y desaparece, como cuando olvidamos en un instante y por completo, el sueño que acabamos de soñar.

El inconsciente siempre ha estado, nombrarlo, teorizarlo, permitió hacer algo con eso. Y si ese fue el mérito de Freud, el de Lacan fue formalizar el goce que en él habita, inconmensurable, desconocido, residuo de la castración, seno, heces, voz, mirada, afectos que todavía afectan y que no pueden nombrarse. El objeto a, objeto del deseo y también de la pulsión, que lleva a una búsqueda donde lo que encuentra no es lo que supuestamente desea. Cita fallida, repetición incansable que puede llevar a una pregunta y al encuentro con su propio decir y sus propios goces. Es lo que se realiza en un análisis. Una travesía imposible de calcular, de predecir, de demostrar, de lo que sólo queda, por efecto del lenguaje, hablar de ello, o siguiendo a Freud, del ello. Es lo que podemos hacer, por eso este escrito.

Cuando Freud dijo que analizar era un imposible no hablaba en vano, lo que no significa que no se intente, es además como el mundo se mueve, lleno de imposibles realizados porque no se está en la impotencia. Asimismo podría haber dicho que teorizar el inconsciente también lo es, por las dificultades para circunscribirlo, por las grietas de una transmisión que se muestra esquiva, por las imposibilidades de los mismos autores que lo proponen y de aquel que la recibe, porque si algo ha escuchado también se debate en encontrar por dónde agarrar semejante apuesta. Una búsqueda que tendrá, por las mismas razones, todo que ver con el fantasma y los goces que al interesado en ella, lo acompañan.

Pero es por un beneficio que adolece de tal dificultad, y es que es una teoría siempre en construcción, en procura de no ceder a la tentación de verdades absolutas ni dogmas universales. Su lugar es la pregunta, para avanzar paso a paso en la imposibilidad y hacer lectura de lo que sucede en el uno por uno, y también en la cultura. Una lectura, a la zaga del acontecimiento porque se sabe que antes no se puede saber,  forma de ese a- posteriori, ya introducido por Freud, que además la vida nos lo muestra a cada paso y es que siempre sabemos después, sólo cuando pasa, como la muerte. Aceptarlo es efecto de la castración, es a lo que el psicoanálisis apunta y lo que siempre queremos esquivar porque duele, el análisis es un acompañamiento para hacer el tránsito a ese dolor y encontrar algo del propio deseo, una forma de dar un alivio a esa incómoda situación de ser hombre.

Ponencia de I. P M. para Debates Contemporáneos. Actualidad del Incosnciente Freudiano. Universidad del Norte. Barranquilla, Colombia. Abril 16 de 2010
Las currsivas son frases de Jacques Lacan

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