martes, 13 de abril de 2010

El diván virtual

¿POR QUÉ SABIENDO QUE ALGO NOS DAÑA LO SEGUIMOS REPITIENDO?

Los seres humanos gozamos de la razón, sabemos cómo nos llamamos, dónde vivimos, quienes son nuestros padres, en la mayoría de los casos. Sabemos también que algo nos gusta o nos disgusta, hacemos proyectos y, en ocasiones, los cumplimos. También planeamos cómo nos comportaremos, o por lo menos cómo quisiéramos hacerlo, y es aquí donde muchas veces aparece la contradicción. Una contradicción que ya no tiene que ver con la razón, sino con aquello de nosotros mismos que desconocemos, lo que ya hace mucho tiempo se conoce en la cultura como El Inconsciente. Algo bien difícil de definir, pero muy fácil de encontrar en cada paso que damos.

Y es ahí donde podemos encontrar una respuesta a la pregunta formulada, ¿por qué sabiendo que algo nos daña lo seguimos repitiendo? Un algo que todos los demás reconocen, que además se empeñan en hacerlo reconocer al interesado pero que éste pareciera  no escuchar, o  no estuviera en capacidad para hacerlo. Ahí donde el consejo fracasa, la persuasión pierde su efecto  y  las teorías no encuentran respuesta. Aún más, cuando es la misma persona quien quiere cambiar pero no puede hacerlo, como si algo más fuerte la llevara a la acción. Lo más mostrativo son las adicciones, pero hay otras que por ser menos evidentes, no dejan ver qué tan presente e ilógica es la repetición.

Se supone que si algo nos daña, por efectos del aprendizaje debería ser eliminado, nada más lógico. Pero sólo basta prender el televisor y ver, no sólo las noticias, para darnos cuenta de que aunque en esto hay algo de razón, no es lo que realmente gobierna al ser humano, pues es evidente que ni los castigos ni las consecuencias negativas, entre ellas la muerte,  lo detienen. Pensemos en aquellos que se inmolan o en el suicidio, los más definitivos. Y los más mostrativos, como la anorexia donde no puede comer, o la bulimia donde no puede dejar de hacerlo.

Y los más comunes: no poder dejar a alguien sabiendo que no nos quiere o nos hace daño, no poder dejar de ser celoso aunque no haya razones, aún sabiendo que eso dañará la relación. Confiar demasiado y siempre salir engañado o no poder confiar y quedarse solo, en fin, la lista es innumerable y lo sabemos, algunas acciones por padecerlas, otras por verlas padecer. Actos donde la razón parece no tener cabida y sólo queda preguntarnos: ¿por qué?

El ser humano es muy complejo, capaz de crear grandes maravillas, pero también como dijo alguien, es el único animal que sabe muy bien donde metió la pata la última vez, para volverla a meter. Somos seres de la repetición, nos levantamos todos los días y realizamos las mismas  acciones que nos permiten la supervivencia, pero también hay otras, en las que son posibles muchas  alternativas y se termina escogiendo la misma, aunque nos dañe.

Es cuando surge una pregunta como la que motiva este escrito, que puede aparecer la posibilidad de que algo pueda cambiar, sobre todo cuando se pasa de la interrogación ¿por qué será que siempre me pasa esto? a: ¿qué tan involucrado estoy en esto que me pasa? Un paso que a veces no pasa, porque por efectos del inconsciente hay algo ahí que se goza y, para seguirlo gozando, las razones, todas, las ponemos en el otro.

Un otro que no me entiende, que me hace daño, que debería ponerse en mis zapatos, frase muy acogida, como si eso fuera posible. Un destino adverso, la mala suerte, un maleficio, tantas formas que utilizamos para  no hacernos cargo de que en eso que nos ocurre, tenemos algo de responsabilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario