¿Por qué terminamos haciendo lo que otro quiere, y no lo que queremos?
Podríamos empezar diciendo que ser obediente no es sinónimo de bondad, sino de no saber realmente lo que se quiere, porque cuando se sabe lo que se quiere, no hay poder humano que obligue a obedecer. Lo dicho puede ser cierto, pero también lo es, que saber lo que uno quiere no es tan fácil. Esto nos recuerda a Hipias, un personaje de un diálogo de Platón que, en medio de la duda de si se queda con la mujer que ha amado o la otra, que ahora se ha ganado sus afectos, le hace la pregunta al sabio. Sócrates como un oráculo, le responde: “hagas lo que hagas, te arrepentirás”.
Lo anterior viene a cuento, porque aunque no nos guste, es real. Sin ir muy lejos, sólo hay que pensar en una elección cualquiera, que para muchos no es nada fácil. Viéndolo del lado femenino, es probable que no exista una, que alguna vez al llegar a la casa con los zapatos rojos que acaba de comprar, se le ocurra pensar que mejor hubiera elegido los negros. Y el mejor ejemplo: ¿Qué me pongo?
Los seres humanos somos bastante complejos, lo que creemos simple siempre está atravesado de muchas preguntas, indecisiones y vacilaciones. Es tal vez la razón por la que al final, terminemos dejando que sea el otro quien decida. Además, porque nos permite la comodidad de no tener allí responsabilidad, y si algo sale mal, nos eximimos de la culpa. El famoso: tú me dijiste.
Y es que llegar a la mayoría de edad, que en pocas palabras significa hacerse cargo de lo que uno dice y hace, no es sencillo. Desde el inicio de la vida estamos destinados a obedecer, además, si no lo hacemos, no sobrevivimos. Es la función de la madre y el padre y todo lo que la cultura, a través de ellos, nos transmite. Razón por la cual, sin darnos cuenta, ya siendo adultos, al tomar una decisión nuestra mirada se dirige al otro, como el niño que en su indefensión todavía espera la palabra y el gesto que aprueba.
Algo que está muy marcado para algunos, que esperan además, que el otro asuma esa posición, como aquella madre que supone que el hijo se descarrió porque los amigos lo incitaron, o la mujer que culpa a los amigos de las travesuras del marido. O, para no dejarlo sólo del lado de ellas, el hombre que piensa que su mujer cambió por influencia de la vecina. Es que no es fácil hacer responsable al otro de su acción, porque implica la contraria, que uno también es responsable de la suya. Lo que parece, no queremos agitarlo demasiado.
Lo más dramático es que a veces ni siquiera sabemos cuán apegados estamos a lo que el otro desea. Solo sabemos que sufrimos, que lo que hacemos no nos da placer, que quisiéramos cambiar de vida y, las culpas las ponemos en el otro, quien lo único que ha atinado a hacer, es colocarse en ese lugar donde uno mismo lo ha puesto, el de un amo que resuelve, piensa, decide y, además, se equivoca. Un amo que tampoco sabe las consecuencias de serlo, aunque goce las mieles de creer que es el que manda, es un lugar que se paga caro pues termina con las cargas del otro, además de las propias.
La dificultad de saber lo que se quiere es la razón de la pregunta de Hipias; y Sócrates, que seguramente por eso era sabio, no se coloca en el lugar del amo, en su respuesta deja ver que si lo que se elige no está en relación al propio deseo: hagas lo que hagas, te arrepentirás.
Publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Sábado 24 de abril de 2010
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