jueves, 29 de abril de 2010

De escritores…


Una mañana de agosto en Saint-Tropez, en el café Sennequier, que acaba de abrir las puertas. Hace rato que ha salido el sol, yo aún no me he acostado. A esta hora y en esta época, aparte de dos criadas soñolientas que manejan distraídamente sus escobas, no hay absolutamente nadie en el puerto dormido, donde se alinean, a lo largo de las terrazas, centenares de sillas vacías. Salvo, dos mesas más allá, las que ocupan Picasso y Jacqueline. Yo soy cronista. Todos los días tengo que alimentar con informaciones una página entera de un diario: Picasso, gran oportunidad. Llega de pronto otro tipo, barbudo, sexagenario y mugriento, cuyos andares inseguros, de no ser por la cartera de dibujo que aprieta debajo de un brazo, anuncian al vagabundo que acaba de levantarse de una curda al aire libre.
Se encamina derechamente hacia Picasso y blandiendo su mano derecha le agita el carboncillo ante la cara.
-¿Me permite?
Sonrisa de Picasso; yo daría cualquier cosa por adivinar si el artista ambulante ha reconocido a su ilustre modelo. ¿Cómo saberlo?
Imperturbable, empieza a dibujar en un bloc, mientras Picasso y Jacqueline charlan tomando sus cafés.
Diez minutos después el retrato está terminado.
-A ver- Dice Picasso.
Se apodera de la obra. Yo paso por detrás y miro a hurtadillas: es infame.
Picasso lo examina con la misma concentración y seriedad que si se tratara de un incunable.
-Excelente-dice- ¿Cuánto te debo?
El otro dice:
-Para usted, Maestro, es gratis-
¡O sea, que le había reconocido!
Además acaba de tener una frase de gran señor.
Con un movimiento de la barbilla Picasso le señala el bloc y el lápiz.
-Dame-
En unos pocos trazos mágicos, suntuosos de seguridad y de sencillez, ejecuta el dibujo de una
cabra, lo fecha, lo firma y lo tiende a su oscuro colega: gesto de príncipe.

Pierre Rey. Una Temporada con Lacan. Seix Barral. 1990

No hay comentarios:

Publicar un comentario