viernes, 9 de abril de 2010

Seminario. Quinta clase


Si el mérito de Freud fue su encuentro con el inconsciente, el de Lacan es la formalización del goce. Esa forma de vínculo entre los hombres, para oponerse o para encontrarse. Algo de lo que si no se está al tanto, no sólo en la clínica, pero especialmente en ella, puede causar estragos.

Es lo que creo nos trata de decir con el ejemplo de Bergler, expuesto no tanto para la articulación de un fantasma, sino por la imposibilidad del que supuestamente estaba ahí para escuchar, que no alcanza a oír las resonancias de lo que se juega.

Y cómo hacerlo si hasta el momento no había sido considerado como Lacan lo trata de explicitar, de esa relación al Otro, ese Otro que es el cuerpo, lugar donde se escribe la marca de una repetición desconocida, de un contrato. Saberlo permite la posibilidad de una escucha diferente, no de comprensión,  más de espera a que los significantes en juego hagan su juego para que la verdad pueda cazar al error por el cuello en la equivocación.. Una espera posible por la caída de un saber coleccionista, no de injusticias, sino de los porqué del que supuestamente, en esa posición, debería ceder.

Un paso adelante, que más allá de las dificultades para circunscribirlo, de las grietas de una  transmisión que se muestra esquiva, de las imposibilidades del mismo autor que las ofrece, alcanzan a ser  entregadas y aquel que las recibe, también se debate en encontrar por dónde agarrar semejante apuesta. Una búsqueda que tendrá, por las mismas razones todo que ver con el fantasma y los goces que al interesado en ella, lo acompañarán. Travesía que se sabe minada, en cualquier momento algo podrá explotar, y sólo será después que se sabrá, forma de ese “a- posteriori”, ya introducido por Freud.

El goce, esa forma en que los hombres se vinculan, para oponerse  o para encontrarse, que se evidencia en el cuerpo,  que habla más allá de lo que el sujeto pretende decir. Una mirada lastimera o furtiva, una risa o sonrisa que no viene a cuento, un amago de enfado, un movimiento del entrecejo, un arrebato, un tic, un toque y acercamiento o un alejamiento excesivo, un llanto. Movimientos, mímicas, señas que aquel que las emite está lejos de reconocer, pero que el Otro, el inconsciente, muy bien lee. Son significantes. También sonorizados en una frase repetida, una muletilla, un dejo, un sonido particular, tantos ejemplos que se pueden nombrar, y hasta decírselos a aquel que los emite y que no reconocerá, y no precisamente por ser despistado, sino porque su pista hace rato la perdió, aunque los encarne en un cuerpo que siendo suyo, desconoce.

Para acercarnos un poco más a lo que se trata, es bueno acudir a la literatura. Sabemos que hay obras, las llamadas clásicas, ellas permanecen, hay algo ahí que resuena, como si al autor le hubiera sido posible encontrar la forma de plasmar en una historia, una verdad más allá  que toca al lector y que, independiente del momento histórico, sigue siendo actual. La Metamorfosis de Franz Kafka es una de ellas. Veremos cómo nos puede ayudar.

Frase en cursiva: del seminario de J Lacan Los escritos Ténicos de Freud 
Imágenes: La primera del blog de Enseñanza, Zoe Brigley. La segunda: obra de Lucian Freud. 

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