¿Qué relación hay entre las palabras y el deseo?
Nuestra condición humana tiene características muy particulares, a veces es bueno pensar en ellas porque nos ayudan a entendernos más, y por ello, a ser más pacientes con nosotros mismos. Una de tantas es que somos sujetos de la palabra, algo que se oye complicado pero que lo podemos entender como la posibilidad de que, teniendo sólo veintiocho sonidos, que en la escritura nombramos como letras, podemos construir un sinnúmero de palabras, que tampoco son tantas para designar todo lo que es este universo. Un universo no sólo de objetos sino también de lo que sentimos, que exige un esfuerzo para encontrarlas y usarlas para hacernos entender. Y es así porque una palabra, según se use, su gramática o puntuación dirá algo diferente en cada momento.
Es la razón de que sea tan difícil la comunicación porque nos movemos en la eventualidad del equívoco, como nos lo muestra la siguiente historia: una secretaria, no muy afecta a su jefe y a quien no le aprobaba sus procedimientos, al final de una carta que él había terminado con: “Y esto es cuanto afirmo”, ella se quedó sin trabajo porque escribió: “Y esto es cuento, afirmo”. Es que el movimiento de letras, puntuaciones o palabras, puede causar risa como pasa en el chiste, y también efectos desconocidos para el sujeto que las emite, evidente en la frecuencia de que lo que creímos decir no fue lo que el otro dijo escuchar, que lleva a la reiterada frase: “Pero es que yo no quise decir eso”. Podríamos decir que en las palabras viaja el deseo, que buscará de alguna manera obtener su satisfacción, una satisfacción inconsciente que para el que habla, es desconocida.
Somos seres del deseo, pero no de aquel que reconocemos normalmente cifrado en palabras como: Quiero ser exitoso, quiero casarme, quiero tener hijos, quiero esta profesión. Somos más de un deseo inconsciente donde lo pulsional desconocido hace efecto. Es por ello que al obtener el éxito no se pueda gozar la satisfacción esperada, después del matrimonio, pueda aparecer la desilusión, apenas nacido el niño, algunos no sabrán qué hacer con él o, terminada la carrera, se llega a descubrir que no quiere ejercerla. Somos seres cambiantes y el conocimiento de nosotros mismos, como nos lo aconsejaba Sócrates, al parecer no es tan fácil. Y no lo es, porque la satisfacción que es lo que nos lleva a sentir felicidad o alegría de vivir, al moverse por los caminos del lenguaje, en palabras, a veces condensadas o desplazadas, que dicen más de lo que creemos decir, lo que creemos buscar, a veces, no es aquello que queremos encontrar.
Tal vez es la razón que llevó a Montaigne a decir que: "El hombre es cosa vana, variable y ondeante". Es que el poeta, que está tan cerca de las palabras, pareciera conocer secretos que al resto de los mortales nos son esquivos, lo que no quiere decir que lo tenga resuelto, sólo que lo puede decir. Escucharlo y asumirlo nos acerca a la realidad, desconocerlo lleva a la desolación de algunos, que no son felices porque no son felices. Como si la felicidad o la satisfacción fuera un camino sin faltas, como si no fuera producto, además, de un rodeo. Podríamos citar aquí a Platón que en uno de sus tantos aciertos, decía: “No te asustes del rodeo, porque es un rodeo necesario”.
Lo que si amerita una reflexión es la repetición, esa condición que nos lleva al sufrimiento, causada por lo que no podemos hacer, o no podemos dejar de hacer. Condición que nos puede llevar a una pregunta que, en un destello, encontremos, y además no retrocedamos, ante la evidencia de reconocer que hay situaciones que se repiten en nuestra vida causándonos insatisfacción. Eventos signados por el “siempre me pasa” o “nunca puedo”, palabras que en aquel que las dice, le sirven para expresar su queja pero también dejan ver una sin salida, porque atrapado en el siempre, no podrá cambiar. Y en él nunca, jamás le sucederá. Somos seres del lenguaje, de vez en cuando es bueno escucharnos, o de pronto, contar con la suerte que alguien nos escuche.
Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla. Octubre 23 de 2010
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