viernes, 27 de agosto de 2010

El diván virtual


¿QUÉ QUIERE UNA MUJER?


Esta es una pregunta que, al parecer la han hecho y siempre la harán los hombres, una interrogación que Freud dejó en el centro de su teoría que nos permite adentrarnos en un asunto bastante complejo: la femineidad. Una forma de ser que tiene cierta relación con el misterio y lo sorprendente. Obviamente, no para las que hacen parte del grupo sino para los que no pertenecen a él.

Tampoco se puede concluir que aquello concernido por la femineidad -hay que aclarar que algunos no mujeres se incluyen- sea manejable. Como todo, sólo se vive, se disfruta y también se padece. Un ejemplo sencillo nos puede ayudar para entender lo complejo de la forma como nos la arreglamos con el mundo los que están del lado de los hombres y las que están del lado de las mujeres. Para cualquier ocasión, sobre todo si es especial, ella siempre dudará cómo presentarse, cómo adornarse y, nada más molesto que su atuendo encuentre uno similar en el mismo recinto, algo difícil que pase con ellos que, al contrario, lo adverso sería no estar en la misma línea que los otros llevan, ejemplo: el esmoquin. Sólo que sobresalga un poco más el chaleco como hace poco lo vimos, ya es motivo de escándalo.

Es la diferencia lo que caracteriza lo femenino, lo que deja lugar a la creación y donde es posible aceptar la desmesura no sólo en los adornos, también en la risa, los movimientos, el llanto y los pedidos. Una condición femenina no censurable ya que por estructura es así, además lo que hace posible que la mirada de ese “todo igual” se pose en lo que allá le hace señas como el pavo real. Femineidad no sólo para atraer sino también para recrearse en la búsqueda del detalle, como si siempre estuviera en la necesidad de llenar un lugar vacío. También de donde parte el deseo por un hombre y por un hijo.

La femineidad, una posición que permite rendirse ante un hombre, pero no en términos de guerra sino de la condición de que su presencia, su mirada, la llame. Le muestre algo propio que sólo puede conocer a través de él, y no porque le atribuya un lugar de poder o, sólo el que podría atribuirle: despertar el erotismo que habita en ella. Siendo así, se puede concluir que estos caminos se alejan del saber, están comandados por el sentir, de ahí que las hipótesis fallen, las promesas se incumplan y siendo lo que puede dar placer, también produce dolor. Dolor en lo que confunde a las mismas mujeres, en los casos en que lo femenino se queda en la mascarada, únicamente en la posición de objeto para ser deseada como si ella no tuviera más para dar o, en la incapacidad para someterse a que el otro la desee porque, creyéndose mirada sólo como un objeto, en su condición de no poder gozar de serlo, se reivindica en una lucha de saber y poder, en la ignorancia de que la sensualidad no está relacionada a conocimientos, sabiduría o derechos.

Lo femenino ha atravesado la cultura y sus relatos muestran a la mujer como transgresora o motivo de conflictos. Desde Eva, pasando por Pandora y Helena de Troya. Y qué decir de las consideradas brujas que asustaban tanto a los inquisidores. ¿Será que para el hombre eso tan deseado también se siente amenazante? Una pregunta que puede llevar a respuestas que no se resuelvan sólo a través de asignar culpas sino de poder incluir lo complejo de lo propio.

Escrito de IPM publicado en El Heraldo, periódico de Barranquilla, Colombia en agosto 7 de 2010

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