Las fantasías. ¿Es sólo soñar despierto?
Cuando pensamos en nuestras fantasías, por lo general nos remitimos a creer que son esos momentos en que se sueña despierto. Y no es que no sea verdad, pero también es cierto que existen otras de las que no tenemos noticia porque están tan escondidas, que llegan a actuar sobre nosotros sin que nos percatemos de ellas.
También se tiende a pensar que las fantasías son todas positivas, lo que no sabemos es que debajo de ellas se puede esconder algo que no lo es tanto, como la de suponer que las cosas son más fáciles de lo que son, que lleva a confundir el optimismo con la falta de realidad, a creer que con desear lo que queremos se materializará. Es de pronto la razón de que los cuentos de los genios envasados en las botellas o de las hadas que nos conceden deseos, siempre hayan gustado. Cuentos que traen su cuota de realidad porque su moraleja generalmente indica, que el conflicto que genera, y su posterior elección, terminan en contra del supuestamente afortunado. Enseñanza poco aprendida que lleva a innumerables desilusiones, también lo que hace suponer que el otro siempre es más feliz.
Una lección que no es fácil de aprender por soportarse sobre esa fantasía que nos lleva a esperar más de lo que debiéramos, como en la consabida frase para referimos al otro: “Lo más natural es que se le hubiera ocurrido”. Ignorancia de que lo natural no es tan natural y que el otro no está al tanto de nuestros deseos, ni en la obligación de saberlos. Una imposibilidad de saber de las diferencias que lleva a la sorpresa cada vez que la acción del semejante no es acorde con la propia. Debe ser que a veces se toma literal la palabra semejante, que semeja una igualdad que está lejos de ocurrir y que niega la realidad de que cada cosa que realizamos, cuando involucra al otro, implica un alto grado de esfuerzo, evidente en la impaciencia de aquellos que suponen que por hablar, porque ya se dijo, se entendió. La tan mentada falta de comunicación.
Un creer que todo es más fácil de lo que es, evidente en el que inicia un negocio y decae antes de la primera ganancia, de los padres que rinden su autoridad ante la desobediencia insistente del hijo, del que se impacienta fácilmente ante el error del otro y, especialmente del propio, de la dificultad para aceptar las cosas como vienen por estar pensando en cómo han debido venir. Es creer que la vida funciona como un libreto, obviamente el propio, que cuando no sigue las líneas esperadas raya la fantasía de aquel, que en su imaginación, lo ha escrito.
Y es que los cuentos de hadas siguen funcionando, nos dicen que en un principio antes de encontrar el amor habrá impedimentos, actos heroicos y sufrimiento, pero al llegar el beso del príncipe serán felices para siempre. Debe ser porque ahí acaba la historia que nos quedamos con el malentendido. Una frase que se la creían antes y aunque no fueran felices no hablaban, hoy no sólo se habla, también se actúa en la creencia de que la razón es que el príncipe o la princesa salió defectuoso y, en muchas ocasiones, no todas obviamente, por creerse que todo iba ser felicidad para siempre, se termina, para decirlo con una analogía mecánica, botando la máquina cuando lo que faltaba era ajustar algunos tornillos.
Lo que hace más difícil la vida es estar lejos de la realidad, estar habitado por fantasías en la que la comodidad nos impide movernos, que aleja de cualquier esfuerzo y, si a veces se logra, se vive como una proeza esperando la satisfacción inmediata. Una satisfacción que al no tenerla, se entra al coro de quejosos que, siendo la mayoría, nos permiten seguir creyendo que la vida nos debe algo, sin poder ver que somos nosotros quienes le debemos mucho a nuestra vida. Las fantasías inconscientes son comunes a todos, también no saber de ellas, lo que sí sabemos es cómo no anda nuestra vida, lo que amerita por lo menos una pregunta.
Escrito de I.P:M. publicado en el periódico El Heraldo de la ciudad de Barranquilla, Colombia. Julio 31 de 1010
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