martes, 10 de agosto de 2010

El Diván Virtual.

La imagen. ¿Por qué tan importante?

La imagen, eso de lo que hablamos tanto, en lo que se mueve la época que nos ha tocado vivir. Se habla de mantener la imagen, tener buena imagen y hay manejadores de imagen, como si tuviéramos que estar proyectando lo que quisiéramos que el otro viera, además, anticipándonos a lo que supuestamente el otro quiere ver. Algo que puede pesar, como andar cargando con una cámara invisible que nos proyecte en la búsqueda de que la mirada del otro nos apruebe.

Es una forma de maquillar los miedos que sufrimos a no gustar, a no ser reconocidos, a fallar. Como lo descubrió Freud muy tempranamente: “Queremos ser mejores de lo que nuestra constitución nos permite”, y no porque tengamos que renunciar a esa búsqueda, sino a que por estar en ella no se pueda reconocer lo mejor que tenemos. A veces escuchamos, y esto es muy común: “Quiero terminar mi carrera para ser alguien”, como si ya no lo fuera. Es como no estar advertido de que si inició ese camino es porque ya lo es. O, la pregunta: ¿cómo me veo? Y la respuesta irónica pero al parecer correcta: no tengo idea, sólo tú puedes saber cómo te ves.

Nuestra constitución como sujetos nos expone a todas estas dificultades, no porque seamos enfermos o disfuncionales, es que simplemente es de estructura y no es nada fácil. Seguramente la razón de que vivamos tan pendientes de la imagen, tiene que ver con la fantasía de creer que lo que el otro ve de uno es manejable, que se puede controlar, como si contáramos con un control remoto para dirigir los afectos y percepciones que el semejante pueda tener para con nosotros. Nada más lejos de la realidad y que trae muchas frustraciones. Una corta reflexión nos puede dar una pista: si no somos capaces de manejar lo propio, cómo vamos a manejar lo del otro. Y esto lo sabemos muy bien porque si alguien nos gusta o no, al parecer no obedece a lo racional, sólo lo sentimos.

Vivir pendiente de la imagen nos aleja bastante de lo que realmente somos. Y aquí se juegan cantidad de acciones que tienen que ver con la moda, con estar al tanto de lo in o superfluo, en este caso fácil de distinguir, lo menos fácil es cuando no podemos reconocer que nuestra mirada se dirige siempre a lo que mira el otro, en la incapacidad de elegir lo que puede ser propio. Una mirada que domina en la incapacidad para ser libres y optar por lo que sería más honesto con uno mismo.

Y aquí podemos volver a referirnos al amor y sus dificultades, una de ellas, quedarse en la seducción, algo de lo que sabemos bastante y por lo cual comerciales y revistas lo promueven en sus títulos: “Cómo seducir”, “Cómo hacer que caiga rendido a tus pies”. Es la razón por la cual las cosas lleguen sólo hasta ahí, porque cuando cae la mascarada el escenario queda vacío y, es que siempre lo había estado, sólo lo llenaba una imagen.

Lo anterior nos pone a pensar en nuestra época, afortunada en beneficios tecnológicos y en cambios que todavía no alcanzamos a digerir, donde prevalece la imagen. Reflexionar sobre esto no es una solución definitiva ni trae la respuesta mágica que nos soluciona el problema, pero si es cierto que cuando se está advertido sobre algo, es un poco más difícil caer en su trampa.

La trampa de la seducción, de creer que si hago esto pasará esto, de construir sobre lo que no es propio, de perdernos en clichés y mandatos que nunca cuestionamos y de sufrir, porque cuando lo que hacemos no es auténtico y pleno y sólo está para portar una imagen para que el otro la vea, estamos lejos de saber, ni siquiera quienes somos.

Escrito de I.P.M. publicado en el peródico El Heraldo de Barranquilla, Colombia el 24 de julio de 2010

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