viernes, 6 de agosto de 2010

De escritores.

Milan Kundera en:

La Lentitud

¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño? ¿Dónde estarán esos héroes holgazanes de las canciones populares, esos vagabundos que vagan de molino en molino y duermen al raso? ¿Habrán desaparecido con los caminos rurales, los prados y los claros, junto con la naturaleza? Un proverbio checo define la dulce ociosidad mediante la metáfora: contemplar las ventanas de Dios. Los que contemplan las ventanas de Dios no se aburren; son felices. […]Miro por el retrovisor: siempre el mismo coche que no consigue adelantarme por culpa del tráfico en sentido contrario. Al lado del conductor va una mujer, ¿por qué el hombre no le cuenta algo gracioso? ¿Por qué no descansa una mano en su rodilla? En lugar de eso, maldice al automovilista que, delante de él, no avanza lo bastante rápido; tampoco la mujer piensa en tocar al conductor con la mano, conduce mentalmente con él, y ella también me maldice.

La Broma

En aquella época no era capaz de sentir por él más que odio, y el odio produce una luz demasiado fuerte, en lo que se pierde la plasticidad de los objetos.

¿No es mucho más cómodo coincidir con el comunista poderoso en el odio al impotente, que coincidir con el comunista impotente en el odio al poderoso?

Comprendí que aquella imagen (aunque no se parezca a mí) es mucho más real que yo mismo; que no es ella la mía sino yo su sombra; que no es a ella a quien se puede acusar de no parecérseme, sino que esa desemenjanza es culpa mía; y que esa desemejanza es mi cruz, que no se la puedo endilgar a nadie y que debo cargar con ella.

Y la historia es terrible porque con frecuencia se convierte en un escenario para inmaduros; un escenario para el jovencito Nerón, un escenario para el jovencito Napoleón, un escenario para masas fanatizadas, cuyas pasiones copiadas y cuyos papeles primitivos se convierten de repente en una realidad catastróficamente real.

Lo que yo amo en una mujer no es aquello que ella es en sí misma y para sí, sino aquello con lo que se dirige hacia mí, lo que es para mí. La amo como a un personaje de nuestra historia compartida. ¿Qué sería la figura de Hamlet sin el castillo de Elsinor, sin Ofelia, sin todas las situaciones que pasa, qué sería haciendo abstracción de todo eso? ¿Qué quedaría de ella, más que una especie de esencia ilusoria, vacía y muda?

La Insoportable Levedad del Ser.

Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una metáfora.

Me parece que Teresa es una prolongación de ese gesto con el que su madre arrojó lejos de si su vida de mujer hermosa […] (Y sí la propia Teresa tiene movimientos nerviosos y gestos poco armoniosos, no podemos extrañarnos: aquel gran gesto de la madre, salvaje y autodestructivo, ha quedado dentro de teresa, ¡se ha convertido en teresa!)

Comprendían con precisión el significado lógico de las palabras que se decían, pero no oían en cambio el murmullo del río semántico que fluía por aquellas palabras.

No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿Qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir ya es la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera un boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.

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