Es una suerte para mí presentar hoy a Bertha Ramos, también un placer porque su presencia nos permite congregarnos alrededor de un tema que, seguramente, a todos los presentes nos convoca: la palabra. Y digo que es una suerte porque no siempre se tiene la posibilidad de compartir con alguien que soporta y disfruta el rigor de la escritura.
Sabemos que escribir no le es dado a muchos, a menos, despojarse del pudor para exponer lo escrito. Conocemos por los comentarios de los buenos escritores que es un arte que nada tiene de fácil. Esa página que pide ser llenada, que acucia a aquel que tiene el don pues lo siente como un mandato. Atreverse a poner allí palabras para luego encontrase con ellas, como si no fueran propias. Después, el trabajo de precisión de un relojero. Comunión con el texto, sílaba que no suena o suena demasiado. Fonética que comanda y rigor de la gramática que impone sus límites, del que sólo sale airoso aquel que respetándolos, puede transgredirlos. Arte de jugar con las palabras logrando verter una lectura inconsciente que, diciendo una cosa, hace posible tocar aquello que no se dijo, quedando dicho.
Es lo que logra Bertha, una muestra es La Torre de Pompeya, algo de lo que vamos a escuchar hoy, una serie de relatos cortos, historias que contando la vida común afuera muestran lo que se juega adentro. Dramas que cuando encuentran la pluma de una buena escritura suenan a comedia, un paseo por la Torre donde los dragones disfrazados no nos atemorizan, pero sí nos dejan algo, a muchos una pregunta.
Un lugar habitado por diversos personajes, donde podemos sorprendernos ante la respuesta de la especial mujer del Cara Larga, uno de sus protagonistas, quien al hablar desprevenidamente de Galileo, ella le contesta: “gire la tierra o gire el sol, la mamá de Galileo era decente”. Y cómo no ver la cara y sonreír ante la descripción del Cara Larga: “extendida porque se le van quedando pedacitos de sucesos”. Y seguirse sorprendiendo cuando adentrándose en un tema, el punto final lo pone el sonido inocente de una gotera, sin nada que ver en el asunto.
Un estilo que va del cuento corto, al más corto. Los primeros no alcanzan las tres páginas, los últimos son sólo párrafos. Destreza para condensar, economía de las palabras pero no del sentido, porque cuando ha caído la gotera ya se ha entendido en toda su dimensión, el drama que allí se juega. Como en los que tituló Una madre y Sexo por saxo. Los dos, en sólo seis líneas nos entregan, el primero: el encuentro de la madre y el hijo y, el segundo, el desencuentro entre el hombre y la mujer. Una especie de cuadros pincelados a través de la agudeza, citando a Octavio Paz, zig-zag del pensamiento que desgarra la sombra para iluminar brevemente una realidad anímica…una instantánea de la realidad total.
Personajes ficticios que de tan ficticios se vuelven reales. Afectos desmesurados que nos muestran los nuestros. Ironía que se desliza, a veces suavemente, en otras, nos toma desprevenidos y nos despierta una risa cómplice. Humor que atravesando un tamiz, por eso no es negro.
Para un escritor ningún suceso es pueril. Es siempre un lector de lo que acontece, sin darse cuenta caza lo que los otros no ven. Una forma de exceso que lo desborda y cuyo límite es la escritura para deshacerse de ello, para dejar caer lo recogido a través de una vuelta, un rodeo en palabras que lo angustia pero también lo alivia. Alivio también para el que lee. Es por eso que gustan las buenas obras. Trascienden, permanecen. Hay algo allí que todos quisiéramos haber dicho y que al leerlo, también cae, ya alguien lo dijo.
El amor, la sexualidad, la muerte, grandes temas de la literatura para los cuales se necesita no tenerle miedo a las palabras. Podemos volver a Octavio Paz quien alguna vez dijo: las cosas tienen un nombre y cuando ese nombre se vuelve indecible es que la infección de la vida ha alcanzado también a las palabras.
Infección que no caracteriza los cuentos de Bertha. Cómo entender ese uso certero de la palabra precisa. Seguramente ella tampoco lo sabe, tampoco sabrá explicar cómo no retrocede ante aquella que se le impone. Sin pudores mezquinos ni romanticismos encubridores, su palabra aparece no para escandalizar, sólo resplandece para iluminar el texto.
La escritura como las artes en general, es de lo inútil. Así es si lo comparamos con la necesidad. Esto es también a destacar. Cómo sobrevivir a la pregunta constante que acusa al escritor ante ese sometimiento comandado por nadie, de dedicar cada día un tiempo a un trabajo que no se sabe quien ha pedido: ¿Y esto para qué sirve? Pregunta que puede dejar a muchos en el camino. Respuesta posible que vislumbramos cada vez que tenemos la fortuna de acercarnos a un buen texto. Es necesario el tejido de aquel que escribe, que arma tramas, que cuenta historias, y sin ser esta su intención, pues cuando escribe parece ser más de la necesidad, entrega un espejo en el que nos podemos ver. Necesario por la fragilidad de lo humano, de saber que existimos.
También un empezar a existir de una forma de escribir que le permitió a Bertha ganarse el premio de cuento de la Universidad Metropolitana de Barranquilla en el 2001. Seguramente un paliativo a esa pregunta en la soledad de un oficio que no se elige y que ella no recusa. También fue propicia la publicación de algunos de sus cuentos en la revista Tropel de Luces en Venezuela a pedido de sus amigos que, como se sabe, son los primeros en reconocer lo que todavía el que escribe desconoce. Después, el reconocimiento en dos menciones de honor en el año 2004 y luego en el 2007 en el Concurso Interamericano de Cuentos en Buenos Aires, Argentina. Cuentos enviados, destacados en un concurso de escritura para mujeres. Razón no por la que los envió, ya que cuando escribe no es su interés si es Bertha o Bertho, esto parece no haber estado nunca en el horizonte de sus preguntas.
Y es que ella no escribe desde una condición, escribe sobre cualquiera, por eso también aunque en el relato a veces se sienta el sabor del Caribe y ella sea puramente barranquillera, es tan universal, que será todo un misterio para el lector reconocer si es hombre o mujer y a qué lugar geográfico pertenece.
Entonces, intuyendo las dificultades y los logros de un camino que implica la soledad porque allí no hay quien responda, sólo lo propio que es a la vez desconocido, lo que queda es agradecer a Bertha Ramos que, venciendo imposibilidades, haya avanzado en esas preguntas sin respuesta para que hoy estemos aquí y podamos disfrutar eso que ella da sin mezquindad: su palabra.