sábado, 13 de marzo de 2010

El diván virtual



¿Por qué el hombre finalmente cae en el matrimonio en contra de su instinto? 

Primero habría que dudar si es contra su instinto, el hombre es un ser gregario, por constitución no está hecho para vivir solo, recordemos que cuando nace, le es totalmente necesario alguien que lo reciba, lo cuide y lo quiera, sin esto moriría. Lo anterior indica que la relación con el otro es una dependencia de vida. Entonces, la búsqueda de una pareja no es algo que le sea ajeno, al contrario, y eso ya lo decían los antiguos filósofos, en la figura de la búsqueda de esa mitad que le falta. Un complemento para que lo mire, lo acompañe, lo ayude, le preste su cuerpo para gozar con él, en fin, que le haga la vida más grata.

En este sentido se puede pensar el matrimonio como una forma que se inventó en la cultura para legalizar una unión que, por necesidad primordial, está dada. Podríamos decir entonces que el problema no es el matrimonio, sino que esos dos que se juntan pensando que van a ser felices, en el camino se encuentran con que ya no lo son tanto. Y generalmente obedece a que tienen expectativas tan altas que aquello que se les presenta y que además, han escogido, se les antoja insuficiente. Parece ser que se confunde el amor con la obediencia y nos creemos el cuento de la otra mitad que, como tal, deberá moverse a donde uno se mueve, deberá pensar como uno piensa, deberá ser lo que uno cree que es. Una ilusión que se rompe al pasar el idilio, donde de alguna forma, en un primer tiempo de engaño se alcanza a sostener. Es tal vez lo que mucha gente añora de los primeros tiempos del amor, ese lapso de artificio que es precisamente el que hay que atravesar y donde realmente se encontrarán, si es que hay algo allí que encontrar.

Y es que el ser humano es tan complejo, que aquello que más desea es a veces lo que le es más esquivo, y lo que más desea es “su alma gemela”, ilusión vana, ingenuidad a veces perenne para algunos, que no tendrá mucho que ver con la edad, sino con las fantasías en las que se ha construido. La ilusión de la felicidad completa y la culpa asignada al otro, por no llenar las expectativas que en su imaginación construyó.

Es tal vez por lo que se le asignó al amor la representación en ese diosecillo travieso y ciego que, al lanzar sus flechas, condena a los elegidos a un encuentro donde ninguno de los dos sabe cómo salir airoso. Y es que no es fácil, si a veces vivir con uno mismo no es sencillo, menos será vivir con otro, hay mucho que ceder, hay en lo que no hay que ceder, hay que saber dar y hay que saber recibir. Y luego, en medio de esa ignorancia aparecen los hijos, lo que nos tienta a creer que Eros está más al servicio del mantenimiento de la especie, porque muchos son producto de esa ceguera momentánea.

La vida no es fácil, el amor tampoco, tal vez los que tienen esto más claro podrán construir un matrimonio más grato, una relación más allá de los caprichos, de las demandas mezquinas, de las posesiones absolutas, porque lo mejor que le puede ocurrir a cualquiera es tener la suerte, porque además lo es, de encontrar esa mitad, pero sin creérselo del todo, cosa que a nosotros los humanos, nos resulta bastante difícil.

Publicado el 13 de marzo de 2010 en El Heraldo, periódico de Barranquilla, Colombia, en la serie El diván virtual.

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