viernes, 15 de octubre de 2010

El diván virtual


¿Cuál es la importancia de las diferencias?

Somos seres del lenguaje. Esto quiere decir, no que hablamos, sino que somos hablados. Algo que parece bastante complejo pero que no lo es tanto. Para entenderlo, sólo hay que pensar que, así como no elegimos el hogar donde nos fue dado nacer, tampoco elegimos el idioma, éste se va introduciendo en nosotros con el primer laleo, esas formas que usa la madre para ir enseñándonos los fonemas con los que después construiremos palabras. Y, así como no elegimos los padres ni el idioma, tampoco nos está dado elegir las palabras y por ende las frases, e ideas que ellas transmiten y después encarnamos.

Hay una historia de Pitágoras, él era un amante de los números y de la música y, dicen que decía -porque es en el decir que los humanos nos movemos- que los astros en su movimiento perfecto, creaban la música más bella que jamás se pudiera escuchar y, al preguntarle porque no la oíamos, respondió: porque desde siempre la hemos escuchado. Lo anterior quiere decir que lo que siempre ha estado, es muy difícil que sea percibido, por eso la forma en que hablamos, lo que decimos, lo que somos, es tan nuestro que, por serlo, lo desconocemos. Vivimos en un mundo de palabras que nos fueron legadas, de formas de pensar y de ver el mundo que muchas veces nos hace sufrir y, por no poder reconocerlo y menos cuestionarlo, se sigue repitiendo. Es así que la vida se puede volver un sufrimiento por concepciones, sobre ella, inamovibles.

Éste es un planteamiento que podríamos pensar como sin salida, sin embargo la tiene, sobre todo si empezamos a escucharnos, a escuchar lo que decimos. Un ejemplo muy conocido y no falto de humor, nos enseña que aún la puntuación de una frase puede reflejar cómo el mundo se puede ver de diferentes formas. No es lo mismo si decimos: Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer, andaría en cuatro patas en su búsqueda, a que digamos: Si el hombre supiera realmente el valor que tiene, la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda. Una diferencia sutil, que no obstante, da cuenta de cómo una coma nos puede organizar la vida. Y aquí tocamos un tema que tiene todo su valor, pues ya sabemos que eso entre el hombre y la mujer es lo que menos anda.

Y si anda a medias es por aquello de las diferencias. La diferencia es algo que a nosotros los humanos nos hace resistencia, de allí que aparezcan todos los ismos que conocemos en los cuales se refleja la división, la enemistad y, a veces, la muerte: feminismo, machismo, racismo, socialismo, capitalismo, cristianismo, budismo, comunismo, y demás.

Saber soportar la diferencia es lo que nos permite vivir mejor, pero al parecer, es algo que nos cuesta mucho, y es entendible, nos construimos en un núcleo, en aquello que no es familiar, conocido. Lo otro es lo distinto, y lo distinto en cierta forma se siente amenazante, discordante, difícil de asimilar. Y se evidencia en esa necesidad casi visceral de que el otro sea como uno, piense como uno, de falta de respeto por las ideas ajenas, de confundir el amor con la servidumbre, de buscar la igualdad, suponiendo que ahí está la solución de los problemas. Una búsqueda inútil y desgastante que, afortunadamente no se cumple, porque es en lo diferente que está la vida y la creación.

Pero ya sabemos que no es fácil, lo que no quiere decir que sea imposible. Empezar a entender que el otro es un ser diferente, que puede tener otro color, que tiene derecho a sus propios pensamientos, a hacer sus elecciones aunque no nos gusten, que no hace uno con nosotros y por lo tanto no está en capacidad de adivinar lo que queremos, que siempre hay que hacer un esfuerzo para transmitir lo propio. Y sobre todo entender, que ya no se está con la madre que todo lo adivina, sino darse cuenta que: “si adivina el punto exacto para endulzar la leche, es porque ese es el punto que ella misma nos enseñó como punto”. Y sólo ahí, no hay diferencia.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barraqnuilla, septiembre 25 de 2010

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