jueves, 2 de septiembre de 2010

El diván virtual


¿Por qué es tan difícil decir la verdad?

Sabemos que muchas veces, una cosa es la que decimos y otra la que pensamos, y no por esto nos deberíamos tildar de insinceros, más bien es la forma que tenemos de optar por ignorar aquello que nos puede producir dolor. Para entenderlo nos sirve una frase de Jacques Lacan, psicoanalista francés con quien podríamos estar de acuerdo cuando dice: “Nada más temible que decir algo que podría ser verdad, porque podría llegar a serlo del todo, si lo fuese. Y Dios sabe lo que sucede cuando algo, por ser verdad, no puede ya volver a entrar en la duda”.
Una reflexión que podemos aplicar a muchos momentos de nuestra vida pues pareciera que, para nosotros los humanos, es más fácil padecer las cosas que decirlas. Debe ser porque aceptar que algo sucede o sucedió, implica que frente al hecho se debe tomar una acción que tiene sus costos, lo que hace tan aceptable el consejo de muchas madres: “Mejor no diga nada para que no haya problemas”, obediencia que se traduce en la imposibilidad de hablar de lo que más interesa porque, en el fondo, tenemos miedo a afrontarlo. Es lo que hace las delicias en las telenovelas cuya trama se sostiene en que todos están enterados pero los protagonistas no saben, por eso cuando aparece la verdad, se acaba la novela.

Y es que la vida se vuelve una telenovela cuando no se es capaz de encarar lo propio, algo bastante difícil porque allí entran consideraciones que involucran el afecto y los intereses, el temor a la pérdida y el no saber lo que sucederá, porque lo que sí es claro es que si no decimos nada, nada se moverá, aunque esta falta de movimiento sea lo que nos haga sufrir.

Cuando una verdad no puede entrar en la duda nos obliga a mirar nuestra situación de otra manera, y es mucho más probable que se dé una solución, pero es tan difícil encararla, como mirarnos al espejo de la madrastra de Blanca Nieves porque como a ella, lo que dice no nos va a gustar. Ejemplos sencillos dan cuenta de ello: la intuición negada de que el hijo anda en malos pasos, del que sabe que debe pagar la deuda pero no abre las cuentas, del que soporta la indiferencia del otro sin atreverse a preguntar. Del que sabe que no quiere seguir pero no lo dice, del que sabe que lo engañan y ayuda para que siga sucediendo. Del que tiene dudas sobre la procedencia de algo pero calla.

Encarar las cosas donde el otro está ciego o, se hace, lleva a diversas calificaciones como pesimista, aguafiestas o, como rezaba un grafiti: “Cínico es aquel que por su defectuosa vista, ve las cosas como son y no como los demás quieren verlas”. Y aquí entra otro problema, porque: ¿entre tanto ciego quien tiene la verdad? Seguramente ninguno, porque la verdad nadie la tiene, a lo único que se alcanza es a una verdad, la propia, pero a veces nos es tan difícil discernirla y si se logra, asumirla, debido al temor a la reacción del otro y, a la tendencia a ser conformes, porque lo que se tiene brinda cierto grado de seguridad.

Somos humanos y por serlo, la verdad no nos es fácil, pero si ella no lo es, más difícil es vivir en la mentira. Lo que sucede es que no nos damos cuenta porque inconscientemente seguimos mandatos cuya consigna es el silencio. Un silencio que se asume en el creer que haciéndose el que no pasa nada las cosas mejorarán, de ahí que muchas verdades las dejamos en la duda, pero ya sabemos que la duda mata y su arma es el malestar.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de barranquilla, Colombia Agosto 7 de 2010

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