miércoles, 2 de febrero de 2011

El diván virtual


¿Qué es la solidaridad?

Esta es una palabra que se vuelve recurrente cuando la naturaleza nos recuerda su poder, y al parecer se olvida cuando se calma, como si ser solidario sólo fuera posible en los momentos de catástrofe y seguramente la razón de que sean más catastróficas.

Ser solidario significa considerar al semejante, y no sólo cuando está en la mala, como decía alguien ingenioso: los amigos se conocen en estas ocasiones, pero aún más cuando uno está en la buena, porque ahí se muestra si es capaz de alegrarse por eso. Algo que parece escaso, y la razón de que en los momentos en que se debe estar unidos y trabajar para cuando vengan las vacas flacas, es casi imposible hacerlo por la incapacidad de reconocerle al otro sus ideas, valores y esfuerzos. Digamos que esa condición humana de rivalidad y descalificación, de la que al parecer padecemos en gran medida, no permite acercamientos en los que se lideren soluciones para hacer que la vida sea más vivible y menos trágica.

Estamos habituados a culpar, a explicar lo que pasa en razón de la mala voluntad del otro, a desconfiar siempre como si eso nos salvara de ser ignorantes, a no atender creyendo que la idea nuestra es mejor. A discutir sin escuchar, lo que es valorado como aguerrido y de gran carácter, unas condiciones que no las sostienen sólo los que pertenecen a los grupos que empuñan las armas, algo sufrimos de eso, pero no nos damos cuenta.

Hoy se ha hecho más visible lo que podríamos llamar un síndrome nuevo, el de la víctima, lugar que ha adquirido gran importancia en nuestro medio porque además son reales y muchas. Un país de desplazados por la violencia y ahora por el invierno hace innegable su existencia, razón por la cual en medio del dolor y la tragedia es importante pensar cómo obramos para no seguir repitiendo lo que García Márquez, en uno de sus tantos discursos, manifestaba: “Una patria oprimida que en medio de tantos infortunios ha aprendido a ser feliz sin la felicidad, y aún en contra de ella”. Y es que si se repite y no deja de repetirse, seguramente algo debemos estar haciendo mal para que siga sucediendo, que probablemente tiene que ver con la solidaridad, o más bien con la falta de ella.

Pareciera que es más fácil considerar al otro sólo cuando es víctima, la causa de que algunos se gradúen de desplazados porque saben que si trabajan para quitarse el rótulo, van a perder muchos beneficios. Lo que demuestra que algo anda muy mal, porque la condición de desamparo y carencia pareciera ser la única forma de ser reconocido, así sea con una etiqueta que no dignifica sino que estigmatiza. Una forma de ver las cosas en la que hemos crecido, que nos permite ser solidarios cuando las condiciones son muy adversas pero en las de igualdad, la competencia no es libre de envidias, celos y resentimientos.

Hay una diferencia entre la agresividad y la violencia, la primera es un gesto, una forma de supervivencia necesaria, la segunda es una acción generada por la incapacidad para hacer uso del mayor don que tenemos: la palabra. Y es así porque no se reconoce al otro en su condición humana: que se equivoca, que también le duele y, sobre todo, que es diferente y por eso hay que permitirle que hable para poder entendernos. Un desconocimiento que se muestra en las muertes sin sentido que a diario vemos, una solidaridad que se ha perdido y de la que debemos preguntarnos si las causas son económicas, o su origen está en la transmisión de una falta de consideración y respeto por el otro y lo que le pertenece, que viene desde la cuna y atraviesa todos los estratos, por lo cual las soluciones que dignificarían la vida están vedadas y el reconocimiento sólo aparece en la compasión y la lástima, cuando algo estruendoso nos avasalla.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Diciembre 23 de 2010

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