jueves, 24 de febrero de 2011

Seminario. Segunda clase


La metáfora paterna, y lo que representa la ley.

El Grito, Edvard MunchEn el trabajo que nos hemos propuesto, iniciamos con la pregunta por la libertad y tomamos algunos ejemplos que nos da Freud sobre El hombre de las ratas, como una muestra de la captura en la obsesión. También recurriendo a la literatura, con nuestro Artista adolescente de Joyce, tratamos de entender de lo que se trata la imposibilidad de salir de un estado en el que se está preso. Ahora, en una lógica que nos irá guiando en la medida en que se avanza, podemos empezar a adentrarnos en nuestro tema. Del padre del Hombre de las ratas relata Freud:

Según todos los informes, el padre de nuestro enfermo había sido un hombre excelente. Antes de casarse había pertenecido al Ejército en calidad de suboficial y la vida militar había dejado en él como residuos una cierta dureza de expresión y un gran amor a la verdad. A más de aquellas virtudes que habitualmente atribuyen los epitafios a todos los fallecidos, entrañaba un excelente humor, cordialísimo, y una afable bondad para con todos sus semejantes. Este carácter no queda ciertamente, contradicho, sino más bien completado, por el hecho de que solía ser violento y fácilmente irritable, circunstancia que valió a sus hijos, mientras fueron pequeños y traviesos, sensibles correctivos. Cuando los niños crecieron, el padre se diferenció de los demás en que no trató de elevarse a la categoría de autoridad intangible, sino que reveló a sus hijos, con bondadosa sinceridad, las pequeñas faltas y torpezas de su propia vida. No exageraba seguramente su hijo al manifestar que sus relaciones habían sido las de dos buenos amigos.
Es en la pregunta que resonaba en Freud, acerca del casi delirio que había aquejado al joven con relación a la deuda, que se van a ir encontrando más pistas acerca de ese padre cuya primeras semblanzas eran de epitafio:

Había servido en el Ejército varios años y solía relatar muchas anécdotas de aquella época […]El padre había perdido en una ocasión, jugando a las cartas (Spielratte), una pequeña suma que le estaba confiada en su calidad de suboficial, y lo hubiera pasado mal si un camarada no se la hubiera prestado. Cuando abandonó el Ejército y llegó a una posición acomodada, buscó al bondadoso camarada para devolverle aquel dinero, pero no pudo encontrarle. Nuestro paciente no sabía a punto fijo si llegó a efectuar la restitución deseada. El recuerdo de esta falta juvenil de su padre le era penoso, ya que su inconsciente estaba lleno de dudas hostiles sobre las cualidades del mismo.
Lo importante aquí es que ese recuerdo fuera penoso para el hijo, evidenciando la duda sobre las cualidades que lo adornaban. Un recuerdo para él doloroso y en el que antes no había podido ahondar y que permitía sostenerle el lugar al Otro. Algo que en la historia de Stephen el Héroe se muestra así:

La tarde en que los bienes fueron vendidos, Stephen siguió mecánicamente a su padre por la cuidad de taberna en taberna[…]Las humillaciones habían venido una tras otra[…]La taza de Mr Dédalus había temblequeado en el platillo, mientras Stephen moviendo la silla y con toses fingidas procuraba ocultar las vergonzosas señales de la correría alcohólica la noche pasada[…]Caminaba al lado de su padre escuchando historias que ya conocía, escuchando una vez más las historias de aquellos calaveras que habían sido los compañeros de juventud de su padre[…]Un vago malestar temblaba en su corazón[…]Notó que la voz de su padre se deshacía en una carcajada: una carcajada que era casi un sollozo[…]Oyó que el sollozo se hundía sonoramente en la garganta de su padre y un impulso nervioso le hizo abrir los ojos. La luz del sol, al romper de improviso contra sus pupilas, transformaba las nubes y el cielo en un mundo fantástico de masas sombrías […] Apenas si podía interpretar los letreros de las tiendas. Porque aquella monstruosa vida suya lo había arrojado más allá de de los límites de lo real.
Lo que El hombre de las ratas no nos puede contar de ese momento de la caída del padre, nos lo describe Joyce de esta manera:

No podía responder a las llamadas de la tierra, ni de los hombres, sordas e insensibles a la voz del verano y al gozo y la camaradería, ahítas y descorazonadas de oír el sonido de las palabras de su padre. Apenas si podía reconocer como propios sus pensamientos.

También la caída de lo infantil, de ese imaginario que se construye con retazos de escenas y afectos que se diluyen en la memoria:

Se le nubló de repente el recuerdo de su niñez. Trataba de evocar sus vividos incidentes y no podía. Sólo recordaba nombres. Una señora de edad que tenía dos cepillos en su armario. Y enseñaba geografía a un niño pequeñito. Qué extraño era el pensar que él había dejado de existir de este modo, no a través de la muerte, sino desvanecido al sol, perdido y olvidado […] Su niñez estaba muerta o perdida y con ella el alma propicia a las alegrías elementales.
El encuentro con lo Real que, en nuestro caso, el escritor por su don puede relatar, y que en el tratamiento de la cura se da otra manera, pero seguramente con los mismos efectos. Esa forma en que las palabras engranan para producir asociaciones que, en algún momento, como algo mágico atinarán en un abrirse y cerrarse a ese encuentro, Freud dice:

El azar, que ayuda en la producción de síntomas como el sentido literal de una palabra en los chistes, permitió que una de las pequeñas aventuras del padre tuviera con la invitación del capitán un elemento común[...]
Las palabras del capitán «Tienes que devolver al teniente A. las 3,80 coronas», sonaron en sus oídos como una alusión a aquella deuda no pagada de su padre.

Y ya sabemos lo que sucedió después. Después que esa palabra: Spielratte se revela asociada al pago, al dinero, a las ratas y sobre todo, todo lo que había sucedido antes de que fuese revelada.

Por Joyce entendemos que para Stephen el derrumbamiento se sucede así:

Una mañana, dos grandes carros de mudanza habían parado delante de la puerta y unos mozos habían entrado a empellones dentro de la casa y se habían puesto a desmantelarla. Stephen los había visto avanzar pesadamente por el camino de Merrion, desde la ventana del tren donde estaba sentado junto a su madre. Su madre tenía los ojos enrojecidos […] Estaba sentado al lado de su padre escuchando atentamente su largo e incoherente monólogo. Poco o nada entendía de él, pero poco a poco empezó a darse cuenta que su padre tenía enemigos.
En la historia de Stephen parece estar todo dicho, pero si no lo hubiera estado, ¿cuál sería el significante que habría quedado guardado, que cerraría y abriría el camino a sus síntomas? No lo sabemos. Lo que sí se sabe es los efectos del significante que apresan, condenan, pero que también escuchados, pueden dar lugar a cierta libertad.

El epígrafe de la invitación del presente seminario, estas palabras de Lacan nos seguirán guiando, para avanzar en la interrogación:

El padre, el Nombre-del-Padre, sostiene la estructura del deseo junto con la ley.- pero la herencia del padre, Kierkegaard nos la designa: es su pecado.
Es el pecado del padre de Joyce y el del joven paciente de Freud, que quedan consignados en la historia, seguramente sólo una guía para aquel que habla y desde allí alcanzar lo que está más allá. La mostración de una falta, que para todos será distinta pero en todos nunca faltará.

Obra: El Grito, Edvard Munch

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