martes, 22 de febrero de 2011

El diván virtual


Primera vez al colegio. ¿Un drama?

Hablar de los problemas de los hijos es algo que en general trae, en los padres, cierta inquietud, porque se teme confirmar la sospecha de que podemos estarnos equivocando. Situación muy común y además saludable, ya que es más probable la equivocación en aquel que vive en la certeza de que todo lo hace bien. Pero a veces, indagar produce culpa, lo que no permite abrirse al entendimiento porque inmediatamente aparece la necesidad de defendernos o de abandonarnos a la recriminación.

Ser padres no es la función más sencilla que nos ha sido dada, razón por la cual debemos sentirnos satisfechos si nuestro hijo logra hablar, entenderse con los demás y responder en la medida de sus posibilidades a lo que el mundo le exige. Los recursos con que contamos para lograrlo son nuestros valores, creencias y, especialmente nuestra forma de ser, que generalmente desconocemos. Es la razón de que en consulta, cuando un hijo describe al padre y a la madre, hace una semblanza de ellos tan particular y personal que cuando se llega a conocerlos, no parecen tener mucho que ver con lo narrado por el que habla.

Es que el padre que uno cree ser no es el padre que el hijo siente tener, y, sería interesante, aunque sabemos que no es tan sencillo, poder saber, a través de lo que nos devuelven nuestros hijos, qué es lo que transmitimos. Hay una frase que dice: “Uno recibe del otro su propio mensaje invertido”, algo así como que aquello que con sorpresa recibimos del otro, tiene que ver, en ocasiones, con lo que inconscientemente hemos pedido.

Una situación que se refleja cuando el hijo entra por primera vez al colegio, un acontecimiento lleno de expectativas en el cual se manifiestan las angustias, las prevenciones, los miedos, y no precisamente de los niños. Sólo hay que preguntarse por qué hay pequeños en los que este desprendimiento no es tan traumático, mientras que para otros se convierte en un drama.

¿Será que la angustia que siente el niño al iniciar este paso, es sólo suya? ¿O será producto de una aprehensión que ve en el otro que, al igual que él, teme que si no están juntos no estará seguro? Una seguridad que por naturaleza el hijo sólo la siente a su lado, pero si el otro, la madre o el padre, también lo cree así, no le será fácil abrirle el camino para que avance. Algo bastante difícil para algunas madres y entendible para todas, pues ese pequeño que se ha llevado en el vientre, que se ha cuidado con esmero, al momento de dejarlo en otros brazos no es algo que se da sin temores. Es que no es fácil soltarlos, momento crucial para los padres, que temen un dolor que sufrirá el hijo, pero que oculta el que ellos no quieren sentir.

Un primer momento de desprendimiento dónde se evidencia una forma muy humana de creer que somos imprescindibles, por lo cual lo imaginamos sufriente y dolido si no nos tiene a su lado. Razón también de la sorpresa frecuente, que encubre una cierta desilusión, cuando nos cuentan que la pasó muy bien. Es que a veces el llanto del otro se asume como un tributo, un reconocimiento de amor, un pago por los desvelos.

Unos desvelos cuya mayor recompensa sería la posibilidad del hijo de entrar al mundo con alegría y confianza porque ese apego necesario pudo ir cediendo, sin embargo hay razones que desconocemos que nos llevan a excesos de angustia, que sin darnos cuenta transmitimos y el otro actúa, porque al buscar la mirada que lo hará sentirse seguro, en ella ve desconfianza y pena. No sabemos cómo miramos cuando miramos, lo que sí podemos saber es cómo responde el otro a nuestra mirada, y eso ya nos puede dar una pista para hacernos por ahí, una pregunta.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Febrero 5 de 2011

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