miércoles, 9 de febrero de 2011

Artículos y ponencias



El retrato del artista adolescente. Lectura de una escritura

James Joyce, escritor irlandés creador de una forma de decir, de contar su mundo. Posibilidad de recrear su historia, ¿para exorcizarse? Una suerte que no está al alcance de todos, pero para aquellos que la poseen, les permite describir, reflejarse y además leerse.

Esta historia, se dice que es autobiográfica, se llama Retrato del Artista Adolescente, publicada por primera vez en 1944 con el nombre de Stephen el Héroe. Y de hecho, este primer nombre era un buen título, es el héroe de su propia historia, como la de todos, aunque no todas puedan ser escritas y publicadas.

La obra de Joyce, poeta que deja hablar en voz alta su propio inconsciente, como decía Freud, nos permite una lectura, no de su vida, aunque algo nos diga de ella. Más que eso, nos ofrece la oportunidad, a través de su relato, de esa historización particular ligada a la condición de provocar un placer estético e intelectual, avanzar en una lectura que nos permite reconocer aquello de lo que se padece en ese tránsito al que el sujeto se ve abocado en su construcción: lo infantil, la latencia, la pubertad y adolescencia.

ALGO DE LO INFANTÍL

Al inicio conocemos a Stephen, un bebé que cuenta:

Allá en otros tiempos (y muy buenos tiempos que eran) había una vez una vaquita (¡mu!) que iba por un caminito y esta vaquita que iba por un caminito se encontró con un niñin, muy guapin, al cual le llamaban el nene de la casa[…]Su padre le miraba a través de un cristal: tenía la cara peluda[…]Él era el nene de la casa. La vaquita venía por el caminito donde vivía Betty Byrne. Betty Byrne vendía trenzas de azucar al limón[…]¡Ay! Las flores de las rosas silvestres en el pradecito verde[…]Esta era la canción que cantaba, era su canción[…]¡Ay! las floles de las losas veldes[…]Cuando uno moja la cama, aquello está calentito primero y después se va poniendo frío. Su madre colocaba el hule. ¡Qué olor tan raro![…]Su madre olía mejor que su padre y tocaba en el piano una jiga de marineros para que bailase él. Balaba. Bailaba: tralala lala, tralala lala[…]Tio Charles y Dante aplaudían[…]Eran más viejos que su padre y que su madre, pero Tío Charles era más viejo que Dante[…]Dante tenía dos cepillos en su armario. El cepillo con el respaldo de terciopelo verde era de Michel Davitt, y el cepillo con el revés de terciopelo verde era de Parnell. Dante le daba una gota de esencia cada vez que le llevaba un pedazo de papel de seda[…]Los Vances vivían en el número siete. Tenían otro padre y otra madre diferentes. Eran los padres de Eillen. Cundo fueran grandes, él se iba a casar con Eillen[…]Se escondió debajo de una mesa, su madre dijo: -Esthepen tiene que pedir perdón[…]Dante dijo: Y si no vendrán las águila y le sacarán los ojos, le sacarán los ojos, pide perdón, pide perdón.
Recuerdos infantiles, recuerdos encubridores, posibilidad del poeta de describir el mundo visto desde esa posición infantil, donde los objetos de amor se enlazan a los olores, las sensaciones, los temores, las amenazas, con cómo las cosas empiezan a ser percibidas.

Dice Lacan el seminario El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica:

Toda relación imaginaria se produce en una especie de tu y yo entre el sujeto y el objeto[…]Aquí es dondeinterviene el elemento simbólico. En el plano imaginario los objetos sólo se presentan ante el hombre en relaciones evanescentes[…]La vida instintiva del hombre se caracteriza por el desasosiego, la fragmentación, la discordancia fundamental, la no adaptación esencial, la anarquía que abre todas las posibilidades de desplazamiento, o sea de error[…]Aquí interviene la relación simbólica. El poder de nombrar los objetos, estructura la percepción misma[…]Si el sujeto humano no denomina, -como dice el génesis que se hizo en el paraíso terrenal- en primer lugar las especies principales, si los sujetos no se ponen de acuerdo sobre este reconocimiento, no hay mundo alguno, ni siquiera perceptivo, que pueda sostenerse por un instante.

Joyce nos dice de algo de lo que nos habla Lacan, ese mundo en construcción, fragmentos, pedazos, recuerdos, cosas hilvanadas y afectos relacionados.

LATENCIA

Stephen Dédalus, el nombre del protagonista aparece enseguida de la narración de esos recuerdos infantiles, un niño que es dejado en la escuela y a los compañeros les extraña su nombre. Le preguntan quién es su padre y él responde: un señor. Recuerda:

Al despedirse el día de la entrada en el vestíbulo del castillo, ella se había recogido el velo sobre la nariz para besarle.[…]Él se había hecho como si no se diera cuenta que su madre estaba a punto de echarse a llorar.[…]Después a la puerta del castillo, el rector con la sotana flotante a la brisa, había estrechado la mano a sus padres y el coche había partido con su padre y su madre adentro. -Adiós, Stephen, adiós.
Luego
Aprendía en el colegio, El aire de la tarde era pálido y frio, y a cada volea de los jugadores, el grasiento globo de cuero volaba como un ave pesada a través de la luz gris. Stephen se mantenía al extremo de la línea, fuera de la vista del prefecto, fuera del alcance de los pies brutales, y de vez en cuando fingía una carrerita. Comprendía que su cuerpo era pequeño y débil comparado con los de la turba de jugadores y sentía que sus ojos eran débiles y aguanosos.[…]Le corrió un escalofrío como si hubiera sentido junto a la piel un agua fría y viscosa. Había sido una villanía de Wells el empujarle dentro de la fosa, y todo porque no le había querido cambiar su cajita de rapé por la castaña pilonga de él, de Wells,[…]Qué fría y pegajosa estaba el agua.
Recuerda su familia:
Madre estaba sentada con Dante al fuego, esperaba que Brigida entrase con el té. Tenía los pies en el centro de la chimenea y sus zapatillas adornadas estaban calientes, ¡calientes! Y tenían un olor tan agradable. Todos los chicos le parecían muy extraños. Todos tenían padres y madres y trajes y voces diferentes. Y deseaba estar en casa y reclinar la cabeza en el regazo de su madre. Pero no podía, y lo que quería, por lo menos, era que se acabaran el juego y el estudio y las oraciones para estar en la cama.
Añoranzas, remitirse a los lugares familiares para soportar la realidad. El olor de la madre, el calor, la tibieza de un ambiente conocido. Y sus preguntas por el saber:
Dante sabía la mar de las cosas. Le había enseñado donde estaba el canal de Mozambique y cuál era el rio más largo de América, y el nombre de la montaña más alta de la luna.[…]Wells se acercó a Stephen y le dijo: Dinos Dédalus, ¿besas a tu madre por las noches antes de irte a la cama? Stephen contestó: sí. Wells se volvió a los otros y dijo: Mirad, aquí hay uno que dice que besa a la madre todas las noches antes de irse a la cama. Los otros chicos pararon de jugar para voltear a mirar, riendo. Stephen se sonrojó ante sus miradas y dijo: No, no la beso. Welss dijo: Mirad aquí hay uno que dice que no besa a la madre antes de irse a la cama. Todos se volvieron a reír. Stephen trató de reír con ellos. En un momento se azoró y sintió una oleada de calor por todo el cuerpo. ¿Cuál era la respuesta correcta? Había dos y, sin embargo Wells se reía. Pero Wells debía saber porque estaba en tercero de gramática.

PUBERTAD
Más adelante en su casa, es navidad, por su edad le permiten asistir a la cena de los mayores, empieza a enterarse del mundo. La política, la religión, las ideas de su padre, ya Dante no sabe tanto. Discuten, su madre apacigua, el padre vocifera a favor de una religión que se confunde con la política, palabras soeces, ataque a los sacerdotes, defensas, ninguno se pone de acuerdo. Es lo primero que ve de un mundo al que lo empiezan a dejar entrar. La política irlandesa, la oposición a Inglaterra, la marca de dos idiomas, la rebelión.

En el colegio nuevamente cosas que no sabe:
Cuéntanos Athy. ¿Sabéis que se largaron esos? Os lo diré, pero tenéis que hacer como que no lo sabéis. Dínoslo.[…]Los pescaron con Simón Moonan y Boyle, el de los camellos, una noche en los lugares.[…]¿qué estaban haciendo? Besuqueándose.[…]Stephen observó las caras de sus compañeros pero todos estaban observando hacia el otro lado del campo. Necesitaba preguntar a alguien[…]¿Qué significaba aquello de besuquearse en los lugares?[…]Era una broma pensaba[…]Boyle el de los camellos, algunos chicos le llamaban la señorita Boyle, porque siempre se estaba arreglado las uñas[…]Eyleen tenía también las manos finas, frescas y delgadas. Eran como mármol, sólo que blandas.[…]Ella le metió la mano en el bolsillo donde tenía la suya propia y Stephen sintió entonces el frescor, la delgadez y la ternura de aquella mano.[…]¿Pero por qué en los lugares? Allí se iba cuando se tenía alguna necesidad
Preguntas que empiezan a aparecer, preguntas del despertar sexual, dudas y falta de respuestas, también el inicio del caer de la inocencia. Momento en que en Stephen también empieza a aparecer algo de una decisión. Se le perdieron sus gafas, ha sido castigado injustamente y el prefecto no se había acordado de su nombre, sabe que debe hablar con el rector:

Cuando se acabara la cena, al salir del comedor no tirar por el tránsito adelante sino subir por la escalera que conducía al castillo[…]Los de su mesa se levantaron también. Él se levantó y salió en la fila con los demás. Había que decidirse. El estaba llegando a la puerta. Si seguía adelante con los chicos ya no podría subir a ver al rector[…]Y si iba y le seguían dando palmetazos lo mismo, todos los chicos harían burla de él y andarían diciendo cosas del pequeño de Dédalus que había ido al rector a quejarse del prefecto de estudios,[…]Ya estaba marchando por la estera y veía la puerta delante de sí. Era imposible, no podía.
Y una reflexión acerca de su nombre:
¿Por qué no se había acordado el prefecto de su nombre? ¿Era que no lo estaba escuchando cuando lo dijo o era que quería hacer burla del nombre? Los grandes hombres de la historia habían tenido nombres como aquel y nadie se había burlado de ellos[…]Había llegado a la puerta y, torciendo rápidamente a la derecha, trepó escaleras arriba[…]Vio al rector que estaba sentado a una mesa escribiendo. Había una calavera sobre la mesa y un olor solemne y extraño en la habitación[…]Muy bien dijo el rector, yo mismo hablaré con el padre Dolan. ¿Estás contento?[…]Les contó lo que le había dicho y lo que le había contestado el rector, y cuando hubo terminado, todos los chicos arrojaron las gorras dando vueltas por el aire y gritaron ¡Hurra![…]Estaba solo, estaba libre, se sentía feliz.

ACERCA DEL PADRE

Una mañana, dos grandes carros de mudanza habían parado delante de la puerta y unos mozos habían entrado a empellones dentro de la casa y se habían puesto a desmantelarla. Stephen los había visto avanzar pesadamente por el camino de Merrion, desde la ventana del tren donde estaba sentado junto a su madre. Su madre tenía los ojos enrojecidos[…]Estaba sentado al lado de su padre escuchando atentamente su largo e incoherente monólogo. Poco o nada entendía de él, pero poco a poco empezó a darse cuenta que su padre tenía enemigos[…]También sintió que le habían alistado para la batalla y que le habían echado sobre la espalda cierta obligación.
Observa a su padre:
La tarde en que los bienes fueron vendidos, Stephen siguió mecánicamente a su padre por la cuidad de taberna en taberna[…]Las humillaciones habían venido una tras otra[…]La taza de Mr Dédalus había temblequeado en el platillo, mientras Stephen moviendo la silla y con toses fingidas procuraba ocultar las vergonzosas señales de la correría alcohólica la noche pasada[…]Caminaba al lado de su padre escuchando historias que ya conocía, escuchando una vez más las historias de aquellos calaveras que habían sido los compañeros de juventud de su padre[…]Un vago malestar temblaba en su corazón[…]Notó que la voz de su padre se deshacía en una carcajada: una carcajada que era casi un sollozo[…]Oyó que el sollozo se hundía sonoramente en la garganta de su padre y un impulso nervioso le hizo abrir los ojos. La luz del sol, al romper de improviso contra sus pupila, transformaba las nubes y el cielo en un mundo fantástico de masas sombrías[…]Apenas si podía interpretar los letreros de las tiendas. Porque aquella monstruosa vida suya lo había arrojado más allá de de los límites de lo real[…]No podía responder a las llamadas de la tierra, ni de los hombres, sordo e insensible a la voz del verano y al gozo y la camaradería, ahíto y descorazonado de oír el sonido de las palabras de su padre. Apenas si podía reconocer como propios sus pensamientos.

Encuentro con lo Real, la caída del padre, el reconocimiento de aquello ya sabido, pero que se muestra en toda su magnitud, especialmente en la historia del protagonista cuyo padre y sus circunstancias, hacen más trágico el paso del púber entre el tiempo de fascinación y el desengaño traumático.

Se le nubló de repente el recuerdo de su niñez. Trataba de evocar sus vividos incidentes y no podía. Sólo recordaba nombres[…]Una señora de edad que tenía dos cepillos en su armario. Y enseñaba geografía a un niño pequeñito. Qué extraño era el pensar que él había dejado de existir de este modo, no a través de la muerte, sino desvanecido al sol, perdido y olvidado […] Su niñez estaba muerta o perdida y con ella el alma propicia a las alegrías elementales.
Momento de la caída de la promesa infantil, decepción. Catástrofe subjetiva: el padre no tiene recursos para lidiar con su goce. ¿Cómo puede dárselos a él? Reactivación del desamparo original. No hay saber, no hay quien lo tenga. Conmoción del mundo, donde ya nada se ve de la misma forma. Momento de angustia, pero también de posibilidad. No es casual entonces, que en seguida, el relato se dirige al descubrimiento del protagonista de su sexualidad.

Había estado errando por un laberinto de calles estrechas y sucias […] Cruzaban de casa a casa mujeres vestidas con trajes largos y chillones, perfumadas y despaciosas. Un temblor se apoderó de sus ojos y se le nublaron […] Era otro mundo, se había despertado de una somnolencia de centurias […] Buenas noches, rico […] y ella avanzó hacia él que permanecía en el centro de la habitación y le abrazó alegre y reposadamente. Sus brazos redondos le ceñían contra ella; su cara se levantaba mirándole con una tranquila seriedad que él sentía tibiamente en el movimiento alterno y reposado de los pechos. Sentía la necesidad de romper en sollozos […] Entre aquellos brazos sentía haberse vuelto fuerte, impávido, seguro de sí mismo. Pero sus labios no se habían de inclinar para besarla […] De pronto ella volvió la cabeza y le oprimió los labios con los suyos[…]Era demasiado, cerró los ojos y se entregó a ella, en cuerpo y alma, sin conciencia de cosa de este mundo.
Encuentro con su sexualidad, de ese Real biológico que irrumpe desestabilizando lo simbólico y lo imaginario. Descubrimiento enmarcado en el poder que de alguna manera adquiere por haber ganado dinero con una composición, situación que le permitirá solventar gastos de la casa, que su padre no está en capacidad de dar. Stephen sigue con sus deberes de colegial, sus ritos religiosos en el colegio de Jesuitas con los que siempre se ha formado. La novedad de la sexualidad lo hace avanzar en encuentros desenfrenados llenos de culpa, hasta alcanzar a reconocer la desmesura, no sólo en la genitalidad:

Cenó con devorador apetito y cuando se acabó la cena y sólo quedaron los platos grasientos abandonados sobre la mesa, se levantó y fue hacia la ventana, limpiándose con la lengua la boca de los residuos de la comida y lamiéndose los labios para quitar la grasa de ellos. Hasta aquel estado había ido a dar, hasta aquel estado de bestia que se relame de la carnaza[…]Su alma se estaba tumefactando, y cuajándose en una masa grasienta que se iba hundiendo llena de oscuro terror en un crepúsculo amenazador y sombrío, y mientras tanto, aquel cuerpo suyo laxo y deshonrado, buscaba con ojos torpes, huérfano, humano y conturbado, un Dios bovino en quien poder fijar la mirada.
Ante esa caída de lo humano que ya no da respuesta, de ese padre, ese Otro que se sabe no está, se acoge a Dios, se acoge a las palabras dónde la culpa y la mortificación le permiten un marco dónde ponerse.

Sus ojos estaban empañados de lágrimas y, mirando humildemente al cielo, lloró por su inocencia perdida[…]Pero, ¿es que esa parte del cuerpo comprende o qué?[…]Claro que debe comprender, cuando desea así, en un momento y luego prolongar pecaminosamente su propio deseo instante tras instante[…]¡Qué cosa tan horrible! ¡Quién formó así esa parte del cuerpo capaz de comprender y de desear bestialmente![…]El susurro cesó y entonces comprendió claramente que era su propia alma la que había pecado voluntariamente mediante su cuerpo, de pensamiento, palabra y obra. Confesarse[…]Cada uno de sus sentidos estaba sometido a una rigurosa disciplina[…]Sus ojos evitaban todo encuentro con ojos de mujer[…]No cambiaba nunca conscientemente de posición en la cama, se sentaba en las posturas menos cómodas, sufría pacientemente todo picor o dolor[…]Cada uno de sus tres rosarios que rezaba cotidianamente, eran ofrecidos para que su alma creciera más vigorosamente.

Una búsqueda en aquello conocido para enmarcarse en algún saber que le permita aliviar la angustia. Necesita un Dios, algo que lo tranquilice. La confesión. El uso de la palabra para ponerle un marco a aquello que lo angustia y de lo cual no sabe.

Le humillaba y le avergonzaba pensar que no se vería libre de él (el pecado) jamás, por muy santamente que viviese, por muchas virtudes y perfecciones que llegase a alcanzar. Siempre existiría en su alma un inquieto sentimiento de culpa: se arrepentiría, se confesaría, sería absuelto, se volvería a arrepentir, a confesar, le volverían a absolver: todo inútil […] Pero la prueba más indudable de que su confesión había sido válida era –lo veía muy bien- la enmienda de su vida […] Porque he enmendado mi vida, ¿verdad? se preguntaba.

Cuando lo imaginario y lo simbólico tambalean por efecto de la irrupción de lo Real, cuando lo identificatorio se mueve, la búsqueda de una salida se encuentra en las palabras escuchadas, en los modelos al alcance. Para Stephen, en ese momento su recurso es la religión. Coincide con su formación y con los deseos de sus profesores, quienes lo invitan a hacerse sacerdote.

ADOLESCENCIA
Le habla el director del colegio:

¿Has sentido alguna vez vocación?[…]Recibe este llamamiento[…]ese el mayor honor que el omnipotente puede otorgar a un alma. No hay rey ni emperador en la tierra que tenga el poder de un sacerdote de Dios[… el poder de las llaves, el poder de atar y desatar los pecados, el poder del exorcismo[…]el poder de la autoridad de hacer que el gran Dios del cielo baje hasta el altar y tome la forma de pan y vino[…] ¡Qué tremendo poder Stephen.
Duda, cuando el director le tiende la mano:

Nunca había desobedecido, nunca había tolerado que sus compañeros turbulentos le apartasen de sus hábitos de tranquila obediencia, y aún así, si algunas veces había dudado de lo afirmado por un profesor, nunca había hecho alarde de dudar abiertamente. Pero recientemente algunos de los juicios emitidos por ellos le habían parecido un poco pueriles y había sentido pena como si estuviera saliendo lentamente de un mundo familiar y oyera su lenguaje por última vez[…]Libertó despacio su mano que ya había consentido débilmente en la alianza[…]De pronto una difusa intranquilidad comenzó a propagarse por todos sus miembros.[…]Siguió a esto un latir febril de sus arterias y un zumbido de palabras incoherentes llevó de aquí para allá la línea constructiva de sus pensamientos. Los pulmones se le dilataban y se le contraían como si estuviera respirando un aire tibio, húmedo y enrarecido.

Dice Lacan en el seminario Los escritos Técnicos de Freud:

Con su propio cuerpo el sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de verdad, una palabra que él ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más que lo que sabe que dice.

Implicación del cuerpo, momento de la angustia. La angustia aquello que no engaña, momento de transición donde el sujeto sabe que va a dejar de ser lo que era antes, pero no sabe lo que será después. Interrogantes de Stephen, caída de saberes y encuentro con algo de su propio deseo.
Nunca había de ser el sacerdote que balancea el incensario ante el tabernáculo. Su destino era eludir todo orden, lo mismo el social que el religioso. La sabiduría del llamamiento religioso no le había tocado en lo vivo. Estaba destinado a aprender su propia sabiduría aparte de los otros o a aprender la sabiduría de los otros por sí mismo, errando entre las acechanzas del mundo.
Dice Freud que nuestras mejores virtudes han nacido en calidad de reacciones y sublimaciones sobre el terreno de las peores disposiciones. Es lo que encontramos en este momento del héroe:

Un agrio olor a berzas podridas le llegaba de las huertas situadas en la cuesta, sobre el río. Sonrió al pensar que era este desorden, este desgobierno y confusión de la casa paterna y de la putrefacción de la vida vegetal lo que había de coronar aquel día suyo. Y un breve golpe de risa le subió a los labios al acordarse de aquel solitario cultivador de las huertas que caían a la espalda de su casa, al cual había puesto el sobrenombre de El hombre del sombrero.[…]Y otro golpe de risa, provocado, tras una pausa por el primero, salió de él involuntariamente al pensar en el modo que el hombre aquel tenía de trabajar: contemplaba alternativamente los cuatro puntos cardinales y luego clavaba a desgana en tierra el azadón.
La risa humana es una caída, ¿tenemos los hombres un agujero en el alma? Es una frase que leí alguna vez en un libro de otro poeta, y era lo único que podía hacer Stephen. En una casa donde el reloj se tenía que colocar de lado para que anduviera y aún así, siempre estaba atrasado una hora y media, un padre que no pagaba las cuentas y una madre que gozaba bañándolo hasta cuando empezó a ir a la universidad, lo que quedaba era reírse. Caída del padre, agujero en el alma, posibilidad de crear.

Trabajo de IPM presentado en la Fundación Psyque. Cartagena de Indias. Colombia.

2 comentarios:

  1. excelente... mostraciòn de la posibilidad de crear!!!!!

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  2. Si, Eva, Joyce nos lo muestra. Para mí es magistral. Un escritor que puede pintar con las palabras.

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