¿Qué nos despierta la Navidad?
Seguramente recuerdos nostálgicos, sobre todo la añoranza de la inocencia cuando creíamos ciegamente en El niño Dios o Papá Noel. Una añoranza adornada de colores, guirnaldas, villancicos y luces que nos devuelven a la única época donde fuimos totalmente felices porque todavía no sabíamos nada de la vida, cuando no podíamos dudar de lo que nuestros padres o los más grandes dijeran y el mundo era seguro, y no porque lo fuera, sino porque todavía no nos habíamos enterado que vivíamos engañados.
La navidad es en algún momento la caída de la ilusión, una ilusión que debe caer, por eso aunque algunos por sus creencias no la hayan vivido, de alguna manera para el niño, siempre llegará un instante en que el mundo se le parte en dos. Situación dolorosa pero afortunada porque se nos muestra la realidad, algo que no quisiéramos que sucediera pero que, sabemos, sería peor si no fuera así. Podríamos decir que es la segunda salida del cascarón, el nacimiento es la primera pero allí no se está comprometido, en esta sí, es el comienzo del uso de razón y la razón también de que, en la mayoría de los casos, se recuerde muy bien el descubrimiento de esa verdad, como lo relataba jocosamente alguien el día en que Papá Noel llegó a su casa cargado de regalos. Esa noche su emoción no podía ser más grande, también su desilusión porque Papá Noel se demoró y cuando él regresó de quemar toda la pólvora que en ese tiempo era posible, y él era capaz encender a los seis años, encontró a Noel bebiendo, se le había caído la barba y era Toño el vecino del frente.
En navidad se exige la alegría, razón por la cual para aquel que está triste son innegables las pérdidas, los duelos y la soledad. Aún quien no quiere saber nada de ella es tocado, así sea para criticar a aquellos que la saben disfrutar y para los cuales hay pocos lugares para esconderse porque en casi todo el mundo se celebra. Una fiesta que nos recuerda el fin de año y, aunque no quisiéramos, terminamos haciendo un balance de lo logrado, de lo que no siempre salimos airosos. También el tiempo de los encuentros que evidencian los desencuentros. Los padres separados tienen que hacer acuerdos previos para compartir a los hijos, y si los abuelos también son separados ya no alcanzan los días porque todos no pueden estar juntos. Si la suegra y la nuera no se gustan, se ven obligadas a sonreírse por necesidad, si el yerno le ha hecho el quite a la familia de ella toda el año, en esos días no encuentra excusa. Y aún en las familias más armoniosas, las discusiones por la cena y el lugar de reunión, a veces se vuelven motivo de resentimientos. Además, si en algún momento fuimos engañados, es cuando menos quisiéramos que nos lo hubieran aclarado porque es cuando más que nunca se necesita ese papá Noel para sufragar todos los gastos: adornos navideños, atuendos, pasajes, compromisos, cenas, regalos.
El fin de año y la navidad son celebraciones que afortunadamente existen, son los ritos que tenemos para demarcar y celebrar el paso del tiempo que, aunque estén influenciados por el comercio y la publicidad, guardan algo muy especial y humano. A través de ella revivimos la ingenuidad y alegría de cuando éramos chicos a través de los niños, nos entusiasmamos. Otros, a veces no queriendo, se sienten obligados a compartir con los demás y a responder, algo necesario para la vida. Y aunque para algunos se haga evidente la soledad del que no tiene pareja, del que no tiene hijos, del que no tiene plata, de los que sufren por un desastre natural, es un no tener que hace parte de la existencia que nos lleva a querer buscar y solucionar. Esa posibilidad que nos demuestra que estamos vivos, y de lo cual nos quedan los recuerdos que hacen parte de todo lo que, como humanos, creamos y creemos para hacer la vida más agradable mientras nos morimos.
Escrito de IPM publicado en elperiódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Diciembre 23 de 2010