viernes, 16 de julio de 2010

El diván virtual


¿Por qué es un problema ser terco?

El mayor problema de ser terco es que, precisamente por serlo, no puede admitir su terquedad. Si asumimos como cierto que las dificultades que se tienen en la vida no sólo provienen del afuera, sino que también están relacionadas con la forma como actuamos, podemos reconocer que, en ocasiones, somos nosotros mismos los artífices de nuestros fracasos. También, si entendemos que la forma como se puede empezar a cambiar parte de que reconozcamos que en algo nos equivocamos, lo que para todos es difícil de admitir, para el testarudo lo será más, porque su misma obstinación se lo impide.

Lo anterior es fácil decirlo pero resolverlo no lo es tanto, y es así, porque no es sencillo reconocernos. Sólo hay que pensar que nunca nos podemos ver completos porque cuando nos miramos, sólo podemos ver algunas partes de nuestro cuerpo, y si nos queremos ver en totalidad, recurrimos al espejo, que nos muestra, no en una dimensión real, sino en una imagen que nos devuelve nuestra forma de mirarnos al espejo. Es la razón por lo que se hace tan sorpresivo vernos en un video, en una foto desprevenida o escuchar por primera vez nuestra voz en un aparato que la haya grabado. Es una sensación de desconocimiento, como si eso que allí aparece no nos fuera familiar. Entonces, si hay dificultad para vernos en este plano, mucho más complejo será el de saber cómo somos, es la razón por la cual muchos de nuestras cualidades y defectos, son más conocidas por los demás que por nosotros mismos.

Es por esto entendible la propuesta de que nuestro semejante se presenta para nosotros como un espejo, porque su mirada nos permite mirarnos. Ejemplos de esto se muestran en situaciones sencillas, como cuando en nuestra casa no nos hemos percatado de un desperfecto y sólo lo alcanzamos a notar por la presencia de una visita, aunque esta no lo haya señalado. O, como en el caso de una madre o un padre que soporta los berrinches de su hijo pero se le hacen más notorios cuando éste los hace frente a otro. Es que la mirada del otro sanciona aunque no hable, condición humana para poder mirarnos, porque es posible que el visitante no haya visto el desperfecto o al otro no le interese la malcriadeza del hijo, sin embargo su sola presencia hace evidente la falta, como si en una instantánea se mostrara una imagen que no queremos ver, o no hemos podido ver.

Ahora, más difícil de soportar si ese otro habla y en lo que nos dice nos muestra lo que queremos ocultar o, lo que ni siquiera alcanzamos a sospechar de nosotros mismos. Es donde la obstinación aparece, porque al no poder reconocernos en lo que el otro dice, argüimos  toda clase de defensas sin darnos un poco de tiempo para pensar. Lo anterior no quiere decir que todo lo que el otro diga es verdad, sufrimiento también de algunos donde el semejante, es tomado como un oráculo, sin cuyo aval nada puede ser cierto.

La terquedad se reconoce en diversas situaciones, como cuando se hace difícil sostener una conversación porque el obstinado cree siempre tener la verdad y, en las que cualquier tema trivial o importante puede convertirse en cuestión de vida o muerte. Y es que seguramente puede serlo, para aquel que considera que el saber lo hace más valioso, como si tener la razón lo sostuviera. Es también la causa de que no pueda escuchar porque mientras el otro habla, sólo puede pensar, pensar lo que él tiene para decir. 

Encontrarse con un terco es difícil pero lo es más, serlo. Y lo es, porque por la falta de escucha le faltan datos, por lo cual termina en situaciones donde sale mal librado, elige las personas que menos le convienen, no puede reconocer en el otro una idea novedosa y sobre todo, sufre. Como si esa condición que tenemos de no poder vernos completos, si  se es obstinado, estuviera más velada, porque si es a través del semejante que podemos intuir algo propio, al no poder darle al otro un lugar de reconocimiento y valor a lo que dice, nos dejara sólo con lo que podemos ver de nosotros mismos, que al parecer, no es mucho.  

Publicado por I. P. M. en el periódico El Heraldo de barranquilla, Colombia. Julio 3 de 1010 

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