viernes, 9 de julio de 2010

El diván virtual


Los celos.¿Quién no los ha vivido?

De los celos podemos decir que no hay quien no los haya sentido y sufrido. Un sentimiento que se evidencia más en las parejas, lo que no quiere decir que no haga estragos entre los hermanos, en la familia y, en general, en la cultura. Ya san Agustín lo denunciaba cuando decía: He visto con mis ojos y observado a un pequeño dominado por los celos: todavía no hablaba y no podía mirar sin palidecer a su hermano de leche. Un hermano que él veía gozar de las mieles de lo que él también, antes ya había disfrutado. Lo anterior nos permite reconocer que es un afecto con el cual nos construimos, hace parte de nosotros y de nuestro imaginario, la diferencia radica en los grados en que, para cada uno, han quedado instaurados.

A veces hay grados tan altos que el celoso termina destruyendo el bien que supuestamente desea, como en los casos que terminan en muerte. Como si se creyera que desapareciendo al otro que  genera los celos con los cuales no puede vivir, solucionara el problema. Una forma de cortar por un atajo lo que no alcanza a preguntarse, que poco tiene que ver con aquel en quien puso sus afectos y si mucho con la forma que tiene de relacionarse.

Y la pregunta que debe hacerse para no llegar a esos extremos, no se la puede formular por la forma como, en ocasiones, se entiende el amor. Se cree que celar debe ser una constante, y a veces se juega con ello, como si este sentimiento fuera la confirmación de un gran amor. Algunos llegan a enorgullecerse de los celos que en el otro se producen, lo que no sabe el orgulloso es que esta desmesura no se debe a sus encantos, pues si fuera otro el elegido, igual procedería, y esos celos que lo hacen sentir tan apreciado, no obedecen al exceso de su amor sino a la imposibilidad del otro de creer que algo le puede ser dado.

Por lo anterior es bastante común encontrar relaciones donde los celos, pareciera ser lo que las sostuvieran pues aquellos que dicen amarse, viven en continua disputa, en persecuciones y señalamientos. En disculpas y demostraciones perennes con el fin de que el que cela se tranquilice, sometimientos y angustia que llevan al encierro y a la pérdida de posibilidades. Y en nuestra era tecnológica, son aún mucho más difíciles los amores con un Otelo, porque no contestar el celular por razones que son muchas, ver una foto o un mensaje en tantos canales de comunicación que existen, pueden ser el mayor signo de desconfianza que puede esgrimir el celoso.

Y es aquí donde cualquiera se preguntaría: ¿Cómo puede haber amor si no hay confianza? O, ¿por qué si esa persona supuestamente no inspira confianza y  debe estar bajo vigilancia, no se puede vivir sin ella? Unas preguntas que cualquiera debería resolver rápidamente, sin embargo, nosotros, los seres de la razón, al parecer, no siempre hacemos buen uso de ella.

Amar se puede volver una tortura cuando no se entiende el amor como un don, como una ofrenda, sino como una posesión. Cuando la suerte de encontrar a alguien que despierta sentimientos gratificantes se convierte, no en una sensación de alegría, sino en una continua angustia por temor a la pérdida y, en la necesidad de que esta pérdida no ocurra, todas sus acciones van encaminadas a buscarla. Una ceguera que no deja ver lo propio y en la insistencia de no ser abandonado, insiste tanto que el otro le escucha el mensaje y, lo deja. Ahí se hace cierta la frase de que Uno recibe del otro su propio mensaje invertido.


Un mensaje que el que emite desconoce, porque como el niño de san Agustín palidece, armando tríos donde no los hay, suponiendo que otro le va a quitar lo que ha disfrutado. Una forma de amar en la que quedó atrapado y que ameritaría mínimamente una reflexión.


Publicado por I. P. M. en  el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Junio 19 de 2010

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