sábado, 31 de julio de 2010

Seminario. Clase quince.

 
                            El fantasma, trama en la que se enredan el amor y el cuerpo.
 
La última clase de este seminario nos propuso más inquietudes que respuestas, una situación que si se está un poco advertido incita a proseguir, es precisamente de lo que aquí se trata. El fantasma, nuestro tema, tiene que ver con esto: que todo saber se eleva sobre un fondo de ignorancia.

Es la razón por la que es importante para terminar, tomar en cuenta un concepto psicoanalítico por excelencia, la repetición. Y es importante, porque muestra aquello que de la relación primordial relanza siempre a la búsqueda en una repetición, que para decirlo en palabras sencillas: es lo mismo siendo diferente.

Sabemos que lo que se repite como segundo nunca podrá ser igual a lo primero, es precisamente el movimiento y la búsqueda que hace a la vida. Y en ese devenir hay lo que puede ser del acto, en el sentido en que el acto dice algo, por lo cual el acto analítico se define por ese movimiento en que lo aportado hace abrir como en un relámpago algo que está más allá de los límites del saber. Un franqueamiento, una ruptura que permite atravesar lo imaginario y captar lo que de lo real está en juego. La aproximación de una respuesta cuando se está a punto de encontrarla.

Una línea que nos hace acercarnos a lo que es la sublimación, ¿porque acaso ese momento descrito no está muy relacionado con la creación? En el sentido en que en ese momento de quiebre hay algo que aparece y que no había estado, novedoso y, ¿por qué no tranquilizador?

De lo repetitivo, que aún no siendo igual a lo primero tampoco basta, que si se logra romper, cortar, lo que es de lo real que no puede escribirse, pueda tener una forma de manifestarse. Como en la obra de arte, la escritura y todas las formas del arte que permiten que eso llamado Das Ding pueda ser plasmado de alguna manera, evidenciando su distancia. Es lo tranquilizador, ya no se está tan cerca, algo ha acotado la Cosa.

Y en este sentido podemos volver a Hegel y a la cita de la clase anterior con relación al amor en la propuesta lacaniana, que va más allá de la lucha por puro prestigio, de conciencia a conciencia, callejón sin salida o, con una sola salida, la violencia.

Hay también todo un tema sobre el amor al que Lacan se dedica, el amor cortés. Aquí no vamos a hablar de él, pero hay una reflexión que llama la atención. Si tomamos como cierto que el amor es un hecho cultural, esta forma de presentarse nos lo confirma. Un tiempo donde el objeto amoroso representado en la dama, encarnaba todas las idealizaciones y obstáculos, ciertas formas instauradas por un discurso, como todo lo que es del significante. Pero sabemos que el discurso sólo se sostiene cuando está en relación a algo de lo real, en este caso la repetición de lo inabordable de la Cosa.

Y qué tiene que ver con el discurso de Hegel, del que Lacan nos indica: una perversión resultante- y llega hasta más lejos, hasta el dominio político-. Cuál es la salida de la sin-salida en que nos dejó Hegel que Lacan aborda? Allí donde plantea que la función del deseo no está únicamente en el plano de la lucha sino también en la del amor?

Seguramente porque Hegel lo encontró en el plano imaginario. Y, ¿no es también en el plano imaginario donde encontramos esos excesos del amor cortés? Plano que al parecer ofrece obstáculos cuando un discurso se sostiene allí, donde lo real es recubierto sin recurso a una mediación y tal vez lo que explica que: La realidad es precaria. Y, precisamente en la medida en que su acceso es tan precario, los mandamientos que trazan su vía son tiránicos. En tanto que guías a lo real, los sentimientos son engañosos.

La anterior frase del seminario La Ética, nos guiará en la apertura de otra partida dónde seguramente no quedará de lado el fantasma y el amor, y por supuesto aquello de lo que no es fácil decir, ese lado opaco que nos dará mucha luz: el odio y la pulsión de muerte. De lo imaginario y lo real, para ver cómo ha sido articulado a lo simbólico.

Clase del 29 de junio de 2010

miércoles, 21 de julio de 2010

Artículos y ponencias


Lo siguiente es un producto de mis inicios en la teoría lacaniana, una forma de tomar distancia de un conocimiento que no es fácil de digerir, la única salida era la ironía. El humor, esa forma que nos permite lidiar con aquello que nos desborda.

TEST QUE INDAGA SI PERTENECE USTED A LA SECTA LACANIANA.

Tranquilícese, sólo debe contestar si o no. No es necesario que lo haga con matemas, algoritmos, metáforas o metonimias, en forma diacrónica o sincrónica.

PREGUNTAS

1.¿Vive leyendo escritos que nunca entiende?

2. ¿Anda buscando un Más Uno?

3.¿Lo anda buscando y todavía no sabe qué es?

4. ¿Hace viajes periódicos y costosos a otras ciudades y no sabe por qué?

5.¿Se reúne y paga los viajes de personas que supuestamente saben pero que dicen no saber?

6.¿Buscando un significante tratando de simbolizar se ha perdido en lo imaginario y ya no sabe ni donde está porque lo real insiste?

7.¿Ya no sabe si tiene el Falo, si es el falo, si el falo lo tiene otro, si el falo existe, en fin, no sabe ni qué es el falo?

8.¿Por fin entendió lo que es el Otro con mayúscula, el otro con minúscula, el gran A, el pequeño a, pero todavía lo ronda la fórmula del fantasma diciéndole que no sabe nada?

RESPUESTAS

-         - Si contestó algunas preguntas, va por buen camino, ya se inició usted en la senda lacaniana. No desfallezca, déjese llevar por el deseo que al final lo espera el goce.

-          -Si contestó todas las preguntas, no se sorprenda si comienza a levitar, pero preocúpese cuando ya tenga el cayado, también con la ll.

-          -Si contestó el discurso, (léase cuestionario) y marcó sus significantes interpretándolos como una agresión a Lacan, no se crea tan lacaniano ni tan ingenioso. Es evidente.

-          -Si no contestó ninguna está salvado. ¡Lo felicito! 

El   El presente escrito fue presentado en el Primer encuentro Ineternacional de Psicoanálisis realizado por el Círculo Psicoanalítico del Caribe en 1994 en la ciudad de Cartagena, Colombia, con la presencia del psicoanalista Isidoro Vegh. El comentario final de muchos de los asistentes fue que lo único que habían entendido era el supuesto test.

viernes, 16 de julio de 2010

El diván virtual


¿Por qué es un problema ser terco?

El mayor problema de ser terco es que, precisamente por serlo, no puede admitir su terquedad. Si asumimos como cierto que las dificultades que se tienen en la vida no sólo provienen del afuera, sino que también están relacionadas con la forma como actuamos, podemos reconocer que, en ocasiones, somos nosotros mismos los artífices de nuestros fracasos. También, si entendemos que la forma como se puede empezar a cambiar parte de que reconozcamos que en algo nos equivocamos, lo que para todos es difícil de admitir, para el testarudo lo será más, porque su misma obstinación se lo impide.

Lo anterior es fácil decirlo pero resolverlo no lo es tanto, y es así, porque no es sencillo reconocernos. Sólo hay que pensar que nunca nos podemos ver completos porque cuando nos miramos, sólo podemos ver algunas partes de nuestro cuerpo, y si nos queremos ver en totalidad, recurrimos al espejo, que nos muestra, no en una dimensión real, sino en una imagen que nos devuelve nuestra forma de mirarnos al espejo. Es la razón por lo que se hace tan sorpresivo vernos en un video, en una foto desprevenida o escuchar por primera vez nuestra voz en un aparato que la haya grabado. Es una sensación de desconocimiento, como si eso que allí aparece no nos fuera familiar. Entonces, si hay dificultad para vernos en este plano, mucho más complejo será el de saber cómo somos, es la razón por la cual muchos de nuestras cualidades y defectos, son más conocidas por los demás que por nosotros mismos.

Es por esto entendible la propuesta de que nuestro semejante se presenta para nosotros como un espejo, porque su mirada nos permite mirarnos. Ejemplos de esto se muestran en situaciones sencillas, como cuando en nuestra casa no nos hemos percatado de un desperfecto y sólo lo alcanzamos a notar por la presencia de una visita, aunque esta no lo haya señalado. O, como en el caso de una madre o un padre que soporta los berrinches de su hijo pero se le hacen más notorios cuando éste los hace frente a otro. Es que la mirada del otro sanciona aunque no hable, condición humana para poder mirarnos, porque es posible que el visitante no haya visto el desperfecto o al otro no le interese la malcriadeza del hijo, sin embargo su sola presencia hace evidente la falta, como si en una instantánea se mostrara una imagen que no queremos ver, o no hemos podido ver.

Ahora, más difícil de soportar si ese otro habla y en lo que nos dice nos muestra lo que queremos ocultar o, lo que ni siquiera alcanzamos a sospechar de nosotros mismos. Es donde la obstinación aparece, porque al no poder reconocernos en lo que el otro dice, argüimos  toda clase de defensas sin darnos un poco de tiempo para pensar. Lo anterior no quiere decir que todo lo que el otro diga es verdad, sufrimiento también de algunos donde el semejante, es tomado como un oráculo, sin cuyo aval nada puede ser cierto.

La terquedad se reconoce en diversas situaciones, como cuando se hace difícil sostener una conversación porque el obstinado cree siempre tener la verdad y, en las que cualquier tema trivial o importante puede convertirse en cuestión de vida o muerte. Y es que seguramente puede serlo, para aquel que considera que el saber lo hace más valioso, como si tener la razón lo sostuviera. Es también la causa de que no pueda escuchar porque mientras el otro habla, sólo puede pensar, pensar lo que él tiene para decir. 

Encontrarse con un terco es difícil pero lo es más, serlo. Y lo es, porque por la falta de escucha le faltan datos, por lo cual termina en situaciones donde sale mal librado, elige las personas que menos le convienen, no puede reconocer en el otro una idea novedosa y sobre todo, sufre. Como si esa condición que tenemos de no poder vernos completos, si  se es obstinado, estuviera más velada, porque si es a través del semejante que podemos intuir algo propio, al no poder darle al otro un lugar de reconocimiento y valor a lo que dice, nos dejara sólo con lo que podemos ver de nosotros mismos, que al parecer, no es mucho.  

Publicado por I. P. M. en el periódico El Heraldo de barranquilla, Colombia. Julio 3 de 1010 

lunes, 12 de julio de 2010

Seminario. Clase Catorce


El fantasma, trama en la que se enredan el amor y el cuerpo.

Preguntarse por la aparición del psicoanálisis, los esfuerzos y dificultades, no sólo teóricas, que tuvo que sortear su creador. Luego, la forma cómo Lacan puede tomar esos conceptos para ir más allá de ellos y, el logro de que aquello diera otra vuelta y se transformara en algo más fino, más depurado, más abstracto, hace pensar. Y hace pensar en la forma cómo, a través del tiempo, el conocimiento se construye.

Es la filigrana como el mundo se teje a través de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Un avanzar en la finura del conocimiento, en la posibilidad de abstracción sobre límites impuestos que se van superando. Sabemos que el hombre  en su necesidad de navegar aprendió a leer las estrellas y, más adelante, en algún momento se le ocurrió la genialidad de inventar la brújula. Como si en ese pequeño aparato hubiera capturado el norte, el sur, el este y el oeste para apoderarse de los puntos cardinales, ponerlos a su servicio y así ganarle una pequeña ventaja a la naturaleza, que antes de haberlos apresado, en esto lo avasallaba.

Un artefacto atrapador de algo inconmensurable que pudo aparecer porque un camino hecho por otros permitió que, en un momento, alguien en quien podían caber esas coordenadas simbólicas pudiera ir más allá de los pequeños límites a que un personaje común y corriente se ve sometido. Y la pregunta está ahí, ¿Qué es lo que del deseo arrastra para toparse con preguntas y encontrar respuestas que otros ni imaginarían? Y, ¿además con esa urgencia que hace que el creador someta a ello su existencia?

Ya Freud nos había acercado una respuesta en su escrito sobre Leonardo D’Vinci, el deseo de saber está en relación a la sexualidad. Con Lacan podemos decir que del a, parte esa dimensión irreversible de la cual surge la temática del conocimiento posible. Es la razón seguramente de que no le sea dado a todos, para otros serán otras temáticas, siempre las hay, así sean las más irrisorias y vanas, pero temáticas al fin y al cabo. La primera se puede considerar una suerte, pero no en el sentido de ganancia, aunque la haya, pues sólo hay que adentrarse en la vida de los supuestos privilegiados para darse cuenta de todas las renuncias que implica, pero ya sabemos que siendo del deseo, el costo no es poco.

Dice Brassai en su libro Conversaciones con Picasso que este le confesó: Yo quería demostrar que se puede tener éxito contra viento y marea sin transigir. Sabemos que lo logró. Seguramente porque algo tenía claro, decía; Hay que tener el valor de la propia vocación y el valor también de vivir de esa vocación. Hay personajes así, conocemos muchos, pero también sabemos que son menos los Picasso, es además lo que permite el trabajo analítico.

¿Podemos decir que en los casos nombrados el goce condescendió al deseo? Es probable, pero también podemos pensar en el amor. Y para sustentarlo hay una frase de Lacan, de esas que uno encuentra como al pasar, no el de uno sino el de él. Una frase suelta y que ameritaría todo un seminario. Es una crítica a Hegel en el seminario de La Angustia, dice: Sólo es preciso saber qué es el deseo. Su función no está únicamente en el plano de la lucha, sino allí donde Hegel, y por buenas razones, no quiso buscarlo-en el plano del amor.

Este último punto que está en la propuesta del presente seminario, titulado: "El fantasma. Trama en la que se Enreda el Amor y el Cuerpo", hasta ahora ha dejado de lado el amor. Hemos hablado de la angustia, del síntoma y demás, y sobre todo del cuerpo. El cuerpo como ese Otro donde se escribe el goce, borde de zonas erógenas donde el sujeto, ajeno, es portado por los significantes que, siendo del orden simbólico, como distinto de lo real, entra en lo real como la reja de un arado e introduce en él una dimensión original.

La cita anterior del seminario La Relación de Objeto, nos permitirá volver a referirnos al acto, algo a lo que pareciera estar emparentado el amor. Por ahora recordaremos algunos aforismos con los que lacan juega en esa lucha, para este caso no de puro prestigio, sino de tratar de encontrar una respuesta, aunque sea a medias, de lo que trata el amor. Una de ellas: el amor es un hecho cultural. Y otra: Proponerme como deseante, erom, es proponerme como falto de a, y por esta vía abro la puerta al goce de mi ser.

Tampoco se puede dejar de lado lo que tiene que ver en el amor el deseo del Otro, que sabemos es lo que produce la angustia. ¿Y por qué? Porque: Él cuestiona, me interroga en la raíz misma de mi propio deseo como a, como causa de dicho deseo y no como objeto. Y como es a esa a a la que apunta, en una relación temporal de antecedencia, no puedo hacer nada para romper esa captura, salvo comprometerme en ello.

Una interrogación que angustia, forma de decir en el párrafo anterior del Seminario La Angustia, que ese deseo hace que algo se tenga que poner en juego, y para ejemplificar en el mismo seminario encontramos: Piensen que se enfrentan ustedes a lo deseable más apaciguador, a su forma más tranquilizadora, la estatua divina que es sólo divina- ¿Qué es más unheimlich (siniestro) que ver cómo se anima, o sea, se muestra deseante?

¿Podríamos responderlo? ¿Qué es lo que angustia que en el Otro haya un deseo? O, ¿me tome como su objeto de deseo? Sabemos que hay una historia anterior, sabemos que eso entrampa y también sabemos de la precariedad inicial, donde se era todo para el Otro, donde no había opción. Y, como en la cita anterior: no puedo hacer nada para romper esa captura, salvo comprometerme en ello. Es tal vez por lo que del amor, nos va a decir Lacan en el seminario Aún: De la pareja, el amor sólo puede realizar lo que llamé, usando de cierta poesía, para que me entendieran, valentía ante fatal destino.

Podemos pensar que no sólo de la pareja se trata en el amor, también de la valentía en aquello a que el sujeto se ve sometido, a esa temática irreversible del conocimiento posible, allí donde no se retrocede porque como Erastés, amante, quiere saber. Por estar advertido que amar no es saber todo sobre el Otro, sino precisamente su ignorancia, lo que puede dar lugar a que algo nuevo se pueda escribir, no sólo en la pareja, también en la cultura.

Clase del 22 de junio de 2010

viernes, 9 de julio de 2010

El diván virtual


Los celos.¿Quién no los ha vivido?

De los celos podemos decir que no hay quien no los haya sentido y sufrido. Un sentimiento que se evidencia más en las parejas, lo que no quiere decir que no haga estragos entre los hermanos, en la familia y, en general, en la cultura. Ya san Agustín lo denunciaba cuando decía: He visto con mis ojos y observado a un pequeño dominado por los celos: todavía no hablaba y no podía mirar sin palidecer a su hermano de leche. Un hermano que él veía gozar de las mieles de lo que él también, antes ya había disfrutado. Lo anterior nos permite reconocer que es un afecto con el cual nos construimos, hace parte de nosotros y de nuestro imaginario, la diferencia radica en los grados en que, para cada uno, han quedado instaurados.

A veces hay grados tan altos que el celoso termina destruyendo el bien que supuestamente desea, como en los casos que terminan en muerte. Como si se creyera que desapareciendo al otro que  genera los celos con los cuales no puede vivir, solucionara el problema. Una forma de cortar por un atajo lo que no alcanza a preguntarse, que poco tiene que ver con aquel en quien puso sus afectos y si mucho con la forma que tiene de relacionarse.

Y la pregunta que debe hacerse para no llegar a esos extremos, no se la puede formular por la forma como, en ocasiones, se entiende el amor. Se cree que celar debe ser una constante, y a veces se juega con ello, como si este sentimiento fuera la confirmación de un gran amor. Algunos llegan a enorgullecerse de los celos que en el otro se producen, lo que no sabe el orgulloso es que esta desmesura no se debe a sus encantos, pues si fuera otro el elegido, igual procedería, y esos celos que lo hacen sentir tan apreciado, no obedecen al exceso de su amor sino a la imposibilidad del otro de creer que algo le puede ser dado.

Por lo anterior es bastante común encontrar relaciones donde los celos, pareciera ser lo que las sostuvieran pues aquellos que dicen amarse, viven en continua disputa, en persecuciones y señalamientos. En disculpas y demostraciones perennes con el fin de que el que cela se tranquilice, sometimientos y angustia que llevan al encierro y a la pérdida de posibilidades. Y en nuestra era tecnológica, son aún mucho más difíciles los amores con un Otelo, porque no contestar el celular por razones que son muchas, ver una foto o un mensaje en tantos canales de comunicación que existen, pueden ser el mayor signo de desconfianza que puede esgrimir el celoso.

Y es aquí donde cualquiera se preguntaría: ¿Cómo puede haber amor si no hay confianza? O, ¿por qué si esa persona supuestamente no inspira confianza y  debe estar bajo vigilancia, no se puede vivir sin ella? Unas preguntas que cualquiera debería resolver rápidamente, sin embargo, nosotros, los seres de la razón, al parecer, no siempre hacemos buen uso de ella.

Amar se puede volver una tortura cuando no se entiende el amor como un don, como una ofrenda, sino como una posesión. Cuando la suerte de encontrar a alguien que despierta sentimientos gratificantes se convierte, no en una sensación de alegría, sino en una continua angustia por temor a la pérdida y, en la necesidad de que esta pérdida no ocurra, todas sus acciones van encaminadas a buscarla. Una ceguera que no deja ver lo propio y en la insistencia de no ser abandonado, insiste tanto que el otro le escucha el mensaje y, lo deja. Ahí se hace cierta la frase de que Uno recibe del otro su propio mensaje invertido.


Un mensaje que el que emite desconoce, porque como el niño de san Agustín palidece, armando tríos donde no los hay, suponiendo que otro le va a quitar lo que ha disfrutado. Una forma de amar en la que quedó atrapado y que ameritaría mínimamente una reflexión.


Publicado por I. P. M. en  el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Junio 19 de 2010

Artículos y ponencias


¿SE PUEDE HACER PSICOANÁLISIS EN UN DEPARTAMENTO DE BIENESTAR UNIVERSITARIO?

Tropiezo, falla, fisura. En una frase pronunciada o escrita algo viene a tropezar […] se presenta como el hallazgo […] hallazgo que es a un tiempo solución, no necesariamente acabada pero que por incompleta que sea, tiene ese no se qué, ese acento tan particular […] la sorpresa: aquello que rebasa al sujeto, aquello por lo que encuentra, a la par, más y menos de lo que esperaba, en todo caso respecto de lo que esperaba lo que encuentra es invalorable”

Se me ocurrió comenzar con estos retazos de frases, como siempre enigmáticas de Lacan, para iniciar un escrito que da cuenta de las inquietudes y sorpresas que surgen, cuando uno se atreve a incursionar como psicoanalista en campos tan desprovistos de teoría como son los institucionales.

Es por eso que también agradezco a Lacan que, con algunas de sus frases irónicas, perdidas en algún seminario, le permiten a uno agarrarse de algo mientras avanza, sin saber a dónde va. En el seminario El Sinthom dice:

"Sucede que yo me doy el lujo de controlar, como se llama a eso, a un cierto número de personas que se han autorizado a ellas mismas, según mi fórmula, a ser analistas. Hay dos etapas. Hay una etapa en que son como el rinoceronte ellos hacen más o menos cualquier cosa y yo los apruebo siempre. En efecto, siempre tienen razón. La segunda etapa consiste en jugar con este equívoco que podría liberar del sínthoma, pues es únicamente por el equívoco que la interpretación opera. Es preciso que haya algo en el significante que resuene”.

Sucede que en ese tiempo, hablo de los años en que en los inicios de mi práctica en un departamento de orientación y consejería de una universidad, con el acercamiento al psicoanálisis lacaniano, con todo lo que en el campo de la experiencia clínica implica, podría decir que me sentía, exactamente como el rinoceronte. Ahora, un tiempo después, podría pensar que no sólo se dio este paso, también jugó el equívoco y su forma de liberar el síntoma, en medio de las demandas institucionales.

La historia comienza con un problema. Existía por ese tiempo en la institución un gran número de estudiantes con un alto índice de mortalidad académica. Las filas en la rectoría y en muchas de sus dependencias para solucionar casos de consejo académico eran interminables. Ante esto, la rectoría decidió enviar estos estudiantes al departamento de Orientación y Consejería para ser evaluados y con este informe tratar de dar una solución. Eran casos de estudiantes que llevaban  años en la universidad, que por su política de admitir repitentes para darles otra oportunidad, comenzó a mostrar un síntoma que ya afectaba a la institución.

La mayoría de los casos eran graves, estudiantes que repetían materias por cuarta, quinta y más veces. Repitentes de semestres, algunos con muchos años en la universidad y apenas cursaban tercero. Comenzaron a llegar  y a invadir la oficina, angustiados, deseosos de que se les diera una solución. El primer año se trabajó con entrevistas, test, evaluaciones que eran enviadas a rectoría, con la sugerencia de que asistieran a seguimiento en la oficina.

Al año siguiente la universidad tomó la decisión de declarar los casos más graves, un grupo no muy numeroso, en receso académico con la condición de que si querían ingresar nuevamente, deberían asistir a un curso que diera Orientación y Consejería. Dos años después, el número varió y nos encontramos cada semestre, con  un promedio de ciento treinta estudiantes para una labor de “retoque”, algo así como una “sincronizada”, por la forma como se escuchaba el pedido desde la institución. Una demanda que dio inicio al trabajo, en un principio como psicoterapia de grupo, que di más tarde en llamar psicoterapia de “masas”.

Se dividían al azar, se conformaban los grupos en promedio de treinta y  se hacía una sesión semanal para cada uno. Al mismo tiempo se  daba una entrevista individual por semestre a cada uno de los participantes. En los dos primeros años se contó con la colaboración de psicólogos del programa de psicología de la misma universidad, quienes cumplían con esta función.

El trabajo cada semestre se fue sistematizando y creándose lo que luego se llamó Curso de Clínica educativa, que consistió al final sólo en el taller de crecimiento, nombre dado a las sesiones semanales con los grupos divididos de treinta y un taller de habilidades de estudio a cargo de estudiantes en práctica del programa de psicología. Las citas individuales con los psicólogos  y los otros mecanismos desaparecieron conformándose, sin darnos cuenta, en un proceso donde lo vital era el trabajo clínico.

Sesiones con estudiantes donde con la escucha analítica se podía hacer algo diferente. La palabra pérdida y repetición era la constante, giraban a su alrededor, era el síntoma por excelencia. Todos perdían, todos repetían. En el grupo, especialmente en las primeras sesiones se aliaban, no podía estar un grupo tan grande equivocado, ellos tenían la razón: la universidad los perseguía, los profesores los odiaban, la familia no los entendía. La gran mayoría repetía sin que sus padres se enteraran, algunos ya esperaban prontamente el grado de sus hijos y, a muchos, ya en el pueblo los llamaban doctores. Era el drama, y no sólo de los estudiantes, también de aquel, en este caso yo, que ante la gravedad, de los inicios, no alcanzaba a escuchar lo imaginario. Poder hacerlo hizo el trabajo más posible. Antes, ante un síntoma en masa, sin escuchar el discurso era un callejón sin salida, cada uno tenía sus razones y realmente eran válidas. Pero el trabajo fue dando un vuelco, poder escuchar con oído analítico, aunque con las dudas de que el psicoanálisis sólo es individual y en el diván. Igual nunca se llegó a lo que es un análisis, sería imposible, pero esto no impidió que algunas de sus técnicas se pudieran aplicar de acuerdo a la situación.

Era una reunión de personas sin las exigencias de la llamada psicoterapia de grupo. No había selección ni entrevista, los grupos eran bastante numerosos. No tenían una pregunta personal, se inscribían al curso porque era una exigencia de la universidad, su objetivo era poder entrar a estudiar el semestre siguiente. La gran mayoría, por no decir todos, venían llenos de rabia y resentimiento y muy pocos eran conscientes de que tenían que ver con el problema. Con la terapeuta no había transferencia, no la habían elegido, así como tampoco habían elegido estar allí, para ellos era una jugada más de la universidad.

El curso abría su inscripción al principio de cada semestre, la oficina de admisiones mandaba una lista de los que debían ser recibidos. Debían llenar una ficha y traer una foto. Se fue sistematizando de tal manera que cada semestre se esperaba ese gran número, el cual se mantenía debido a que la universidad extendió este requisito a todos los estudiantes de reintegro con bajo rendimiento y a los estudiantes de primeros semestres que comenzaban a perder materias.

Después de un mes de plazo para la inscripción, la mayoría asistía a la primera reunión. Era el primer contacto, venían ansiosos y confusos, ese día se reunían todos, más de cien. Se les explicaba claramente de qué se trataba: era una nueva oportunidad que la universidad les brindaba, si querían ingresar al semestre siguiente debían asistir con puntualidad a todas las sesiones. El informe final que se enviaba a rectoría definía su futuro en la universidad, este informe sólo daba cuenta de la asistencia, no de la problemática de cada uno. El que tuviera determinado número de fallas, así fuera por enfermedad, lo perdía. Era el único requisito, no se cobraba, hacía parte de Bienestar Universitario. Los que quisieran quedarse lo tomaban, los que no quisieran podían irse, era una decisión que debían tomar ellos. Se asignaban en el grupo que les correspondía, se les daba la hora, día y lugar, se les esperaba.

El día de la cita llegaban casi todos, muy pocos desertaban. En ocasiones llegaban nuevos, rezagados porque estaban buscando todavía ingresar por otros medios sin hacer el curso, igual se les recibía.

En la primera sesión se explicaban las condiciones: lo primero era tratar de escuchar  atentamente y respetar lo que el otro decía, se podía intervenir para preguntar o para aclarar y tratar de mantener en secreto lo que allí se decía, afuera no servía para nada. Durante todas las sesiones en los cinco años trabajados no se encontró dificultad para mantener este encuadre, nunca se supo de infidencias o dificultades dentro o fuera del grupo. Como se establecía, debían también asistir al taller de habilidades de estudio. Esto también lo cumplían. Se fue organizando de tal manera que al final de todos los semestre, para despedirse, ellos mismos organizaban una fiesta o un paseo al que invariablemente invitaban a la terapeuta, nunca fui pero sí supe que lo pasaban muy bien.

Después del encuadre comenzaba la sesión. Las dos primeras eran las más difíciles, una orquesta de quejas, los mismos profesores para muchos, los mismos problemas para todos. Aliados en la impotencia se apoyaban unos a otros para demostrarse a sí mismos que no tenían responsabilidad sobre lo que les pasaba. Era el momento de comenzar a escuchar, las siguientes son algunas frases pronunciadas por  ellos, que cada semestre me encargaba de recoger: “Es que yo le estudio y le estudio y no le paso”, “Me dejaron viendo la materia cuatro veces”, “A mí también”, “Yo me confié y él no me ayudó”, “Yo a ese viejo le tengo que sacar una buena nota”, ”Esa vaina no me la voy a aprender yo”, “A uno no lo motivan”, “El gusto de rogarle a ese viejo no se lo doy”, “Le estudio y le entro a clase a esa vieja y no me pasa”, “Los que pasan son los que están en la rosca”. Así muchas.

En una ocasión se aliaron varios para quejarse de un profesor, era tan malo, decían, que llevaban cuatro semestres en esa materia y siempre decía lo mismo, hasta repetía los mismos chistes y no variaba. Les sugerí que se reunieran y le enviaran una carta al rector para que cambiara al profesor porque no innovaba, ni siquiera los chistes, y ellos ya estaban cansados de escucharlos. Callaron, rieron y volvieron a callar, hasta ese momento empezaron a darse cuenta que los que no variaban eran ellos.

Poco a poco la rabia disminuía para dar paso a la depresión y a hablar de ellos. En el grupo no era obligatoria hablar, sólo lo era el primer día para presentarse y el último, doce sesiones después. En ocasiones los silencios grupales eran interminables, especialmente cuando ya se daban cuenta que lo que decían podía ser tomado a la letra. Algunos aprendían a escuchar rápidamente de esta manera y a escucharse.

Debido a los silencios, comprensibles por el temor a hablar en grupo, era necesario inventar mecanismos que ayudaran. Entonces se jugaba a los refranes, las canciones. Hubo sesiones de vallenato muy interesantes, especialmente con una canción muy popular en la época llamada El Mártir. Todo dependía del tipo de grupo, los había muy activos, también muy pasivos.

Y empezaban a hablar de ellos: “No hay quien me saque una palabra, no la doy,”, Yo necesitaba dos”, “Quiero aprenderme todo enseguida”, “Yo creo que soy incapaz de tener fallas”, “Yo estudio apurada y no doy”, “Yo dejo las cosas así”, “Yo pensé que iba a salir como era mi papá”, “Yo creo que lo que yo diga no es lo que el profesor piensa”, “Yo me imaginaba”, “Uno entra a esta carrera y no encuentra como salir”, “Estoy obligada a terminarla”, “Yo repetía todo”, “Uno carga con el nombre de repitente”, “Uno nunca sabe lo que ellos piensan o uno significa”,  “Yo no le pongo atención porque me da rabia”, “Esperar a ver si Dios quiere”, “No se me han dado las cosas”, “Si uno ya se metió en este lío”, “Me da miedo y no entro”, “Odio esa materia”, “Las esperanzas de ellos están puestas en mí”, “Para qué voy a preguntar, mejor espero”, “Hay que aprender a vivir con los problemas y sobrellevarlos”. Y así muchas.

En una ocasión, y como ésta muchas de diferente significante, alguien comentó que llevaba cuatro semestres repitiendo genética. Se dio cuenta que la genética tenía que ver con los genes, con la herencia y, según la que hablaba era heredera de las características de uno de sus padres, para todos, el menos inteligente. Tiempo después en un encuentro fortuito, comentó que había disfrutado mucho aprender esa materia. Otro encuentro fortuito le permitió a otro decir con gracia: “Me está yendo muy bien, ya no ando defendiendo virginidades ajenas”. Se refería a una sesión donde se dio cuenta que, sin saberlo, se había convertido en el guardián de sus hermanas.

En ocasiones había relatos dramáticos, llanto y dolor. No era frecuente, pero cuando sucedía escuchaban con respeto. El efecto de las preguntas no afectaba sólo a uno, el que escuchaba se identificaba y algo entendía, esto se hacía evidente en la última sesión cuando hablaban los que nunca lo habían hecho, comentaban que escuchar a los demás y lo que habían dicho los habían hecho cambiar.

Uno de los momentos más difíciles y más dolorosos era una sesión dónde les entregaba el kardex, su hoja de vida en la universidad. Un momento que se preparaba con la consigna que sólo era para que lo mirara su dueño, sin hacer preguntas sobre el del otro. Allí, semestre tras semestre, se sumaban las pérdidas de tiempo, dinero y esfuerzo. En ocasiones, hasta ese día, algunos se habían sostenido en que sus pérdidas no eran muchas, pero en ese momento debían sumar el tiempo y el dinero perdido, era bastante difícil para todos, invariablemente comentaban que después habían llorado, se deprimían.

El curso se brindaba semestre tras semestre, más tarde supe que ellos mismos lo llamaban Hogares Crea. El resultado sólo lo saben ellos y algunas reflexiones lanzadas el último día nos pueden dar una pista: “”Me ha hecho reflexionar, me ha hecho pensar”, “Esto es una cosa seria”, “Antes yo sabía de mis errores pero no quería hacerles frente”, “Yo estaba enfrascado en un cuarto oscuro y no sabía nada de la realidad”, “Una cosa buena fue atreverme a hablar”, “Tuve que venir acá para entender los errores que estaba cometiendo”, “De mis actos le echaba la culpa a mi mamá”, “Uno repite, se golpea e insiste en darse”, “Antes vivía encubriendo la mentira”, “Cuando uno cree tener las cosas y no las tiene”, “Aprendí a escuchar a los demás y a decir lo que yo pienso”, “Esto debía ser obligatorio para toda la universidad porque sino uno no viene”.

Es importante anotar que la repetición a la universidad era tan presente para algunos que terminaban repitiendo el curso. Eran admitidos, volvían a perder y eran enviados nuevamente, se convertían en habituales en Consejería. Se creó la necesidad de un grupo diferente, el de los repitentes del curso. Algunos lograron terminar la carrera, otros entraron en análisis, otros se perdieron.

Creo que este es el tipo de trabajo que tiene más efectos sobre el psicoanalista y su disciplina, que logros psicoanalíticos en la institución como reconocimiento. Lo que sí es cierto es que se dan resultados, aunque no sean  registrables. Me encuentro con muchos con buenas noticias, otros ya salieron, algunos me esquivan, otros todavía van de vez en cuando por un consejo, creo que a muchos no los recuerdo, pero sí sé que algo pasó, que algo sucedió. Este trabajo es un agradecimiento a ellos, yo también aprendí, y lo que aprendí es invalorable.

[1] Trabajo realizado por I. P M.en la Universidad Metroplitana en los años 1991 a 1997. Barranquilla. Colombia. escrito en 1998
[1] Jacques, Lacan, El seminario de Jacques Lacan. Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psiconálisis (Argentina: Paidós, 1989), 32-33
[1] Jacques, Lacan. El seminario de Jacques lacan, Libro 23. El Sinthom.

viernes, 2 de julio de 2010

El diván virtual


¿Qué es lo desilusionante de la ilusión?

Freud escribió un artículo que tituló El Porvenir de una Ilusión, un bello nombre para hablar de algo verdaderamente serio, y aunque aquí no vamos a hablar de él, si se tratará de ella, de la ilusión. No podemos vivir sin ilusiones, es lo que nos impulsa a seguir, a trabajar para conseguir lo que queremos, a visualizar un futuro acorde a nuestros deseos y, en la medida en que los alcanzamos, sentir que la vida vale, no la pena, sino la alegría de vivirla.

Pero hay algo que también se puede decir de la ilusión, y es que a veces puede engañarnos. Es la razón por la que hay que estar muy atentos y, especialmente, saber cómo nos relacionamos con ella. A veces escuchamos frases como: “Es que él me ilusionó”, “¡Estaba tan ilusionado!”, “Yo creía que todo iba muy bien”. Es de humanos embarcarnos en el tren equivocado pensando que vamos a estación segura, y esto sucede cuando lo que nos guía únicamente obedece a la ilusión, que nos hace ver sólo lo que queremos ver. 

La anterior propuesta parece desilusionante, y esta es otra característica muy humana, nos gusta que nos hablen de lo que queremos oír, por lo cual es de valientes escuchar lo que no es grato a nuestros oídos. Y ¿la razón? Puede ser que escuchar eso que no queremos, nos permita cambiar. Para empezar a entender la desilusionante propuesta, sólo hay que pensar que la vida no nos ofrece nada gratis, todo tiene un costo, y no precisamente porque sea capitalista. Enamorarse tiene un costo, ser padre o madre también, fundar una empresa u ofrecerse para un trabajo, hasta ser bello lo tiene. Lo que pasa es que a veces no queremos pagarlo, o lo pagamos a medias.

Si pensamos un poco en cómo está articulado el mundo, podremos darnos cuenta de que cada cosa que en él se realiza, requiere de un gran esfuerzo. Es la razón por la que empezamos a apreciar más a nuestros padres cuando también llegamos a serlo, es ahí cuando entendemos la cantidad de energía y voluntad con que contaron para criarnos con todas las dificultades que esto implica. Es donde algunos entienden que no es sólo con la ilusión que se mueve el mundo, ya que si no hay alguien allí que haga que se mueva, nada sucederá. Entenderlo lo hace a uno más agradecido. Cuando no se concibe esta complejidad y se cree que las cosas son más fáciles de lo que son, es cuando el ilusionado empieza a sufrir porque cree que le están cobrando más de lo que la cosa vale.

Es la razón por la que la frase: “De eso tan bueno no dan tanto”, no es mezquina, es sabia. O la otra: “Cuando la limosna es mucha, hasta el santo sospecha”. Pero a veces no sospechamos porque vamos embarcados en la ilusión y luego, al caer, decimos que el otro nos engañó. Claro que esto puede ser cierto, pero también es cierto que le dimos una ayudita.

Una ayuda, que por ser inconsciente no sabemos que la ofrecemos, solo que al final nos sentimos esquilmados, para algunos, en muchas ocasiones. Y aquí habría que pensar que si siempre pasa lo mismo, lo más probable es que se está haciendo algo para que suceda de la misma manera. Como dar por cierto que nuestro equipo va a ganar cuando todavía no ha jugado, por lo cual la pérdida se hace doble, no sólo se perdió el partido sino también la certeza de lo que supuestamente, ya estaba ganado.

A veces la ilusión no nos deja ver la realidad, empaña la vista, cierra los oídos a todo aquello que de la situación hace señas para poner los pies en la tierra, y cuando ya hay que ponerlos, esa realidad nos parece muy dura, y no es que lo sea tanto, es sólo que habíamos adornado tanto el escenario, que cuando se cae la utilería, a veces nos puede arrastrar con ella.

Publicado por I.P.M. en el periódico El Heraldo de Barranquilla. Junio 12 de 2010