El fantasma, trama en la que se enredan el amor y el cuerpo
La más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables. Para el grabado perdurable le bastan pocos renglones. Es lo que dice Borges acerca del autor que venimos siguiendo. Ese grabado en pocos renglones nos ha permitido decir algunas cosas, en muchos renglones. Pero aún hay algo más que podríamos pensar, tratando de hilar más fino en esas líneas.
Lacan en el seminario de La lógica del fantasma, en la lección diecinueve hace énfasis en tres términos. El “a”, el Uno y el Otro, que lo esquematiza de la siguiente manera: a….Uno….Otro. Empieza con el Uno del que dice que es el más litigioso, donde hay algo que no cuadra, que no va de suyo y que es de ahí de donde habla toda la verdad, una verdad que no tiene otra forma que el síntoma. Lo que está en relación al acto sexual que se anuda en ese Uno agujereado y que estará por tanto en relación a la satisfacción.
Del Otro aclara, como lo ha dicho ya muchas veces, es donde toma lugar el significante y, como este sólo existe como repetición, es de ahí que va a llegar la cosa en cuestión como verdadera, un rasgo, un corte, a partir del cual puede nacer la verdad. Reservorio de material para el acto, que se acumula porque probablemente el acto es imposible. Y si es de lo imposible es de lo Real puro.
Y empieza a preguntarse, seguramente en la búsqueda del interés del que escucha, ¿qué es ese Otro, ¿cuál es su sustancia? Para responder o, responderse, dice: el Otro con A mayúscula, tal como ahí está escrito es el Cuerpo. Y aconseja no romperse la cabeza, porque el cuerpo está hecho para inscribir algo que se llama la marca, el cuerpo está hecho para ser marcado.
Y se sigue preguntando, ¿por qué hay este Otro? Dice que el Otro por su parte no es dos, sin embargo hay eso curioso Uno que se trata en el abrazo de dos cuerpos. Concluye que en ese Uno y el Otro no hay ningún vínculo, es por lo que el segundo es el inconsciente y lo aclara diciendo que es el lugar del síntoma sin su sentido, privado de su verdad pero cargado con el saber que contiene. Lo que parte al Uno del Otro es precisamente lo que constituye al sujeto.
Y aquí volvemos a Descartes, el sujeto no sabe nada de él, sino que duda. No hay sujeto de la verdad sino sujeto del acto en general. No hay íntima unión del sujeto con el cuerpo. Sólo hay soporte del cuerpo en el filo que preside a su recorte. El sujeto siempre está a un grado estructural por debajo de lo que constituye su cuerpo. El Otro sólo es el Otro por el a. Inconmensurable..
En La Metamorfosis tenemos un cuerpo, un cuerpo que se ha convertido en otro cuerpo que es lo primero que hace pregunta al que lee, pero paradójicamente y, ahí estaría lo intolerable de lo que nos habla Borges, el sujeto convertido no se pregunta, sólo duda. Acosado por demandas que supone ajenas, se debate entre salir o no salir, entre hablar o no hablar, entre bajarse o no de la cama. Ajeno a su cuerpo, excluido más allá de una conversión, no es una parte que le es ajena, es todo. Es todo objeto, objeto a. Inconmensurable, barrido, privado de su verdad pero cargado con el saber que contiene, el Uno agujereado sin partición del Otro, de lo Real puro.
¿Acaso un acting out? O, ¿un pasaje al acto? Sabemos que es literario, pero nada nos impide pensarlo.
En lo que no sería literario, el pequeño esquema del a…Uno…Otro que Lacan nos propone, permite pensar los casos, en aquel cuya repetición no entiende y que está ligado a la espera de la pérdida. Sólo sabe que sufre y que su vida se mueve en unas coordenadas que no puede cambiar. Como el que juega a la ruleta, no sólo en un casino, sino en las circunstancias importantes de su vida: en el trabajo como empleado, en los exámenes como estudiante, en las cuentas que nunca puede saldar. O de aquel que queriendo desprenderse, cada vez se siente más sujeto a lo que más se queja. Un cuerpo que goza, sin saber nada de este goce pero que repite hasta el cansancio, ese Uno agujereado, litigioso, donde algo no cuadra, pero lugar de su verdad. Verdad de un rasgo, de un corte que le viene del Otro, inconsciente, que siendo el cuerpo marcado lejos puede estar de reconocerlo ahí.
Como en el ejemplo de la clase anterior, donde el cuerpo fue signado por una satisfacción que ella no sabía, ni pedía, pero que le fue dada, donde el significante “ayudar”, enmascaraba una acción olvidada. Un ayudar que en el momento en que la palabra salta, abre a la posibilidad de una pregunta. Recorte de un goce, caída del Otro que ese cuerpo marcado por un significante sostiene. Un dolor profundo, no era ayudar, era otra cosa. La cosa en cuestión como verdadera, un rasgo, un corte a partir del cual puede nacer la verdad. O, por lo menos algo que ya no puede volver a entrar en la duda.
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