jueves, 25 de agosto de 2011

El diván virtual


¿Pobrecito?

¿Por qué será que usamos tanto esta palabra? Está tan arraigada que no nos damos cuenta. Vivimos en un mundo de “pobrecitiados”, que se inicia en el decir de muchas madres: “Pobrecito mijo”. ¿Y las razones? Porque estudió toda la noche, porque trabaja mucho, porque no lo entienden, porque no le salieron las cosas como las esperaba. Razones que si se analizan, se aplican a situaciones que a todo el mundo le suceden pero que en un malentendido, dejan a los así rotulados en la creencia de que su vida es un valle de lágrimas.
Una palabra que implica compasión, un sentimiento válido producto de nuestra condición humana que permite identificarse con el dolor ajeno y lleva a la solidaridad con el semejante. También una palabra de la que muchas veces se abusa sin darse cuenta, que transmite un mensaje de desvalorización en el que muchos, por haberlo escuchado siempre, se acomodan.

Mirar al otro con compasión, con dolor, lo disminuye, al mismo tiempo que permite al que así mira, estar en una situación de ventaja. Algo muy común en algunas madres y padres que nunca pueden ver que su hijo ha crecido, por lo cual lo asumen como alguien para quien los retos normales le serán inalcanzables. Un sentimiento conmiserativo que no da apoyo sino que lo quita, que obedece, como casi todo, a razones inconscientes. Que lo sean no quiere decir que sean imposibles de descifrar, sólo hay que fijarnos en las palabras que usamos, y si esta es una de ellas, algo debemos estar trasmitiendo mal.

Un pobrecito que cuando siempre se ha escuchado lleva a la falta de confianza en sí mismo. Donde situaciones de la vida, que no son pocas, en las cuales se exige es levantarse y proseguir, la autocompasión no lo permite porque acomodado en el lugar de la víctima, se recurre al llanto, a la agresión y sobre todo a culpabilizar al otro sin sentirse involucrado. Y, en ocasiones, a buscar ayuda en remedios mágicos donde otros hacen de las suyas, aprovechando que el interesado está convencido que las soluciones no las tiene él sino el destino y la suerte que siempre le ha sido adversa.

Vemos la vida según el marco interpretativo en el que nos la han mostrado, por eso aquellos que ante un simple resbalón siempre han oído una gran algarabía y han sido mirados con compasión, serán muy diferentes a los que ante el mismo, encontraron una mano que los ayudó a levantarse, no sólo del piso sino de una creencia de ineptitud, incapacidad y derrotismo.

Pobrecito es un mensaje fuerte que no prepara precisamente para los momentos difíciles, cuando perdemos un amor, un amigo, un trabajo, cuando la enfermedad nos encuentra o la muerte acecha. Pobrecito es algo que no debemos decir a nadie, ni decirnos a nosotros mismos, ya que todos estamos en este mundo, seguramente con más o menos posibilidades pero con la suerte de estar vivos. Tal vez lo que llevó a García Márquez a una frase magistral, cuando uno de sus personajes a una edad muy avanzada se da cuenta que “No era la muerte sino la vida la que no tenía límites”.

Unos límites que a veces los estrechamos porque una situación difícil nos lleva a recordar otras pasadas, que así encadenadas, llevan a pensar que se es muy de malas, cuando sólo es una asociación en la que pasamos por alto lo que no entra en la serie del infortunio. Una posición adquirida desde tiempos tempranos donde nos adjudicaron y nos adjudicamos como pobrecitos, un dicho muy común que no se cuestiona, que se arrastra de generación en generación y es aceptado como normal y hasta benéfico en la cultura.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Junio 18 de 2011

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