domingo, 14 de agosto de 2011

El diván virtual


¿Una cura para el dolor humano?

Cuando se escribe, muchas veces asalta la pregunta de para qué sirve lo que se está diciendo. Un pensamiento más frecuente cuando se cree estar tratando un tema trivial, algo que me recuerda la tenacidad del fundador del psicoanálisis Sigmund Freud. Sabemos que se dedicó a aspectos considerados banales para su tiempo, y aún algunos lo creen así. Dedicarse al estudio de los sueños, de los lapsus, de los olvidos, del chiste, parecía un chiste.

Y no sólo indagó sobre lo anteriormente nombrado, también, y es lo más reconocido, introdujo en el estudio del comportamiento o más bien de la psique, la importancia de la sexualidad. Y quien la negaría hoy cuando vemos los sucesos que día a día nos asaltan y a los que nos gustaría encontrarles una explicación. Es aquí donde el descubrimiento freudiano nos da algunas luces, ya que sólo el pensamiento o la razón no explican a ese ser habitado por un gran cúmulo de pasiones donde priman el amor, el odio y la ignorancia.

El amor, cuando somos capaces de crear lo más sublime y hacer por otro lo que nunca hubiéramos imaginado. El odio, que se evidencia en la guerra, en la violencia cotidiana y en la incapacidad para soportar al otro con sus diferencias. Y sobre todo la ignorancia, esa pasión que nos deja ciegos, que no nos permite indagar las propias debilidades y que nos fuerza a mantener situaciones por temor a la soledad o al abandono. También como ha sucedido en diversos momentos de la historia, la tendencia a negar lo que aparece como novedoso, hasta el punto que aquellos que se atrevieron a mostrar otra faceta de lo que supuestamente ya se sabía, fueron condenados y algunos lo pagaron con su vida. Lo que deja ver que mover las verdades en las que uno se ha construido no es tarea fácil.

El psicoanálisis al adentrarse en temas al parecer poco ortodoxos, se le supone menos riguroso, porque sus postulados se sostienen en la existencia del inconsciente, se le considera menos científico. Y se puede entender la razón de los que así piensan porque siendo el inconsciente lo que no está a la luz de la conciencia, su demostración no se hace posible a través de los métodos utilizados por otras disciplinas. Sólo cuando alguien se atreve a indagar en un proceso de análisis las razones por las cuales su vida no anda, será cuando podrá entender de qué se trata aquello que el fundador del psicoanálisis mostró como una posibilidad de cura al dolor humano.

También es muy común escuchar, además como una crítica, que su tratamiento es muy largo, siendo más fácil acudir a las pastillas que, seguramente en momentos de crisis son muy necesarias, pero nadie podría creer que un duelo que no cesa por la pérdida de un ser querido, la angustia evidente en una fobia, el rumiar de pensamientos de un obsesivo, y tantos otros malestares de los que no sabemos su causa podrían ser curado con ellas. Son sólo un paliativo que adormece la conciencia, como si en la medicina se dieran pastillas para la fiebre sin atacar la infección.

Y si, lleva un poco más de tiempo, sobre todo porque reconoce la complejidad humana donde los encuentros con la propia verdad no se dan porque otro nos la diga, eso lo hacen siempre nuestros familiares y amigos sin que los podamos escuchar y, porque lo que nos hace sufrir está tan escondido que aún teniendo la mejor voluntad se escabulle. Es la razón de la técnica llamada Asociación Libre, una libertad para hablar sin ser cuestionado o censurado, dónde aparecerá lo no sabido. Entonces, si dura un poco más, no es porque se demore la cura, ella se da sesión tras sesión, es porque el participante al confirmar la existencia del inconsciente y sentirse aliviado, se muestra tan interesado en seguir indagando que aparece otra pasión: querer saber más sobre sí mismo.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barraquilla, Colombia. Junio 11 de 2011

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