¿Qué es lo más difícil de ser madre?
Tener un hijo, para la mayoría de las mujeres, es el regalo más grande que le puede dar la vida, un don que a diferencia de otros, recibirlo no es fácil, y es así porque es uno de los encuentros más lleno de emociones, dudas, expectativas y responsabilidades. Afortunadamente en la mayoría de los casos, el amor hace su parte y da la fuerza y voluntad para realizar lo que toda aquella que ha tenido la experiencia, sabe que entraña. Los desvelos de las primeras noches, no sólo para amamantar, sino de una vigilancia tan activa que, aún en el más profundo sueño, un mínimo sonido que provenga del recién nacido la harán despertar. Una comunicación desconocida que a la misma madre sorprende y que está provista de las alertas necesarias para proteger y hacer que el recién llegado al mundo viva.
La anterior descripción puede tener sus variantes, pero en general, ese momento en que una mujer se convierte en madre y además lo asume, está lleno de alegrías, recompensas, también de vicisitudes que se reflejan en la necesidad de adivinación de las expresiones que permiten calmar al recién nacido y generarle bienestar. Un primer tiempo en el que se establece un vínculo tan intenso que parecen hacer uno y que permite disfrutar a ese pequeño a quien ella puede vestir como quiera, colocarlo donde decida, y él en sus gestos busca imitar los suyos. Un momento idílico que, afortunadamente para él no dura mucho, y para ella implicará un desasosiego cuando empieza a dar muestras de cierta libertad. Una lógica que empezará a variar, ella habituada a su obediencia natural y él acostumbrado a ser servido, como lo expresaba con humor una madre ante los pedidos de su hijo de tres años: “Él está convencido que yo soy su esclava”.
Es que cuando esa cosita que ha estado a su merced, como una pequeña estatua que se ha esculpido empieza a hablar, son los momentos más felices para una madre y también serán los más difíciles, porque no siempre dirá lo que ella quiere oír. Ahí, muy temprano, comenzarán los encuentros y desencuentros que pueden perdurar por años. Malentendidos que se reflejan en el decir de algunas madres refiriéndose a su hijo: “Estaba peleando con fulano”, como si no estuviera claro que cuando se pelea con alguien es porque se está en igualdad de condiciones. O, en la tan repetida frase: “yo soy la mejor amiga de mi hijo”, que en una ocasión, una atinada hija contestó: “Yo puedo tener muchos amigos, mamá sólo te tengo a ti”. Y es que es una relación que se construye sin libreto, lo que llevó a Freud a responderle a una madre que se le acercó para preguntarle -creyendo que él lo podía resolver- cómo hacía para criar a su hijo para que fuera normal: “No se preocupe señora que igual, todo no lo va a hacer bien”.
El hijo vive por el deseo de una madre, por eso muchos pueden ser adoptados, y en aquel supuestamente no deseado, si logró nacer y vivir es porque en ella habitaba algo más de lo que pudo haber sentido o expresado en otro tiempo. El deseo de la madre es fuerte, de ahí la dificultad para soltarlo, para confiar en que puede hacer sus cosas aunque ella no esté, esto es lo más difícil de ser madre, poder renunciar a creer que ella todo lo sabe de él y que sólo con ella encontrará satisfacción. Una declinación de una posición que en muchas ocasiones no sucede, impidiendo que el hijo pueda encontrar su propio camino, y la razón de que algunos, ya no de tres años, siguen creyendo que ella es su esclava y ella, sigue esperando su obediencia natural.
Es también la razón de que sea tan difícil percatarse de que ha crecido, como en la señora que llevó a su hija al pediatra y ante su sorpresa, ella fue la más sorprendida, al darse cuenta que su hija ya era una mujer. Por eso siempre será necesario el otro, en este caso el padre que como mediador, pueda permitir mirar lo que a la madre, por ser madre, no le es tan fácil ver.
Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Octubre 30 de 2010