lunes, 14 de junio de 2010

El diván virtual


¿A qué le llamamos sacrificio?

Hay palabras que usamos a diario que creyendo saber su sentido o, más bien por no saberlo, no cuestionamos su significado. Sacrificio es una de ellas, usada de muchas maneras en frases como: “Yo que me he sacrificado por ti”, “Después de tantos sacrificios que hice” o, “Tengo que responder por los sacrificios que ellos han hecho por mí”. En general, es una palabra usada para hacer homenajes a la madre, al maestro y, en general, a figuras que realizan labores que van en beneficio de otro.

Si nos detenemos un poco frente a estas expresiones, notamos que en ellas hay un dejo de culpa, una especie de reclamo al destinatario del bien recibido y, por qué no, una deuda. Los padres muchas veces las usamos con los hijos, tácita o abiertamente, olvidando que cada acción que se hace en beneficio de otro, si se da por una elección personal y con generosidad, ya de por sí trae implícita la recompensa, pero a veces creemos que vivir recordando al otro lo que hacemos por él, lo hará mejor persona.

El sacrificio en su acepción conocida significa hacer algo que está más allá de nuestras fuerzas, por lo cual se espera algo de ello y, es aquí, donde puede estar la incongruencia. Porque en cada acción humana siempre hay una pérdida cuando algo se gana y una ganancia cuando algo se pierde, así sea en sabiduría. Entonces, cobrarle a otro lo que se le ha dado por una elección propia, implica un desconocimiento de lo que significa dar.

A veces no hay siquiera a quien cobrarle como en aquel que dice: “Yo me sacrifiqué estudiando”, como si el beneficio lo recibiera el vecino. Por efecto del lenguaje tendemos a repetir lo que hemos oído sin cuestionarlo, sobre todo, si hace parte del discurso familiar, de lo conocido. Pero si lo pensamos bien, ¿habrá tantos sacrificados? Acaso cuando una madre decide tener un hijo, ¿no es su obligación darle los cuidados y el amor que se merece?  Y si es el padre, ¿no es su obligación velar por él y brindarle lo que necesite? Y si es un maestro, ¿no es su trabajo dar a los alumnos las enseñanzas para las cuales se ha formado? Y si es la mujer o el marido, ¿no se unieron para recíprocamente complacerse?

Vivir la vida creyéndose sacrificado es un mal mayor, porque quiere decir que no se disfruta cuando se da, que es el mejor premio que se puede recibir. A veces sentimos que la vida nos exige mucho, entre las demandas de la pareja, de los padres, si todavía viven, y de los hijos, si ya se tienen, pero sólo hay que pensar en cómo sería  esa vida sin ellos. Un desierto, sin quien reciba lo mejor de uno. Es la razón por la que dar, a veces hasta lo que no se tiene, tiene un sentido, da valor a la vida y eso es impagable, mal haríamos cobrándolo.

Y si aceptamos esto como verdad, ¿cómo esperar que aquel que recibe, no se crea merecedor a recibir sin dar?, lo que pasa muchas veces cuando se crean esos monstricos exigentes. Al parecer ellos aparecen cuando de verdad hay allí, alguien sacrificado, lo que permite entrever que el sacrificio frente al otro, más que una virtud, es un defecto. Es la esposa o el esposo, es el hijo o el alumno de esos seres ab-negados, y como la palabra lo dice, negados. Negados para todo, salvo para lo que el otro quiera, una negación que no deja ver que el que da también  necesita, que también le falta. Que le gustaría recibir, y no por culpa o como pago a su sacrificio, sino por la posibilidad que le ha brindado porque se lo merece y se le ama, y porque también cuenta con sus propias fuerzas, para esforzarse más allá de ellas.

Hay deudas impagables: el amor y los cuidados de una madre, la presencia de un padre, la sonrisa de un hijo, la lealtad del amigo, la pasión de una mujer y la seguridad que un hombre ofrece. Nada de esto es sacrificio, y si creemos que lo es, debemos preguntarnos por qué.

Publicado por IPM en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Mayo 29 de 2010

2 comentarios:

  1. Me pregunto si el sacrificio, del cual siempre culpamos al otro, es más bien "obra nuestra", y digo más "bien", porque aunque parezca "mal" y siempre nos quejemos de él y lo echemos en cara, como lo comentas, es, al final un bien...estar, como parte del goce, ¿gozamos del sacrificio? quizá...y me pregunto también, si el sacrificio será, como parece instituido por el otro, por el "otro" que esta en "uno", por el otro que es la cultura y que influye en la construcción de ideales, el "ideal del yo" entre otros ideales?...talvez el sacrificio es una columna para sostener el otro, porque su caida podría ser más in-soportable que el sacrificio,... en el Seminario 10 Lacan dice "Me concedo todavía tres minutos para introducir algo que prepara el camino por el que la
    próxima vez daremos el paso siguiente; y les digo que lo más favorablemente pronto a
    esclarecerse recíprocamente es aquí la noción del sacrificio. Muchos otros intentaron,
    como yo, abordar lo que está en juego en el sacrificio. Les diré brevemente — el tiempo
    nos apremia— que el sacrificio está destinado, no a la ofrenda ni al don, que se propagan
    en una dimensión muy diferente, sino a la captura del otro como tal en la red del deseo".

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  2. Gracias Rocío por la frase pertinente, para este caso, de Lacan. Parece que lo de la ofrenda y el don que se propagan en una dimensión muy diferente al goce, todavía hay mucho por decir.

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