viernes, 15 de agosto de 2014

El diván virtual


La angustia
Es un afecto. Y afecta de tal manera que es la causa de crisis que llevan a algunos a tener que tomar pastillas para poder calmarla, a ser hospitalizados y en los casos más críticos, a tomar decisiones fatales que no tienen retorno. Es esa sensación de no saber qué hacer, en la mayoría de las ocasiones sin causa aparente.

La angustia es una condición inherente al ser humano que tiene que ver con su ser en el mundo, generalmente está apaciguada porque nos sostenemos en nuestras certezas, como la de saber quiénes somos y cómo somos. Algo que puede sufrir un quiebre cuando una situación particular nos desborda o descubrimos aspectos propios que desconocíamos o no habíamos querido ver.
Es una sensación de desvalimiento, de incapacidad para sostenerse frente a exigencias que antes no  habían propuesto ninguna dificultad, o, si la había, era mínima. Se siente como si se hubiera abierto una brecha desconocida y existiera el peligro inminente de caer en ella. Y afecta el cuerpo con taquicardia, ahogo, fatiga, náuseas, mareos, sudores, insomnio, bulimia o inapetencia. A veces también terrores nocturnos.
La angustia aunque tenga efectos colaterales en el cuerpo es una experiencia puramente subjetiva, incontrolable, y frente a la cual cualquier palabra de consuelo está destinada al fracaso porque la persona en este estado solo escucha sus propios razonamientos, que además, están teñidos de negativismo.

En la angustia se siente miedo, sin embargo es más que eso, porque el miedo es a algo específico, está circunscrito y por eso existe una solución, evitar el objeto que lo produce: correr, esconderse, atacar, es lo que hace parte del instinto de supervivencia. Pero en la angustia no se sabe a qué se le teme, es una sensación de peligro interior, por eso en ocasiones se desea salir corriendo sin saber a dónde, o se quiere permanecer encerrado. Como si se hubieran perdido las coordenadas de uno mismo.
Y es esto lo que sucede, es la pérdida de algo que hasta ese momento sostenía el Ser que uno cree que es. Hay una caída, algo se perdió, por lo cual la imagen propia se tambalea y lo que uno creía hasta ese momento siente que ya no es.

Porque nos sostenemos en un creer, especialmente creer que somos de X manera, y esa X está acompañada de cierto narcisismo que nos hace suponer mejores de lo que somos. Es la razón de que el error o la equivocación propia nos haga sentir miserables y la culpa, que también es inherente a nuestra constitución, en estos momentos se acreciente.  Y es que, en ese creer hay mucha de fantasía, que por serlo, es fácil que un suceso íntimo o exterior la derrumbe y nos muestre la carencia en la que todos, sin excepción, estamos constituidos.
Lo anterior permite concluir que si el tránsito de un ataque de angustia es muy doloroso, también es una oportunidad para averiguar realmente lo que somos, aunque igual nunca lo sabremos del todo, es una señal que nos muestra algo, lo que pasa en que en estos momentos, ver, es lo que menos queremos. Por eso se necesita paciencia, especialmente para transitar recuerdos que habíamos dejado olvidados pues seguramente uno de ellos disparó la señal que activó la angustia y la razón de que no sepamos de dónde proviene. Dolor,  miedo, desasosiego sin palabras, que si tenemos la suerte de encontrar quien nos escuche, se puede salir airoso. 
    
Escrito de Isabel Prado Misas para el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. agosto 9 2014

domingo, 4 de mayo de 2014

El diván virtual

Una historia
Hay un relato muy conocido propicio para abrir este escrito, especialmente por lo que le pasa al protagonista que no es ajeno a lo que, en ocasiones, nos ocurre a nosotros. Se trata de un elefante, un animal muy fuerte que con su enorme cuerpo lo anuncia, sin embargo, si ha tenido la suerte, y no digamos buena de caer en manos del hombre, toda esa fortaleza se ve reducida si es amarrado a una estaca.

Una historia real, es la forma usada en algunos circos para detenerlos y contenerlos en el lugar al que deben estar confinados. La pregunta de la narración es: ¿por qué ese animal descomunal queda sometido ante tan pequeño impedimento? La respuesta es sencilla, sucede que desde bebé fue amarrado a ella y sus intentos siempre infructuosos le hacen desistir, hasta el punto que ya adulto y pudiendo fácilmente escapar, desconoce su propia fuerza.
Nosotros somos muy diferentes al elefante, no sólo por la morfología, también porque hablamos. O sea, poseemos el lenguaje que nos permite conocer el mundo, nombrarlo y modificarlo, pero muchas veces nos comportamos como él y cualquier estaca nos detiene ante retos que son superables pero que vemos muy grandes.

Y nadie se salva, cada uno tiene su forma de limitar su propio movimiento, obviamente sin saber, como nuestro elefante que por no dudar del poder de lo que en apariencia lo tiene preso, no intenta siquiera un empujón más fuerte. Y si para él es difícil para nosotros lo será más, porque ni siquiera sabemos a qué estamos atados, sólo que ante ciertas situaciones damos vueltas sin poder avanzar. ¿Acaso no vemos personas que por un temor específico a un animal o a una situación que no amerita ese miedo, limitan sus movimientos, sus alcances, su vida?

Además, en nuestro caso la estaca no está afuera, la cargamos dentro y nos inmoviliza para progresar, para crear y para amar. Hay algunas llenas de resentimiento que impiden el avance porque las respuestas frente a los demás están llenas de odio y de rabia. Otras, cargadas de temor paralizan sin permitir la defensa y lo queda es el sometimiento. Algunas hacen depender de una droga, del alcohol, del juego, o de cualquier objeto que supuestamente brinde bienestar, incluidos en ellos las personas a las que aún queriendo no se les puede  olvidar o abandonar.

Y la causa son palabras repetidas, recuerdos que se reprimieron, mensajes bien guardados que por haberlos vivido y escuchado desde niños, como el elefante, ni siquiera los dudamos y nos comandan la vida. A veces aparecen en los sueños pero son tan incomprensibles que, aunque sintamos que algo nos dicen no lo podemos descifrar, aprender a hacerlo nos puede ayudar, así como preguntarnos por frases que siempre repetimos. Todos tenemos un repertorio particular.

Claro que esto es lo más difícil porque somos tan complejos que por comodidad o costumbre terminamos amando al palo que nos tiene presos. Si le pusiéramos voz humana a nuestro personaje de la historia y le dijéramos que se puede soltar, insistiría, además molesto, en que no, que ya lo intentó. Y tiene razón, lo hizo y falló.  ¿Acaso eso es razón suficiente? No. Pero ya lo decía Freud, el mayor impedimento  de una cura es la resistencia del que dice que se quiere curar. Pero es que no sabe, como el elefante, vive engañado.

Escrito de IPM para el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 16 2013 

jueves, 1 de mayo de 2014

Retazos Biográficos


René Laforgue en 1913 a los 19 años lee, en alemán La Traumdeuntung, dice:

René Laforgue
Me acuerdo perfectamente de la impresión que me produjo: me sentía escéptico. Y sin embargo con el sentimiento indefinible de algo grande, que me superaba, en lo que no podía profundizar por falta de experiencia. Volví a leer el libro en el 16-17 y no comprendí mucho más, al menos conscientemente. Pero es probable que la lectura de este libro me armara para descubrir una realidad afectiva detrás del lenguaje de los esquizofrénicos.
Entendible entonces su otro relato, cuando era residente en un hospital psiquiátrico en Estraburgo:
 
Aún recuerdo una escena famosa: en el servicio de los hombres me dirigí a un esquizofrénico que, según me aseguraban, se estaba pudriendo en su rincón desde hacía más de doce años, siempre de pie, siempre solo, sin hablar jamás, protegido por un muro de malos olores, orina, excremento, en el cual se encerraba con obstinación. Todo el mundo intentaba disuadirme de preguntarle nada: “Con éste, doctor, pierde usted su tiempo, es irremediablemente idiota y demente, incapaz de responder”. A pesar de todo le hice la pregunta siguiente: “¿Responde quién eres? El enfermo frunció las cejas y por fin me respondió ante la gran sorpresa del personal: “Soy el caballo de Nancy con la mujer encima”. Espontáneamente le dije: “Buenos días Juana de Arco, estoy encantado de verte”. El enfermo sale de su rincón, se viene a mí, me tiende los brazos con lágrimas en unos ojos yermos desde hacía doce años y grita en una lengua que todo el mundo entiende: “Por fin, gracias a Dios ya no estoy solo en esta tierra, he aquí un hombre que me comprende”. Y dejé que me besara ante la gente atontada. Tres semanas después el enfermo ya no chocheaba. Tuve que ir a verlo todos los días y pasearme media hora con él”.
Tomado de La Batalla de Cien Años. Historia del Psicoanálisis en Francia I.  Elizabeth Roudinesco

lunes, 7 de abril de 2014

Entrevistas

A Judith Miller

Acerca de mi padre y de mi madre.

El estilo de mi padre era muy fuerte, en Italia, en España, en cada viaje, cuando él quería ver un cuadro, una estatua, un lugar, un libro, podía hacer cosas locas para obtener lo que quería y nunca he visto obstáculo a resistírsele.

Mi madre tuvo una carrera artística con porvenir pero la guerra mundial la interrumpió de una manera muy fuerte. Ella no retomó la carrera después de la guerra cuando podía haber empezado a trabajar. Con nostalgia a veces dijo que quizá no hizo una buena elección.

Mi hermana me ha permitido confirmar la admiración , la que he podido ver de la práctica de mi padre, porque he visto también otra versión del psicoanálisis, el psicoanálisis que mi padre llamaba falso, eso produce estragos duros.

Padre y psicoanálisis.

La historia del psicoanálisis -la he visto muy de cerca- fue también una historia de amistades muy profundas y de separaciones dolorosas, para mi padre, y después para nosotros también.

Pienso que haber tenido la suerte de ver los efectos de la práctica de mi padre, la suerte de ver lo que alguien puede hacer por los otros cada día, es suficiente para pensar que el psicoanálisis es importante para los humanos.

Así, lo que se llama la enseñanza de Lacan, supone por parte de él una capacidad vital sostenida por un deseo firme...es un milagro en cierta manera.

El estilo de mi padre en la vida cotidiana, en su actividad profesional, era particular: él se levantaba a las siete de la mañana y trabajaba hasta no a qué de la noche, durante toda su vida, atendiendo pacientes, y también tenía tiempo para divertirse.

Decisión de un padre.

Mi nombre tiene el peso de un ideal a cumplir, con mi propio estilo y con mis propios medios.

Mi padre eligió para mí un nombre judío en 1941. Fue un acto optimista. Mi padre no era un optimista en esa época, pero pienso que elegir este nombre, en ese momento, fue una manera de expresar un deseo.

http://www.citaenlasdiagonales.com.ar/vocaciones_judith_miller.php