La angustia
Es un afecto. Y afecta de tal
manera que es la causa de crisis que llevan a algunos a tener que tomar
pastillas para poder calmarla, a ser hospitalizados y en los casos más críticos,
a tomar decisiones fatales que no tienen retorno. Es esa sensación de no saber qué hacer, en la mayoría de las ocasiones sin causa aparente.
La angustia es una condición
inherente al ser humano que tiene que ver con su ser en el mundo, generalmente está apaciguada porque nos
sostenemos en nuestras certezas, como la de saber quiénes somos y cómo somos.
Algo que puede sufrir un quiebre cuando una situación particular nos desborda o
descubrimos aspectos propios que desconocíamos o no habíamos querido ver.
Es una sensación de desvalimiento,
de incapacidad para sostenerse frente a exigencias que antes no habían propuesto ninguna dificultad, o, si la
había, era mínima. Se siente como si se hubiera abierto una brecha desconocida
y existiera el peligro inminente de caer en ella. Y afecta el cuerpo con taquicardia, ahogo,
fatiga, náuseas, mareos, sudores, insomnio, bulimia o inapetencia. A veces
también terrores nocturnos.
La angustia aunque tenga efectos
colaterales en el cuerpo es una experiencia puramente subjetiva, incontrolable,
y frente a la cual cualquier palabra de consuelo está destinada al fracaso
porque la persona en este estado solo escucha sus propios razonamientos, que
además, están teñidos de negativismo.
En la angustia se siente miedo,
sin embargo es más que eso, porque el miedo es a algo específico, está
circunscrito y por eso existe una solución, evitar el objeto que lo produce:
correr, esconderse, atacar, es lo que hace parte del instinto de supervivencia.
Pero en la angustia no se sabe a qué se le teme, es una sensación de peligro
interior, por eso en ocasiones se desea salir corriendo sin saber a dónde, o se
quiere permanecer encerrado. Como si se hubieran perdido las coordenadas de uno
mismo.
Y es esto lo que sucede, es la
pérdida de algo que hasta ese momento sostenía el Ser que uno cree que es. Hay
una caída, algo se perdió, por lo cual la imagen propia se tambalea y lo que
uno creía hasta ese momento siente que ya no es.
Porque nos sostenemos
en un creer, especialmente creer que somos de X manera, y esa X está acompañada
de cierto narcisismo que nos hace suponer mejores de lo que somos. Es la razón
de que el error o la equivocación propia nos haga sentir miserables y la culpa,
que también es inherente a nuestra constitución, en estos momentos se
acreciente. Y es que, en ese creer hay
mucha de fantasía, que por serlo, es fácil que un suceso íntimo o exterior la
derrumbe y nos muestre la carencia en la que todos, sin excepción, estamos
constituidos.
Lo anterior permite concluir que
si el tránsito de un ataque de angustia es muy doloroso, también es una
oportunidad para averiguar realmente lo que somos, aunque igual nunca lo
sabremos del todo, es una señal que nos muestra algo, lo que pasa en que en
estos momentos, ver, es lo que menos queremos. Por eso se necesita paciencia,
especialmente para transitar recuerdos que habíamos dejado olvidados pues
seguramente uno de ellos disparó la señal que activó la angustia y la razón de
que no sepamos de dónde proviene. Dolor,
miedo, desasosiego sin palabras, que si tenemos la suerte de encontrar
quien nos escuche, se puede salir airoso.
Escrito de Isabel Prado Misas para el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. agosto 9 2014