René Laforgue en 1913 a los 19 años lee, en alemán La
Traumdeuntung, dice:
Me acuerdo perfectamente de la impresión que me produjo: me
sentía escéptico. Y sin embargo con el sentimiento indefinible de algo grande,
que me superaba, en lo que no podía profundizar por falta de experiencia. Volví
a leer el libro en el 16-17 y no comprendí mucho más, al menos conscientemente.
Pero es probable que la lectura de este libro me armara para descubrir una
realidad afectiva detrás del lenguaje de los esquizofrénicos.
Entendible entonces su otro relato, cuando era
residente en un hospital psiquiátrico en Estraburgo:
Aún recuerdo una escena famosa: en el servicio de los
hombres me dirigí a un esquizofrénico que, según me aseguraban, se estaba
pudriendo en su rincón desde hacía más de doce años, siempre de pie, siempre
solo, sin hablar jamás, protegido por un muro de malos olores, orina,
excremento, en el cual se encerraba con obstinación. Todo el mundo intentaba
disuadirme de preguntarle nada: “Con éste, doctor, pierde usted su tiempo, es
irremediablemente idiota y demente, incapaz de responder”. A pesar de todo le
hice la pregunta siguiente: “¿Responde quién eres? El enfermo frunció las cejas
y por fin me respondió ante la gran sorpresa del personal: “Soy el caballo de
Nancy con la mujer encima”. Espontáneamente le dije: “Buenos días Juana de
Arco, estoy encantado de verte”. El enfermo sale de su rincón, se viene a mí,
me tiende los brazos con lágrimas en unos ojos yermos desde hacía doce años y
grita en una lengua que todo el mundo entiende: “Por fin, gracias a Dios ya no
estoy solo en esta tierra, he aquí un hombre que me comprende”. Y dejé que me
besara ante la gente atontada. Tres semanas después el enfermo ya no chocheaba.
Tuve que ir a verlo todos los días y pasearme media hora con él”.
Tomado de La Batalla de Cien Años. Historia del Psicoanálisis en Francia I. Elizabeth Roudinesco
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