Una historia
Hay un relato muy conocido propicio
para abrir este escrito, especialmente por lo que le pasa al protagonista que
no es ajeno a lo que, en ocasiones, nos ocurre a nosotros. Se trata de un
elefante, un animal muy fuerte que con su enorme cuerpo lo anuncia, sin embargo,
si ha tenido la suerte, y no digamos buena de caer en manos del hombre, toda
esa fortaleza se ve reducida si es amarrado a una estaca.
Una historia real, es la forma
usada en algunos circos para detenerlos y contenerlos en el lugar al que deben
estar confinados. La pregunta de la narración es: ¿por qué ese animal
descomunal queda sometido ante tan
pequeño impedimento? La respuesta es sencilla, sucede que desde bebé fue
amarrado a ella y sus intentos siempre infructuosos le hacen desistir, hasta el
punto que ya adulto y pudiendo fácilmente escapar, desconoce su propia fuerza.
Nosotros somos muy diferentes al
elefante, no sólo por la morfología, también porque hablamos. O sea, poseemos
el lenguaje que nos permite conocer el mundo, nombrarlo y modificarlo, pero muchas
veces nos comportamos como él y cualquier estaca nos detiene ante retos que son
superables pero que vemos muy grandes.
Y nadie se salva, cada uno tiene
su forma de limitar su propio movimiento, obviamente sin saber, como nuestro elefante
que por no dudar del poder de lo que en apariencia lo tiene preso, no intenta
siquiera un empujón más fuerte. Y si para él es difícil para nosotros lo será
más, porque ni siquiera sabemos a qué estamos atados, sólo que ante ciertas
situaciones damos vueltas sin poder avanzar. ¿Acaso
no vemos personas que por un temor específico a un animal o a una situación que
no amerita ese miedo, limitan sus movimientos, sus alcances, su vida?
Además, en nuestro caso la estaca no está
afuera, la cargamos dentro y nos inmoviliza para progresar, para crear y para
amar. Hay algunas llenas de resentimiento que impiden el avance porque las respuestas
frente a los demás están llenas de odio y de rabia. Otras, cargadas de temor
paralizan sin permitir la defensa y lo queda es el sometimiento. Algunas hacen
depender de una droga, del alcohol, del juego, o de cualquier objeto que
supuestamente brinde bienestar, incluidos en ellos las personas a las que
aún queriendo no se les puede olvidar o abandonar.
Y la causa son palabras repetidas,
recuerdos que se reprimieron, mensajes bien guardados que por haberlos vivido y
escuchado desde niños, como el elefante, ni siquiera los dudamos y nos comandan
la vida. A veces aparecen en los sueños pero son tan incomprensibles que, aunque
sintamos que algo nos dicen no lo podemos descifrar, aprender a hacerlo nos
puede ayudar, así como preguntarnos por frases que siempre repetimos.
Todos tenemos un repertorio particular.
Claro que esto es lo más difícil porque somos tan complejos que por comodidad o costumbre terminamos amando al palo que nos tiene presos. Si le pusiéramos voz humana a nuestro personaje de la historia y le dijéramos que se puede soltar, insistiría, además molesto, en que no, que ya lo intentó. Y tiene razón, lo hizo y falló. ¿Acaso eso es razón suficiente? No. Pero ya lo decía Freud, el mayor impedimento de una cura es la resistencia del que dice que se quiere curar. Pero es que no sabe, como el elefante, vive engañado.
Escrito de IPM para el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Noviembre 16 2013
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