¿Qué le dijo a Freud Cecilia M.?
En la estrecha cavidad de su muela se recluye su alma toda.
Wilhelm Busch
Hay un caso que Freud relata en Estudios Sobra la Histeria, se trata de Cecilia M., reseñado en una de las epicrisis, del que se ha dicho muy poco a pesar de la riqueza teórica en lo referente al símbolo y al lenguaje. Un caso pertinente para esta jornada, ya que era una mujer que le dolía el cuerpo desde la cabeza a los pies. Su principal síntoma era una neuralgia facial que surgía de repente, dos o tres veces al año, que podía durar meses enteros. Era el tiempo en que Freud todavía usaba la hipnosis y en él se deja ver que para ese tiempo ya tenía muy clara la importancia del simbolismo y del lenguaje en un texto de de 1895.
Allí recrea los ejemplos de Cecilia, no sin antes advertir: Este ejemplo de génesis de un síntoma histérico por simbolización mediante la expresión verbal, parece inverosímil y hasta cómico. Algo de lo que sabemos bastante cuando intentamos explicar el psicoanálisis a partir de sus ejemplos, que hacia afuera pierden toda credibilidad. Porque, cómo creer, como en este caso, que una ofensa verbal muy antigua, se instale en el cuerpo como un dolor en la cara que no cesa y que después de mucho tiempo de sufrirlo, esto tenga sus efectos, al decir: Fue como si me hubiera dado una bofetada. O, un dolor en el talón que aparece de improviso, inhibiendo una acción deseada y, tiempo después ella pueda decir sin saber que ya sabía: Por entonces me dominaba el miedo de no entrar con buen pie.
Todavía más explicativo otro síntoma que este personaje le brinda a Freud, un dolor penetrante en medio de la frente que le hace recordar que siendo una jovencita, su abuela enérgica y severa “La miró tan penetrantemente que sintió su mirada en el cerebro”. La explicación que da la paciente y su risa, muestra esos momentos del análisis, donde el analista y su analizante saben de qué hablan: Tenía miedo de ver reflejarse en los ojos de la abuela una cierta sospecha. Una risa que muestra que a buen entendedor pocas palabras, más, si se trata de sexo.
¿Acaso sería ir muy lejos, si seguimos a Lacan en el seminario RSI cuando nos dice que Freud no era lacaniano, pero que nada impide suponerle los tres registros Real, Simbólico, Imaginario? Y, ¿bajo esta propuesta del Lacan de 1975 seguir a Freud en la misma epicrisis en su continuación del comentario sobre Cecilia?
Pero, a mi juicio, el acto mediante el cual crea un histérico, por simbolización, una expresión somática, para una representación saturada de afecto, tiene muy poco de personal y voluntario. Tomando al pie de la letra las expresiones metafóricas de uso corriente y sintiendo como un suceso real, al ser ofendida, la “herida en el corazón” o la “bofetada”, no hacía uso la paciente de un abusivo retruécano, sino que daba vida a la sensación a la cual debió su génesis la expresión verbal correspondiente. En efecto, si al recibir una ofensa no experimentáramos una cierta sensación precordial, no se nos hubiera ocurrido jamás crear una tal expresión. Del mismo modo la frase: “Tener que tragarse algo”, que aplicamos a las ofensas recibidas sin posibilidad de protesta, procede, realmente, de las sensaciones de inervación que experimentamos en la garganta en tales casos. Todas estas sensaciones de inervación pertenecen a la expresión de las emociones.
Concluyendo que:
Llego incluso a creer que es equivocado afirmar que la histeria crea por simbolización tales sensaciones, pues quizá no tome como modelo los usos del lenguaje, sino que extraiga con él sus materiales de una misma fuente.
Seguramente nada nos impide leer la anterior propuesta a la luz de los tres registros, y para ayudarnos, sigamos a Lacan en el mismo seminario cuando refiriéndose a la inhibición, dice:
La inhibición, como él mismo (Freud) lo articula es asunto de cuerpo, o sea de función. Y para indicarlo en este esquema, diré que es lo que en alguna parte se detiene por inmiscuirse en una figura de agujero de lo simbólico. Lo que se encuentra en el animal, donde hay en el sistema nervioso un centro inhibidor, ¿es del mismo orden que, en el ser hablante, esta detención del funcionamiento en tanto imaginario?...¿Cómo la inhibición puede tener que ver con este efecto de detención que resulta de su intrusión en el campo simbólico?...Es la angustia en tanto que ella parte de lo real, la que va a dar su sentido a la naturaleza del goce que se produce aquí por el recorte, de lo real y de lo simbólico.
Unas preguntas pertinentes porque los animales también enferman y mueren, al parecer lo que no insiste en ellos son esos recortes que se manifiestan en el cuerpo del hablante que constituyen síntomas, que al ser tratados por la medicina, encuentran un límite que ella no puede abordar. Lo que nos permite entender otra afirmación del seminario del mismo nombre, que quizá nos haga reír, pero que sufrirlo no es tan gozoso, dice: Mucha gente ha sospechado que el hombre no es más que una mano. ¡Si fuera una mano! Pero está todo su cuerpo. Él piensa también con sus pies. Podríamos aventurarnos a proponer en este trabajo, ¿que ese pie de Cecilia pensaba?
Seguramente, una propuesta para hacerla sólo en un lugar como este, porque fuera de contexto puede pasar como en la anécdota referida por Helizabeth Roudinesco, del encuentro de Lacan con Chomsky, emérito lingüista norteamericano, al cual el primero le responde así una pregunta sobre el pensamiento:
Creemos pensar con nuestro cerebro, yo pienso con los pies. Sólo allí es donde encuentro algo duro. A veces, pienso con los músculos cutáneos de la frente, cuando me golpeo. He visto bastantes encefalogramas para saber que no hay sombra de pensamiento
Algo bien difícil de entender, pero que hubiera tranquilizado a Cecilia. Tal vez si me ocupo de transcribir lo que concluyó Chomsky, nos ayude a comprender la dificultad para entender lo que aporta el psicoanálisis en sus conclusiones teóricas:
Siguió persuadido de que Lacan se había burlado de su auditorio norteamericano hasta querer convencer a los sabios del MIT de que el cerebro humano tenía su sede en la osamenta o en las falanges del pie”. También que: “Lacan había querido convertir a Norteamérica a una nueva peste oscurantista dejando creer en un origen pedestre de la inteligencia humana.
Es que hablar del inconsciente y su relación con el cuerpo no es tarea fácil, tampoco sufrirlo. Seguramente Lacan debió ser más condescendiente en este punto, pues aún para el psicoanalista avezado, la teoría no viene de suyo y hay que caminar un buen trecho para entender, como él lo hizo, esa relación con el inconsciente que forma síntomas. Eso que no anda por efectos de lo simbólico.
Primero hay que entender su propuesta del sujeto como lo que representa un significante para otro significante. Captar que el sujeto de la palabra, o sea nosotros, esa palabra nos es posible por el advenimiento o construcción dada por el juego de significantes, en un inicio un S1 y un S2, cadena que permite la metáfora porque un significante puede ir al lugar del otro, puede sustituirlo porque hay intervalo. Lo que permite el chiste, el lapsus, el olvido, y demás, además de la conversión histérica, como se encuentra en el caso antes citado lleno de interpretaciones por parte de Cecilia, que dice Freud, inverosímil y hasta cómico, pero entendible, porque cualquier interpretación, puede ser verdadera para ser colocada en ese intervalo y, además con todos sus efectos, como no poder mover un pie, que no es un chiste, pero sí el mismo mecanismo.
Además hay que concebir de lo que se trata lo Imaginario, lo que está en relación a la imagen, referencia al cuerpo que hace consistencia. También lo Real, lo impensable, lo imposible de simbolizar, lo expulsado del sentido, razón por la cual la medicina encuentra el límite. Y lo simbólico, eso que tratando de nombrar lo real, con lo que nos encontramos a cada paso es con el equívoco, lo que no cesa de escribirse, como en esos dolores de Cecilia. Que no cesaban, así como la mirada penetrante de una abuela, una mirada inconmensurable.
Objeto a, algo más que debemos captar, un resto que causa el deseo innombrable, de lo reprimido, originario, primordial. Una mirada le dice Cecilia a Freud, mirada que sigue consistiendo, a través del tiempo, de un tiempo que para lo inconsciente no pasa, como tampoco la angustia de una escena donde una abuela enérgica y amenazante presentifica como en un espejo, la mostración de un deseo.
Y como siempre el equívoco, nombramos lo que no es, ella dice que sintió su mirada en el cerebro. Allí donde creemos como Chomsky que está el saber, un saber que sólo Cecilia sabía y temía ver reflejarse en los ojos de la abuela, esa cierta sospecha que la delataba en un goce que sentía en su cuerpo, para dejarla con un dolor allí donde supuestamente penetraba esa mirada, en la frente. Un saber, una mirada, también un deseo y un cuerpo doliente que, como en el epígrafe de este trabajo, en su estrecha cavidad se recluyen, ya no diríamos el alma toda, sino el goce todo.
Lacan en el seminario de La lógica del fantasma, se pregunta sobre el Otro, seguramente en la búsqueda del interés del que escucha, dice: ¿Qué es ese Otro? ¿Cuál es su sustancia? Para responder o, responderse, afirma: el Otro con A mayúscula, tal como ahí está escrito es el Cuerpo. Y aconseja no romperse la cabeza, porque: El cuerpo está hecho para inscribir algo que se llama la marca, el cuerpo está hecho para ser marcado.
Como acuerdo con Lacan en no considerar a Freud obsoleto, hay una referencia en su texto Introducción al Narcisismo en la que hace una descripción sobre las sensaciones somáticas que me parece apropiado recoger, dice:
En el aparato genital externo en estado de excitación tenemos el prototipo de un órgano que se manifiesta dolorosamente sensible y presenta cierta alteración, sin que se halle enfermo, en el sentido corriente de la palabra. No está enfermo y, sin embargo, aparece hinchado, congestionado, húmedo, y constituye la sede de múltiples sensaciones. Si ahora damos el nombre de «erogeneidad» a la facultad de una parte del cuerpo de enviar a la vida anímica estímulos sexualmente excitantes, y recordamos que la teoría sexual nos ha acostumbrado hace ya mucho tiempo a la idea de que ciertas otras partes del cuerpo -las zonas erógenas- pueden representar a los genitales y comportarse como ellos, podremos ya aventurarnos a dar un paso más y decidirnos a considerar la erogeneidad como una cualidad general de todos los órganos, pudiendo hablar entonces de la intensificación o la disminución de la misma en una determinada parte del cuerpo.
Podríamos pensar ese cuerpo habitado por sensaciones, estímulos, secreciones, que se congestiona, se hincha, comandado por glándulas, hormonas. Fisiología y anatomía que se juntan, que se mueve, no sólo por fuera, también por dentro. Y allí un orden simbólico, que dice Lacan en el seminario La Relación de Objeto: Sin lugar a dudas el orden simbólico, como distinto de lo real, entra en lo real como la reja de un arado e introduce en él una dimensión original. Original en el sentido, podríamos decir, siguiendo la anterior cita de Freud, que otra zona pueda representar a los genitales y comportarse como ellos, en una excitación que ya no produce placer, sino algo más allá de su principio, un goce.
A alguien se le ocurrió decir que la salud es el silencio de los órganos, una buena definición. Y si creemos con Lacan lo que tantas veces reitera que el Otro es donde toma lugar el significante, y, su sustancia es el cuerpo, decir que ese cuerpo habla no es una metáfora errada. Tampoco errado que si el significante sólo existe como repetición, y es de ahí que va a llegar la cosa en cuestión como verdadera, un rasgo, un corte, a partir del cual puede nacer la verdad, hay ahí una verdad, un nudo de significantes, un síntoma, reservorio de material para el acto, que se acumula porque probablemente el acto es imposible. Y si es de lo imposible es de lo Real puro.
En un seminario de 1977 Lo no sabido que sabe, encontramos esta afirmación:
Lo mental, es el discurso. Uno hace lo mejor para arreglar eso, diciendo que el discurso deja huellas — es la historia del Ent wurf. Pero la memoria es incierta. Todo lo que sabemos, es que hay lesiones del cuerpo llamado viviente que nosotros causamos, y que suspenden la memoria, o al menos no permiten contar sobre las huellas que uno le atribuye cuando se trata de la memoria del discurso.
Y aquí volvemos a Cecilia y su charla, su parla, ya que ese causamos está entramado en un decir, que en todas partes se repite, se cuenta y que cuando cuenta con una escucha que lo deje hablar, es posible que lo que hace nudo, imaginario, simbólico y real, dé un corte para anudar de otra manera, esa ofensa verbal que se volvió bofetada, el no poder responder que se convirtió en dolor de garganta porque no se lo pudo tragar o, que caiga esa mirada que ya no está, pero que ella sostiene, en la negación de su propio deseo.
El epígrafe de este trabajo, es de un poeta que Freud nombra en varios de sus textos y que Lacan cita en el seminario Los Escritos técnicos en un comentario a Leclaire, dice:
¿Conoce usted a Wilhelm Busch? Es un humorista en el que usted debiera inspirarse. Hay una creación suya inolvidable que se llama Balduin Bählamm, el poeta trabado. El dolor de muelas que sufre interrumpe todos sus ensueños idealistas y platonizantes, así como su inspiración amorosa. Por ese dolor olvida las cotizaciones de la bolsa, los impuestos, la tabla de multiplicar, etc. Todas las formas habituales del ser pierden súbitamente su atractivo, están anuladas. Y ahora, en el pequeño agujero, la muela habita.
Un comentario, no para abandonar al odontólogo, sino para entender la magnitud del dolor que, como el de una muela, nos concentra en una parte del cuerpo, se aposenta, que al no cesar de escribirse nos mantiene atrapados. Algunos por conversión, por lo cual es posible la interpretación. Otros, que aún siendo de lo simbólico están holofraseados, o sea, que allí los significantes no hacen intervalo para permitir una metáfora, o un retruécano que como dice Freud dé vida a la expresión verbal correspondiente. Lo psicosomático, esas lesiones que suspenden la memoria, o al menos no permiten contar sobre las huellas que uno le atribuye cuando se trata de la memoria del discurso. Allí donde la pista se pierde, que evidencia lo monolítico, lo uno, sin posibilidad de enlazarse a otro significante que dé cuenta de la dimensión original del orden simbólico que creo ese desorden. Y aún así algo se puede hacer.
Del caso de Cecilia M, cuyo verdadero nombre era Anna von Lieben, baronesa de Tedesco, se han encontrado datos posteriores y poco afectos al psicoanálisis, que cuentan que según su familia, el tratamiento no produjo ninguna mejoría en su estado, y detestaban cordialmente a Freud. Algo poco sorprendente, porque la familia poco comprende esa relación que se establece entre analista y analizado. Lo que sí podemos entender es porqué Freud la llamaba su maestra, de la que decía: No he vuelto a hallar en ninguna otra paciente un tan amplio uso de la simbolización. A través de los pocos datos que de ella consignó, podemos deducir que le enseñó que en el cuerpo habitan goces anudados, de lo real, lo simbólico, lo imaginario, aunque él, en su tiempo, no lo hubiera postulado de esta manera.
Un encuentro afortunado porque nos permite ahora escuchar, ya no un caso de la Viena victoriana, sino el de una jovencita, actual, moderna, llena de posibilidades, que al igual que la maestra de Freud, se queja. Migrañas interminables que aún con todos los adelantos de la medicina actual no cesan de repetirse, así como otras enfermedades donde la cura parece más difícil de encontrar, porque lo simbólico holofraseado nos muestra nuevas formas que en el cuerpo se revelan, y por lo cual, como en el poeta de Freud, pierden valor además de las tablas de multiplicar, la vida entera. Poder ofrecer una escucha hoy a esos dolores se debe a ese encuentro afortunado.
Trabajo presentado por IPM en el encuentro Goce-Cuerpo organizado por el Círculo Psicoanalítico del Caribe con motivo de los 20 años de fincionamiento. Barranquilla, Colombia. Septiembre 10 de 2011
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