El amor al revés. Ensayo sobre la transferencia psicoanalítica.
Gérard Pommier
Suele ocurrir que un análisis comience en un clima de euforia. La transferencia obrará primero sobre seguro, en particular cuando efectos terapéuticos inmediatos vengan a darle una mano. De lo cual hay que congratularse, sin duda, sobre todo si esos resultados se mantienen, pero todavía hay que averiguar qué cosa los ocasiona. Prevalece la sensación de que estos beneficios deben ser atribuidos al descubrimiento del saber inconsciente, pero el descifrado del síntoma no garantiza por sí sólo la permanencia del efecto terapéutico más allá de la verdad de la transferencia. En realidad el desenvolvimiento de la cura muestra que es la transferencia la que prueba su fuerza gracias al inconsciente, y es ella la que por consiguiente, contabiliza, más bien que al saber descubierto, los primeros efectos terapéuticos.
Así ocurre con ciertos juegos de palabras desopilantes, o incluso con hábiles conexiones significantes. Aunque estos montajes vistos desde fuera, parezcan a veces ineptos, aunque su lógica parezca a veces incierta, tienen de todos modos beneficiosas consecuencias porque su operación ha brindado un apoyo a la transferencia. Cuando un psicoanalista da cuenta de su práctica sólo con estos elementos, está lejos de ser siempre convincente.
Ahora bien, el analista en cuestión puede, como los que le prestan oído eventualmente burlón, darse cuenta que el descubrimiento que ha fascinado a su paciente no corresponde en absoluto, o no corresponde aún, al término del saber inconsciente que convendría. Y, sin embargo, en muchos casos, un descubrimiento imperfecto o francamente lateral al problema, provoca una intensa exaltación intelectual (lo que es comprensible) y un notable efecto terapéutico (lo que se comprende menos)
[…] ¿Por qué habría que atribuir a la transferencia esta eficacia? ¿Se trata solamente de un efecto de sugestión ni más ni menos duradero que el que corresponde a la brujería, la religión o en cierta medida, a la propia medicina, aunque la debiera a su equipamiento científico? Esta analogía carece de pertinencia, y por una razón muy simple: para que haya sugestión, todavía se precisa que el psicoanalista sugiera algo (la curación, por ejemplo). Ahora bien, justamente no es así. Además, el procedimiento terapéutico mencionado concierne únicamente al análisis porque sucede al descubrimiento de una secuencia de saber inconsciente. Cuando durante la cura, esta secuencia, a menudo mínima o, a veces poco comprensible, ha sido descubierta, lo que se le supondrá entonces al analista es la totalidad de un saber sobre el inconsciente. De ahí un robustecimiento de la transferencia y un efecto terapéutico cuya fuerza es inconsciente, contrariamente a la sugestión, por principio siempre verbalizada.
[…] Donde mejor andará, pues, el analizante es en la incomprensión y en circunstancias más bien opacas. A menudo sin que se percate siquiera de ellas muchas pequeñas miserias –jaquecas, anginas, ardores gástricos, etc- que ni pensó que pudieran tener un origen psíquico, se disiparán. Basado en estos resultados, un analizante puede considerarse satisfecho y aprestarse a salir del análisis. Inclusive puede hacerlo efectivamente considerándose curado. Por desgracia a menudo no se necesita más para que los síntomas resurjan, sobre todo si el analista consintió apresuradamente a una interrupción. En efecto si se considera que la transferencia vale para una generalidad del síntoma pues funciona como un intercambiador universal de todas las formaciones del inconsciente, es preferible hacer gala de prudencia en lo que atañe al fin o más bien la interrupción del análisis. Una mejoría no prueba nada, especialmente cuando se asienta sobre el mero efecto terapéutico de la transferencia.
[…] La unilateralidad del narcisismo tiene el desagradable inconveniente de menospreciar la persona del prójimo Y, a despecho de las descripciones bíblicas, nos resulta un tanto difícil amar en el otro otra cosa que lo que nos permite amarnos. Y el resultado se aleja un poco de lo que recibe comúnmente el nombre de amor. […] La inmensa mayoría de los seres humanos sadizan mentalmente a una parte considerable de la humanidad, reduciéndola a una condición de sufrelotodo. […] Como persona “total”, nuestro prójimo resulta no solamente un extraño, sino que su presencia impone una violencia que ya ni siquiera notamos, tanto nos hemos habituado a desviarla, merced a la pulsión, hacia algunas actividades comunes como beber, comer, fumar, actividades a las que nos entregamos más o menos compulsivamente en cuanto estamos con otros.
[…] La sesión psicoanalítica (cuyo dispositivo refrena toda actividad pulsional comunitaria) devela la presencia de otro en lo que tiene de más despojado. La transferencia analítica abre una perspectiva que ninguna otra relación humana incluye, la de una reducción de la persona del analista al objeto. A este precio, la presencia del analista es una dura prueba cuando se descubre hasta esa desnudez, pues entonces ya nada viene a equilibrar la unilateralidad del narcisismo. ¿Con qué extenuante trabajo se enfrenta la presencia? ¿Qué está en juego, si no las exigencias del narcisismo, ya que son ellas las que la pulsión descubre en el dispositivo? La seguridad, la ferocidad unilátera de que el Yo se sostiene en la vida ordinaria deja de tener curso durante la cura porque, por principio, el Otro de la transferencia no emprenderá nunca la lucha de prestancia habitual y, por consiguiente, ya no le aportará ningún sostén. La fatiga resultante nace del esfuerzo cumplido por el analizante cuando se confronta con esa presencia: extenuante justamente por no demandarle nada.
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