jueves, 30 de junio de 2011

El diván virtual


¿Sufrimos más de lo necesario?

La respuesta es sí, y no sólo por las circunstancias a las que por estar vivos nos vemos sometidos, también por lo que imaginamos. Imaginamos cómo debe ser el mundo en que vivimos, algo necesario para estar en él, el problema radica en que esa concepción puede ser demasiado estrecha, limitada e inamovible.

Cada cual tiene su forma de mirar el mundo a través del cuadrito que le quedó destinado y cuando lo no esperado aparece, cuando no encaja, puede llevarnos al desespero. Hay algo paradójico, y es que al poseer tantos adelantos que hoy la vida nos ofrece, hace que sea más difícil soportar lo que falla. Tener todo a la mano nos hace más impacientes y más quejumbrosos, más exigentes y menos tolerantes.

Somos seres de la naturaleza, pero lo que concierne al ser humano no tiene nada de natural, sólo su cuerpo. El resto está lleno de variaciones y complejidades que, seguramente, aquel que está consciente de ello sabrá sortear y hasta disfrutar. Pero vivimos controlando variables imposibles, creyendo que haciendo esto pasará esto, y como las cosas siempre toman el rumbo que les está destinado y no precisamente el que hemos imaginado, no es raro que aparezca la inconformidad, la rabia, también el rumiar como una piedra en el zapato, lo que debió ser y no fue.

Vivir pensando en lo que no fue es algo muy común, lo que no advertimos al hacerlo, es el tiempo valioso que perdemos. Es que nos cuesta aceptar la vida en su dimensión real, una realidad que esquivamos con justificaciones y retaliaciones.

Otra condición que nos hace la vida más dura sucede cuando pretendemos saber todo, imponiendo lo propio como la verdad absoluta, sin entender que cada persona tiene una forma diferente de mirar las cosas. Desconocerlo es lo que lleva a grandes desencuentros, en la pareja, entre los padres y los hijos, entre los hermanos y los amigos.

También hay otra forma de sufrir que por ser muy común nos parece normal, y es el miedo a gozar. Lo vemos expresado en el creer que si reímos mucho es porque algo nos espera para llorar, una especie de culpa que no permite disfrutar las cosas buenas en la certeza de que si tenemos un rato de felicidad, luego, con sufrimiento nos va a ser cobrado. Y sucede porque vivimos de lo que nos es legado, consignas que repetimos y pocas veces cuestionamos.

Frases como: “Yo no me tomo en serio”, “Yo hago las cosas por no dejar”, “No hay amigos en la vida”, “Quiero y después que lo tengo no me gusta”, “Hago que todo está bien”, “Espero, me da miedo actuar”, “Yo soy muy de malas”, “Me da pánico hablar”, “Siempre pienso que las cosas me van a salir mal”, “No confío en los demás”, “Yo mejor no digo nada”. Tantas y tan comunes, y son ellas las que hacen el cuadrito que nos permite mirar, para encontrarnos siempre con lo que dicen.

Pero los que más sufren son aquellos donde los síntomas son más graves, como el fóbico, el cual se ve impedido en muchas de sus acciones por miedos irracionales que él mismo sabe que son injustificados. O el obsesivo, que aferrado a lo que le causa sufrimiento no puede apartarlo de su pensamiento. Y el histérico, aquel que vive en la insatisfacción, además aquejado de enfermedades, razón por la cual Freud, que era médico, encontró el inconsciente y su formulación del Psicoanálisis a partir de esas dolencias. Enfermos en los que el cuerpo hablaba lo que ellos no podían formular con palabras. Palabras que al aflorar, calman el dolor de la existencia, ese dolor humano. Como decía Nietzsche demasiado humano.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Mayo 7 de 2011

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