jueves, 31 de marzo de 2011

Lecturas recomendadas


Bruno Goetz. "Recuerdos sobre Sigmund Freud"

Cada vez que escucho hablar del seudo intelectualismo de Sigmund Freud, de sus métodos unilaterales y de su pensamiento reduccionista, me digo a mí mismo: “De todas maneras, Ustedes dicen esto pero no es exacto; o en todo caso es una verdad a medias, ya que no tienen en cuenta lo esencial –el hombre Freud, que he conocido, y con quien mantuve conversaciones en Viena, durante mis años de estudio, que tuvieron para mí una significación muy importante. Este hombre era más abarcativo, más rico y gracias a Dios más contradictorio en su fuero íntimo que sus doctrinas”.

Cuando hablé recientemente con algunos amigos a propósito de mi encuentro personal con Freud, me pidieron encarecidamente que escribiera los recuerdos que había guardado de él y me plantearon casi como una obligación el hecho de difundir, para círculos más amplios mis observaciones que, arrojando una luz poco habitual sobre esa personalidad genial y tan diversamente criticada, podían corregir una cantidad importante de opiniones equivocadas sobre la misma.

En primer lugar me invadió la duda. Efectivamente, habían transcurrido unos cincuenta años desde ese primer encuentro. Hasta donde llegaba mi memoria, no había tomado ninguna nota del mismo, y me preguntaba con cierta desconfianza si el tiempo no había cambiado algo que fuese decisivo con respecto a esta imagen conservada durante tantos años en mi mente, de tal modo que no correspondiera más a la realidad. Pero me percaté de todos modos que, aún así, esta imagen tenía algo para decir. Y cuando, poco tiempo después, recibí una invitación de un círculo de médicos para dar cuenta de mis encuentros con Freud, decidí aceptar la invitación, y brindar un testimonio sobre este hombre extraordinario, corriendo el riesgo de que muchas cosas se hubieran escapado de mi memoria, y que otras se presentaran hoy de un modo diferente, al que tenían en mis años de juventud.

Mientras me esforzaba para recordar los detalles de los encuentros de antaño, todo lo que acudía a mi memoria me aparecía extremadamente fragmentado. Pero el azar, o el que llamamos como tal, me favoreció como siempre en mi vida. Me había dedicado, por otros motivos, a hurgar en una caja llena de viejos papeles, cuando encontré un sobre semi roto, que decía: Extractos de mis cartas sobre Freud. Estas cartas, que había olvidado completamente, habían sido dirigidas inmediatamente después de estas conversaciones a un amigo de juventud, y, lo recordaba ahora, había conservado para mí los pasajes que se referían a Freud. Estas hojas de un papel amarillento de los años 1904-1905 contenían, de un modo fragmentario, las palabras que Freud había pronunciado textualmente. De modo que no era necesario confiar solamente en mis recuerdos de juventud empobrecidos por el transcurrir del tiempo que podría deformar los mismos, podía apoyarme sobre las palabras auténticas de Freud.

Quiero tratar de ser lo más preciso posible, de modo que me veo en la obligación de hablar también de mí, en la medida en que lo exige la comprensión del diálogo con Freud.

Aquello ocurría en los primeros semestres de la Universidad de Viena, en los tiempos en que escuchaba conferencias, algunas de las cuales trataban sobre la psicología y el hinduismo. En el seminario de psicología, establecí una relación más íntima con el profesor. En esa época, escribía además mis primeros poemas que tuvieron cierta importancia, a los cuales el profesor dedicaba un interés bondadoso. Además, desgraciadamente, padecía de vez en cuando de violentas neuralgias faciales, a las cuales los remedios habituales para los dolores de cabeza no brindaban ningún alivio, de tal manera que me tenía que encerrar, en algunas oportunidades, durante días y semanas en la habitación en medio de una oscuridad total, ya que el más mínimo rayo de luz me causaba dolores intolerables. El profesor, que advertía mis faltas frecuentes y mi mala cara, me preguntó sobre mi estado de salud, y me dijo, en ese momento en que ya ningún remedio me brindaba alivio, que él suponía que mis dolores no tenían al fin de cuentas otra causa que una causa psíquica; me aconsejaba, pues, consultar con Freud, y que él mismo le iba a anunciar mi visita.

Nunca había escuchado hablar de Freud; preguntando a algunos conocidos, me enteré que había escrito un libro notable sobre la interpretación de los sueños. Empujado por la curiosidad, conseguí esta obra en la biblioteca de la Universidad –y quedé al principio profundamente asustado–. Esta manera de interpretar los sueños me pareció impiadosa: destruía la imagen misma del sueño (lo que contradecía toda mi sensibilidad de artista, sobre todo cuando me presentaba este método aplicado a poemas) y propiciaba la emergencia, desde sus fragmentos esparcidos, de un nuevo conjunto de significaciones que me consternaban y me atraían secretamente. Estaba decidido de antemano a no someterme a tales procedimientos, ya que no me podía imaginar que iban a permitir la desaparición de mis neuralgias, cuando el profesor me informaba esa misma noche, durante el seminario, que había hablado de mí con Freud, quien me esperaba al día siguiente a la tarde. “No se asuste –me dijo el profesor sonriendo– no lo va a comer, lo quiere ayudar. Por otro lado, me permití entregarle, para que los lea, algunos de sus poemas”.

Al día siguiente, presa de confusos sentimientos, fui a encontrarme con Freud. Esa misma mañana me había atormentado un ataque violento de neuralgia. Tenía serias dudas con respecto al arte terapéutico de Freud. Sin embargo, los acontecimientos adquirieron un curso singular. En esta carta a mi amigo de juventud, describía el evento con estos términos:
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Tomado del blog el psicoanalista lector de Pablo Peusner.

martes, 29 de marzo de 2011

El diván virtual


¿Estamos viviendo para no morir?

Reconocer lo que causa malestar en la cultura a veces no es tan sencillo, porque vivimos inmersos en ella, por lo tanto reflexionar sobre algunos de sus temas puede ser saludable, especialmente ese tan recurrente: la salud. Para abordarlo, una recomendación escrita en un periódico nos puede ayudar, decía: “Si va a tomar un traguito, primero consulte a su médico”. Es importante aclarar que no se refería a alguien enfermo, sólo era un aparte resaltado que daba consejos para vivir mejor. Y aquí uno podría empezar a preguntarse: ¿Dónde está el sujeto que decide? ¿Está desapareciendo?

Es innegable que en la actualidad gozamos de beneficios en salud que nos permiten mayor calidad de vida y muchas enfermedades son más fácilmente curables. También es verdad que las recomendaciones de los especialistas en prevención son muy necesarias, pero igualmente es notable cierta exageración. Lo que podríamos llamar un Discurso Amo que nos dice qué sí y qué no debemos comer o hacer, en el cual, con frecuencia, se encuentra que alimentos que consumieron nuestros abuelos llegando a edades longevas, se vuelven sospechosos. Un discurso del que cada vez estamos más presos, de una inversión que se podría plantear así: ¿vivimos para tener salud? o ¿por tener salud vivimos?

Una duda que las generaciones anteriores probablemente no tuvieron, de lo que si no dudaban era que todo exceso enferma, además, algo que no necesita ser enseñado porque se siente, y la mayoría lo aprendemos muy temprano en las travesuras infantiles, en las que el cuerpo nos dio el castigo y la respuesta. ¿Sería inapropiado decir que antes el cuerpo nos hablaba, nos orientaba, y ahora no sólo vivimos hablando de él, sino por él?

Alguien definió la salud como: “El silencio de los órganos”, y es verdad, nos sentimos bien cuando no los sentimos. Claro que también hoy sabemos que hay enfermedades silenciosas, lo cual nos puede llevar a una cierta paranoia, a vivir auscultándonos, radiografiándonos y cualquier malestar común que hace parte de estar vivos, nos puede llevar a la angustia que todos llevamos dentro porque sabemos de la muerte.

Un saber que ahora parece exacerbado y por lo cual se vive en una carrera loca por ganarle la partida con prevenciones, prohibiciones y teorías que limitan los goces mínimos que la vida nos ofrece. Y lo más importante que encabeza la pregunta inicial, esa sensación de que el cuerpo propio no es propio sino de otro, de aquel que detenta un conocimiento que, obviamente si se está realmente enfermo cumple toda su función, pero que en ocasiones lleva a una falta de libertad en la que se pierde el propio deseo.

¿Estamos viviendo para vivir o estamos viviendo para no morir? Creo que es una pregunta pertinente en nuestra época, porque con tanta información de lo que debemos hacer para estar sanos, parece que estamos perdiendo el norte de lo que significa la vida. ¿Podemos arriesgar la tesis de que nuestra época es hipocondríaca? Para no afirmar que sí, digamos que tiene muchos visos, seguramente producto de tanto adelanto tecnológico que permite detectar lo que antes era imposible pero también por eso, nos crea la fantasía de inmortalidad. Una fantasía que también alarga agonías en cuidados tan intensivos, que ahora para morir se necesita de permisos que agregan a los dolientes del enfermo dudas y culpas, antes impensables.

Son consecuencias de vivir la época que nos tocó en suerte y de lo cual no se puede culpar a nadie, pero que nos incita a reflexionar para tomar de ella lo mejor, y en lo posible, tener la capacidad de hacernos cargo, con responsabilidad, de nuestro cuerpo y de nuestras propias decisiones.

Escrito publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Marzo 12 de 2011

jueves, 24 de marzo de 2011

Seminario. Quinta clase


La metáfora paterna y lo que representa la ley

Hoy hablaremos de la privación, frustración y castración. Elementos necesarios que nos permitirán avanzar en la teoría del sujeto y especialmente iluminarán aspectos de la clínica relacionados con las formas de presentación del sufrimiento, que abordados desde esta óptica, se entiende por qué es posible el análisis y por qué es posible la cura. Volvamos al seminario La Relación de Objeto, en esta frase que algo nos adelanta:
Ninguna castración de las que están en juego en la incidencia de una neurosis es jamás una castración real. Sólo entra en juego operando en el sujeto bajo la forma de una acción referida al objeto imaginario.
En un análisis se opera con la castración, a eso apunta cada sesión, a una pérdida, a la simbolización de una pérdida, es la razón de que para la cura es necesaria la palabra que en asociación libre remitirá a otros tiempos. En Función y Campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, encontramos una alusión a esos tiempos:

Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito-definido de lo que fue, puesto quo ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser.
A este texto se refiere Catherine Clemént en su libro Vidas y Leyendas de Jacques Lacan, y logra un acercamiento tan poético que tal vez por eso nos permite entenderlo más, dice:

Este carrusel de los tiempos sigue una lógica perfecta. El pretérito indefinido: la historia muerta puede ser olvidada, puede ser recuerdo; ya no tendrá lugar. El perfecto sería algo más adecuado, si no implicara la muerte: la perfección de lo que habrá sido supone la detención en el tiempo presente de “lo que yo soy”. Queda el auténtico tiempo del psicoanálisis, el único válido: el futuro anterior. Yo habré sido esto -el niño mudo, el niño colérico, el niño con la fantasía del lobo, el hijo perdido, la hija abandonada- hasta el tiempo que se precisaba para decirlo. Pero, una vez dicha la cosa, ya voy siendo otra cosa. Habré sido esto pero ya está terminado: no es imperfecto ni perfecto, ni pasado sino recuerdo bien situado, alineado, ahora inofensivo. Trabajo sobre la gramática: se sitúa en la juntura entre la retórica y la invención.
Jamás una castración real, leíamos en la primera frase de Lacan. Es fácil verlo, el analizante no partirá a otro lugar para no ver más a su madre, o el hijo va a volver a ser encontrado. No es de este corte de lo que se trata, y lo podemos entender a partir de lo simbólico, lo imaginario y lo real, también y sobre todo en la privación, frustración y castración, elementos esenciales para entrar al mundo, al mundo simbólico. Aquí nos sigue ayudando Clemént:

Pero en realidad nada está allí. Pues es precisamente Lacan, quien jugando con los tiempos, encuentra en la gramática el recurso de una forma que, por función en la lengua, va del futuro al pasado, y del pasado al futuro, indisociablemente: este futuro que se llama anterior, como la vida poética que imaginaba Baudelaire.
Un tiempo lógico posible del pasado al futuro y del futuro al pasado en el que en algún momento el discurso se topará con la frustración, esa lesión, ese perjuicio de impresiones reales ya pasadas que lleva a reivindicaciones, a exigencias desenfrenadas y sin ley, a lo que se desea y no se tiene pero sin posibilidad de satisfacción o adquisición. ¿Por qué cómo satisfacer aquello que ya no se tuvo más, que seguramente si todavía lo tuviera no daría satisfacción? Es que se añora. Es por eso que simbolizado se sitúa en lo imaginario aunque el objeto sea real.

Y es posible esta demanda infructuosa porque se pasó por la privación, porque sabe de su falta en lo Real, aunque en lo real no falte nada, como en el ejemplo de la niña y su Edipo. Allí, a ella como real no le falta, pero reconocer lo que existe y en ella no está, indica que lo ha simbolizado. Es introducir en lo real el simple orden simbólico. Y de esto sabemos bastante ya que el sufrimiento aparece siempre por aquello que sabemos existe pero no poseemos. De ahí la frustración.

Es la castración lo que vendrá a poner un poco de alivio, deuda simbólica de la que el sujeto es responsable como sujeto de la palabra. Una falta de objeto que se simboliza como deuda, que el neurótico paga con creces. La castración es siempre de un objeto imaginario, es por eso que está en relación al falo, entendible entonces que sea lo que pondrá límite al imaginario del niño y su deseo por la madre, de un imaginario que ha construido en la fantasía donde los dos hacen uno.

Es lo que quiere decir estar castrado en la subjetividad, porque en lo real, en la realidad, en lo que se invoca como experiencia real, se está privado. Una privación que por efectos de la castración, ese objeto de la frustración, simbolizado, aún siendo real, quedará en su justo lugar, como lo veremos en la próxima clase con el cuento Dorotea y el General, que nos ayudará a entender el agente, los agentes que darán lugar a cada una de esas posiciones que se juegan en una dialéctica.
 
Por ahora terminamos con la valiosa ayuda de Katherine Clemént, con su poética de los tiempos y la cura, que seguramente no sería posible entender sin esa lógica no sólo de tiempo, también de lo que en él puede ser retomado, porque volviendo a nuestra primera cita, en el neurótico ninguna castración es jamás una castración real. Sólo entra en juego operando en el sujeto bajo la forma de una acción referida al objeto imaginario:

Un tiempo único, el verdaderamente dialéctico: una lanzadera lógica. No se piensa mucho en ello; pero la verdad es que la fórmula “yo habré sido”, supone en su extraña torsión, unos gérmenes de futuro que se encuentran retroactivamente. Una memoria fisgona sobre su propio futuro. Una memoria dotada para la ciencia-ficción que no se contenta con repetir su canción muerta: erase una vez…Dígase habrá sido una vez y todo cambia. El hada gana de antemano, haya sido buena o mala; la historia ya estaba trazada, pero cambia en el momento en que se dice. Como quien no quiere la cosa, el futuro anterior modifica la historia: es el tiempo del milagro. El de la curación.
Obra: Madre arrodillada con niño (1907), de Paula Modersohn-Becker, Alte Nationalgalerie, Staatliche Museen zu Berlin, Berlín.

martes, 22 de marzo de 2011

El diván virtual


¿Qué nos dice el carnaval de Barranquilla?

Seguramente muchas cosas que no cabrían en este espacio. Teniendo que elegir una, vino a mi mente una frase que le escuché a alguien, además con un dejo de tristeza: “La alegría es para el que la tiene”. Algo que podemos pensar como cierto y que el carnaval lo demuestra. Porque: ¿cómo entender ese ímpetu que desborda al barranquillero cada año? ¿Ese acudir puntual a una cita con sus raíces y sus símbolos? ¿Con la música, el baile y su alegría? Es que la tiene y nada la detiene, ni la situación del país, ni los sucesos adversos, ni siquiera el que su celebración esté tan cerca de todos los gastos del fin de año y además los escolares, que dejan a muchos al límite de sus finanzas.

Cómo entender esa creatividad y necesidad de disfrazarlo todo, las puertas de los establecimientos, los carros que se convierten en Marimondas, las vallas y los muros, las bombas de gasolina. Es que toda la ciudad se viste de fiesta y entra en una lógica que contagia. El tema se vuelve obligado: qué grupos van a tocar y en dónde, si se va a ir a La Guacherna, si se va a ir a palco, o a palquito, si se va como participante o como espectador, y es que se tienen las dos opciones, porque el que tenga ganas, sólo tiene que buscar una comparsa donde lo dejen entrar. Es una fiesta que acoge a todos, en la cual se borran los distingos de razas, estratos o ideologías, lo único exigible es la alegría, las ganas de gozar y disfrutar.

Vivir en Barranquilla es saber que en diciembre se empiezan a sentir los acordes de la música de carnaval que anuncia su cercanía, y ya pasado el año nuevo, en las noches, el golpe del tambor brota de cualquier esquina y todo currambero sabe que los más acuciosos están ensayando sus comparsas. Cercana la fecha lo más común es empezar a ver disfrazados, especialmente los niños, que asisten puntuales no sólo al estudio, también como garabaticos y pequeños cumbiamberos muestran que la fiesta se avecina.

De pronto, para poder entenderlo hay que conocer esa forma de ser del barranquillero, habitante de una ciudad donde la brisa hace danzar las palmeras, los robles, los almendros que junto con los grillos, las ranas, no permiten que el silencio, aún en la noche más callada, sea total. Una ciudad donde las calles, en un instante se convierten en ríos y uno siente que sin moverse del sitio le cambiaron el paisaje, y después, sin aviso, un sol brillante vacía todo tan rápido que cuesta creer que el aguacero fue real. Un lugar lleno de vida, donde la luna, la brisa, la lluvia, el sol, tienen algo de desmesura en su forma de presentarse, al igual que sus habitantes que, haciendo una cola en un banco o un supermercado, en el encuentro en un ascensor, o en cualquier esquina, subvierten el escenario para convertirlo en tertulia y hablar de lo divino y lo humano con aquel que sólo por encontrarse, ya no es un desconocido.

Una forma de ser particular, y no sólo por el carnaval, él apenas la muestra. Esa necesidad de estar en contacto con el otro, de buscar su mirada, de interesarse, de inventar, de comunicar. De sentir la música que desde pequeños los hace vibrar, un real que conmueve y mueve porque está escrito en el cuerpo antes de lograr las primeras palabras. De unos símbolos: el Garabato, el Congo, el Monocuco, la Marimonda, y demás, que se graban en la memoria cuando todavía no se alcanzan a comprender y de un imaginario, que por lo mismo se sostiene.

El carnaval es un desborde, un jolgorio, es un desorden ordenado. Un momento para burlarse de lo que hizo noticia en el año y de pronto causó dolor, para recrear la vida y la muerte en sus danzas tradicionales y en el entierro de Joselito, con la fantasía de resurrección que todos los años se cumple. Esperable en un lugar en el que se vende alegría, además, con coco y anís.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de la ciudad de Barranquilla, Colombia. Marzo  de 2011,  día del comienzo del Caranaval de Barranquilla.

viernes, 18 de marzo de 2011

Entrevistas y textos



POLEMICAS > ELISABETH ROUDINESCO RESPONDE A MICHEL ONFRAY Y A LOS ATAQUES CONTRA FREUD

El año pasado, el filósofo Michel Onfray publicó en Francia Le Crépuscule d’une idole (El crepúsculo de un ídolo), un brulote de 500 páginas contra “la fabulación freudiana” en el que impugna la obra del padre del psicoanálisis acusándolo de mezquino, mentiroso, perverso, misógino, homofóbico y admirador de Hitler y Mussolini. La repercusión mediática fue tan estridente como irreflexiva. La brillante Elizabeth Roudinesco le respondió de manera fulminante, así como después se sumaron varios psicoanalistas, psiquiatras, filósofos y profesores universitarios. Ahora, esas respuestas fueron recopiladas en el libro ¿Por qué tanto odio? (Libros del Zorzal), junto con esta entrevista y un ensayo en el que Roudinesco investiga y refuta las dos mayores mentiras creadas contra Freud: la del abuso de su propia cuñada y la de que favorecía la persecución de judíos, pergeñada mientras sus libros eran quemados por los nazis.

Por Sylvain Courage

¿Por qué las teorías de Freud siempre han generado cierto rechazo?

–El odio hacia Freud ya se manifestó desde sus primeros escritos. Es de la misma naturaleza que el odio hacia Darwin. Freud aportó algo que parece intolerable a la humanidad. Es la revolución de lo íntimo. Es la explicación del inconsciente y de la sexualidad. Este es el primer escándalo, que aún sigue chocando. Así como todas las iglesias reprochan a Darwin el haber hecho del hombre un descendiente del mono, así también están resentidas contra Freud por haber hecho de la sexualidad algo normal y ya no algo patológico. En los inicios de Freud, todos los psicólogos se interesaban en la sexualidad, pero para reprimir las sexualidades que parecían perversas: los verdaderos perversos sexuales, por cierto, pero también y sobre todo las mujeres histéricas consideradas malsanas porque desviaban su cuerpo de la maternidad, los “invertidos” porque rechazaban la procreación, y los llamados “niños degenerados” porque se masturbaban.

Era la gran pregunta en 1890-1900. Freud se esfuerza en responderla. Dice que para comprender la sexualidad humana hay que desprenderse de las descripciones puramente sexológicas. Dicho de otro modo, es normal que un niño se masturbe, ¡el asunto sólo se vuelve patológico si exclusivamente hace eso! Según Freud, la sexualidad perversa polimorfa está potencialmente en el corazón de cada uno de nosotros. No hay, por un lado, perversos degenerados y, por otro, individuos normales. Hay grados de norma y de patología. El ser humano, en lo que tiene de más monstruoso, forma parte de la humanidad. Y el niño está en el corazón de nosotros mismos. Por lo tanto, hay que liberar al niño y redefinir los criterios de la perversión. Para liberar a la mujer histérica de sus conflictos y de su sufrimiento, está la palabra.

-También siempre se ha reprochado al psicoanálisis el no ser una ciencia. ¿Qué relación mantiene Freud con las ciencias naturales, de las que reclama formar parte en sus inicios?

–Muy temprano, a partir de 1896, Freud, que era médico, abandonó el modelo neurológico. Más allá de lo que digan quienes querrían ver hoy en él a un partidario antes de tiempo de las neurociencias, comprendió que había que romper con las mitologías cerebrales. Esperaba que algún día progresara la medicina del cerebro. No tenía nada en contra de la ciencia. Pero fundó el psicoanálisis a partir de otra racionalidad que no es del mismo orden que la de las ciencias naturales. Comprendió que el hombre no era solamente neuronal, sino que estaba hecho de mitos, de fantasías, de cultura. Y ubicó la tragedia griega –la de Sófocles (Edipo)–, pero también la conciencia culpable de Hamlet, en el centro de la subjetividad. En resumen, el psicoanálisis es una ciencia humana al igual que la antropología: no es una rama de la neurología. Y si biologizamos las ciencias humanas, caemos rápido en el oscurantismo, e incluso en el ocultismo: descubrimos causalidades allí donde no las hay. El desencadenante psíquico de las enfermedades orgánicas –el cáncer, por ejemplo– no está en absoluto probado científicamente, y si confundimos todo, aterrorizamos a la gente al hacerle creer que, si tiene una vida psíquica “higiénica”, no tendrá enfermedades, lo que es opuesto a lo que dice la ciencia médica y también al orden natural del mundo y de la vida.
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Tomado del Blog El Psicoanalista Lector de Pablo Peusner.

jueves, 17 de marzo de 2011

El diván virtual


¿Qué tan generosos somos?

Si entendemos ser generoso, no como dar algo material, sino como la capacidad de darnos a nosotros mismos y darnos a los demás, es probable que lo primero que venga a nuestra mente frente a esta pregunta, sea lo que a diario vemos en los noticieros que nos muestran lo que se vive en nuestro país y en el mundo. Una visión que nos inclinaría a pensar que la generosidad es poca, seguramente porque olvidamos que si esos sucesos se vuelven noticia, es precisamente porque se salen de la norma.

Lo que no se sale de la norma es lo que a diario sucede, que por ser común y esperado, no se registra. Y es que somos generosos cuando, sin darnos cuenta, brindamos una sonrisa y cuando estamos ahí para apoyar al amigo que nos necesita. Es generosa la madre solícita con su hijo, y el padre, quien después de un día dónde nada ha salido bien, es capaz de dar una cara amable a los que lo esperan. Son generosos también los artistas, capaces de crear y entregar su obra, venciendo el temor a la crítica para que podamos recrearnos en una pintura, una representación, una película o, gozar con una nueva melodía, una poesía, una novela, un cuento.

Son generosos aquellos que sueñan y construyen empresas que dan trabajo, los que inventan y sostienen lugares donde podemos encontrarnos con los amigos alrededor de un brindis o una buena cena. Los científicos que descubren lo que no se sabía y los que conciben instrumentos que nos hacen la vida más fácil. Los que imaginan proyectos para sus ciudades y los realizan, sorteando dificultades para dar nuevos motivos de alegría y esparcimiento, proyectando una cara más positiva al país y al resto del mundo.

La generosidad está en todo acto puesto al servicio de dar, y no sólo cuando por instinto corremos a socorrer al que nos conmueve con su dolor y nos incita a ayudar. También está cuando permite que los vecinos puedan entenderse y que las diferencias de raza, idiomas, culturas, se acepten. Es lo que permite que sea más fuerte lo que nos mantiene unidos que aquello que nos puede separar.

La generosidad es algo muy humano, sin lo cual la especie perecería y la civilización sería imposible, algo que no debemos olvidar. Tampoco, que siendo cierto lo anterior, es innegable que también en la cultura encontramos signos de mucho malestar. La razón de que uno de los textos más leídos de Freud, que también con generosidad nos dejó, es El Malestar en la Cultura, una forma de advertir que si bien la sociedad está llena de posibilidades, asimismo hay perjuicios que no podemos dejar de ver y que, seguramente, si no los rehuimos, sea posible vivir mejor.

Es la razón de que el psicoanálisis siempre se dirija a lo discordante, a lo que llama a interpretación en la cultura y a lo que hace noticia adversa en el noticiero de la propia vida. A lo que no entendemos de nuestros actos, a lo que se salió de cauce. Allí donde sufrimos y no sabemos cómo remediarlo, cuando queriendo ser generosos con nosotros mismos, no lo somos, porque nos subvaloramos o, queriendo serlo con los demás, no lo somos, porque los subestimamos.

Hay condiciones que se exigen para estar en la cultura que al no cumplirlas, acarrean sanción y producen malestar y culpa. Ahí es donde el psicoanálisis es generoso, porque soporta decir lo que no queremos oír, no para tildar o dar condena, sólo para ofrecer un lugar donde lo que es tan difícil de ser dicho, pueda hablar.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Marzo 26 de 2011

lunes, 14 de marzo de 2011

Seminario. Clase cuatro


La metáfora paterna y lo que representa la ley

El niño como real ocupa para la madre la función simbólica de su necesidad imaginaria. Una frase densa que nos propone Lacan, pero ya entendemos que poner en palabras eso que hace al sujeto tampoco es sencillo, así como no lo es que aparezca. Lo sabemos no sólo por el ejercicio de la clínica, sino especialmente por sus efectos cuando se han vivido en el propio análisis.

Una complejidad que no es de la teoría, ella sólo la muestra, además no podíamos esperar más porque se trata de explicar lo que hace a lo humano por poseer palabra, con la misma palabra. Con lo simbólico tratar de explicar lo simbólico no es tarea fácil, tampoco imposible, sabemos de la metáfora y la metonimia, recursos del lenguaje con los que interpretamos el mundo. Es la razón que se pueda describir el cerebro y sus funciones, pero cuando se trata de ir más allá, lo que hace al lapsus, al chiste, al sueño, al acto fallido, al amor, hay algo que resbala porque como lo inconsciente, está más allá de lo posible de ser dicho aunque siempre hable.

Un buen recurso cuando Lacan se vuelve tan denso es acudir a Freud, en este caso nos puede ayudar para entender la frase. La necesidad imaginaria de la madre la podemos remitir a lo que dice del Edipo femenino, en ese momento en que la niña supone que algo le falta, y lo puede suponer porque hay algo que en el otro sexo ve, y ella no tiene, el pene. Una falta que le hace pensar que debería tenerlo, digamos, una imagen que le muestra algo que no tiene y que ella simbolizará como carencia, aunque en lo real no le falte nada. Allí es donde se va a dar la ecuación: pene-niño como sustitución. O sea, según Freud en el Edipo femenino, en relación a lo que de la imagen del otro ve y a la posibilidad de la simbolización, se darán las sustituciones necesarias para que en ella aparezca la femineidad, que tiene que ver con el deseo por un hombre y la maternidad, su deseo por un hijo.

En este sentido podríamos ya entender que ese niño como real puede venir a ocupar el lugar de una falta, falta imaginaria que en un momento del Edipo se organizó a partir del pene, que sabemos, es más que eso, es lo que por simbolización dará lugar la Falo, la simbolización de algo faltante. Es la razón de que para Lacan el niño vendrá a ocupar ese lugar de Falo para la madre. Una función puramente simbólica de esa necesidad imaginaria.

La falta y ese querer llenarla tampoco es tan difícil de captar si nos remitimos al mundo, ese mundo simbólico que habitamos, en lo que mueve a la cultura, lo que hace a la civilización, lo que posibilita las matemáticas, la suma, la resta, la división. Lo que nos hace felices o infelices por tener o no tener, por querer buscar, en resumen: desear.

Es aquí donde la propuesta de Lacan hace avanzar el psicoanálisis, sin despegarse de los conceptos fundamentales de Freud, va a ampliar esa visión donde el Falo ocupará un lugar preponderante. Sólo hay que recordar cómo su propuesta de que la relación de la madre y el hijo no es de dos, sino de tres, permitirá entender mejor de lo que se trata el Edipo. Entre la madre y el hijo está el falo imaginario, esa forma en que él se realiza a su pedido, se va conformando queriendo ser lo que ella desea, colmarla. Una relación que por constitución es estructurante pero en la que debe llegar un momento en que decline, que tendrá que ver con el momento en que el niño se da cuenta que no es él el que es amado sino cierta imagen.

Pero vayamos a los inicios de esa estructurante relación. Ella recibe ese pedacito de cuerpo que desde el primer momento estará a su merced, y que en un primer tiempo, que sería auto erótico, él sólo sabe del placer y el displacer, para poco a poco poder distinguir que hay algo, como dice Lacan, que lo agencia. Vayamos al seminario la Relación de Objeto:

Correlativamente, se produce un vuelco en la posición del objeto. Mientras se trata de una relación real, el seno—tomémoslo como ejemplo—puede considerarse tan cautivador como se quiera. Por el contrario, en cuanto la madre se convierte en una potencia y como tal en real y de ella depende manifiestamente para el niño su acceso a los objetos ¿qué ocurre? Estos objetos, que hasta entonces eran pura y simplemente objetos de satisfacción, se convierten por intervención de esa potencia en objetos de don […] ya no son tanto objetos de satisfacción, sino la marca del valor de esa potencia que puede no responder y que es la potencia de la madre.
Este aporte de los indicios de la construcción del sujeto tienen todo su valor. Allí ya habrá algo que a través de la satisfacción que involucra el cuerpo, -y aquí entendemos el poder de la sexualidad, porque es a partir de los goces de la madre que el niño entrará en esa dialéctica- que podrá acceder a los objetos.

¿Cuál es el momento decisivo en el cual la relación madre-hijo se abre a elementos que introducirán lo que hemos llamado una dialéctica? […] ¿Qué ocurre si el agente simbólico, el término esencial de la relación del niño con el objeto real, la madre en cuanto tal, no responde? ¿Si ya no responde a la llamada del sujeto? Cae. Si antes estaba inscrita en la estructuración simbólica que hacía de ella un objeto presente-ausente en función de la llamada, ahora se convierte en real.
Presencia ausencia dice Freud que permite al niño alucinar cuando el objeto no está presente, y un poco más dirá Lacan, porque esa ausencia la convierte a ella en potencia, una potencia dada porque falta. Principios de la simbolización en la que puede ser recortado una parte del todo, que se convertirá en objeto, ya no sólo de satisfacción sino de don. Algo que se empieza a intuir como el afuera. Afuera y adentro posibilitado por lo real de la falta.

Potencia que dará lugar a la omnipotencia, no del niño como remarca Lacan e insiste, es la madre la que es omnipotente, y no precisamente porque lo sea, es porque para aquel que depende, su presencia y ausencia marcará la diferencia para salir de la indiferencia, de lo que no diferencia y que ella como agente propiciará, cuando puede, para que pueda simbolizar un real en el que estaba inmerso.

Una articulación teórica que nos permite entender lo que da lugar a la constitución del sujeto, a la instauración de la ley y la posibilidad del deseo, que sabemos, no se instaura por una simple amenaza o sanción del padre, sino de toda una lógica en relación a lo Imaginario, Simbólico y Real y los efectos de la mediación de la metáfora paterna. Para proseguir esa dialéctica nos adentraremos en la siguiente clase en los conceptos de frustración, privación y castración.

Obra: Picasso: Madre hijo y cuatro estudios de la mano derecha.

lunes, 7 de marzo de 2011

El diván virtual


¿Nos cuesta ver lo errores de los que amamos?

La respuesta es sí, y todos lo sabemos. De lo que no estamos al tanto es que causa una ceguera crónica, y si en ocasiones algo alcanzamos a vislumbrar, tendemos a recurrir al engaño. Una forma de aliviarnos que se da de diversas maneras, como en la madre que cuando el hijo comete una falta, encuentra cierta calma explicando que el amiguito lo indujo. Y si es el marido, seguramente fue el amigote. También, el señor que acusa a la amiga de lo nuevo que ve en su mujer. Una forma de salvar de responsabilidades al que se ama, que puede tener diferentes lecturas.

Una de ellas es no poder soportar que la imagen casi perfecta que uno se ha formado del otro, se distorsione. Una incapacidad para verlo en su realidad de ser humano con sus virtudes y defectos, lo que daría cuenta del verdadero amor. Algo que no entendía el que decía: “No me cuentes eso de fulano porque quiero seguir queriéndolo”. Ya sabemos que el amor es ciego, pero es el amor, no nosotros, además no nos exige que seamos sordos.

Otra lectura posible, es que ver al otro en falta produce tanto dolor que queriendo ahorrarle un sufrimiento similar al que sentimos, cuando es posible que ni así lo sienta, de inmediato le encontramos la disculpa. Una disculpa que opera como una curita en una gran herida abierta, porque las heridas que se tapan, sino se les ha dado tratamiento, enferman. Y así se opera como en la vieja historia del avestruz que con todo su cuerpo afuera y creyendo que por tener la cabeza enterrada en la arena, nadie lo ve, no llega a saber que el único que no ve es él.

Otra se sustenta en el creer que nuestro entorno es perfecto, una gran novela que algunos se creen sobre sí mismos y lo más cercanos, que lleva al convencimiento que todo lo imperfecto está afuera, razón por la cual lo que sucede no viene de adentro. Una forma muy común e inconsciente de vivir en una burbuja que implica tapar todo lo que supuestamente no debe ser visto, y que cuando se desvanece, puede traer más dolor del que se quiere evitar.

Una distorsión de la realidad que a cada paso el error del otro y el propio la muestran, y una incapacidad para hacer frente a las situaciones, como si aceptarlo implicara que el mundo se va derrumbar. Y seguramente se tiene razón, porque es un mundo montado sobre fantasías, mitos familiares y un amor mal entendido.

Pero lo más importante de todo es que el creer que el amiguito, el amigote o la amiga, tienen la culpa, envía un mensaje mucho más fuerte, y es que deja al otro en un lugar de “cosa” que no puede pensar. De alguien incapaz y sujeto a las decisiones que toman los demás. Una desvalorización, una falta de reconocimiento de su autonomía, que sobre todo cuando se aplica en los niños o en adolescentes los deja sin piso, porque si ni siquiera en sus errores son reconocidos, nada se puede esperar de lo demás.

Una situación muy común en el padre o la madre que no dejan que el hijo hable por sí mismo, que lo protegen de tal manera que no le permiten pensar, válido entonces que crean que el otro pensó por él. Y es que muchas veces nos equivocamos por amor, sofocamos al otro de tal forma que no le permitimos crecer y si ya llegó crecido, en este caso la pareja, si da alguna muestra de independencia, se siente como el peligro de que lo pueda abandonar.

Decimos que el amor hace sufrir, y seguramente es verdad, especialmente cuando no dejamos al otro ser, cuando lo creemos un apéndice de nosotros mismos y por tanto de lo demás, y pretendemos que mantenga una imagen que sólo nosotros vemos. Si es así no hay lugar a una escucha de las razones de sus actos, de los que él “solito” es quien tiene que reivindicarse.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de barranquilla, Colombia. Febrero 19 de 2011

jueves, 3 de marzo de 2011

Seminario. Clase tres


La metáfora paterna, y lo que representa la ley

En esta ocasión, nos alentó un poema. Seguramente porque en los laberintos en que se entra cuando un tema se pone en cuestión, hace vibrar cuerdas que nos llevan a encontrar de otra manera lo dicho o escuchado. Y qué mejor que la poesía que, como lo inconsciente dice más y seguramente mejor, lo que queremos expresar. Nos auxilió entonces un poema de José Saramago que vino al recuerdo de uno de los participantes. Dice:

Padre, que no conocí (pues conocer no es
este engaño de días paralelos,
este tocar de cuerpos distraídos,
estas palabras vagas que disfrazan
el muro infranqueable):
Ya nada me dirás, y no pregunto.
Miro en silencio la sombra invocada
Y acepto el futuro.

Padre que no conocí. ¿Y cómo conocerlo? Si avanzamos hoy un poco más en lo que la teoría, la clínica y sobre todo la vida nos muestra, podemos de pronto entender qué hace que allí no se pueda dudar de esa imposibilidad, de ese muro infranqueable que en la poesía se alcanza a decir.

Comencemos con algunos apartes de lo que Freud dice en La novela familiar del neurótico, refiriéndose a los deseos ingratos del niño y que muy bien podemos relacionar con ese dolor que tan bien relata Joyce y que remarcamos en la clase anterior:

Todo ese esfuerzo por reemplazar al padre real con uno superior es sólo la expresión de la añoranza que el niño siente por aquel feliz tiempo pasado, cuando su padre le parecía el más noble y fuerte de los hombres, y su madre, la más amorosa y bella mujer. Del padre que ahora conoce se aparta hacia aquel en quien creyó durante los primeros años de la infancia; su fantasía no es, en el fondo, sino la expresión de su pesar por haber perdido esos días tan felices.
Un conocimiento del alma infantil a la que pudo llegar el fundador del psicoanálisis, que sabemos que no fue precisamente por hablar con niños, sólo Juanito, su caso de una fobia, y escuchado a través del padre, que en algún momento en el transcurrir del seminario, también nos ayudará. Freud vislumbró ese complejo infantil a partir del análisis de adultos, por eso también va a decir:

Así, en estas fantasías vuelve a recuperar su plena vigencia la sobrevaloración que caracteriza los primeros años de la infancia. El estudio de los sueños ofrece una interesante contribución a dicho tema, pues su interpretación enseña que, incluso en años avanzados, cuando en un sueño aparecen las figuras encumbradas del emperador y de la emperatriz, ellas representan siempre al padre y a la madre del soñante. De donde la sobrevaloración infantil de los padres subsiste asimismo en los sueños de los adultos normales.
El develar que logra Freud de los momentos infantiles, va a tener una mayor claridad con el aporte de Lacan, una forma un poco más intrincada, que seguramente porque lo sabe, dice:

Esto puede parecer un poco abstracto, pero ya verán lo útil que nos resultará luego para detectar los malabarismos con los que (otros) consiguen dar soluciones que no lo son a falsos problemas.

Seguramente no es el camino más sencillo el que nos puede llevar a soluciones verdaderas, por lo cual se hace necesario que nos adentremos en entender de lo que se trata en el Padre Real, el Padre Simbólico y el Padre Imaginario. Un tema tratado a través de la mayoría de sus seminarios, pero que en el de Las relaciones de objeto cobran todo su valor.

Si la función simbólica funciona, estamos en su interior. Una frase en el seminario dos que nos ayudará a entender el Padre simbólico, y es que ese padre también llamado Nombre del padre, un hecho irreductible del significante es un lugar. Un lugar llamado a ocupar y a encarnar, sin que lo sea siempre en su totalidad. El padre simbólico entraña el temor de la castración, y todo lo que significa para la cultura de lo que se trata un padre. Un lugar que será ocupado por el padre real, que Lacan en una de sus ironías propone que el único real sería el espermatozoide. Una ocurrencia para resaltar que:

El padre real es algo muy distinto que el niño muy difícilmente ha captado, debido a la interposición de los fantasmas y la necesidad de la relación simbólica. Si hay algo en la base de la experiencia analítica en su conjunto, es que tenemos enormes dificultades para captar lo más real de todo lo que nos rodea, es decir, los seres humanos tales como son. Toda la dificultad, tanto del desarrollo psíquico como, simplemente, de la vida cotidiana, consiste en saber con quién estamos tratando realmente.
Un padre real que el Hombre de las ratas, desde lo que puede decir describe y que Freud califica, como el padre del epitafio: todo bondad. O, como ese padre que Stephen alcanza a ver: Su padre le miraba a través de un cristal: tenía la cara peluda. Imaginario y simbólico que se entrecruzan para dar cuenta de la imposibilidad para captar ese Padre Real.

Para abordar al Padre imaginario, acordemos primero que la relación con la imagen que está presente en todas las especies es fácil verla en el comportamiento animal, su captura en el color, la forma o el movimiento del semejante, despierta conductas de supervivencia, de apareamiento, de agresividad. Es lo que está al frente y su imagen que provoca respuestas, es lo imaginario que siempre tendrá que ver con esa dialéctica de la agresividad, la identificación, la alienación, la idealización.

El padre imaginario también participa de este registro y presenta características típicas. Es el padre terrorífico que reconocemos en el fondo de tantas experiencias neuróticas, y no tiene en absoluto, obligatoriamente, relación alguna con el padre real del niño. Vemos intervenir frecuentemente en los fantasmas del niño a una figura del padre, y también de la madre, que, con todos sus aspavientos, sólo tiene una relación extremadamente lejana con lo que ha estado efectivamente presente en el padre real del niño, únicamente está vinculada con la función desempeñada por el padre imaginario en un momento del desarrollo.

Lacan provee entonces una forma de analizar en profundidad lo que nos propone Freud en su novela del neurótico y da razón a la poesía de Saramago que, con todos los visos de castración, digamos de aceptación de lo irremediable, pronuncia: Ya nada me dirás, /y no pregunto. /Miro en silencio la sombra invocada/ Y acepto el futuro.

Podemos acordar con el poeta. ¿Qué más queda?

Obra: El hijo del hombre de René Magritte.