miércoles, 16 de noviembre de 2011

El diván virtual


                                                          ¿Qué nos enseña Steve Jobs?

Por un discurso muy conocido sabemos algunos aspectos de su vida, uno de ellos, que fue regalado por su madre a sus padres adoptivos con una condición, que fuera a la universidad. Algo que no sucedió, aparentemente en ese tiempo por razones económicas, que él interpretó más tarde como la forma de seguir su propio camino.

Enseña así que en la condición humana no hay nada escrito y que si bien es cierto que lo sucedido en el pasado determina nuestro presente, es falso creer que hay fórmulas que permiten la generalización, según las cuales, un suceso que afecta a uno de determinada manera, es igual para todos. Una creencia que determina diagnósticos y tratamientos errados, también saberes que se sostienen, que si no estuvieran, no se sufriría por eso.

Hizo evidente que ser o no un hijo deseado está relacionado con lo que puede ser de alguien en el futuro, pero no a la manera que lo entendemos, evidente en la pregunta que figura en las historias clínicas donde se consignan los datos del que llega a consulta psicológica por algún síntoma. ¿Fue un hijo deseado? A lo que siempre se da una respuesta, vaya a saber qué tan cierta, que algunos responden negativamente cifrando allí el dolor de su existencia. Así como antes se sufría por ser hijo natural, ahora en los anaqueles del olvido, que en su momento alguien resolvió con un chiste diciendo: menos mal no soy artificial.

Entendible, si somos menos románticos y más realistas, porque viendo cómo se mueve el mundo, la proliferación de sus habitantes y los dramas del amor y la sexualidad, ¿no es más lógico pensar que los deseados, aún no sean regalados o abandonados, son más bien pocos?

Steve Jobs nos enseñó que vivir implica perder, que es parte del desvío de los caminos que recorremos, virajes que las situaciones nos imponen, crisis a las que cuando se responde con entereza y no con autocompasión, mucho se puede alcanzar. Al parecer no era sólo un genio de las computadoras, también de la vida, para lograr entender que en ella creemos saber para donde vamos, una ficción que a cada paso se nos desbarata, además, porque no tenemos brújula.

Sabía que podía inventar muchas cosas pero no ese cuadrante, lo que sí tenía claro era que lo único que nos puede guiar es la certeza de la muerte, la única brújula que nos puede acompañar para aprovechar ese momento que es la vida, porque independiente del deseo de quien nos la dio, ya es un regalo.

También por él podemos concluir que no se enseña con cátedras, consejos o peroratas, que se hace con la propia vida y no precisamente porque quisiera dar ejemplo, seguramente algo lejos de su pensamiento cuyo interés era crear y trabajar. Así mostró que seguir el propio deseo, reconociendo que hay cierta dificultad no sólo para encontrarlo sino también para realizarlo, es una excelente manera de darle sentido a lo que hacemos y entregar a los demás lo mejor que se tiene.

Un personaje que no se puede olvidar, no sólo porque tuvo la posibilidad de ver el mundo más allá de los límites impuestos a todos sino porque logró una revolución, y no aquellas que dejan muertos sino las que oxigenan la vida, que subvierten lo que antes había sido visto de una sola manera y nos recuerdan que el tiempo y el espacio, están atravesados por una concepción humana por lo cual tampoco allí, hay fórmulas inamovibles. Pero especialmente nos enseñó que el deseo es enigmático y no viaja por carriles conocidos por nosotros. ¿Acaso no terminó en la universidad sin haber estado en ella, y además premiado?

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barraqnuilla, Colombia. Octubre 15 de 2011

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