MATEMÁTICA DE LOS GRAFOS
Los grafos del deseo en Subversión del sujeto y el Seminario
por Carlos Faig
II CLASE. TRANSITIVISMO Y CONCURRENCIA
Habíamos llegado hasta el abordaje que hace Lacan del piso inferior del grafo y nos detuvimos en la retoma que se produce allí de la Fenomenología de Hegel.
Hoy voy a ocuparme nuevamente del piso inferior pero en otro sentido. La clase anterior había mencionado que la importancia de este piso en la clínica lleva al tema de la sugestión. En lo esencial, la sugestión se reduce al sentido. Incluso podríamos arriesgar que la sugestión es paralela al efecto de sentido. En la clínica psicoanalítica la sugestión aparece, de modo correlativo a aquel efecto y cuando la interpretación se encamina en esa vía. Es el caso más común que la práctica analítica alimente al síntoma; generalmente promueve nuevos sentidos a los síntomas del sujeto, un lugar desde el cual nombrarse o nombrar su enfermedad. La sugestión es verdaderamente una nave. Al viaje propio y, en ese sentido, ineliminable del análisis, llamésmole: la nave del análisis. Pero el psicoanálisis no es una ciencia de la significación, como se creyó en cierta época, sosteniendo la idea en ciertos textos de Lacan, su filiación pretendidamente estructuralista, su vinculación y su amistad con Jakobson y Lévi-Strauss. Si el psicoanálisis no resuelve el terreno de la significación en general, del sentido (sin hacer mayor diferencia en este caso), si no lo reduce, no puede distinguírselo de la psicoterapia.
Voy a tomar algunos ejemplos que mencioné en un artículo de hace unos años. Un paciente en análisis freudiano comenzó a soñar repetidamente con la comida totémica. De más está decir que tanto el paciente como el analista estaban muy satisfechos con esos sueños. En otro análisis, conducido por una analista kleiniana, los sueños presentaban una muy abundante cantidad de símbolos. Aparecían símbolos de genitales femeninos, del pecho, así como también túneles y objetos muy próximos a algunas descripciones de Melanie Klein: heces explosivas y cosas de ese estilo. Por último, un paciente en análisis lacaniano soñaba con imágenes del cuerpo fragmentado, con ectopias corporales al estilo del Bosco, como hubiera agradado a Lacan.
El poder de sugestión en el análisis penetra hasta el nivel onírico. Los sueños, esos sueños, reciben sobre sí el mensaje invertido del analista en juego en cada uno de ellos. No porque el paciente quiera agradar a su analista, dimensión que sin duda está también presente, sino por la estructura de la significación: el sueño vale en razón del punto a partir del cual recibe su significación. Esta es, precisamente, la nave del análisis.
Releyendo un texto de Roger Callois encontré otro ejemplo sobre la sugestión en los sueños. Callois escribe: “Una mujer fue a ver al rabí Eliezer y le dijo: “He visto en sueños que el granero de mi casa se abría por una rajadura”. Él le contestó: “Concebirás un hijo”. Ella partió y eso fue lo que sucedió. De nuevo soñó ese mismo sueño y lo contó al rabí Eliezer quien le dio la misma interpretación, y eso fue lo que sucedió. Ella soñó el mismo sueño por tercera vez y buscó al rabí Eliezer. Al no encontrarlo, dijo a sus discípulos: “He visto en sueños que el granero de mi casa se abría por una rajadura”. Ellos le contestaron: “Enterrarás a tu marido”. Y eso fue lo que sucedió. El rabí Eliezer, sorprendido por los llantos, se informó de lo que andaba mal. Sus discípulos le contaron lo que había pasado. Exclamó: “¡Desdichados! ¡Han matado a ese hombre! Acaso no está escrito: Como nos lo explicó, así fue”. El sueño −como dice Callois en ese mismo texto− sigue a la boca que lo interpreta.
Lacan desdobla la forma primera del grafo para salir del terreno de la sugestión. El piso superior, entre S◊D y S(A), entre la pulsión y el significante de la falta del Otro, es una suerte de significación gráfica que recalca la superposición de las líneas por segunda vez, simbolizando que el deseo se produce en el más allá de la demanda. El ché vuoi? de Cazotte, que constituye el tercer grafo, permite pasar al último estado de la construcción al plantear el problema del sujeto en dependencia de su querer. La pregunta de Cazotte es también una sigla del sujeto, una S que se ubica sobre el lugar del Otro, como si éste fuera el punto del signo interrogación. En el piso inferior el deseo del sujeto, su querer, no podría tener solución: es tanto su “deseo” como el “deseo” del Otro. Nada le garantiza allí que lo que pide sea verdaderamente pedido por él. Mientras se mantenga la significación de la demanda el transitivismo no desaparece. La significación se desliza sin poder detenerse en el sujeto o en el Otro. El problema es entonces cómo se sale de la significación o, lo que es lo mismo, ¿cómo la interpretación puede tener alcance sobre el deseo? ¿Cómo producir el deseo más allá de la sugestión?
Veamos el problema desde otro ángulo. Si el niño depende en primer lugar de la significación materna, aprenderá, como dice Melanie Klein, que la madre contiene el falo, es decir, será remitido a la instancia paterna (cf. la crítica de Lacan a la adhesión de Jones al kleinismo, en Écrits, p.e., p. 688). Pero nada nos dice que no sea el padre quien, en segunda instancia, signifique al hijo. Y no es lo importante aquí que se trate de ese tipo de padre materno, o de una pareja combinada incluso. Lo importante es que en tal caso no saldríamos, en modo alguno, de la estructura de la significación. Pasaríamos, simplemente, de un Otro a otro Otro, si se quiere más potente o, aun, más eficaz, lo que es todavía peor. Es en este lugar y respecto de este
problema que en la complicada mitología freudiana toma su estatuto el mito del Padre Muerto. Por esto, y como Jones lo ha consignado en su biografía −aunque obviamente no por esta razón−, Freud consideraba a Tótem y tabú su obra principal.
Es necesario que aquel que está destinado, por cualquier razón que sea, a ocupar ese lugar lo haga al precio de su desaparición6. Lo esencial del complejo de Edipo, en cierta forma, se halla en esa cuestión: en la caída de la dimensión del Otro (desde otra perspectiva: el destino de resto que toma el héroe en la tragedia). De ahí que el mito de Edipo aparezca como normativo respecto del deseo. Pero en otro sentido, como decía Lacan, el Edipo no es más que el cuadro con el que los analistas reglan el juego.
Edipo pone en juego el destino del héroe en la tragedia, el resto, el resultado de la operación analítica bajo la especie del (a). Se ve así que el Edipo no hace más que recubrir la castración, la caída del Otro en el objeto (a). En Subversión, por ejemplo, leemos: “Pero lo que no es un mito, y que Freud ha formulado sin embargo tan pronto como el Edipo, es el complejo de castración” (E, p. 820). Hay otras observaciones de Lacan, en este mismo texto, en la misma línea: “Se haría mal en creer que el mito freudiano del Edipo termine con la teología. Pues no basta agitar el guiñol de la rivalidad sexual. Convendría más bien leer lo que en sus coordenadas Freud impone a nuestra reflexión: pues vuelven a la cuestión de dónde él mismo ha partido: ¿qué es un padre? (E, p. 812). Y, más adelante, para terminar con esta serie de citas (a las que se podrían agregar aun otras referidas a la castración, al Padre Muerto, etc.): “Ya es mucho que tengamos que ubicar aquí, en el mito freudiano, al Padre Muerto. Pero un mito no se basta sin soportarse por algún rito, y el psicoanálisis no es el rito de Edipo, observación a desarrollar más tarde” (E, p. 818). Para decirlo con otros términos, hay un éxito de descubrimiento en la empresa freudiana. Este éxito gira en torno al descubrimiento del complejo de castración. Digo “éxito de descubrimiento” en el sentido en que se habla de él en la fonología (me refiero a los resultados que se obtienen después de Saussure: el fonema como objeto formal separado de la fonética), o incluso en el sentido de la tablas de Mendeleev que permiten, una vez producidas, deducir la existencia de elementos desconocidos empíricamente. El éxito, en el campo del psicoanálisis, consiste en descubrir el complejo de castración, y su relación con la subjetividad.
Este desarrollo sobre el Edipo y los fragmentos que cité no tienen más función que la de procurar un apólogo al piso superior del grafo. Me permití tomar el complejo de Edipo como apólogo −ya que tiene relación con la danza de faltas en que se constituye el deseo− de la falta del Otro. El grafo, pues, en su forma desarrollada, introduce la falta del Otro, y esa falta no es a entender únicamente, como se cree erróneamente, como la falta del Otro −al Otro le faltaría, por ejemplo, el significante que lo designe para sí mismo; o bien, el Otro se constituye en razón de un significante faltante−, se trata también, y es lo esencial, de la falta del Otro, de que no hay Otro, en el sentido del genitivo por donde es el Otro mismo quien desaparece. Solo esta operación permite que se halle una salida al problema que introducía la significación, permite la articulación del deseo (aun cuando queda por explicar todavía que la condición de articulación del deseo es que sea inarticulable dado que está articulado en un nivel que no le es propio, la demanda, cf. E, p. 804).
Lacan sostiene explícitamente en el texto que el Otro falta. No es una fórmula extraña a Lacan, pero es raro encontrarla tempranamente. No sorprende hallarla en el seminario XIV; puede sorprender encontrarla en Subversión. Respecto de esto voy a citar dos párrafos: “(El goce) la experiencia prueba que me está ordinariamente prohibido, y esto no únicamente, como lo creerían los imbéciles, por un mal arreglo de la sociedad, sino diría yo por la falta (faute) del Otro si existiera: al no existir el Otro, no me queda más que tomar la falta sobre Je, es decir creer en aquello a lo que la experiencia nos conduce a todos, y a Freud en primer lugar: al pecado original” (E, p. 820, el subrayado es mío). Y hacia el final del escrito: “(...) por qué razón sacrificaría su diferencia (todo pero no eso) al goce de un Otro que, no lo olvidemos, no existe” (E, p. 826, el subrayado es mío).
Ver todo el texto en el blog el psicoanalista lector de Pablo Peusner