miércoles, 5 de octubre de 2011

El diván virtual

                                         
                                           La separación y sus efectos sobre los hijos.

Hoy afrontamos una realidad que hace no sólo aceptable sino muy frecuente que una pareja en la que el amor se acabó, y aún sin acabarse, rompan los vínculos. Estas condiciones que afectan a la familia son la consecuencia de lógicas nuevas que, como pasa siempre en la cultura, traen modificaciones generalmente incomprensibles y por lo tanto incontrolables.

No se  puede dejar de reconocer que uno de los tantos aspectos que han incidido en esta situación está relacionado con los derechos adquiridos por la mujer, que en buena hora sucedieron generando toda clase de consecuencias positivas, no sólo para ella sino para la cultura. Pero también es verdad que al lograrlos, dejaron ver que muchas veces las uniones se sostenían, no precisamente porque fueran muy felices, sino por las ideas prevalentes que la colocaban en una posición de resignación e incapacidad económica para tomar sus propias decisiones.

Si antes la infelicidad conyugal era soportada en silencio por ambos miembros de la pareja, hoy el uso de la expresión “ex”, tan poco usada por nuestros abuelos, evidencia que la mudez se rompió. Ex esposo, ex esposa, ex suegra, ex cuñado y demás, muestran nuevas formas de pensar y sobre todo de relacionarse. Modificaciones que como todas, traen sus beneficios y también sus perjuicios. Estos últimos muy dolorosos porque disolver los lazos establecidos, aún deseándolo, implican sufrimiento, especialmente en la relación con los hijos que sin poder ser ex, a veces terminan siéndolo.

Rompimientos al parecer imposibles de modificar, porque en la ilusión todos quisiéramos que fuera diferente, porque es innegable que a los que les toca sufrir tal suerte, no hubieran querido padecerla. Y siendo así para los padres, mayor aflicción traerá a los hijos que, inocentes de la situación no entienden cómo la película es otra, porque sin darse cuenta les cambiaron el guión. Y allí terminan participando a veces como confidentes, otras como objetos de repartición o llenos de rencor contra uno de los dos en discordia.

Y es así, porque aún si la separación ha tenido todos los visos de ser amistosa y se hayan calmado las aguas, y a veces sin calmarse, los hijos se ven abocados a empezar a conocer a los nuevos amores de los padres que, en ocasiones llevan a una relación gratificante con la persona elegida, pero también hay muchas donde la nueva elección termina aportando mayores conflictos, y algunos cegados por la pasión no alcanzan a darse cuenta del gran malestar que, además de toda la pérdida anterior, generan en sus hijos.

La separación conyugal podríamos nombrarla como uno de los males de la época, una realidad frente a la cual lo que queda es reconocerla para resolverla de la mejor manera, por lo cual la frase tan conocida: “Tengo derecho a rehacer mi vida”, no debe llevar a un egoísmo que termine destruyendo la de otros por la incapacidad para escucharlos, o la capacidad para verter sobre ellos odios que les son ajenos o, a ser ciegos frente a la necesidad del otro.

Sabemos que ser padres no es fácil y menos cuando el vínculo entre ambos se ha perdido, porque en medio de todos los malentendidos, lo mínimo que podrían brindar a esos que se trajeron al mundo sin que lo hubieran pedido, es el acuerdo en su bienestar.

Escrito de Isabel Prado Misas para el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. julio 30 de 2011

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