H. Heine
Desde los inicios de mi encuentro con el psicoanálisis, un artículo de Freud leído al pasar, me estaba esperando: En torno de una cosmovisión, reseñado en Strachey como conferencia 35 del año 1932. Es posible que tuviera algo que ver con ese anhelo siempre postergado, de visitar la isla, sobre todo antes de que cayera el régimen. Y no precisamente por el deseo de que cayera, sino por la certeza inevitable de que todo lo que sube cae, creo que eso lo corroboró Newton.
Hay una dificultad cuando alguien habla desde el psicoanálisis, y es que las referencias a su creador son casi ineludibles, algo bastante criticado, lo que demuestra que tiene mucho de verdad. También lo que permite una explicación que, como todas, siempre es personal, y es que no puedo dejar de reconocer la capacidad del personaje Freud para incursionar en tantos aspectos del discurrir humano y, esta forma ideológica, tampoco le fue ajena.
Es así que en esta ocasión, como tantas veces, acudo a su decir, para orientarme en ideas y sensaciones que me dejó esta visita y apropiándome de sus razonamientos, ponerle algún orden a las inquietudes que se generan cuando se quiere descifrar ese lado humano oscuro del poder y de la sinrazón.
Pasada esta introducción, no sé si apropiada, pues debería haber empezado por hablar de la belleza de la isla, de sus paisajes, lo majestuoso de las bahías, del embrujo de la música, del encanto de sus calles y callecitas llenas de imponente arquitectura, edificios grandiosos donde la historia se congela en medio de la ruina y el abandono. También la apostura de los hombres y la sensualidad de sus mujeres, y de paso, la tristeza profunda en sus miradas que no alcanza a domeñar esa alegría Caribe que exalta sus palabras y sus formas de brindar afecto. Tampoco dejar de reseñar los edificios menos viejos, enormes edificaciones de cemento, según sus habitantes modelo ruso, donde los pequeños balcones enrejados acaban de configurar su apariencia de presidios.
Una isla con muchos hoteles cinco estrellas para que los turistas puedan disfrutar, lo que a sus propios habitantes no les está permitido. Como si a unos niños sus padres les prohibieran gozar de los lujos y manjares que tienen en su propia casa, porque son para las visitas que pagan para que ellos tengan salud y educación. Una salud y educación que, como en un círculo vicioso, termina al servicio de lo mismo, porque ese cuerpo sano y ese virtuosismo adquirido, está para ponerlo a favor de los visitantes, y a ellos sólo les quedan las dádivas que muchos, en una generosidad ignorante, y en otros, culposa, tienen a bien darles.
Un encuentro con una mendicidad extraña, porque aquel que pide no tiene la apariencia de mendigo, sólo una desolación donde se confunde el deseo por tener eso que el otro le puede dar, acompañada de una humillación disimulada en agradecimiento.
Un encuentro con una mendicidad extraña, porque aquel que pide no tiene la apariencia de mendigo, sólo una desolación donde se confunde el deseo por tener eso que el otro le puede dar, acompañada de una humillación disimulada en agradecimiento.
Y todo esto tiene que ver con ese artículo perdido en la memoria, porque ahí Freud se esmera en dejar claras sus ideas con relación a la religión como una cosmovisión, al igual que a la ideología que rige la isla, el marxismo. Fiel a su estilo, hace una digresión partiendo de sus supuestos, sin afán demoledor de teorías, sino argumentando con razonamientos, producto de lo individual y lo histórico. Inicia con una definición
Entiendo, pues, que una cosmovisión es una construcción intelectual que soluciona de manera unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hipótesis suprema; dentro de ella, por tanto, ninguna cuestión permanece abierta y todo lo que recaba nuestro interés halla su lugar preciso. Es fácilmente comprensible que poseer una cosmovisión así se cuente entre los deseos ideales de los hombres. Creyendo en ella uno puede sentirse más seguro en la vida, saber lo que debe procurar, cómo debe colocar sus afectos y sus intereses de la manera más acorde al fin.
A partir de allí, se refiere en forma extensa a la religión, demostrando porqué para el psicoanálisis se considera una cosmovisión. Pasando por la ciencia y la filosofía, tópicos a los que también hace referencia, inicia el tema que interesa para este escrito con la siguiente advertencia:
Tengo el deber de considerar todavía otras cosmovisiones que se sitúan en oposición a la científica; pero lo haré a disgusto, pues sé que carezco de la requerida competencia para enjuiciarlas. Reciban, pues, las puntualizaciones que siguen bajo la reserva de esta confesión, y si ellas despiertan su interés, busquen mejor enseñanza en otro lugar.
Y prosigue