La pasión por no saber
Cuando algo anda mal es común que tienda a negarse, y no por una decisión consciente, más porque no se puede ver, lo que se llama la pasión por la ignorancia. Una condición para todos relacionada con lo inconsciente. Allí donde algo sospechoso hace señas, pero no se quiere saber nada de eso.
Razón que nos permite entender la repetida consulta por amor en la que se dice: “Creía que todo iba bien, no quería ver que algo no andaba, después, en el fondo, esperaba que todo cambiara. Y siempre, porque los recuerdos bonitos pesan más”. Una explicación que no excluye a los hombres pero si más frecuente del lado femenino para seguir en situaciones de maltrato, y no leves, sino los más graves como insultos, desprecios y golpes.
Una capacidad estoica para soportar lo insoportable, que hace que los demás se pregunten y se indignen, indignación que pareciera que las que sufren no sintieran, como si les estuviera vedada la capacidad para reaccionar como corresponde y creyeran que eso es lo que se merecen. Sin embargo, al escucharlas, se entiende que no es así, que hay un dolor muy profundo, y no por lo que les han hecho sino por lo que se han dejado hacer, pero no lo saben, aunque algo intuyan.
“Los mayores dolores son los que uno mismo se infringe”, decía Sófocles y tenía razón, pero las que cuentan esas cuitas ignoran su participación, por lo cual sus sospechas se dirigen siempre al otro y la pregunta que surge es: ¿Por qué me pega? Y no: ¿Por qué me dejo pegar?
Y no se trata aquí de una reflexión para responder también a golpes, es una más profunda y acaso más difícil, porque cuando es posible incluirse como participante, no siempre se sale bien librado, así la participación sea por omisión, que muchas veces se justifica diciendo: “Lo perdono porque después me trata muy bien”. Respuesta cifrada en una posición mendiga, en una creencia inconsciente en la cual para recibir lo que se quiere y se merece, antes debería ser pagada con un acto que haga sentir miserable.
Y no se trata aquí de una reflexión para responder también a golpes, es una más profunda y acaso más difícil, porque cuando es posible incluirse como participante, no siempre se sale bien librado, así la participación sea por omisión, que muchas veces se justifica diciendo: “Lo perdono porque después me trata muy bien”. Respuesta cifrada en una posición mendiga, en una creencia inconsciente en la cual para recibir lo que se quiere y se merece, antes debería ser pagada con un acto que haga sentir miserable.
La sumisión y el sometimiento se creen sinónimos de bondad, cuando pareciera más bien una cierta comodidad que se paga con creces, pero es entendible, somos humanos y nuestra condición nos liga al otro, a veces de tal manera, que hace que nos olvidemos de nosotros mismos.
Estas palabras pueden parecer duras, pero también es cierto que más duro es vivirlo. La razón de que aquí la compasión sólo haga daño, porque más vale una buena pregunta a tiempo que toda una vida de ignorancia. Y no porque se olvide que el amor es ciego o que hay situaciones reales que incitan a quedarse, sino porque cuando se sabe lo que se quiere, no existe poder humano que obligue a someterse a un maltrato inmerecido.
“Nunca he sido discriminada por ser mujer. Porque me preparé. No hay nadie que le calle la boca a alguien que sabe de lo que habla”. Palabras de María das Graças Silva, quien agrega: “Yo nunca viví el prejuicio. Y no lo hice porque lo enfrenté. Se debe tener coraje”. María, proveniente de las favelas brasileras, hija de un padre mal tratador y en su infancia y adolescencia de una pobreza extrema, hoy es la presidenta de una gigante petrolera. Una mujer que parece tener claro cómo quiere ser tratada, que debería incitarnos a una pregunta, y no sólo para ellas: ¿Qué es lo que ignoro de mí, que además no quiero saber y lo único que me queda es la queja? Interrogación que no lo resuelve todo, pero iniciarla puede traer implícitas muchas respuestas.
Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Marzo 3 2012
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