¿Mucho cacique y poco indio?
Un síntoma se puede definir como: “lo que no podemos hacer, o lo que no podemos dejar de hacer”. Pensando en esto, y en la forma de ser de nosotros los colombianos, no está demás tratar de encontrar cuales son los que nos agobian para que nuestra sociedad padezca siempre los mismos males. Y es que el síntoma también se caracteriza por la insistencia, es lo que lleva a alguien a consulta porque se alcanza a dar cuenta de la repetición, de ahí que su queja sea: por qué será que me pasa siempre lo mismo.
Una pregunta que podemos trasladar al país: ¿por qué será que nos pasa siempre lo mismo? Seguramente las causas son muchas, pero hay una muy evidente que tal vez un cuento gracioso nos ayude a comprender, sobre todo si tenemos en cuenta que: “No hay nada más serio que un chiste”. Le preguntaron a un japonés quien era más inteligente entre un japonés y un colombiano, él respondió que un colombiano era más inteligente que un japonés, pero que un japonés era más inteligente que dos colombianos. Al dar sus razones dijo que uno sólo es muy inteligente pero que dos no lo son tanto, porque como nunca se ponen de acuerdo, no pueden resolver un problema.
Para seguir con los japoneses, los últimos sucesos nos dan una idea de cómo pueden dar rápidas soluciones a grandes problemas, cuando en un tiempo record lograron, después de un terremoto y un tsunami, reconstruir una carretera para descongestionar y permitir el acceso de sus habitantes a los lugares incomunicados. Para nosotros, seguramente asunto de magia, ya que cada decisión que aquí se toma, ha tenido toda suerte de discusiones apasionadas y leguleyas que la retrasan, y aún así, siempre aparece después, lo que supuestamente con ellas se había querido impedir.
Al parecer sufrimos de una desconfianza atávica que nos lleva a no poder escuchar con benevolencia al otro, a un desconocimiento proverbial de los valores del semejante que lleva a desaprovecharlos, a una incapacidad descomedida para el agradecimiento que no permite reconocer lo que ha dado para disfrutarlo. Hay más la tendencia a la crítica despiadada, a la burla sin misericordia, a vivir cazando el error, y no precisamente para resolverlo sino para mostrarlo. Mientras, los que obran como los niños sin ley, porque en su casa les permitieron siempre salirse con la suya, toman al estado y su patrimonio para seguir haciendo de las suyas.
Paradójicamente, padecemos también una tendencia desmedida a interpretar las razones de los que hacen daño, disculpando sus acciones por un hogar mal avenido, por la pobreza y muchas otras justificaciones que pueden tocar algo de la realidad, pero que al sostenerlas, se sostienen actos reprochables en los cuales, los comprometidos, se sienten excusados para seguirlos cometiendo sin que otros razonamientos puedan dar lugar a acciones diferentes.
Somos una comunidad llena de recursos y valores con una gran disposición para soportar el infortunio, a lo que al parecer, nos hemos acostumbrado. Una idiosincrasia con una gran capacidad para mirar la paja en el ojo ajeno y ceguera en el propio, lo que lleva a que los Partidos, del color que sean, se toman la palabra literal y se parten para pelear, para acusar, para culpar, no es raro entonces que se termine en la violencia. Una lógica donde colaborar para sacar adelante un proyecto queda perdido entre tanto protagonismo y ganas de figurar.
Dar soluciones rápidas a grandes problemas obedece a la magia de pensar estrategias en conjunto, política de la que carecemos bastante, lo que hace cierto también que somos: “Un país con mucho cacique y poco indio.” Una necesidad de querer estar por encima del otro, que desemboca en el ventajismo y la intolerancia. Del síntoma, lo que no se puede dejar de hacer.
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