¿Es el mundo incomprensible?
Viendo o sufriendo lo que pasa con la guerra y destrucciones de la naturaleza, nos apesadumbramos, también podemos llegar a concluir que nos ha tocado vivir una de las peores épocas. Creo que sólo podemos pensar de esta forma si no nos hemos asomado a la historia, que nos muestra que la humanidad a través de su existencia se ha debatido siempre entre estos males. Seguramente la razón que impulsó a Albert Einstein en mil novecientos treinta y tres, a escribirle a Freud para hacerle la siguiente pregunta: ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad?
Una pregunta muy pertinente, como si supiera lo que se avecinaría seis años después, ese horror de la Segunda Guerra Mundial donde los dos, el que preguntaba y el que debía responder, estarían totalmente involucrados porque su raza sería el detonante de una destrucción que todavía no se asimila.
Es que los seres humanos somos capaces de las más grandes virtudes y también de las mayores equivocaciones. Lo estamos viendo en lo ocurrido en Japón, un país que debido a su pujanza pudo construir grandes plantas de energía que dan mayor calidad de vida, pero que al mismo tiempo pueden ser causantes de grandes desgracias. Es la versatilidad que caracteriza al hombre, ser de la naturaleza que piensa y es capaz de transformarla, pero también está a merced de ella. Una realidad a la que sólo queda someterse y remontarse sobre el dolor para seguir viviendo.
Y no siempre es la naturaleza, en otras es el mismo hombre. Freud en la respuesta que le dirige a Einstein, se excusa si su respuesta lo defrauda pues sólo puede explicarlo a través de las pulsiones de vida y de muerte, y de cómo ellas viven en nosotros y son dominadas para construir la cultura. Una dominación que no alcanza, sobre todo en la de muerte que cada cierto tiempo aparece con toda su fuerza, casi tan brutal como la de la naturaleza para destruir y arrasar. Algo que es más difícil asimilar, sobre todo porque esperamos que la razón nos guie bien, ilusión vana dice Freud, además excusándose de que su explicación no sea muy alegre.
Una alegría que no cabe, no porque quiera ser pesimista, más bien una posición realista que además ayuda para que frente a las adversidades estemos advertidos, y no sufrir más de lo necesario. Sobre todo entendiendo que hay una disposición innata y no eliminable entre los seres humanos para distribuirse entre los que conducen y los que son conducidos, siendo estos últimos la inmensa mayoría. Una mayoría a veces conducida por líderes donde lo que prima es la voluntad de poder, no para inventar, construir y mejorar, sino de un poder que se vuelve ciego y es acatado por los seguidores en una identificación que destruye.
Es así como se mueve la historia, que desde sus inicios muestra que en su origen el derecho fue violencia bruta y hoy todavía no puede prescindir de apoyarse en ella. Algo de lo que seguramente no podemos alegrarnos, tampoco negarlo, porque nos ayuda a reflexionar para tratar de entender el mundo en que vivimos y, aunque nos sigamos asombrando ante tanto desafuero humano y calamidad natural, tener las fuerzas para soportar lo que nos toca en suerte y, sobre todo, cuando tenemos la posibilidad de gozar de las cosas bellas, que la vida también nos ofrece, saberlas apreciar en lo que valen.
Seguramente quisiéramos que el mundo fuera mejor, algo en lo que Einstein en su ética insistía, de ahí su pregunta a Freud. Sin embargo, sabemos que después, sus descubrimientos en física llevaron a la construcción de la bomba atómica que aportó a la guerra la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, ni asomo de lo que él, pacifista, hubiera deseado. Es que la manera como se mueve el mundo, a veces se muestra incomprensible y por lo tanto, nada predecible.
Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Marzo 26 de 2011